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El camino de los elegidos

Genios

Por Pablo Capanna

Si es cierto que existen palabras maltratadas, muy pocas habrán sufrido tantos abusos como “genio” y “genial”. En nuestra cultura, que presume de escéptica pero no vacila en adorar a “ídolos” y “diosas”, basta apenas con hacer las cosas bien para aspirar al título de “genio”. “Genial” pueden ser hoy una cita, una pizza o un negocio. Si existen los verdaderos genios, parecen haber quedado relegados a los tests de inteligencia.

Nuestra palabra “genio” tiene su origen en una coincidencia. Los romanos llamaban Genius a ciertas divinidades locales: genius loci era el “espíritu del lugar”, eso que hoy llamamos ecosistema. Los árabes también tenían sus demonios, los traviesos y molestos djinns que se escondían en la lámpara de Aladino o en la botella de Simbad. Nuestro “genio” viene de genius y djinn, pero con un ingrediente moderno: el racionalismo.

Recién en el siglo XVII se comenzó a llamar “genios” a los individuos capaces de realizaciones artísticas o intelectuales inalcanzables para la gran mayoría. Los primeros en beneficiarse con ese título fueron los grandes pintores y escultores del Renacimiento, que por primera vez firmaban sus trabajos y eran objeto de honores públicos. Con ellos nacía el individualismo romántico y el culto moderno de los héroes. Pero había que llegar a Newton para que la genialidad intelectual fuera exaltada casi al nivel de la divinidad.

Newton

En pocas décadas del siglo XVIII, la figura de Newton llegó a alcanzar un prestigio del que jamás había gozado un hombre de ciencia, salvo Aristóteles. Figuras como Copérnico, Galileo, Kepler o Descartes, sin cuya obra Newton no hubiera podido ir muy lejos, sólo merecieron el honor de ser sus precursores. Newton era la Ciencia.

Es que la gran síntesis de Newton destronaba definitivamente a los antiguos y parecía explicarlo todo con un puñado de principios y una sola fuerza universal. Newton sabía leer en el gran libro de la naturaleza, ese que estaba escrito en lenguaje matemático, y develaba los secretos del universo. Su autoridad intelectual empequeñecía a la religión y la filosofía.

La “filosofía newtoniana” tuvo una inédita difusión. En una época en que los libros se editaban por suscripción y sólo llegaban a una elite, la divulgación de Newton produjo verdaderos best sellers, frecuentementetraducidos y reeditados. Así vieron la luz una Sencilla y Familiar Introducción a Newton (Martin, 1751) y una exposición simplificada para aquellos que no saben matemática (Ferguson, 1756). Hubo un Newtonismo para las damas, del conde Algorotti (1738) y hasta un Sistema de Newton, el mejor modelo de gobierno, de Desaguliers (1728).

Una pieza decisiva en la construcción del mito Newton fue Voltaire, quien durante su exilio en Inglaterra conoció a la sobrina del físico e hizo suya la leyenda de la manzana. Sólo un genio, un hombre superior, podía haber inferido en un relámpago de intuición que la misma fuerza que hacía caer las cosas era la que movía a los astros. Por obra de Voltaire y de Kant, conocer la “filosofía de Newton” pasó pronto a ser un requisito para ser reconocido como culto.

La deificación de Newton como genio alcanzó su culminación en el Ensayo sobre el Hombre de Pope, uno de los libros más leídos de ese siglo. Allí, Pope desplegaba la Gran Cadena del Ser, una escala jerárquica que iba desde Dios hasta los microbios. El hombre ocupaba el centro, y por primera vez aparecían ciertas inteligencias extraterrestres por encima de él. Entre esos seres y el hombre estaba el Genio. Decía Pope: “Cuando hace poco los seres superiores vieron/ a un hombre mortal desenredando toda la ley de la Naturaleza / admiraron tal sabiduría en una forma terrestre / y exhibieron a NEWTON”.

Newton se había convertido en El Genio, alguien capaz de elevarse sobre los hombres tanto como éstos se elevan sobre los animales. De ahí en adelante, el mito creció hasta penetrar en la cultura popular. Un siglo más tarde, un médium espiritista norteamericano llamado Andrew Jackson Davis cayó en trance y relató que había sido llevado a la cumbre de una montaña. Allí se le había aparecido Newton, como un nuevo Moisés portador de las tablas de la ley natural.

En el siglo que termina, Einstein fue promovido como el nuevo paradigma de genio, heredando parte del prestigio de Newton. Pero como ahora se medía la inteligencia y se entendía mejor el sistema nervioso, se pensó en buscar el secreto de la genialidad en su cerebro. Medido, pesado, diseccionado, analizado con todos los recursos disponibles, el cerebro de Einstein no reveló sus secretos.

Es probable que lo mismo hubiera ocurrido con el de Newton, de haberse pretendido estudiarlo con el mismo enfoque mecanicista. Tampoco llegaríamos a entender al software si desconectamos la computadora y examinamos sus entrañas, para saber qué hace con los datos que le damos, pero ignorando los programas. Quizás, la genialidad dependa más de cómo se usa el cerebro que de alguna peculiaridad fisiológica.

Genios e idiotas

El enigma del genio es una de las fronteras de la psicología y quizás la última palabra la tengan la genética y las neurociencias. Pero no menos misterioso que el genio es el idiot savant, el individuo de escasa inteligencia (a menudo deficiente mental) que es capaz de “visualizar” intuitivamente los resultados de complejísimos cálculos. A principios de siglo, al completar su estudio de los genios británicos, Havelock Ellis observó que ciertas dificultades motrices, la torpeza física y los problemas con el habla eran características comunes a genios e idiotas. Basta recordar al niño Newton, obligado a usar una prótesis para sostener su cabeza.

A menudo, la precocidad también es considerada un indicio de genio: Pascal, Gauss, Durero, Bentham, Franck y Albéniz fueron niños prodigio. El caso más citado es Mozart, que daba conciertos a los cinco años, y siguió siendo un genio musical durante toda su vida. Pero Pierino Gamba, quedirigía una sinfónica a los once, continuó su carrera apenas como un buen profesional y nunca volvió a destacarse.

A veces, para consuelo de padres y alumnos torpes, se dice que todos los genios fueron malos alumnos, y se menciona la leyenda según la cual Einstein fue reprobado en matemática. Es cierto que Einstein no logró aprobar el ingreso al Politécnico en 1895, pero el fracaso se debió a sus dificultades con el latín y el griego y al hecho de no tener la edad mínima. De todos modos, ingresó al año siguiente. También Newton y Santo Tomás de Aquino tuvieron dificultades de aprendizaje en los primeros años, y hubieran hecho mal papel frente a un niño prodigio, pero su destino fue otro. La torpeza o el talento precoces no parecen pistas que valga la pena seguir. Menos aún, el tener un carácter “distraído”.

Talento y transpiración

Todos conocen la frase de Edison: “El genio es 1% de inspiración y un 99% de transpiración”. Es la frase que gustan citar los empíricos y los pragmáticos, aunque no deja de tener algo de cierto, como reivindicación del trabajo. Un genio perezoso o con demasiada autoestima puede ser estéril, mientras que un mediocre obsesivo puede producir conocimiento válido. Ni hablar de una multitud de mediocres con un buen plan de trabajo y generosos recursos, que suelen dar resultados más que satisfactorios. Recién cuando se agota el presupuesto se hace imprescindible pensar, como decía Lord Rutherford.

Genios estadísticos

Las técnicas psicométricas están hoy bastante desprestigiadas, y siempre cabe preguntarse quién estaría en condiciones de diseñar un test para genios. Sin embargo, si admitimos que la inteligencia se distribuye conforme a una curva de Gauss, resultará que el genio y el idiota están en los extremos de la campana, con un ligero desequilibrio a favor de los idiotas. Conforme a esto, en cualquier muestra suficientemente grande existiría un 0,13% de genios, lo cual, para una población mundial de 5.400.000.000, daría más de siete millones de genios. De acuerdo a este cálculo, todos los días nacerían 324 genios. La pregunta es: ¿dónde están?

Una investigación realizada hace unos años en Estados Unidos se propuso rastrear el destino de un conjunto de genios potenciales que habían sido detectados en los tests escolares del tipo Stanford-Binet. No se encontraron premios Nobel, pero sí empleados de estaciones de servicios, desocupados y neuróticos.

¿Cuántos genios potenciales habrán perecido en el Holocausto, en Hiroshima, víctimas del napalm, de los misiles de crucero o simplemente del hambre? ¿Qué destino puede esperar un genio potencial que nace en Ruanda, en los Balcanes o La Cava? Si descartamos a los genios ocultos, aquellos que son abortados por las condiciones socioeconómicas, o los que simplemente son capaces de superar los mejores tests, nos quedan los genios de prestigio y los de performance.

Un genio de prestigio sería aquel reconocido por consenso o tradición, como Shakespeare o Leonardo. Sin embargo, el prestigio es ambiguo y depende de factores históricos o culturales. El propio Shakespeare, descubierto por los románticos y hoy convertido por Harold Bloom en el genio de Occidente, era despreciado por Voltaire como “torpe y bárbaro”.

Los genios de performance, en cambio, son aquellos que producen cambios revolucionarios en el conocimiento. Su obra es considerada “genial” a la luz de las consecuencias que produce. Sin embargo, dos casos típicos serían Darwin, quien llegó a formular una gran hipótesis gracias a untrabajo obsesivo que debía poco a la inspiración, o Copérnico, que puso en marcha una revolución sin saberlo. También existen personas como Isaac Asimov, que fue capaz de asombrosas performances procesando datos, pero nunca dio muestras de genialidad.

Sin embargo, todos estos factores no dan cuenta de ciertas mentes privilegiadas que suelen surgir en el campo de la matemática, como Gauss y Riemann o de la música, como Bach o Mozart.

A diferencia de lo que opinaba Edison, el genio no parece “transpirar” demasiado. “Visualiza” las soluciones, aparentemente salteándose los pasos de una complicada deducción. Lo mismo podría decirse del idiot savant, el calculista intuitivo, si entre ambos no mediara una enorme diferencia: la creatividad.

Genios matemáticos

En la Vida de Pascal que escribió su hermana, la señora Périer, se lee que el padre de Blas le había escondido los libros de geometría, para que no descuidara el latín y los estudios clásicos. Pascal, que tenía doce años, tuvo pues que inventarse una terminología propia para las figuras, usando palabras como “redondo” y “barra” para el círculo y la recta. Estableció los axiomas de la geometría euclidiana y se internó en las deducciones. Al ser descubierto por su padre acababa de demostrar que la suma de los ángulos de un triángulo es igual a dos rectos, la proposición 32-a de Euclides. Pascal era un genio deductivo, capaz de reconstruir por sí sólo todo el camino de la geometría griega. Otro genio, Srinivasa Ramanuján (1887-1918) siguió en cambio la vía inductiva.

Ramanuján era un indio de origen pobrísimo que pudo seguir la escuela media gracias a una beca británica. En el liceo llegó a sus manos un libro que contenía seis mil enunciados de teoremas, pero no incluía las demostraciones. Ramanuján logró demostrar cada uno de los teoremas, siguiendo su propio camino, no convencional y a menudo más elegante.

Años después, cuando trabajaba como simple empleado de una empresa naviera, un preceptor local reparó en él y lo puso en contacto con un gran matemático de Cambridge, G. H. Hardy. Ramanuján le envió sus cuadernos a Hardy y el inglés se sorprendió: “Nunca había visto nada parecido. Esas demostraciones sólo podía haberlas hecho una mente matemática de primer nivel”. Gracias a Hardy, se hizo posible que Ramanuján viajara a Gran Bretaña. Allí enseñó durante cinco años en Cambridge y llegó a ser miembro de la Royal Society. Sin embargo, no pudo resistir el trasplante cultural, enfermó y volvió a la India para morir a los 32 años de tuberculosis. Cuando Hardy lo visitaba en el hospital, le preguntó cuál era la patente del taxi que lo había traído hasta allí. Era el 1729. “¡Qué hermoso número! -comentó el indio-. Es el número más pequeño que es el doble de la suma de dos cubos...” Hardy tardó seis meses en demostrarlo, y muchos matemáticos trabajaron durante años sobre algunas de las pistas que había dejado Ramanuján.

Los calculistas

Pascal y Ramanuján fueron recordados como grandes matemáticos, porque unían a una enorme capacidad de cálculo esa dosis de creatividad que parece distinguir al genio.

Sin embargo, existen otras personas que actúan como computadoras vivientes y parecen “jugar” con la lógica y los números sin que tengan mayores pretensiones. Una de estas calculistas intuitivas, Srimathi Shakuntala Devi, nacida en Bangalore en 1931, asombró al mundo durante décadas efectuando cálculosmentales. Parecía tener la capacidad de moverse en el mundo de las relaciones numéricas como Alicia en el País de las Maravillas. En una memorable ocasión se presentó en Texas y actuando bajo controles estrictos supo encontrar en cincuenta segundos la raíz 23 de un número de doscientos dígitos. Sin embargo, fuera de esta asombrosa facultad, Shakuntala sólo ostenta una inteligencia normal.

Pero hay casos en que el supercalculista es un deficiente mental en todos los aspectos prácticos de la vida, o bien es un autista: es el llamado idiot savant.

Algunos tienen memorias fabulosas, como ese oligofrénico norteamericano que era capaz de recordar las patentes de todos los autos que entraban y salían de la playa de estacionamiento que cuidaba. Paul Davies menciona otros dos débiles mentales que eran capaces de competir con una computadora descubriendo números primos. Otro discapacitado mental que presentó la TV británica era capaz de decir en qué día de la semana caía una fecha cualquiera, aun tratándose de otros siglos.

Fuera de su misteriosa aptitud de cálculo, el idiot savant no parece tener otro talento matemático. Lo mismo podría decirse de ciertos sujetos que son narradores natos y navegan con agilidad por el idioma, aunque no tengan nada importante que decir. Más de un écrivain sot (para seguir con el francés) gana premios y prestigio, pero se nos revela como asombrosamente ingenuo y limitado en las entrevistas.

Inventores y descubridores

El genio matemático, y hasta el calculista tonto nos enfrentan con una de las cuestiones más inquietantes de la filosofía de la ciencia, que Einstein expresó con las palabras “lo incomprensible del mundo es que sea comprensible”.

Las matemáticas habitan el mundo de la pura lógica, pero resultan misteriosa y dramáticamente aplicables a la realidad física. Admitiendo que el cosmos tiene una estructura matemática, ¿cómo es posible que un órgano tan limitado como el cerebro humano pueda llegar a desentrañarla?

Suele decirse que, al ser el cerebro un producto de la evolución, su estructura está “sintonizada” precisamente con las leyes fundamentales de ese cosmos que le ha dado origen. La propia supervivencia en la naturaleza habría desarrollado habilidades que acabarían por llevarnos al pensamiento abstracto.

Sin embargo, calcular el ancho de un arroyo antes de saltar o estimar la trayectoria de un tigre que se nos viene encima es una habilidad de un orden distinto a plantear las ecuaciones del movimiento. El pensamiento matemático, tanto como el arte, parece ser un lujo innecesario para la lucha por la vida. Lo paradójico es que es precisamente algo tan “inútil” que ha permitido al hombre controlar la naturaleza.

El matemático Roger Penrose se pregunta si la matemática es invención o descubrimiento, y parece inclinarse por lo segundo. Ante maravillas como el sistema de los números complejos o los conjuntos de Mandelbrot, Penrose pareciera inclinarse a creer que existe un mundo platónico que el matemático explora, más que inventar. Rudy Ducker, también matemático, habla de “Mindscape”, una suerte de ciberespacio ideal ajeno al tiempo y al espacio.

Quizás haya que ver a los genios matemáticos como exploradores de ese mundo ideal, a los atletas mentales como cazadores furtivos y a quienes aplican la matemática como agrimensores. Para quienes no gozamos de esos talentos, la cuestión sigue siendo misteriosa.