Por Carlos Polimeni Nadie hablaba por teléfonos celulares: sencillamente, no existían. Marcelo Tinelli deambulaba por los canales en busca de futuro, Mario Pergolini aún no daba sus primeros pasos fuera de la radio, y Adrián Suar-Julián Weich eran dos inexpresivos ex Pelito. La gente debía conformarse con los cuatro canales de aire, si veía televisión. Los conductores jóvenes eran Juan Alberto Badía, Fernando Bravo y Leonardo Simmons. Fue un año de buenos long plays: Charly García editó Parte de la religión, Fito Páez Ciudad de pobres corazones, Sumo After chabón, Soda Stereo Ruido blanco, Virus Superficies de placer, y Andrés Calamaro Por mirarte. De afuera, llegaron con retraso hoy imposible Sign O the time, de Prince, y The Joshua Tree, de U2. La industria veía con suma preocupación cómo el cassette iba ganándole terreno al histórico LP. Del compact, ni se hablaba. Se popularizaba el uso del walkman. La calle Lavalle aún estaba llena de cines, aunque en varias salas había olor a pichí de gato. Ahí, aún, transcurrían parte de los grandes estrenos: El último emperador, de Bernardo Bertolucci, Los intocables, de Brian de Palma, y Educando a Arizona, de los hermanos Coen. El nuevo cine argentino era Eliseo Subiela: Hombre mirando al sudeste había llevado a las salas a miles de jóvenes que despreciaban las estéticas de los 70 que predominaban en la producción nacional. Nadie hablaba de inseguridad a la hora de prolongar las trasnoches, y el barrio latino porteño, con Corrientes y Montevideo como eje, seguía inalterable, lleno de tipos que todo lo tenían claro: Lacan, el Che, Alfonsín, Cafiero, Bergman, Foucault, Wenders, Pavese. Mucha gente usaba pantalones nevados y mucha otra, todavía, pulóveres peruanos. Durante ese verano las chicas-tapa de revista habían hecho cola-less. Un arquitecto del Primer Mundo había inventado el estilo posmoderno, sin saber qué sería de su bendita palabra en el Tercero. En 1987, cuando apareció Página/12 y murieron Rita Hayworth, Fred Astaire, Primo Levi, John Huston, Luis Leloir, Gerardo Diego, Andy Warhol, Bob Fosse y Marguerite Yourcenar, acababa de convertirse en inmortal Jorge Luis Borges. Lo habían enterrado con recato suizo, junto a un árbol. He nacido en otra ciudad que también se llamaba Buenos Aires, escribió Borges en La cifra, que dedicó a María Kodama. En aquel Buenos Aires, que me dejó, yo sería un extraño. ¿Puede una época imaginarse la próxima? ¿Serán tan veloces y tecnológicos los próximos doce años? ¿Llegará Internet a dominar el mundo, habrá libros electrónicos y estrenos de cine en simultáneo con la televisión? ¿Sentiremos nostalgias de este fin de siglo en el 2011? ¿Alguien podía imaginar en 1987 que aquel gobernador riojano de gesto a lo Facundo gobernaría la Argentina durante toda la década del 90?
|