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El Buen Inversor

El gigante tiró la toalla

Antes de la devaluación se preveía que el producto brasileño caería un 5 por ciento. Pero ahora esos pronósticos pueden quedarse cortos. Los financistas locales tienen los ojos puestos en San Pablo.

Por Claudio Zlotnik

Finalmente, el gigante tiró la toalla. Brasil no pudo resistir las presiones sobre su moneda, y el real se devaluó un 15,2 por ciento en cuatro días. Lejos de implicar el final de la historia, la devaluación no hace más que abrir signos de pregunta sobre el porvenir de la economía del socio en el Mercosur. Por ahora, lo único claro es que la recesión golpeará, implacable, sobre la economía brasileña. Y que sus efectos en la Argentina invitarán a reconsiderar las proyecciones económicas del ‘99.

Las garras del mercado desarticularon la estrategia de Fernando Henrique Cardoso de sobrellevar la crisis con medidas gradualistas. Bastó que el gobernador de Minas Gerais, Itamar Franco, desafiara al gobierno central con incumplir con sus compromisos financieros para que en Brasil se desatara el vendaval. Los financistas interpretaron la actitud de Itamar como una debilidad de Cardoso. Una Administración sin el poder suficiente para poner en caja la rebeldía de un gobernante interno nunca sería capaz de esquivar exitosamente la crisis, razonaron los financistas. Ese mismo razonamiento fue el primer paso para lo que vino después. La corrida le pasó por encima al real y absorbió 5 mil millones de dólares de las reservas del Banco Central de Brasil en 96 horas.

Indefenso ante la furia de la corrida, Cardoso dejó al real jugado a suerte y verdad. Y el mercado le respondió mejor de lo que a priori era de esperar: la devaluación del viernes llegó “apenas” al 7,7 por ciento, por lo que -sumada a la que se produjo el último miércoles- el mercado se conformó con una desvalorización total del 15,2 por ciento. Pero nada está dicho. Las exigencias que pesan sobre la Administración Cardoso no se limitan al tipo de cambio. Como medida de fondo, los corredores quisieran asistir a un reordenamiento de la abultada deuda interna brasileña y a que por fin se concrete el anunciado ajuste fiscal. Sin esas dos condiciones será imposible que bajen las tasas de interés y, por lo tanto, que la economía se encamine.

Hasta aquí, lo único que aparece como seguro es que la recesión que ya se vislumbraba en Brasil se agudizará, pero por ahora nadie se arriesga a sacar cálculos preliminares. Antes de la devaluación se preveía que el producto bruto brasileño iba a caer cerca de un cinco por ciento este año, pero esa estimación podría quedarse corta. Con este panorama, las perspectivas para la Argentina son sombrías. A la recesión importada desde Brasil se sumará la pérdida de competitividad que tendrán los productos argentinos en el país vecino.

La suerte que corra Brasil en los próximos días repercutirá sin vueltas en la Argentina. Con el transcurso de los días irá quedando claro hasta qué punto sufrirá la economía real. Los financistas, mientras tanto, tendrán un ojo puesto en San Pablo y el otro en Buenos Aires. Por más que en la city descartan cualquier posibilidad de problemas con la convertibilidad, algunos corredores temen que una corrida contra el peso complique aún más las cosas, sumando incertidumbre a la situación. Que esa instancia ocurra depende en gran medida de si el gobierno brasileño intentará apagar el incendio con agua o con nafta.