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CREER
Por Rodrigo Fresán Desde Barcelona

na32fo01.jpg (7846 bytes)  UNO Si se lo piensa un poco, es el verbo creer lo que convierte al hombre en el lobo del hombre. Decir, anunciar, proclamar, estipular, asentar, jurar, afirmar que uno cree esto o aquello equivale a toma de posiciones a elección de estética y de sistema existencial. Por lo menos, yo creo que es así mientras --en mi televisor y aunque ustedes no lo crean-- veo y oigo a Raphael cantando villancicos sobre un burro.

DOS El siglo XX ha sido el siglo en que más se ha creído y dejado de creer. Durante estos últimos cien años se han edificado ideologías, se las ha visto crecer, tambalearse y venirse abajo. Se creyó en la Era de Acuario para, casi enseguida, pasar a creer en una forma de materialismo rampante, yuppie y leonino. Se dejó de creer en Dios para creer en la New Age. Creer es casi tan fácil como dejar de creer y por qué conformarse con creer en una sola cosa cuando se puede creer en tantas, cuando existen tantas cosas que merecen nuestra fe o nuestra credulidad.

TRES Fue el historiador Eric Hobsbawm en su Historia del siglo XX quien creyó oportuno popularizar el concepto de "el siglo corto" que ya había sido anunciado por Ivan Berend y Paul Bairoch. Para Hobsbawm, el siglo que ahora termina fue el más breve de la historia y ya pasó a formar parte de la misma. Para Hobsbawm, el siglo XX empieza con la Primera Guerra Mundial y concluye con la unificación de las dos Alemanias. Así, ahora vivimos en un limbo, habitamos un largo paréntesis, padecemos un compás de espera del que esperamos despertarnos cualquier día de estos con lozanía Dysney y cutis perfecto de Bellas Durmientes. Yo creo en Hobsbawm. De otro modo, cómo explicar el superficial nivel de las últimas discusiones mundiales rematadas con esa cereza frívola y puro carozo que nos ha venido preocupando los últimos meses: ¿cuándo termina el milenio: ahora o dentro de un año? ¿Qué festejamos? ¿De dónde venimos y a dónde vamos? En mi modesta opinión, el tan mentado Efecto 2000 --¿Defecto 2000?-- ya está desde hace tiempo entre nosotros causando problemas de toda índole, haciendo que perdamos el tiempo hablando del Efecto 2000, ese fantasma que recorre el mundo con modales de efecto especial y que, algunos creen, será el prólogo de nuestro epílogo, el principio del fin de una novela donde no ocurre nada desde hace tiempo.

CUATRO Una reciente edición de la revista The New Yorker ofrece un tenebroso ensayo de John Updike acompañado por un iluminador portfolio fotográfico de Richard Avedon. El tema común que los une y los hace comulgar es la fe, el verbo creer, el estado de las cosas invisibles y, sin embargo, tan sólidas. Avedon --bajo el título de Revelations-- ofrece una galería de creyentes. Así, la sonrisa de un hombre santo de la India con tres rocas colgando de su pene, la capucha blanca de un flagelante en la semana santa sevillana, el rostro cada vez más fashion del Dalai Lama, el aire involuntariamente rapaz del cardenal Lorenzo Antonetti, administrador de bienes y propiedades del Vaticano. Todos ellos creen en lo mismo, pero de formas muy diferentes. Según Updike, la situación va a seguir siendo la misma más allá del vértigo transformista que nos pueda traer el tercer milenio. "Las religiones son artefactos conservadores, hechas unas con pedazos de otras. El budismo es la purificación del hinduismo y el cristianismo, un desprendimiento del hinduismo (...) Pero el futuro no es apenas una extensión del pasado; como una partícula a la hora de su medición, elude toda predicción. Buena parte de las religiones se basan en la espera y tal vez sea la ciencia quien haga sonar la campana". Todo parece indicar que --entre clonaciones y mapas genéticos-- el cuerpo dejará de ser un misterio para así potenciar el enigma del alma. Ese algo que no hace creer que algo empieza y algo acaba y que no se basa en la abstracción de que alguna vez hubo un 0 para que alguna vez pudiera existir un 2000 y --Francis Scott Fitzgerald dixit-- accedamos a ese orgiástico futuro, botes que reman contra la corriente, etc., amén.

CINCO Algo interesante y perturbador en todo esto: dentro de unos días Picasso, Los Beatles, Neil Armstrong, Adolf Hitler, Marcel Proust, Orson Welles serán, todos, artistas del siglo pasado del mismo modo que nosotros habremos nacido en otra era. Todos nos convertiremos en algo más lejano y aceptaremos --en mayor o menor grado-- la idea de que ahora vivimos en el futuro y que en nosotros estará la responsabilidad de creer en algo nuevo y distante que nos permita avanzar un poco más en la dirección correcta. Supongo que es algo digno de festejarse, algo en que creer. Por eso --a la hora de la polémica acerca de cuándo deben sonar las campanadas ominosas-- una modesta proposición para hermanar a los creyentes en el 2000 y a los creyentes en el 2001: festejemos este 31 de diciembre que termina, festejemos el próximo 31 de diciembre que empieza. Festejemos, creo, ¿no?


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