Por Verónica Abdala Fue, ante todo, el
año de los grandes, al frente de ellos Jorge Luis Borges y de Günter Grass. Del
argentino porque los fastos de su centenario se convirtieron en noticia, repetida al
infinito. Del alemán, porque ganó el Premio Nobel, después de dos décadas de figurar
como candidato. El que termina también fue el año en que Adolfo Bioy Casares, Olga
Orozco, Rafael Alberti y Paul Bowles pasaron a la inmortalidad, que se habían ganado con
sus libros. Si hubiese que elegir desde Argentina una personalidad del año en la cultura,
sin duda sería la de Borges, que, como se sabe, murió en 1986. Pero el centenario de su
nacimiento desató una oleada de reconocimiento a su figura, que incluyó homenajes de
todo calibre, oportunismos, reediciones a granel y una especie de renovado debate sobre el
valor de su obra y el peso de sus actitudes políticas. Que Borges haya sido noticia a
esta altura, y por caprichos de calendario, parece una broma, o un capricho. No debería
dejar de recordarse que, vivo, Borges intentaba convencer a sus contemporáneos de que
merecía ser olvidado después de muerto, mientras, padre de las contradicciones. se
ingeniaba en una obra con destino de trascendencia. La trascendencia que adquirió su obra
puede quedar claro si se piensa de qué forma su centenario superó holgadamente en
repercusión a los de Vladimir Nabokov, Ernest Hemingway y Raymond Chandler. Fue también
el año del alemán Grass, que se alzó con el último Nobel de literatura del siglo,
después de que en los últimos dos años lo ganaran dos comunistas europeos, el
portugués José Saramago y el italiano Dario Fo. Lo que, de algún modo, confirma la
sospecha histórica de los reaccionarios: la Academia Sueca está llena de izquierdistas
disfrazados de viejitos buenos. El autor de El tambor de hojalata, socialdemócrata de
izquierda, comprometido y entrometido, según su propia definición, se alzó
con el premio tras veinte años de paciente espera, casi lo mismo que aguardó Borges en
vano. Claro que Grass no defendió dictaduras militares. El día que se enteró, un poco
en broma y un poco en serio, Grass dijo que la novedad lo llevaría indefectiblemente a
envejecer. Lo que me ha mantenido joven hasta ahora explicó fue el
estar esperando el premio. Y esa espera se ha acabado. No hubo, en torno de Grass,
unanimidades, ni en el mundo ni en la Argentina, lo que debería ser normal. A El
tambor... le sobran la mitad de las páginas, opina María Esther Vázquez. Y
la verdad es que hay que tener espíritu de sacrificio para leer sus otros libros, que son
bastante aburridos. Aunque muy pocos colegas se atrevan a admitirlo públicamente.
Vázquez presume que las razones políticas pesaron a la hora de elegir al ganador del
Nobel, lo que, se sabe, no es novedad. Alicia Steimberg coincide en parte con Vázquez.
A mí, como a muchos otros escritores, Günter Grass ni me va ni me viene. Por eso
no considero que éste sea uno de los hechos relevantes del 99, que fue un año de
transición, de mutación hacia otra cosa. José Pablo Feinmann y Guillermo
Saccomanno opinan, en cambio, que el premio a Grass fue un acto de justicia, aunque no
dudan respecto del carácter político de la distinción. Aunque a Feinmann le parece un
tanto conspirativa la idea de que la Academia Sueca apoya indiscriminadamente
a escritores de izquierda o partidarios de la socialdemocracia. También premiaron a
Camilo José Cela, que si no es facho es algo bastante parecido a eso,
advierte.En relación con los homenajes a Borges, a excepción de Vázquez, que fue su
amiga personal, Feinmann, Saccomanno y Steimberg tienen la impresión de que, muy
argentinamente, se pasaron de rosca. Feinmann define: Todo homenaje es siempre
exterior, se hace desde un punto de vista que tiene que ver con el cholulismo y cosifica
al homenajeado. Por eso me parecenabsolutamente irrelevantes los que se hicieron en torno
de Borges, que por momentos fue exaltado hasta límites inconcebibles. Steimberg
opina: Los que ya lo leían lo seguirán leyendo, y los que no lo habían leído
deben haber huido espantados. Saccomanno sostiene, como viene haciendo desde hace
largo tiempo, que Borges está sobrevaluado. Yo no puedo olvidar,
además, que él se reunía con Pinochet y Videla. No creo en las disociaciones, que son
siempre interesadas, y me pregunto seriamente si el año que viene, cuando se cumplan cien
años del nacimiento de Arlt, va a haber tantos homenajes como hubo este año,
sostiene. Para Saccomanno, los grandes de las letras argentinas son, en todo caso,
Sarmiento, Arlt y Walsh. Los outsiders, subraya.En el último año del milenio murieron
Bioy Casares, Olga Orozco una de las mayores poetas latinoamericanas del siglo,
ganadora del Premio Juan Rulfo 1998, Rafael Alberti por cuya herencia libran
una desagradable batalla su hija y su última esposa, María Asunción Mateo, y el
gran escritor, viajero de raza, y prócer beatnik Paul Bowles. La poeta pampeana murió en
agosto, en Buenos Aires, a los 79 años. Bowles, que tenía 80, falleció en Tánger,
donde vivía desde medio siglo antes. Alberti, uno de los mayores referentes de la poesía
española de este siglo, había llegado a cumplir 96, cuando se fue en octubre, en Cádiz,
cerca del mar. Bioy, compañero infatigable de Borges al menos desde 1932 a
1986 sumaba 84 cuando su cuerpo le dijo basta. Tenía la esperanza de que el
tropiezo imperdonable de la muerte implicara reunirse con los otros
escritores que lo habían precedido en el adiós. Los dioses como escribió
Juan Gelman en una contratapa de Página/12 respondieron a sus pedidos, en
agosto, y le evitaron el mal trago de prolongar gratuitamente el sufrimiento y la soledad.
Nunca le simpatizó la idea de estar solo. Era, por lejos, el escritor latinoamericano
vivo más importante. Para Vázquez, esta muerte es el acontecimiento más representativo
del año, junto a los homenajes a Borges y el avance de la literatura basura.
Los homenajes a Borges, con quien mantuvo una estrecha amistad, fueron buenos porque,
dice, probaron que alcanzó la universalidad y que integra el canon más selecto de
los maestros de la literatura de todos los tiempos. El avance de la lógica del
mercado por sobre los parámetros de calidad fue noticia porque ayuda a entender el
aluvión de fabricantes de best sellers Paulo Coelho, Erica Jong, Robin Cook, Larry
Collins, etc. que arribaron a la Argentina para participar de la Feria del Libro. La
muerte de Bioy, sostiene Vázquez, marca el fin de una era y el comienzo de otra.
Bioy era el símbolo de una época, y de una generación, la de Borges y Victoria
Ocampo, entre otros, que serán recordados por los siglos. Ellos son el símbolo,
también, de un estilo de acercamiento a la vida cultural, que se ha esfumado. Hoy
asistimos a una suerte de agonía de la cultura". Saccomanno y Feinmann no ven en
Bioy al representante de una época, sino a un escritor interesante. Que corre
el riesgo de convertirse, en palabras de Saccomanno, en objeto del chauvinismo
argentino, tan proclive a los fetiches.En medio de la borgesmanía, uno de los pocos
escritores que lo criticó en público fue el español Arturo Pérez Reverte, que llegó
en abril para la Feria del Libro, y generó un revuelo tras sostener en una conferencia
que Borges era un gilipollas. El escritor español tuvo la valentía de decir
que admirarlo desde el punto de vista literario no le impedía afirmar que Borges fue
injusto con el idioma español. En su autobiografía no tiene una sola palabra
amable para nuestra lengua. Dice que como escritor argentino tiene que sobreponerse al
español y que es demasiado consciente de sus defectos, recordó. Participaban de la
Feria los de siempre en elámbito local y un contingente de foráneos como el
español Fernando Savater, el mexicano Carlos Fuentes, el francés Gilles Lipovetsky y la
francesa residente en México Elena Poniawtoska cuyas visitas hicieron soñar a sus
editoriales con mejores ventas en el corto plazo. Entre los autores que publicaron durante
el 99 obras relevantes -nombrarlos a todos es imposible, valdría la pena no
olvidar a Carlos Fuentes (Los últimos días de Laura Díaz), Andrés Rivera (El profundo
sur), Tomás Eloy Martínez (El sueño argentino), Patricio Manns (El desorden en un
cuerno de niebla), Martín Caparrós (La voluntad), Martin Amis (Agua pesada), Abelardo
Castillo (El Evangelio según Van Hutten), Abrasha Rotenberg (Historia confidencial. La
opinión y otros olvidos), John Berger (Mirar), Ian Gibson (Lorca-Dalí. El amor que no
pudo ser), Fernando Savater (Las preguntas de la vida), Miguel Bonasso (Don Alfredo),
Roberto Fontanarrosa (Una lección de vida y otros cuentos), Guillermo Saccomanno (El buen
dolor), Guillermo Cabrera Infante (El libro de las ciudades) Rosa Montero (Pasiones),
Homero Alsina Thevenet (Nuevas crónicas de cine), Antonio Skármeta (La boda del poeta) y
Kenzaburo Oé (Arrancad las semillas, fusilad a los niños), entre otros.
Un libro por año, por persona La Feria del Libro, que este año cumplió su primer cuarto de siglo, fue
visitada por un millón de personas y registró un aumento de alrededor de un 20 por
ciento de las ventas respecto de 1998. Sin embargo, su concreción estuvo rodeada de
varios debates en torno de su verdadero valor cultural, su legitimidad y hasta sobre el
sistema de participación, cuyos costos excluyen a los editores más chicos e
independientes. Las estadísticas aseguran que cada visitante vuelve con un libro a casa.
Un estudio del Centro de Estudios para la Nueva Mayoría sostiene que en el país, el
promedio de lectura anual es de menos de un libro por habitante. Otra estadística indica,
sin embargo, que los argentinos gastan un promedio de 12 pesos anuales en libros. En
Estados Unidos, que no es un país culto, pero sí con sectores de mayor poder
adquisitivo, esa cifra asciende a los 146 dólares anuales. |
|