Lo
que el filósofo español Fernando Savater imagina a partir del 2000 es,
básicamente, resaca. Imagina, entre otras cosas, ropa sin marca, comida
insípida, obsesión por la salud, monogamias sucesivas, más nuevas espiritualidades
y un regreso a formas de relación humana que seguirán llamándose familias.
Pero el futuro no existe, dice, salvo por lo que se esté dispuesto a
poner en él.
POR
RODRIGO FRESAN
Desde Barcelona
Fernando Savater escucha la propuesta con atención.
Fernando Savater deja escapar un suspiro largo y resignado, como si
se desinflara de a poco pero sin posibilidad de impedirlo. Antes
que nada y pera empezar, diré que no soy una persona muy amiga
de pensar en el futuro, advierte. Siempre he pensado que
el futuro es un engaño, un señuelo para que la gente viva
despreocupándose de su presente y sacrificándolo al porvenir.
Yo soy una persona que, habiendo cumplido ciertos años, me interesa
mucho más dedicarme a los problemas del ahora, a tratar de vivir
el instante. Se le aclara, entonces, que de lo que hay que hablar
es de los próximos doce años. Ah, bueno, eso no
es el futuro... eso es casi pasado mañana, se tranquiliza
un poco, apenas. Y suspira otra vez.
El futuropasado.
Yo creo que existe un momento en la adolescencia donde uno se
cree más eso de que el futuro existe como algo cierto y tangible.
Como ese sitio que verdaderamente merece la pena, el lugar ideal para
vivir. Es la tentación de la proyección pura. Todo queda
adelante, todo está por suceder: los grandes amores, las grandes
obras. Hasta que les alcanza el momento en el que, como ocurre con tantas
otras cosas, uno decide dejar de creer en eso, ríe Savater.
Y recuerda el futuro de utopías de cienciaficción
clásicas leídas cuando creía en eso. Un mundo feliz;
Nosotros; 1984. El futuro proyectado desde objetos antiguos llamados
libros. Pero leídos siempre entendiendo al futuro como un
lugar agobiante; más de imperfecciones abiertas que de perfecciones
cerradas. Ficciones recordadas, ahora, desde un mundo que se ha
vuelto feliz en el sentido más huxleyano del adjetivo y donde
el número 1984 es mucho más que un año que pasa
y no vuelve, es un estado de ánimo que llegó para quedarse:
Un sitio donde la historia está paralizada o se escribe
hacia atrás con un nuevo lenguaje: la guerra es un acto humanitario,
esas cosas. Y, claro, el futuro nunca llega y mañana nunca
se sabe. El futuro como forma de sorpresa poco sorpresiva en su constante
actitud escurridiza. Así, el futuro siempre es igual porque,
claro, no existe desde el aquí y ahora. A finales de los
80 vivimos ese espejismo donde, se suponía, casi todo se
había resuelto. El fin de la historia. Las exigencias características
del siglo XX se habían mandado a mudar: habían caído
las grandes dictaduras en el cono sur y los regímenes absolutistas
en la Unión Soviética y en otros lugares. Una era positiva
y democrática. En fin, eso no ha durado demasiado y está
visto que el hombre es un mago a la hora de reformular los mismos dramas
y taras de siempre. No estamos peor pero tampoco hemos accedido al paraíso.
Y no creo que nada indique que vaya a ocurrir algo diferente. Creer
que el tiempo va a solucionar las cosas es tan abstracto como creer
que el espacio va a solucionar las cosas.
El futuropresente.
El problema de pensar en el futuro es que yo trato de pensar en
términos de personas, de individuos. Ya me costó pensar
en su momento y me cuesta todavía pensar en Mayo
del 68, en cualquier tipo de movida generacional... Así,
no pienso en los jóvenes, en qué será de ellos.
Pienso en un joven y en un futuro para ese joven. Ya lo dije: desconfío
de globalizaciones a gran escala y al por mayor. Y trata de sentirse
optimista a pesar de todo. Jules Verne y Herbert George Wells como guías
turísticos y, no hace mucho, la lectura de un libro donde se
recopilaban antiguas utopías imaginadas durante el febril siglo
XVII: Ahí, un inglés hacía minuciosa descripción
de cómo serían los caminos del futuro y postulaba la revolución
técnica de carreteras con una raya en el medio y carruajes circulando
de un lado en un sentido u otro de acuerdo al lado de la raya por el
que se desplazaran. Yendo o viniendo. Resulta curioso imaginar que alguien,
desde el pasado, concibiera ese acontecimiento como motivo de una futura
satisfacción y de un progreso esencial para el hombre más
allá de viajar más cómodos, ¿no?.
El 1º de enero del 2000 como satori o epifanía definitiva
y liminar también le parece a Savater una forma de espejismo.
IIusión óptica y placebo existencial. Lo único
de lo que disfrutaremos entonces será de la resaca de la noche
anterior. El 2000 ya es el presente y, por lo tanto, el pasado. Y los
seres humanos somos seres crédulos capaces de pensar que un almanaque
nuevo y con muchos ceros después de un dos puede llegar a cambiar
en algo el asunto en forma sustancial. Para bien o para mal. La perdición
humana no va a llegar porque al programa de la computadora le cueste
aceptar la idea de un cero adelante. Problemas menores, incomodidades
y acaso alguna liberación mínima. Pero, ya lo dije, la
resaca. Quién sabe si los próximos doce años no
serán más que la resaca de un siglo o de un milenio y
nada más que eso. Yo, personalmente y como corresponde, del paso
del tiempo no espero nada bueno. Si me preguntaran qué espero
de los próximos doce años tendría que responder,
con toda sinceridad y un profundo egoísmo: que pasaran
lo más lento posible.
El futurofuturo.
Ahora, la propuesta es convertir a Fernando Savater en un hombre que,
desde 1999, imagina un camino con una raya en el medio. Lo que vendrá
en el campo y en la ciudad de tantas cosas. Futuros imperfectos, siempre,
con un pie en el presente, y los próximos doce años como
una prolongación de los últimos doce años. Allá
va, allá vamos.
Ropa: Yo creo que la ropa será cada vez más un elemento
de identificación personal. El fin del uniforme social y el adiós
a la ropa como forma de conocimiento del otro, de su status o convicciones.
Está claro que hay un desenfreno por la idea de la marca y el
apreciar cada vez más el nombre de lo que se lleva puesto que
lo que se lleva puesto. Trapos con firma prestigiosa. Y, como ahora,
se intensificará la extravagancia por encima de la elegancia.
La moda como efecto especial, como espectáculo extravagante.
Y, bueno, siempre quedará el refugio de la desnudez y sus atendibles
recompensas sensoriales.
Comida: Curiosamente es uno de los sitios donde van y seguirán,
creo acumulándose los tabúes que van desapareciendo
de otras zonas. La comida siempre ha sido uno de los sitios más
prohibibles y cada vez habrá más miedo a la comida que,
en el fondo y no tanto, no es otra cosa que el miedo al cuerpo. Por
suerte, como latinos que somos, todavía defendemos y disfrutamos
la idea de la gran comilona, de la comida como forma de alegría,
de lo rico. Esperemos que no se pierda aunque yo creo que va a ir desapareciendo
cada vez más. La gente quiere que la comida no tenga ningún
efecto nocivo, que sea una comida positiva. Traslúcida, espiritual,
regeneradora. Insípida.
Familia: Hace unos años se había despedido a la
familia con demasiada prontitud y ahora se ha visto que la familia es
y será imprescindible para la creación de personas no
agresivas y mínimamente reconciliadas consigo mismas y con los
demás. Claro, no será la familia tradicional pero volverá
cierto control a partir de una identificación afectiva a partir
del parentesco. Sería bueno tender hacia esa recuperación,
creo. Un buen reparto emotivo.
Pareja: Bueno, pasamos por una fase de gran liberación
sexual, luego vino el miedo del sida... Yo creo que volverá...
Bueno, es inevitable que se vuelva a cierta rotación y al entre
comillas. Monogomias sucesivas. En cuanto al amor, bueno, si todavía
no nos cuesta mucho esfuerzo entender a los sentimientos expresados
por Safo de Lesbos o Anacreonte en sus versos es muy difícil
que vayamos a cambiar en ese sentido.
Salud: La peor enfermedad que hemos ido desarrollando y
nada hace pensar que vaya a aparecer una cura en los próximos
doce años es la enfermedad de la salud. Una teocracia médica:
imposiciones, prohibiciones, prospectos, cruzadas. La salud como obligación
y la intolerancia hacia todo lo que se desvíe de lo saludablemente
aceptable. La pérdida del cuerpo propio y del derecho a lo que
uno quiera hacer con él o meterle dentro.
Religión: La preocupante necesidad de iglesias. Cada vez
más, cada vez mayor. No la reflexión teológica
o filosofal. Dedicarse al dogma, a la jerarquía, a la persecución.
La proliferación de sectas como lugar alternativo y el retorno
de la Iglesia como presencia de peso en la vida cotidiana. Fundamentalismo.
Y el contagio de Islam a Occidente. La idea de guerras santas,
de integrismo cristiano. Un horror.
Drogas: Las prohibidas son las que resultan el mejor negocio.
Siempre fue así y siempre seguirá siéndolo. Pero,
sí, el incremento de la pulsión adictiva. La necesidad
de sentirse adicto a lo que sea. Internet o juegos de azar o modas.
Da lo mismo.
Informática: Cada vez más, claro. Y está
visto que cambiará el consumo y distribución de cultura,
de libros, de discos... Y en doce años estará en el poder
y en posición de tomar las decisiones importantes una generación,
la primera, educada con computadoras, así que... Los que sepan
el nuevo idioma pasarán a la siguiente pantalla y si no...
Mundo: Para bien o para mal, América está consolidada
pero Europa no. Ahí está la guerra de Yugoslavia como
prueba. El engaño y la deuda permanente de Europa y su dependencia
norteamericana. La primera mitad del siglo que viene estará marcada
por eso. Oriente siempre es Oriente: veremos los resultados de las transformaciones
de Rusia y China. Promesas y amenazas y misterio oriental. Como siempre.
Probablemente se tenderá a una cierta universalización,
pero si bien hoy Italia y España están sometidas a Estados
Unidos, Italia y España siguen siendo dos países diferentes.
Argentina: Difícil pensar en concreto qué es lo
que puede llegar a ocurrir. Si se me permite o se me obliga al lugar
irresponsable de Verne, bueno, él sí que tenía
ganas e imaginación a la hora del futuro, incluso de un futuro
argentino... Argentina es uno de esos países que a partir
de su geografía, sus recursos naturales, su potencial y la preparación
de su gente uno no puede comprender cómo no está
mejor. A mí siempre me dio la impresión de un país
que hace un constante y gran esfuerzo para no estar mejor y que está
siempre luchando consigo mismo. Pero soy optimista. A mí me parece
que poco a poco se irá planteando una regeneración política
en países como México o Argentina. Desaparecerán
los grandes tótems: el Pri o el peronismo irán desapareciendo
o mutando, finalmente, hacia una idea de política para el futuro
y no una política para el pasado.
(Continuará...) El futuro ese futuro del que hablábamos
al principio ya forma parte del pasado. Teoría de la relatividad
y la curva de las cosas. Ya fue y, para Savater, la felicidad de volver
al presente donde el hijo es una referencia concluyente: De escribir
algo sobre todo esto para él serían páginas donde
le advertiría acerca de los peligros de obsesionarse con el futuro,
con los horóscopos, con pasarse la vida consultando las entrañas
de las aves para ver qué es lo que nos traerán los tiempos.
Los tiempos no traen nada, los próximos doce años no traerán
más que lo que nosotros pongamos en ellos y, no, nunca escribiría
un libro que se titulara Futuro para Amador.