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ENCENDIDAS

Por Sandra Russo

Muchísimo antes de que –¿se acuerdan?– McLuhan dijera que el medio es el mensaje, Aristóteles observó que la forma es la sustancia. En este mismo suplemento, en la página 22, el profesor de Estética Edgardo Chiban le dice a Juan Forn que uno de los datos que subraya de esta época es la obsesión por el diseño, la fascinación por los mecanismos. El diseño, que privilegia formas y síntesis, que convierte a la vista en la puerta principal de la casa que somos, ahora se consume en forma de vasos, sillones, camas, revistas, lapiceras, etcétera, y usurpa muchas veces, según Chiban, su lugar al sentido. ¿Serán los años venideros los que presencien el surgimiento de la mujer de diseño?
La respuesta fácil lleva a pensar en las multicirugías posibles y en esa resistencia ahora unisex a ver bello lo viejo. En este sentido, las mujeres de diseño –muchas veces, de mal diseño– deambulan ya entre nosotros con sus labios colagenados y su expresión sorprendida. Pero la época no sólo determina el color rojizo o platinado del pelo, el largo de las uñas, la forma de cruzar o abrir las piernas, la cantidad de medias que se guardan en los cajones o la disposición de hablarle a alguien mirándolo a los ojos. La época diseña resortes mucho más privados, casi desconocidos, pliegues insospechados.
El problema con el diseño aplicado a la gente es que alguien debe ser el diseñador. Lo que se llama “época” sigue siendo un entramado de poderes y discursos esencialmente masculinos, a los que en el siglo que termina se opusieron las reivindicaciones femeninas y feministas, cada una por su carril, el doméstico o el público.
Según los siglos y las latitudes, pies vendados, clítoris mutilados, mejillas arrebatadas, desmayos sorpresivos, posesiones diabólicas, ataques de histeria o pasos inseguros sobre tacos aguja han dado cuenta de diversos diseños femeninos.
Lo cierto es que hay algo en las mujeres –algo que ni siquiera saben las mujeres cómo se llama, dónde se aloja, cuándo despierta– que a lo largo de toda la historia y probablemente en los doce años que vienen más que nunca, se rebeló contra el diseño. Algo húmedo, algo fuerte, algo hondo. Algo absurdo, algo contradictorio, algo desprolijo. Algo que se activa locamente cuando una mujer hace play y toma contacto con su propio deseo, porque es esa boda –la de una mujer con su propio deseo– lo que todos los sucesivos diseños masculinos de mujeres intentaron impedir. En tren de imaginar y augurar algo bueno, supongamos que las que vienen no serán mujeres de diseño, sino mujeres encendidas.