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Milenio

Por Pablo Capanna

A medida que se acerca el fin del siglo, se incrementa el consumo de tinta, palabras, pulsos y bits destinados a celebrarlo. Un derroche que, sin duda, recién empieza. Sobre todo, porque no parece estar claro cuándo termina el segundo milenio y cuándo empieza el tercero.

Según la Enciclopedia Británica, el Observatorio Naval de los Estados Unidos y el Real Observatorio de Greenwich, el tercer milenio comienza el 1O de enero del año 2001. Sin embargo, las agencias se ven obligadas a convocar autoridades científicas como Stephen Jay Gould o Arthur C. Clarke para aclarar algo que cualquier maestro debería estar en condiciones de explicar.

Así como el año comienza el 1O de enero y termina el 31 de diciembre, el siglo comenzó en enero de 1901 y termina a fines del 2000. De no ser así, no sumaría cien años.

Esto no impide que se estén preparando costosos festejos para el 31 de diciembre de 1999 y tours aéreos para celebrar el Año Nuevo unos minutos antes que todos los demás. Hasta el inefable Prince ha escrito una canción un tanto apocalíptica para la ocasión, apostando a que pasará a la historia como la canción del milenario.

Doble celebración

Es probable que gracias a esta confusión, que ha terminado por tornar polémica una cuestión de hecho, el comienzo del milenio terminará por celebrarse dos veces, en el 2000 y en el 2001. En esto los rusos han sido pioneros: desde que se han globalizado, celebran dos veces la Navidad y el Año Nuevo, una por el calendario juliano y otra por el gregoriano.

La cuestión del fin de siglo ha otorgado súbita notoriedad a un personaje olvidado, el monje escita (hoy sería ruso o ucraniano) Dionisio el Exiguo. Aunque su apelativo no lo predisponía precisamente para la fama, ahora resulta que el Exiguo fue quien tuvo la culpa de todo. Allá por el siglo VI, Dionisio estableció el calendario cristiano. Siglos más tarde, el Venerable Beda le añadió las palabras “a de J.C.” y esa cuenta regresiva que hace que los antiguos parezcan haber muerto antes de nacer.

Dionisio

Dionisio no sólo se equivocó en varios años al calcular el del nacimiento de Cristo según el calendario romano. También optó por hacer coincidir el 25 de diciembre con el solsticio de invierno, para neutralizar una festividad pagana, e hizo comenzar el año uno ocho días después, con la circuncisión de Jesús.

Esta suma de errores, y un conocimiento histórico más preciso, permiten calcular que el 2000O natalicio de Cristo ya se habría cumplido en 1996 o 1997.

Pero el principal aporte de Dionisio al embrollo fue arrancar con el año uno, fechando implícitamente la Natividad a fines del cero. Ocurre que el pobre Dionisio no conocía el cero. Elsiglo VI no era precisamente una época ilustrada y el cero recién habría de ingresar a la matemática occidental siglos más tarde, cuando Antonello da Pisa tradujo los textos científicos árabes, que nos dieron el cero, los numerales hindúes y el álgebra. De manera que, puesto que nunca hubo un año cero, habrá que resignarse a esperar el 1-o de enero del 2001 para decir que de manera por lo menos aritmética hemos ingresado al tercer milenio.

¿Está de más recordar que cualquier fecha es buena tanto para los milagros como para las catástrofes? El martes trece puede ser tan inocuo o nefasto como el miércoles catorce, y el día que uno cumple cuarenta o cincuenta años es apenas un poco más viejo, aunque suela darnos la sensación de que una década se nos ha caído encima. Los números redondos tienen una suerte de atractivo mágico, por lo menos desde los pitagóricos. Centenarios y milenarios comparten con los cumpleaños esta fama numerológica.

Por otra parte, la superstición numerológica que pone inusuales expectativas en los años mil, dos mil o tres mil, es de origen específicamente cristiano. En el mundo hay unos cuarenta calendarios distintos, en los cuales el 2000 no tiene ningún valor especial: los judíos ortodoxos ya tuvieron su año 2000 en tiempos de Abraham, a los musulmanes les faltan varios siglos para alcanzarlo y los chinos entrarán en el Año del Dragón 4698.

Señales ominosas

De hecho, no va a ser lo mismo comenzar una carta escribiendo “2000” en lugar de “1999”, aunque los diseñadores de computadoras no parecen haberlo previsto. Sin duda, más espectacular habrá sido pasar del “CMXCIX” al “M”, aunque en esos tiempos no había demasiada gente que escribiera cartas, no existían los diarios y escaseaban los calendarios.

Unos años antes y después del año mil hubo en Europa una proliferación de profecías, que anunciaban la inminente llegada del Día de la Ira.

Los primeros cristianos creían que el fin del mundo estaba próximo, y la literatura apocalíptica había sido un género judío antes de que lo adoptaran los cristianos. Escribiendo en los aciagos tiempos de Nerón, el autor del Apocalipsis anunciaba la destrucción y la regeneración del cosmos. Luego de la resurrección de los muertos y el Juicio, el Cordero reinaría durante mil años. Era una cifra simbólica, como la mayoría de los números bíblicos, pero al aproximarse el año mil, muchos creyeron que esa sería la fecha de la segunda venida de Cristo.

Como los signos apocalípticos (guerras, invasiones, epidemias, meteoros) nunca faltaron, también los hubo al aproximarse el 1000. En el 993 entró en erupción el Vesubio y se incendió la iglesia de San Pedro en Roma. En el 999 murió el Papa y hubo una terrible hambruna que duró cinco años, seguida de una feroz epidemia. Jerusalén se llenó de peregrinos europeos que abandonaban todo para esperar la Segunda Venida. El 24 de marzo del 1000, la fecha que había profetizado un monje llamado Druthmar, los templos se llenaron de fieles que, tras donar todos sus bienes a la Iglesia, aguardaban el fin. Como remate, en 1066 hizo su aparición el cometa Halley, que volvió a avivar los temores.

Sin embargo el mil pasó. Las cosas siguieron más o menos tan mal como siempre, y en los siglos siguientes hubo signos todavía más alarmantes.

En pos del Milenio

Muchos entienden que estas conmociones del año 1000 son aquello que suele llamarse milenarismo, lo cual tampoco es cierto.

Los movimientos milenaristas (o quiliásticos) como los famosos “flagelantes”, no surgieron en el año 1000, sino entre los siglos XIV y XVI. El milenarismo conmovió a Europa central en tiempos que el Mediterráneo se encaminaba hacia el Renacimiento. Coincidió en el tiempo con los inicios de la Reforma, con la pandemia de la brujería y con la locura inquisitorial.

Los milenarismos fueron movimientos libertarios de los campesinos pobres, tanto apocalípticos como mesiánicos, ya sea que insistieran en la abolición del orden vigente o en el anuncio de una nueva era. Actuaron con violencia y fueron ahogados en sangre.

De algún modo todos ellos tuvieron su origen en la profecía del monje calabrés Joaquín de Fiore, quien en el siglo XII había anunciado que así como Cristo había puesto fin a la era del Padre, ahora concluía la era del Hijo. Pronto -Joaquín no dijo cuándo- se iniciaría la Era del Espíritu.

Los milenaristas pretendían instaurar un nuevo orden igualitario regido por el Espíritu. Sus líderes, que no vacilaban en sacrificarlos, obraban como “una elite de superhombres amorales”. Así los definió Norman Cohn, quien no dejó de recordar que la expresión “Tercer Reich” tuvo ese remoto origen.

Entre ellos estuvieron los flagelantes, los adeptos del Libre Espíritu y los taboritas: los más conocidos fueron los anabaptistas de Thomas Müntzer. Muchos esperaban el inminente fin del mundo, con la llegada del Salvador Ungido (el mesías del Espíritu) para mediados del siglo XV.

Otros recordaban que antes del fin debía producirse la aparición del anticristo. Los astrólogos hacían de las suyas: los católicos identificaban el anticristo con Lutero, los luteranos acusaban a Müntzer, y Paracelso aseguraba que era el Papa.

Pero ningún profeta ni astrólogo predijo que algo grande ocurriría en 1492, cuando Colón dio por terminada una era y abrió a Europa el acceso a un nuevo mundo.

El siglo de la ciencia

La conjunción de todos los planetas en Piscis (1524) había engendrado muchas predicciones. Una nueva visita del cometa Halley inspiró las profecías de Paracelso. El teólogo Osiander, quien se haría famoso por su tibio prólogo al libro de Copérnico, también escribió sus Conjeturas sobre el fin del mundo (1544), que fueron tan profusamente traducidas como leídas.

El siglo XVII, que produjo la Revolución Científica, tampoco escaseó en profecías. Pero el espíritu de los nuevos profetas era menos apocalíptico que mesiánico. Todos aguardaban el inminente Juicio, pero lo veían como el prólogo de una nueva era de plenitud.

Entre 1614 y 1615 aparecieron los manifiestos de los Rosacruces, la Fama y la Confessio. La sociedad secreta, con la cual simpatizaban muchos hombres de ciencia, proponía una “nueva” ciencia (¡la alquimia!) para una nueva era. Los Rosacruces anunciaban que “el mundo, grávido de grandes transformaciones, sentía los dolores del parto” y que pronto “el gran libro de la naturaleza sería abierto a todos los hombres”. El signo visible del cambio era la nova de 1604, aquella que despertó la atención de Tycho y Kepler.

Aun después que Halley hubo demistificado los cometas, no se dejó de verlos como signos aciagos o jubilosos, y repetidas veces se anunció que estaba próximo el “annus mirabilis”, el Año Admirable. La Royal Society recibió muchos trabajos vinculados con los cometas, que anunciaban la proximidad del Juicio. En este juego intervinieron muchas figuras prestigiosas, incluido Newton, quien se abstuvo prudentemente de fijar fechas.

Puesto que nunca hubo un año cero, habrá que resignarse a esperar el 1-o de enero del 2001 para decir que de manera por lo menos aritmética hemos ingresado al tercer milenio.

El siglo del Progreso

Para el siglo XIX, el nacimiento del anticristo ya había sido anunciado un centenar de veces; y eso que todavía no existía Hollywood. Pero jamás se volvió a producir un pánico como el del año mil. El profeta norteamericano William Miller, basándose en cálculos bíblicos, anunció el fin del mundo para el 21 de marzo de 1843. Logró arrastrar a un millón de fieles, que terminaron de convencerse por la aparición de un cometa.

Pasada sin gloria la fecha fatídica, Miller postergó el fin para 1844, y murió de un infarto ante el segundo fracaso. Sus fieles dispersos se reagruparon y de ellos nacieron dos prósperas iglesias de hoy: los adventistas y los Testigos de Jehová.

Sin embargo, el espíritu del siglo XIX era tan optimista como el del Barroco, y lo que predominó fueron las promesas de un futuro venturoso; el triunfo de la ciencia y la tecnología que traería aparejado el progreso social.

Julio Verne y Perón

Se escribieron centenares de obras que anticipaban el año 2000. La más famosa fue Mirando atrás: si llega el socialismo (1888) de Edward Bellamy, quien ya había escrito La mujer en el año 2000 (1891) y La Navidad del año 2000 (1895). Julio Verne y Rudyard Kipling no le fueron en zaga, y tras de ellos huestes de escritores menores.

El siglo XVII, que produjo la Revolución Científica, tampoco escaseó en profecías. Todos aguardaban el inminente Juicio, pero lo veían como el prólogo de una nueva era de plenitud.

Estos utopistas, ahora tentados por la ficción científica, contribuyeron a cargar el Milenio con desmedidas expectativas de bienestar y prosperidad. “El año 2000” se incorporó al imaginario popular como sinónimo de utopía, y todos tratamos de imaginarlo alguna vez. En 1950 hasta Perón mandó a enterrar en la Plaza de Mayo una cápsula del tiempo conteniendo un mensaje para ser leído en el 2000. Si aún está allí, será un interesante documento para revivir el imaginario de hace apenas medio siglo.

Pero tampoco han faltado los ramalazos apocalípticos en el siglo que termina. En 1910, una nueva visita del cometa Halley sembró el pánico: se temía que los gases de su cola (llenos de ácido cianhídrico, o prúsico, como entonces se decía) envenenaran la atmósfera.

Energía nuclear y computadoras

Tras liberar la energía nuclear, fueron los científicos quienes comenzaron a ponerse agoreros, desde Einstein y Oppenheimer hasta Sagan, quien popularizó la imagen del “invierno nuclear”.

El peligro de la guerra atómica fue archivado con la caída de la URSS, aunque no hay demasiados motivos para creer que haya desaparecido. Los nuevos escenarios pesimistas para el milenio son de otro tipo: una megacrisis de la economía globalizada o un eventual colapso de la red tecnológica que la sostiene. La crisis de las computadoras, incapaces de escribir 2000 después de 1999, ha sido exagerada por algunos como un signo milenarista, y ya se la conoce con el nombre críptico de “Y2K”: Year (año) 2 K (kilo, mil).

Sectas suicidas

Las sectas suicidas, que ya han cobrado muchas vidas, seguramente acentuarán su histeria alrededor del 2000. Israel acaba de deportar a un grupo de fanáticos norteamericanos que, siguiendo el error de Dionisio, querían provocar el caos para el 2000. Pero no hace tanto, el 6 de junio de 1966 (el sexto día del sexto mes del último año del siglo terminado en seis = 666) hubo pánico en Colombia por la temida llegada del anticristo. No faltan los que aprovechan para hacer negocios. La empresa Heritage West 2000 se presenta como solución para el miedo apocalíptico (“crisis de las computadoras, recesión y/o depresión, anarquía”) vendiendo parcelas al noroeste de Phoenix. Allí piensa fundar aldeas autosuficientes, provistas de energía solar o eólica y cultivos “naturales”, para revivir el Sueño Americano con un estilo Ingalls + hightech. Como clientes, prefiere a ingenieros, programadores de computadoras, empresarios y profesionales: ellos pueden ser más aptos para sobrevivir.

La Era de Acuario

El más popular (y a la vez el más light) de los movimientos mesiánicos de nuestro tiempo es la New Age. Reciclaje del hippismo, condimentado con física cuántica, psicología transpersonal y astrología, hace veinte años que la New Age viene anunciando una Nueva Era mesiánica.

La Era de Acuario es un viejo tema del esoterismo y de la astrología, regularmente anunciada por los teósofos a lo largo de todo el siglo. Su base científica se encuentra en el fenómeno de la precesión de los equinoccios.

Puesto que la Tierra y la Luna se atraen mutuamente, el eje terrestre se va desplazando y describe un círculo completo cada 26.000 años. A causa de este movimiento, la posición aparente de las constelaciones que forman el Zodíaco se va corriendo un grado cada setenta años.

Según los esoteristas, cada vez que cambia el primer punto de Aries, es decir cada vez que el Sol aparece inscripto en una nueva constelación (cada 2160 años) se inicia una nueva era y nace una nueva religión.

De tal modo, 4320 años antes de Cristo el Sol entró en Tauro, y hubo divinidades taurinas. Cuando entró en Aries, 2160 a J.C., se acostumbraba sacrificar carneros. En el año uno, cuando el Sol entraba en Piscis, surgió el cristianismo y se inició una era de conflictos y violencia.

Por fin, alrededor del año 2160, el Sol entrará en Acuario, signo de armonía y humanismo, y aparecerá un nuevo avatar de la divinidad (Maitreya, un mesías budista) después de un breve apocalipsis. Aun los menos esotéricos opinan que será nada menos que un salto evolutivo para la especie.

Puesto que Marilyn Ferguson, la principal vocera del movimiento, viene haciendo este anuncio desde 1980, podríamos decir que se apresuró, ya que para Acuario faltarían casi doscientos años.

Por otra parte, si repasamos sus profecías de corto y mediano plazo, encontraremos algo bastante más gracioso. Por ejemplo, éste era el perfil que iba a tener el presidente de los Estados Unidos en los años 90 (es decir, Bush o Clinton). Sería “un presidente con una plataforma consagrada a una reestructuración radical. [Su política] reflejaría un nuevo sistema de creencias, con un mayor respeto por la naturaleza, por los demás, por la artesanía, y por el éxito medido en términos de amistad y de empatía, y no de dinero o status”. (La Era de Acuario, pág. 262.) Como vemos, no se hablaba nada de la globalización de los mercados, de la exclusión, ni de nuevas revoluciones tecnológicas: menos aún, de Monica Lewinsky o Saddam.

Las profecías mesiánicas han resultado tan poco confiables como las apocalípticas, de manera que podemos dormir tranquilos. El año 2000 (o el 2001) nos encontrará más o menos como estamos.