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Cuando
los antibióticos fallan
Por
Raúl A. Alzogaray
A la hora
de frenar las infecciones bacterianas, los antibióticos hacen maravillas.
Pero la felicidad nunca es completa. Aplicados en la forma o el momento
equivocados, ellos mismos favorecen la aparición de bacterias resistentes.
Y a las bacterias, habilidad para difundir la resistencia no les falta.
Pero no todo está perdido. La resistencia a los antibióticos es un fenómeno
reversible y puede ser controlado. Neumonía, meningitis, gonorrea, tuberculosis,
diarrea, disentería. ¿Qué tienen en común estas enfermedades? Todas son
causadas por los más simples de los seres vivos: las bacterias. Durante
medio siglo, el uso de antibióticos ha sido la mejor manera de mantener
a raya a estos microbios. Gracias a los antibióticos, muchas enfermedades
dejaron de ser incurables. El problema es que los mismos antibióticos
pueden favorecer la aparición de bacterias resistentes. En este momento,
la resistencia a los antibióticos se extiende por todo el planeta. Enfermedades
como la tuberculosis están resurgiendo en lugares donde se las consideraba
erradicadas. Pero no es el fin del mundo, ni el regreso a los tiempos
previos a los antibióticos. Los expertos tienen bien claro qué hay que
hacer, y las organizaciones sanitarias del mundo están difundiendo sus
recomendaciones.
Una
droga milagrosa
La noche del 28 de noviembre de 1942, unas mil personas se divertían en
el club Cocoanut Grove, en la ciudad estadounidense de Boston. De repente,
el peor incendio en la historia de la ciudad consumió el lugar. Hubo más
de 450 muertos. De los 200 heridos que sobrevivieron las primeras 24 horas,
los médicos salvaron la vida de unos 150. Era una proporción inusualmente
alta para las víctimas de incendios. Tres terapias novedosas permitieron
alcanzar esa cifra: plasma, sulfadiazina y una droga secreta. La transfusión
de plasma evitó la deshidratación de los pacientes. La sulfadiazina, una
nueva droga sintética, controló las infecciones sanguíneas producidas
por estreptococos. Hasta ese momento, la droga secreta había sido probada
en menos de 100 personas en Estados Unidos. Cuando se enteraron del incendio,
los dirigentes de la empresa que la producía enviaron 32 litros al Hospital
General de Massachusetts. La droga secreta resultó excelente para controlar
las infecciones de la piel asociadas con quemaduras. En poco tiempo dejó
de ser secreta, fue producida a escala industrial y vendida en todo el
mundo. La calificaron de �droga milagrosa�. El científico que la descubrió
la había llamado penicilina.
El moho
bactericida
La penicilina fue descubierta en 1928 por el escocés Alexander Fleming.
Cuenta la leyenda que el descubrimiento se produjo un lunes a la mañana.Fleming
entró a su laboratorio, en Londres, y encontró que durante el fin de semana
las plaquitas donde cultivaba bacterias se habían contaminado con moho.
Le llamó la atención que todas las colonias bacterianas alrededor del
moho estaban muertas. Estudió el asunto y descubrió que el moho fabricaba
una sustancia bactericida. ¿Funcionaría esa sustancia como terapia para
pacientes con enfermedades infecciosas? La respuesta era positiva, pero
pasaron varios años antes que el inglés Howard Florey y el alemán Ernst
Chain lo demostraran experimentalmente. En 1941, convencido de que tenía
algo importante entre manos, Florey viajó a Estados Unidos. Quería interesar
al gobierno en la producción masiva del antibiótico. La nueva droga fue
estudiada en secreto durante varios meses. El incendio del Cocoanut Grove
fue el bautismo de fuego de la penicilina. Finalmente, la ciencia había
descubierto una bala mágica (Ver recuadro: Balas mágicas).
Duras
de matar
¿Cómo zafan las bacterias de los antibióticos? Lo hacen a través de
distintos mecanismos. Se vuelven impermeables a las drogas, poseen enzimas
que las destruyen, o presentan alteraciones en los sitios de acción. En
este último caso, el antibiótico no puede reconocer la molécula que tiene
que atacar, y entonces no puede ejercer su efecto. Estos mecanismos tienen
un origen genético, y entonces se transmiten a través de las generaciones.
¿Cuál es la relación entre el uso de antibióticos y la aparición de bacterias
resistentes? Los genes resistentes aparecen por azar en las poblaciones
bacterianas. Son mutaciones que ocurren, por ejemplo, cuando las bacterias
fabrican su material genético (ADN). No se necesita la presencia de antibióticos
para que aparezcan los genes de resistencia. Al aplicar un antibiótico,
las bacterias susceptibles mueren. Las que poseen genes de resistencia,
en cambio, sobreviven y se reproducen. Si se sigue usando el mismo antibiótico,
cada vez hay menos bacterias susceptibles y más resistentes. El caso extremo
es cuando las bacterias susceptibles desaparecen por completo. Toda la
población es resistente. Y el antibiótico se vuelve inútil.
Tomálo
vos, dámelo a mí
¿Cómo consiguen genes de resistencia las bacterias? Se los pasan unas
a otras de diferentes maneras. La forma más directa es la transmisión
de madres a hijas. Las bacterias se reproducen dividiéndose por la mitad.
Una bacteria madre genera dos hijas; cada hija genera dos nietas; cada
nieta, dos bisnietas. Y cada descendiente lleva una copia de los genes
de su predecesora. Si mamá bacteria tiene un gen de resistencia, la hija
también lo tendrá. Otra forma de pasarse los genes es mediante el sexo
bacteriano. Una bacteria fabrica un tubito que la conecta con otra, y
a través del tubito le manda parte de su ADN. Una tercera forma es agarrando
los genes del entorno. Cuando una bacteria muere, el contenido de la célula,
incluidos los genes, se desparrama por los alrededores. Una bacteria que
ande por ahí puede apoderarse de algunos de esos genes. Una cuarta forma
es a través de ciertos virus que invaden a las bacterias. Más tarde, cuando
las abandonan, se llevan algunos de los genes bacterianos. Y más tarde
aún, cuando invaden otra bacteria, le dejan de regalo los genes de la
otra.
Una consecuencia
previsible
Entrevistado por el New York Times en 1945, Fleming advirtió
que el uso descontrolado de los antibióticos traería problemas de resistencia.
El mismo, en su laboratorio, había aislado bacterias impermeables a la
penicilina. En 1946, el 14 por ciento de las poblaciones bacterianas aisladas
en hospitales ingleses era resistente a la penicilina. En 1950, el porcentaje
se había triplicado. Hasta los años �70 se descubrieron muchos otros antibióticos
y el problema no pasó a mayores. La variedad de drogas disponibles permitía
cambiar de tratamiento cuando una de ellas no funcionaba. Dos señales
de alarma sonaron a mediados de esa década. Entre 1973 y 1974, dos bebés
murieron de meningitis en un hospital de Maryland, Estados Unidos. Les
habían administrado ampicilina, un antibiótico tradicionalmente eficaz
para curar esa enfermedad. El otro suceso ocurrió en Filipinas. Unos soldados
enfermos de gonorrea (infección de transmisión sexual), no pudieron ser
curados con la habitual aplicación de penicilina. Se averiguó que las
prostitutas vietnamitas que los habían contagiado recibían dosis periódicas
de penicilina como medida preventiva. Actualmente, en distintas partes
del planeta, poblaciones de las principales bacterias que producen enfermedades
a los humanos son resistentes a uno o varios antibióticos.
Fuera
de control
�Pronto, el descubrimiento de la penicilina tomó proporciones míticas
-escribió Stuart Levy en el libro The Antibiotic Paradox (1992), en referencia
a los primeros años del uso de los antibióticos�. Era como si Prometeo
hubiera robado el fuego de los dioses. Las aplicaciones de estas drogas
maravillosas parecían ilimitadas. En efecto, la gente empezó a asumir
que podían curar cualquier enfermedad. Incluso en la literatura médica
de aquella época se podía leer que la penicilina tenía efectos sobre cánceres
e infecciones virales, enfermedades y condiciones sobre las cuales hoy
sabemos que la penicilina no produce efectos.� Según Levy, que es el presidente
de la Alianza Para el Uso Prudente de los Antibióticos, este mito alrededor
de los antibióticos continúa en nuestros días. La gente tiene una fe ciega
en ellos. Entonces se automedica ante el menor asomo de fiebre y dolores
que no siempre son de origen bacteriano. Esta actitud se manifiesta principalmente
en los países donde los antibióticos son de venta libre. Donde no lo son,
hay gente que exige a los médicos que se los recete. Y algunos médicos
lo hacen.
Juguetes
asépticos
El uso de antibióticos no se limita a los seres humanos. También se usan
para tratar enfermedades de cultivos y plantas en general, peces, abejas,
animales de granja, ganado y mascotas. Además, los antibióticos específicos
no son las únicas sustancias que seleccionan bacterias resistentes. También
pueden hacerlo otros microbicidas más generales, presentes en la composición
de jabones, lociones y detergentes de uso doméstico. Algunas de estas
sustancias son mezcladas con el plástico que se usa para la fabricación
de juguetes. Este baño microbicida permanente, a nivel planetario, elimina
las bacterias susceptibles, sean benignas o malignas. Porque también existen
bacterias benéficas, por ejemplo la flora intestinal de los mamíferos.
Los antibióticos las matan. Y el exceso de antibióticos las mata en exceso.
Al desaparecer las bacterias benéficas, queda vacante un nicho ecológico
que puede ser ocupado por bacterias resistentes, no necesariamente benéficas.
¡¡¡Que
no panda el cúnico!!!
El problema de la resistencia a antibióticos está entre nosotros y
es grave. Pero puede manejarse. Las recomendaciones de los expertos están
siendo difundidas en forma individual, como hace el Dr. Levy a través
de cuanto medio se le cruza en el camino, o a través de instituciones
como la Organización Mundial de la Salud. Los antibióticos deben ser usados
solamente cuando son necesarios, en las dosis indicadas y durante el tiempo
indicado. Quienes los prescriben y quienes los usan deben recibir una
adecuada educación al respecto. Hay que usar terapias alternativas cada
vez que se pueda. Es necesario un monitoreo permanente, para identificar
los focos de resistencia y contrarrestarlos. El mejoramiento de las condiciones
sanitarias es una buena medida de prevención. Finalmente, deben buscarse
nuevas drogas para reemplazar a las actuales cuando dejen de ser efectivas.
La experiencia indica que de la recomendación al hecho suele haber un
buen trecho. Lo que hace falta aquí es la colaboración simultánea de la
gente en general, de médicos y pacientes, organizaciones sanitarias, empresas
farmacéuticas y gobiernos. ¿Es posible tal cosa?
Los antibióticos
que vendrán
Los seres vivos son las más antiguas fábricas de antibióticos. En los
últimos años se han detectado sustancias con propiedades antibióticas
en piel de sapo, intestino de cerdo, lengua de vaca, estómago de pez y
células sanguíneas humanas. Y en tejidos de serpientes, mariposas, ratas
y plantas. Estas sustancias pertenecen a la familia de los péptidos. Son
cadenas cortas de aminoácidos, las mismas moléculas de las que están hechas
las proteínas. La magainina es un péptido presente en la piel de ciertos
sapos africanos. Fue descubierta hace poco más de una década por el médico
Michael Zasloff, cuando trabajaba en una dependencia de los Institutos
Nacionales de Salud de Estados Unidos. Actualmente, la Administración
de Drogas y Alimentos de ese país está evaluando la posibilidad de comercializar
una crema antibiótica que contiene un péptido de la familia de las magaininas.
Ha sido propuesta para el tratamiento de infecciones ulcerosas en pacientes
diabéticos. Si llega a comercializarse, será el primer péptido de origen
animal usado como antibiótico. Mientras tanto, en un artículo publicado
hace poco en la revista Scientific American, Levy reflexionaba: �Ha llegado
el tiempo de que la sociedad global acepte las bacterias como componentes
normales del mundo, generalmente benéficos, y no trate de eliminarlas,
excepto cuando producen enfermedades�.
Rebelión
en la granja
Por
Agustín Biasotti
En
la cría industrial de animales de granja, los antibióticos no sólo son
utilizados para prevenir y tratar infecciones bacterianas sino también
para el engorde. El editorial del New England Journal of Medicine (NEJM)
del 20 de mayo aporta un ejemplo más que claro: en Dinamarca en 1994 se
utilizaron 205 toneladas de antibióticos en la cría de estos animales,
90 como profilaxis y tratamiento de infecciones y 115 para engorde. Pero
el problema no se limita a que el uso indiscriminado de antibióticos en
la cría de aves de corral favorezca el surgimiento de cepas resistentes
de bacterias. Se ha comprobado que estos microorganismos pueden pasar
al ser humano a través del contacto con los animales infectados y por
la ingestión de su carne. Según un artículo de The New York Times del
8 de marzo, el 88% de los pollos de los supermercados de Minneápolis (EE.
UU.) estaba contaminado con una bacteria llamada Campylobacter, el 20%
corresponde a una cepa resistente. Para colmo de males, los antibióticos
que se usan en la cría de animales �contra los cuales las bacterias desarrollan
resistencia� son los mismos que usamos los humanos. El caso de los fluoroquinolones
es un triste ejemplo. Desde que en 1995 se extendió el uso de estos modernos
antibióticos al tratamiento de infecciones respiratorias en animales la
resistencia de la Campylobacter a los fluoroquinolones, inexistente en
1991, ha trepado en 1998 a un 10,4%. �Si no queremos perder los efectos
de los fluoroquinolones en el tratamiento de las infecciones en humanos,
su uso en animales debe ser limitado tanto como sea posible�, sostienen
los editorialistas del NEJM. Es por ello que la Administración de Alimentos
y Medicamentos de los Estados Unidos (FDA) ha decidido revisar la reglamentación
que regula el uso de los antibióticos en animales.
Balas
mágicas
Entre
los años 40 y 70 se descubrieron muchos antibióticos. Eran las �balas
mágicas� que Paul Ehrlich había buscado infructuosamente en el siglo XIX.
Sustancias que matan los microbios sin perjudicar a las personas. En términos
toxicológicos, la propiedad que define a las �balas mágicas� se llama
selectividad. Una sustancia es selectiva cuando presenta una alta toxicidad
en ciertos organismos (las bacterias, en el caso de los antibióticos),
y una baja toxicidad en otros (las personas). La selectividad de los antibióticos
se basa en diferencias que existen entre las células bacterianas y las
células humanas. Si estas diferencias no existieran, el remedio sería
peor que la enfermedad. La penicilina, por ejemplo, afecta la formación
de la pared celular, una estructura que rodea a las bacterias y que es
fabricada por ellas mismas. Cuando la pared está mal hecha o falta, la
bacteria muere. En las células humanas esa pared no existe, por lo tanto
la penicilina no puede afectar su formación. Otros antibióticos afectan
la fabricación de ADN o de proteínas. Estos procesos también ocurren en
las células humanas, pero las diferencias son suficientemente importantes
como para garantizar la selectividad (aun así, algunos antibióticos pueden
producir efectos indeseables: la estreptomicina ya casi no se usa porque
produce sordera permanente).
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