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OPINION
Días no tan extraños
Por Eduardo Fabregat

La película se llamaba Strange Days. Su directora, Kathryn Bigelow, se situaba en Los Angeles para retratar lo que en 1997 ya empezaba a producir efervescencia: las últimas 48 horas del año 1999. En una ciudad ganada por el caos, el ex policía Lenny Nero (un Ralph Fiennes devastado) se gana la vida traficando discos digitales para una máquina portátil que “graba” todo lo que el usuario ve. Nero, que acostumbra vender material porno pero elude lo más hard del negocio, se ve enredado en una trama centrada en Jeriko One, un rapper combativo asesinado por la policía. Como thriller, el film de Bigelow (con guión y producción de su entonces marido James Cameron) ya era una pieza notable. Pero su principal virtud estaba en la forma en que capturaba en cinta el espíritu descontrolado que se suponía para el fin de milenio: fanáticos religiosos salidos de cauce, una guardia callejera integrada por la policía y el ejército, bandas de desesperados decididos a arrasar con lo que se ponga delante, otras bandas de desesperados por celebrar a cualquier costo. Cuando suena la última campanada, cada personaje está demasiado ocupado en juntar sus propios pedazos como para percibir algún cambio. En un solo golpe, Bigelow demostraba el efecto bola de nieve producido por una simple convención humana, y a la vez su mínima influencia sobre el devenir real del tiempo.El 2000 ya casi está aquí, y entonces el film de Bigelow es una referencia inevitable. Sobre todo porque las últimas semanas demostraron esa falta de correspondencia entre la monumental bola previa y lo que efectivamente sucede. En una sorprendente muestra de inocencia, los operadores turísticos se asombraron de que la gente no esté dispuesta a pagar el triple por los servicios millennium, pasajes, estadías y hotel. Algo parecido sucedió con los promotores y protagonistas de espectáculos, que imaginaron un brindis del 31 frente a multitudes dispuestas a agitar las joyas de Lennon: en Miami, por sólo citar un ejemplo, Gloria Estefan llegó con lo justo a la construcción de un nuevo estadio, pero quedó lejos de llenarlo. En Nueva York se alzaron voces de alarma sobre lo fácil que puede resultar para un comando terrorista dar el golpe del milenio esta noche en Times Square. Y Buenos Aires... Buenos Aires está dentro de un ente indefinible llamado Argentina, y por lo tanto se rige por reglas más bien imprevisibles.La tensión social que dejaron los diez años de menemismo es una de las razones por las cuales aquella efervescencia se fue aquietando hasta casi desaparecer. La machacante publicidad de la transmisión del Día del Milenio por Canal 13, por ejemplo, terminó siendo desproporcionada con respecto a lo que se vive en la calle. ¿Importa demasiado lo que digan los conductores de la “fiesta planetaria”, frente a una realidad que demostró hace rato que nada cambiará más allá del calendario? Las actuaciones de Lito Vitale en el Glaciar, y Julio Bocca en Tierra del Fuego, y Mercedes Sosa en Cataratas, ¿son trascendentes para alguien más que los mismos artistas? ¿Qué estarán pensando del Día del Milenio las 800 mil personas que, sólo en el Gran Buenos Aires, se quedaron sin luz en Navidad? ¿A quién le cantará “Ay qué linda está la fiesta, mamá” el Puma Rodríguez en el Luna Park? ¿Habrá algún correntino al que le importe el glamour de recibir el nuevo milenio? Las cifras de contusos de Navidad en Capital Federal crecieron más de un 10 por ciento con respecto a 1998. Eso, y el efecto bola de nieve, es el dato a tener en cuenta para comprender por qué la gigantesca rave planeada para esta noche en el Campo de Polo se pasó para mañana, y por qué el Gobierno de Buenos Aires prefiere alentar el festejo barrial a las grandes concentraciones. Como muchas otras fantasías globalizadas que perdieron brillo en los últimos tres años, la supuesta emoción sin límites que debe producir el cambio de milenio, la “necesidad” de festejar de un modo especial, quedaron reducidas a la misma categoría de ardides publicitarios que incluye a los megashoppings, las maravillas de la telefonía privada o el último modelo de 4X4. Mal que les pese a los gurúes del marketing milenario, no hay cañita voladora que resuelva el karma de vivir al sur. Un último dato ayuda a completar el panorama. En la llegada del siglo XX, la ciudad de Buenos Aires también vivió un festejo quizá desmesurado. Sucedió, claro, el 1º de enero. De 1901.

 

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