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La vieja música de Aquilea, perdida y hoy recuperada

Rodolfo Mederos compuso en 1986 la banda sonora de “Las Veredas de Saturno” –el film de Hugo Santiago– que acaba de editarse por primera vez en CD.

El bandoneonista Rodolfo Mederos sigue preguntándose sobre su estilo.
“Si pude componer esto, ¿por qué no volví a escribir de esa manera?”.

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Por Diego Fischerman

t.gif (862 bytes)  Aquilea es un lugar lejano. Allí, los habitantes rara vez escuchan su propia música. La industria cultural casi no existe. En ese país, atravesado en una época no lejana por persecuciones políticas, algunos artistas sobreviven creando en las catacumbas. Producen, a veces, obras maestras. Ellos mismos no saben, en ocasiones, cómo fue que lograron hacer lo que hicieron. Y esas obras maestras, frecuentemente olvidadas durante años, esporádicamente salen a luz. Alguien revuelve algún cajón, alguien tiene algún recuerdo de algo visto o escuchado hace tiempo, alguien se dedica a investigar. Entonces pasa que un sello como Acqua Records (nombre casi perfecto para un país como Aquilea) descubre la música de una antigua película. Una película en muchos aspectos genial, de paso. Y la música es la obra más atípica –y tal vez la más osada– de uno de los mejores músicos aquilenses, quien además actuaba en la película haciendo el papel de uno de los mejores músicos aquilenses.Aquilea, en todo caso, fue una ficción. Demasiado parecida a la realidad, es cierto. De allí proviene Fabián Cortés, bandoneonista y compositor residente en París. Deprimido, desconcertado ante un rumbo musical nuevo que no alcanza a definir, apesadumbrado por lo que sucede en su país, Cortés desaparece misteriosamente para un día volver al mismo restaurante de siempre, donde lo encuentra Danielle, su compañera. Cortés cuenta, además, que a menudo se encuentra con Arolas. Cortés era Rodolfo Mederos, nativo también de Aquilea y compositor de la música de Las veredas de Saturno, una película filmada en 1986 por Hugo Santiago. La música, en un juego de espejos brillante, era la que Mederos, haciendo de Cortés, componía a partir de los tangos de Arolas. Lo notable en este film (y en esta música) era que el director había conducido al compositor como si se tratara de un actor. La música era parte del personaje y aquí no se trataba de “música de Mederos para película argentina hecha en París”. Lo que el bandoneonista tuvo que componer, como músico, fue lo mismo que debió hacer como actor: meterse en la piel de Fabián Cortés. Será por eso que esa obra árida, descarnada, todavía le produce una suerte de azoramiento. “Me pregunto, al escucharla, por qué si pude hacerlo una vez, nunca más volví a componer de esa manera”, dice Mederos, sentado en un bar de Aquilea. El país ha cambiado. Ya no hay persecuciones políticas y todo tiene música de fondo (cafés, restaurantes y hasta el pingüinario del zoológico) y es siempre la misma música. El siglo termina allí como en todas partes y Mederos, a pesar de una carrera ejemplar, de haber sido uno de los grandes renovadores de la música de esa ciudad, de ser reconocido como un creador indiscutido, de haber tocado junto a Daniel Barenboim en todo el mundo, sigue preguntándose sobre su estética. Y, sobre todo, por cómo sigue su historia. Que la música de Las veredas de Saturno (donde tocaban junto a él el guitarrista Tomás Gubitsch, Osvaldo Caló en clave, Jean-Paul Celea en contrabajo, Hugh Mac Kenzie en violoncello, el violista Eric Shumsky, el percusionista Vincent Limousin y François Craemer en clarinete bajo) sea editada recién ahora en CD es, posiblemente, un dato. Mederos, que se peleó con sus padres musicales al inventar Generación 0 –uno de los grupos más originales de la música popular aquilense– y necesitó después amigarse con ellos, encuentra en esta especie de eslabón tan maravilloso como perdido, un camino posible.

 

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