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A
la búsqueda de nuevas...
Por
Rolando García *
No
estoy muy seguro si el estado emocional me ha de permitir articular estas
palabras con cierta coherencia, porque este acto toca sentimientos muy
profundos y agolpa en mi mente situaciones personales de un período
de mi vida, no muy extenso, pero que fue profundamente vivido. Sin embargo,
lo que viene a mi mente en este momento no son hechos y personas particulares,
lo que viene a mi mente quizás lo podría describir como
un escenario donde actuaron esas personas, donde transcurrieron los hechos;
un escenario que dio contexto y significado a lo que se hizo. En ese escenario
predominaban las figuras jóvenes, un movimiento estudiantil como
no he conocido en otra parte del mundo, graduados jóvenes algunos
de ellos que se fueron a estudiar afuera y volvieron, a pesar de que se
hubieran podido quedar en el exterior y algunos profesores, maduros,
de los que voy a citar a uno solo, como puede ser Rodolfo Bush, que fue
uno de entre muchos de los que armaron el escenario.
Sin ese escenario, nada se podría haber hecho, o muy poco, porque
fue un esfuerzo colectivo, una atmósfera, un lugar de discusión,
fue un foro de comprensión, de análisis, eso es lo que dio
sentido a esa realidad.
Mucho
que hacer y poco tiempo que perder
Lo que nos impulsaba era simplemente el afán de avanzar: teníamos
mucho que hacer y poco tiempo que perder. Pero además de ese afán
de avanzar, hubo otra cosa a la que le dedicamos mucho, que fue la direccionalidad
de ese proceso. La idea era crear esa Facultad de Ciencias de primer nivel
internacional que pudiera contribuir a la Nación. Ese afán
de darle una direccionalidad fue lo que nos trajo los mayores sinsabores.
En aquella época era natural dividir las fuerzas en derecha
e izquierda, hoy no sé qué quiere decir eso
pero entonces sí tenía sentido.
Una gran parte de la Facultad apoyó nuestra dirección pero
tuvimos grandes críticas de un sector del espectro de la derecha
y de otro sector del espectro de la izquierda; los dos nos hicieron bastante
la guerra. Me voy a referir al conflicto con el segundo, que fue el que
más me dolió... aunque después me dolió más
el primero (risas).
Nos pusieron el apodo de cientificistas, cosa que consideré
siempre como una gran injusticia: éramos cientificistas
porque queríamos empujar la Facultad a un alto nivel científico
y hacia ese alto nivel enfocábamos el esfuerzo. En relación
con esto, quiero contarles un recuerdo personal, aunque no soy propenso
a contar anécdotas sobre mí mismo.
La
conexión china
En aquella época hubo un congreso del Consejo Internacional de
Uniones Científicas en Bombay y en esa ocasión se renovaba
la mesa directiva. Fue entonces que me eligieron como vicepresidente.
Imagínense: Vicepresidente del Consejo Internacional de Uniones
Científicas... era uno de esos títulos rimbombantes, que
no quieren decir nada, pero que son muy impresionantes. Y bien, con ese
título bajo el brazo fui con mi esposa a Nueva Delhi y pedí
una audiencia al embajador chino; le dije que pensaba volver a mí
país pasando por Hong Kong y le pregunté si podría
tomar contacto con mis colegas chinos, sobre todo porque allí tenía
dos colegas muy queridos. La respuesta no fue inmediata pero fue positiva
y me dijeron que sería invitado de la Asociación de Trabajadores
Científicos de China. No se alarmen, no voy a contar el viaje ni
voy a pasar diapositivas (risas).
Y bien, cuando fui a la Universidad de Pekín conocí al vicerrector,
que en ese momento estaba a cargo de la universidad. Su nombre me sonaba
conocido y le pregunté si era el autor de un trabajo muy bueno
sobre turbulencia que había leído en una revista inglesa.
Se asombró un poco de que pudiera comentar su trabajo y eso abrió
la relación bastante.
El
libro rojo de Mao
Lo que encontré allí es que el tipo de esfuerzos que realizábamos
aquí para alcanzar el nivel científico era muy similar a
lo que hacían ellos, naturalmente que en la dimensión china,
una cosa completamente distinta; pero íbamos por la misma ruta,
y en un comentario acerca de la prioridad que le daban al nivel científico
me mostraron una cita de un famoso librito, que era el Libro Rojo de Mao
y que, cuando lo vi, con ese poco de megalomanía que tenemos todos,
dije: Mao me ha plagiado y ni siquiera me cita.
Mao dice allí que todo lo que el enemigo sabe, nosotros lo
tenemos que saber, y todo lo que el enemigo no sabe nosotros lo tenemos
que saber. Si trasladamos el nosotros de Mao al nosotros
de ese aquí y ahora, y no hablamos de enemigo sino
de los otros, lo que podíamos pensar era que nuestra
tarea era mucho más dura de lo que pensábamos: teníamos
que saber todas esas cosas, pero para cambiarlas teníamos que pensar,
analizar e imaginar mucho más. Todo esto me dejó tranquilo
y el apodo de cientificista me hirió mucho menos.
La
derecha, más grave
Lo otro, más grave, fue la derecha. Voy a decir con toda franqueza
que la imagen que se da de La noche de los bastones largos es un poco
deformada. Hay que tener en cuenta que al lado de lo que se llamó
proceso fue un episodio policial. Claro que nos rompieron cabezas y costillas,
pero el objetivo no era romper cabezas. Los que instigaron eso eran civiles
y universitarios porque lo que estaba en juego era un programa ideológico:
lo que querían romper no era cabezas, era el escenario que describí
al principio, porque sabían que ese escenario conducía a
un tipo de país totalmente distinto. La lucha fue dura y la perdimos,
naturalmente.
Fin
de siglo complicado
Al rememorar lo que pasó entonces es absolutamente inevitable compararlo
con el ahora, que es sumamente doloroso. Estamos en un período
muy complicado, oscilamos permanentemente en este final de siglo entre
la admiración y el horror, el deslumbramiento y la náusea.
El deslumbramiento por los extraordinarios avances de la ciencia y la
tecnología, el horror y la náusea por los 2000 millones
de desnutridos que hay en el mundo cifras de las Naciones Unidas.
El horror y la náusea porque un puñado de personas llamémosle
personas han amasado capitales superiores a decenas de países
de esos que nosotros llamamos del Tercer Mundo y que después se
llamaron, casi sarcásticamente, en vías de desarrollo. Hay
un puñado de países que se han arrogado el derecho de castigar,
bombardear, matar en cualquier parte del mundo por encima de todos los
organismos internacionales. Desgraciadamente no voy a seguir dando
datos un mundo de frustraciones. Son tiempos para aquellos que no
pensamos la sociedad en términos de variables económicas
sino en términos de personas.
Tiempo
de reflexión
Pero no es un tiempo de bajar los brazos y de abandonar. Siempre ha habido
de estos tiempos en la historia y hay que tomarlos como tiempos de reflexión.
Tenemos que repensar nuestra discusión, y en lo que respecta a
nosotros tenemos que repensar la educación y la universidad. Hoy
la educación básica significa aprender a leer. No El Quijote
sino leer los manuales de los aparatos para poder apretar el botón
que corresponde: ésa es la educación básica del Banco
Mundial. Y en materia de educación superior se trata de poner la
universidad al servicio del sistema productivo y del mercado. A nosotros
nos corresponde pensar en ese mundo la universidad.
Heredamos de la Edad Media dos instituciones: la Iglesia y la universidad.
La Iglesia ha avanzado bastante, se ha transformado mucho, incluso muchísimo
teniendo en cuenta la revolución teológica actual que nos
confunde un poco porque ya no podemos mandar al infierno a nadie porque
nos dicen que no tiene domicilio.
Ellos han repensado mucho, nosotros seguimos con las tradiciones. La universidad
está como está quizás por la tradición que
tiene, y a una facultad como ésta la Facultad de Ciencias
Exactas le corresponde, y en buena medida, repensarla. Lo que hay
que modificar, aunque se hable del fin de la historia y de las ideologías,
es el aparato conceptual con el que se analiza la sociedad.
En la Noche de los Bastones Largos (29 de Julio de 1966), la policía
cercó la zona de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, donde
entró a bastonazo limpio. Rolando García (izquierda) era
decano de la Facultad, en ese entonces.
Nuevas
utopías
Creo que tenemos una responsabilidad muy grande y hoy me preguntaba si
no será que habrá que rehacer ese escenario, la universidad
foro de discusiones, lo que en aquella época nos atrevimos a llamar
la conciencia crítica y política de la sociedad;
no de partido político: la política es lo que tiene que
volver a la universidad, esa universidad con conciencia social que haga
punta en la transformación.
Creo que he hablado demasiado. Tengo que agradecerle al señor decano
y a sus colaboradores por esta invitación y a todos ustedes por
permitirme hablar sin interrupciones y pensar en voz alta, y permitirme
recordar, como incentivo y motor para forjar nuevas utopías.
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Discurso en ocasión del homenaje que le hiciera la Facultad de
Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires.
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