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El País
Por Javier Capdevila *
En
su libro El juego de lo posible, el premio Nobel Franéois Jacob
dice: Los biólogos conocen en gran detalle la anatomía
molecular de la mano humana. Al mismo tiempo, desconocen cómo el
organismo elabora las instrucciones para construir esa mano, qué
tipo de lenguaje utiliza para diseñar un dedo. No han pasado
20 años desde que Jacob escribió esa frase, pero los biólogos
conocen ya buena parte del lenguaje genético responsable de diseñar
una mano humana. Y no es muy diferente del que diseña el ala de
un pollo, o la pata de una mosca. Tres trabajos muy recientes han aportado
datos reveladores. El crecimiento y el desarrollo de las extremidades
se controlan mediante unas proteínas denominadas factores de crecimiento,
que son capaces de dar a las células información sobre la
posición en la que se encuentran en el primordio (la región
del embrión que formará la extremidad adulta).
Combinaciones de estos factores controlan el crecimiento de la extremidad
y distinguen el dorso de la palma de la mano, o el dedo meñique
del pulgar. También se han identificado ya docenas de genes humanos
que intervienen en el desarrollo de las extremidades, incluidos genes
que están mutados en varias formas de enanismo. Los biólogos
pueden manipular animales de laboratorio (como el ratón o el pollo)
para cambiar características específicas de las extremidades.
Por ejemplo, se pueden obtener pollos con tres alas en vez de dos, o ratones
con diez dedos en vez de cinco.
Brazo por ala
También sabemos que, hablando en términos moleculares, un
brazo humano es equivalente al ala de las aves o incluso al ala de las
moscas: todas las extremidades se construyen siguiendo instrucciones genéticas
similares en todos los organismos. Las extremidades son las estructuras
corporales de cuyo desarrollo embrionario se conocen más detalles
moleculares. A pesar de estos avances, un misterio acerca del desarrollo
de las extremidades ha permanecido sin resolver hasta ahora: ¿qué
hace que un brazo sea tan distinto de una pierna? No es, ni mucho menos,
un problema trivial o carente de interés. Por ejemplo, el hecho
de que las extremidades inferiores humanas sufrieran una serie de cambios
morfológicos que las adaptaron a la postura bípeda fue un
factor determinante en nuestro proceso evolutivo. Cambios en las extremidades
inferiores y en otras estructuras corporales permitieron a nuestros antepasados
homínidos andar erectos, lo que facilitó un cambio radical
en su estilo de vida y posibilitó la ocupación de nuevos
nichos ecológicos. En general, los animales necesitan desarrollar
distintos tipos de extremidades, adaptadas a distintas funciones como
la locomoción, reproducción, alimentación, etc. En
el embrión, los primordios de brazos y piernas son muy parecidos.
Ambos aparecen como minúsculos saquitos de células que sobresalen
del flanco del embrión (hacia las dos semanas de gestación,
en el caso del embrión humano).
Genes activo e inactivos
Si las extremidades se construyen siguiendo un programa escrito en los
genes, ¿son los genes activos en los brazos distintos de los de
las piernas? La respuesta es afirmativa, de acuerdo con las investigaciones
del grupo dirigido por el español Juan Carlos Izpisúa Belmonte,
en el Instituto Salk de Estudios Biológicos en La Jolla (California).
Su laboratorio ha identificado unpequeño número de genes
que, en vertebrados, están activos o bien en el primordio del brazo
o bien en el de la pierna, pero no en ambos. Un gen llamado Tbx5 se activa
solamente en los primordios de la extremidad superior (brazo en humanos,
ala en aves, pata delantera en ratones), pero no en los de la inferior.
Los genes Tbx4 y Pitx1, en cambio, se activan sólo en los primordios
de la inferior (pierna en humanos, pata trasera en otros animales). ¿Podrían
ser estos genes los encargados de distinguir entre brazos y piernas durante
el desarrollo embrionario? La respuesta parece ser nuevamente que sí.
En un grupo de experimentos presentados en la revista Genes & Development,
Izpisúa Belmonte, en colaboración con Michael Rosenfeld,
de la Universidad de California en San Diego, ha demostrado que el gen
Pitx1 es el que distingue la pierna del brazo. Ratones manipulados genéticamente
para que carezcan del gen Pitx1 tienen las patas traseras muy parecidas
a las delanteras.
En correspondencia, si los investigadores fuerzan la actividad del gen
Pitx1 en la extremidad anterior (donde normalmente está apagado),
ahora la extremidad anterior se transforma parcialmente en posterior.
Este último experimento se realizó en embriones de pollo,
en los que se detectó una transformación parcial de alas
en patas. Los resultados demuestran que la actividad de Pitx1 está,
de algún modo, instruyendo a la extremidad para desarrollarse como
extremidad inferior (pata en el caso del pollo, o pierna en el caso del
ser humano). Resultados similares fueron presentados en la revista Science
por Malcolm Logan y Cliff Tabin, de la Facultad de Medicina de Harvard.
Un segundo grupo de resultados, publicados en el último número
de la revista Nature, demuestra que los genes Tbx5 (específico
del brazo) y Tbx4 (específico de la pierna) están también
implicados en este proceso de distinguir brazos de piernas. Izpisúa
Belmonte y su equipo han confirmado que los dos genes son imprescindibles
para que las extremidades se desarrollen con la identidad correcta (brazo
o pierna, ala o pata).
Ratones sin pies ni cabeza
Varios laboratorios están intentando crear ratones que carezcan
por completo de los genes Tbx4 o Tbx5 para estudiar las consecuencias
que se derivan de la falta total de uno u otro gen (de manera similar
a lo que se hizo con Pitx1). También se está intentando
descubrir nuevos genes que se activen sólo en el primordio del
brazo o de la pierna, ya que con toda seguridad la decisión genética
de producir un brazo o una pierna requiere la participación de
otros muchos genes, además de los tres ya definidos. La genética
del desarrollo de las extremidades está contribuyendo a develar
el mecanismo de un proceso biológico fundamental, pero tiene también
aplicaciones prácticas importantes. Por ejemplo, los genes estudiados
en pollo y en ratón existen también en humanos, y se ha
comprobado que un tipo de malformación congénita que da
lugar a defectos en las extremidades superiores (y también en el
corazón) está causada por alteraciones en el gen humano
Tbx5. Este conocimiento posibilitará llevar a cabo un diagnóstico
prenatal para detectar la mutación durante la gestación,
procedimiento que ya se realiza de forma rutinaria en un número
pequeño de enfermedades con una causa genética conocida.
Estudios contra el cáncer
A más largo plazo, el conocimiento de los mecanismos de acción
molecular de estos genes (y de otros implicados en enfermedades humanas)
podrá permitirnos el diseño de estrategias que corrijan
algunos defectos hereditarios. Además, se ha comprobado repetidamente
que la mayor parte de los genes importantes para el desarrollo de las
extremidades están también implicados en la aparición
y el desarrollo de distintos tipos de cáncer en humanos, lo que
sin duda aumentará mucho el interés de los investigadores
biomédicos por el estudio en profundidad de los genes que controlan
el desarrollo embrionario.
* Javier Capdevila es investigador posdoctoral en el Instituto Salk
de Estudios Biológicos en La Jolla (California).