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Tratamientos hormonales:
temores y certezas

Informe sobre
estrógenos

Por Agustín Biasotti

Si hay algo que mantiene a la personas alejadas de los médicos y los medicamentos, suele ser una mezcla de fantasías y miedos que no siempre se ajustan a la realidad. Al fin de cuentas, los modernos métodos de anestesia no presuponen tal riesgo como para que a la hora de entrar en el quirófano intentemos sobornar al camillero para que nos ayude a escapar ni los verdugos de la santa inquisición pocas veces reencarnan en dentistas. Al fin y al cabo, ser ministro de Economía es más rentable.
El de las hormonas llamadas estrógenos es un caso más para agregar a la lista. A pesar de que constituyen el arma más eficaz de que dispone la medicina para combatir los males que suelen aquejar a aquellas mujeres que han dejado atrás la menopausia, pocas son las que se atreven a someterse a una terapia de reemplazo hormonal: en la Argentina se estima que apenas un 5 por ciento. Y es que a los estrógenos se los asocia inconscientemente con el cáncer y esto asusta, y mucho. ¿Qué tan fundados están estos temores? Una breve recorrida por los cambios fisiológicos que experimentan las mujeres después de la menopausia y por los verdaderos efectos de los estrógenos quizá sea el mejor camino para hallar la respuesta.
“Me gusta ser mujer”
Apenas pasados los 50 años y un año antes de que tenga lugar la menopausia (que no es sino la fecha de la última menstruación), la mujer se interna en un terreno minado: el climaterio. En esta etapa biológica que abarca el último tercio de su vida, la mujer experimenta importantes cambios fisiológicos que no le pasan desapercibidos y que son el resultado de una brusca caída en la producción de estrógenos por parte de los ovarios.
Al dejar al organismo femenino librado a su suerte, la retirada de estas hormonas que además de condicionar el ciclo menstrual intervenían en diversos procesos biológicos relacionados con la fijación del calcio en los huesos y con la regulación de los lípidos en sangre, da lugar a un abanico de síntomas que afectan aproximadamente al 70 por ciento de las mujeres. Desde los famosos “calores” hasta la sudoración nocturna y las palpitaciones, la lista también incluye ansiedad, depresión, irritabilidad, dolores de cabeza, problemas de memoria y concentración, trastornos del sueño e incluso una modificación de los genitales externosque se traduce en trastornos urinarios y en una falta de lubricación vaginal que a veces dificulta el acto sexual.
Pero ahí no termina la cuestión para las maduras integrantes del mal llamado sexo débil (a la vista de todo lo que deben enfrentar lo de débil suena a broma). A largo plazo, los casi imperceptibles niveles de estrógeno de la sangre les abren las puertas del organismo femenino a la osteoporosis y a sus no menos temidas secuaces, las enfermedades cardiovasculares.
Huesos: peligro de derrumbe
Cuando la protectora presencia de los estrógenos se desvanece, las mujeres quedan en peligro de osteoporosis, término que es sinónimo de fracturas que revelan la fragilidad de unos huesos que a partir de la menopausia comienzan a perder gran parte de su masa ósea, por lo que ante insignificantes traumatismos –una simple caída, un golpe o incluso un movimiento brusco– se quiebran.
Las fracturas de cadera, de muñeca y los aplastamientos de vértebras encabezan el ranking de la osteoporosis. Según datos estadísticos relevados por los doctores Mautalén, Bagur y Rubín de la Sección Osteopatías Médicas del Hospital de Clínicas, la incidencia anual de las fracturas de cadera en las mujeres mayores de 50 años, registrada en la ciudad de La Plata, es de 380 por cada 10.000. Lo que no es poco, así como tampoco carece de implicancias para la salud de quienes padecen osteoporosis. En los Estados Unidos la osteoporosis es considerada la doceava causa de muerte, pues se estima que el 20 por ciento de las mujeres que padecen fracturas de cadera durante el climaterio muere como resultado de sus complicaciones en el año que sigue al accidente.
Afortunadamente, si hay algo de lo que se está seguro con respecto de los estrógenos es que son la mejor herramienta para prevenir, detener e incluso revertir la pérdida de masa ósea que conduce a las damas derechito a los brazos de la osteoporosis. Pero para que una terapia de reemplazo hormonal (TRH) mantenga a raya a esta enfermedad es necesario mantenerse en tratamiento, pues a los 10 años de haber abandonado una terapia con hormonas una mujer tiene el mismo riesgo de sufrir fracturas que otra que nunca se ha tratado.
Corazones contentos y algo más
Con respecto de las tan temidas enfermedades cardiovasculares –primera causa de muerte para las mujeres de más de 50 años–, su lenta gestación se ve favorecida por el desarreglo en los lípidos –grasas, colesterol-sanguíneos a que da lugar la ausencia de estrógenos. Aquí reside otro de los puntos fuertes a favor de las TRH: numerosos estudios observacionales han acumulado suficiente evidencia de que las terapias que se valen de los estrógenos disminuyen el riesgo de afecciones coronarias.
Uno de los estudios más importantes que han abordado las utilidades terapéuticas de las TRH (apodado PEPI por Posmenopausal Estrogen/Progestin Interventions Trial) demostró que el estrógeno –solo o acompañado por su habitual socia, la progesterona– mejora el metabolismo de los lípidos, pues disminuye el colesterol “malo” y eleva el colesterol “bueno” y los triglicéridos. Y todo eso sin afectar el peso, la distribución de grasa corporal, la presión arterial y las concentraciones de glucosa en sangre. ¿Se le puede pedir algo más?
“Sí, que se haga cargo de los molestos síntomas que acompañan al climaterio”. Deseo concedido: las TRH previenen y tratan alrededor del 90 por ciento de estos síntomas. Como si esto fuera poco, la bibliografía científica sobre los estrógenos sugieren que su uso durante el climaterio brindaría cierta protección contra el mal de Alzheimer e incluso mejoraría algunas funciones cognitivas de quienes padecen esta enfermedad.
La contracara
Según lo dicho hasta ahora, los estrógenos serían una panacea para la mujer madura. Pero no, ésta es tan sólo la mitad de la historia; justamente la que no suele ser tomada en cuenta cuando el ginecólogo sugiere un tratamiento con estrógenos: una investigación reciente realizada por un especialista en la materia, el doctor Bruce Ettinger de la Universidad de California (Estados Unidos), demuestra que a 3 años de haber comenzado una TRH tan sólo el 20 por ciento de las mujeres continúa en tratamiento. En la Argentina, si bien no se cuenta con datos estadísticos, se estima que tan sólo un 5 por ciento de las mujeres mantiene una hormonoterapia.
Y es que la otra mitad de la historia es la de los efectos secundarios y los riesgos que puede favorecer el uso continuado de todo medicamento. Los efectos secundarios que se hacen presentes con más asiduidad durante un tratamiento de hormonoterapia son: retención de líquido, mayor sensibilidad en las mamas, dolores de cabeza, trastornos digestivos, molestias abdominales y el retorno de los sangrados que, a esta altura del partido, no suele ser bienvenido. Aunque para algunas mujeres puede ser un precio demasiado alto de pagar a cambio de la protección que los estrógenos brindan contra la osteoporosis y las afecciones coronarias, los efectos secundarios no son nada al lado del temor a padecer cáncer que generan las TRH.
Dos temores que tienen nombre y apellido: cáncer de endometrio el uno, cáncer de mama el otro. ¿Qué hay de cierto en ello? Así como está ampliamente demostrado que los estrógenos incrementan el riesgo de padecer cáncer de endometrio, también es cierto que este riesgo desaparece al ser administrados en combinación con progesterona. ¿Y el cáncer de mama? “Ah, bueno, ése es otro tema y merece un párrafo aparte”.
Una peligrosa rutina celular
Aunque los investigadores no se ponen de acuerdo a la hora de cuantificar los riesgos, al menos coinciden en que elevadas dosis de TRH por extensos períodos de tiempo incrementarían en una pequeña medida el riesgo de cáncer de mama. Pero si los estrógenos y la progesterona de estas terapias constituyen un mínimo peligro para las mamas, los estrógenos y la progesterona “naturales” que acompañan a la mujer desde la pubertad hasta la menopausia ¿no deberían ser entonces igual de peligrosos?
Sí, la secreción periódica de estrógenos y de progesterona es la verdadera causa del cáncer de mama. Como explica Steven Austad en su libro Por qué envejecemos (Paidós, 1999), “los estrógenos y la progesterona incrementan el riesgo de cáncer de pecho al provocar la proliferación de las células que recubren los conductos galactóforos de los pechos durante la última parte del ciclo menstrual, cuando el organismo se prepara para el embarazo. Cuando no hay fecundación, las células recién nacidas mueren y los pechos vuelven a su estado anterior”. Pero cuando la mujer queda embarazada, estos conductos se especializan en la noble tarea de producir leche y dejan de experimentar esta peligrosa rutina mensual de división y muerte celular. Peligrosa porque el vertiginoso ritmo de reproducción celular que experimentan los conductos galactóforos, de mediar alguna falla en los mecanismos que lo regulan, pueden dar lugar a una proliferación descontrolada de sus células. En otras palabras: cáncer.
La fábrica en funcionamiento
Antes de la menopausia, cuando la “fábrica” de estrógenos se encuentra en pleno funcionamiento, las probabilidades anuales de desarrollar uncáncer de mama se duplican cada 3 años; cuando los estrógenos emprenden la retirada, el tiempo necesario para que se duplique este riesgo se extiende a 13 años. Tras una revisión de los trabajos científicos publicados sobre el tema, Malcolm Pike, un epidemiólogo de la Universidad de Carolina del Sur (Estados Unidos), sostiene que cuanto antes comience la mujer a menstruar y cuanto más tarde experimente su primer embarazo mayores son sus probabilidades de padecer cáncer de mama, pues en ambos casos se incrementa el número de los mencionados ciclos de vertiginosa división y muerte celular; hipótesis que permite tejer una importante red de asociaciones entre diversos datos epidemiológicos.
El aumento del 1 por ciento que experimenta cada año la incidencia del cáncer de mama en los países desarrollados podría relacionarse con que sus adolescentes experimentan su primera menstruación 4 años antes que sus antepasadas, 150 años atrás. Esto es el resultado del actual estilo de vida sedentario que, sumado a una alimentación rica en lípidos, favorece una mayor acumulación de grasa corporal, condición necesaria para el advenimiento de la pubertad.
En cuanto a la edad en que una mujer queda embarazada por vez primera, está demostrado que la incidencia del cáncer de mama en quienes dan a luz antes de los 20 años es la mitad con respecto de quienes lo hacen después de los 30.
Riesgo/beneficio
Sin embargo existen pequeñas pero importantes diferencias entre las hormonas que produce el organismo femenino y aquellas que integran las terapias de reemplazo hormonal (TRH). Primero, las sintéticas no permanecen tanto tiempo en el organismo como las naturales; segundo, la cantidad de estrógenos que integran la dosis puede ser reducida al mínimo indispensable para garantizar los efectos deseados, evitando los indeseables, ya que está confirmado que para prevenir la osteoporosis las dosis pequeñas combinadas con una suplementación de calcio son casi tan efectivas como las dosis grandes; un reciente trabajo científico sugiere que usar la mitad de la dosis estándar aporta el mismo grado de protección cardíaca que la dosis completa.
La disminución de la cantidad de estrógenos que administran las TRH es un proceso que se ha ido verificando en las últimas décadas. Un trabajo publicado por el doctor Ettinger en Obstetrics & Ginecology .-uno de los más exhaustivos sobre la materia– reveló que la tasa de mortalidad de mujeres que han usado estrógenos por más de 25 años es la mitad que la de aquellas que no recurrieron a las TRH. Y aunque no fuera así, es bueno recordar que las enfermedades del corazón y de las arterias matan 10 veces más mujeres que todos los cánceres ginecológicos juntos. Una favorable relación riesgo/beneficio quizá sea esa la clave de los estrógenos.
Recuadro 1: Un traje a medida
No toda mujer que ingresa en el climaterio debe tomar estrógenos. Son innecesarios para aquellas que, además de no experimentar los molestos síntomas característicos del climaterio, no han sufrido eventos cardiovasculares con anterioridad y mantienen bajo control sus niveles de colesterol y su presión arterial, han sabido llegar a esta edad con una buena masa ósea que en los controles periódicos no revela grandes cambios, no realizan una vida sedentaria y no fuman.
Tampoco toda mujer puede tomar estrógenos. Están expresamente contraindicados para quienes han tenido algún cáncer hormonodependiente como el de mama, hemorragias genitales, severas enfermedades hepáticas o tromboembolia. Para ellas existen varias alternativas a las terapias de reemplazo hormonal, pues a esta altura del siglo los ginecólogos reconocenque el tratamiento para cada mujer es una suerte de “traje a medida” que debe responder a sus necesidades.
Recuadro 2: ¿Quién entiende a los estrógenos?
Como toda ciencia, la medicina también cuenta con investigadores dispuestos a poner a prueba hipótesis que les provocan a sus pares severos ataques de caspa. Tal es el caso del doctor Barry Wren, quien aprovechó su paso por el VII Congreso Mundial de Ginecología Endocrina que se realizó en Buenos Aires en el mes de abril para someter a discusión los resultados de uno de sus recientes trabajos. Wren trató durante 10 años con terapias de reemplazo hormonal a un grupo de mujeres que padecían los síntomas característicos del climaterio, pero que por haber sido operadas con anterioridad de cáncer de mama tenían expresamente contraindicado este tipo de terapias. Contra todas las apuestas, estas mujeres tuvieron una mayor sobrevida y una menor tasa de reaparición de los cánceres previamente extirpados que las previstas. Es evidente que en este asunto todavía no está dicha la última palabra.
15 de septiembre de 1999 ÕÕ> 20:18 ción de los lípidos en sangre, da lugar a un abanico de síntomas que afectan aproximadamente al 70 por ciento de las mujeres. Desde los famosos “calores” hasta la sudoración nocturna y las palpitaciones, la lista también incluye ansiedad, depresión, irritabilidad, dolores de cabeza, problemas de memoria y concentración, trastornos del sueño e incluso una modificación de los genitales externosque se traduce en trastornos urinarios y en una falta de lubricación vaginal que a veces dificulta el acto sexual.
Pero ahí no termina la cuestión para las maduras integrantes del mal llamado sexo débil (a la vista de todo lo que deben enfrentar lo de débil suena a broma). A largo plazo, los casi imperceptibles niveles de estrógeno de la sangre les abren las puertas del organismo femenino a la osteoporosis y a sus no menos temidas secuaces, las enfermedades cardiovasculares.
Huesos: peligro de derrumbe
Cuando la protectora presencia de los estrógenos se desvanece, las mujeres quedan en peligro de osteoporosis, término que es sinónimo de fracturas que revelan la fragilidad de unos huesos que a partir de la menopausia comienzan a perder gran parte de su masa ósea, por lo que ante insignificantes traumatismos –una simple caída, un golpe o incluso un movimiento brusco– se quiebran.
Las fracturas de cadera, de muñeca y los aplastamientos de vértebras encabezan el ranking de la osteoporosis. Según datos estadísticos relevados por los doctores Mautalén, Bagur y Rubín de la Sección Osteopatías Médicas del Hospital de Clínicas, la incidencia anual de las fracturas de cadera en las mujeres mayores de 50 años, registrada en la ciudad de La Plata, es de 380 por cada 10.000. Lo que no es poco, así como tampoco carece de implicancias para la salud de quienes padecen osteoporosis. En los Estados Unidos la osteoporosis es considerada la doceava causa de muerte, pues se estima que el 20 por ciento de las mujeres que padecen fracturas de cadera durante el climaterio muere como resultado de sus complicaciones en el año que sigue al accidente.
Afortunadamente, si hay algo de lo que se está seguro con respecto de los estrógenos es que son la mejor herramienta para prevenir, detener e incluso revertir la pérdida de masa ósea que conduce a las damas derechito a los brazos de la osteoporosis. Pero para que una terapia de reemplazo hormonal (TRH) mantenga a raya a esta enfermedad es necesario mantenerse en tratamiento, pues a los 10 años de haber abandonado una terapia con hormonas una mujer tiene el mismo riesgo de sufrir fracturas que otra que nunca se ha tratado.
Corazones contentos y algo más
Con respecto de las tan temidas enfermedades cardiovasculares –primera causa de muerte para las mujeres de más de 50 años–, su lenta gestación se ve favorecida por el desarreglo en los lípidos –grasas, colesterol-sanguíneos a que da lugar la ausencia de estrógenos. Aquí reside otro de los puntos fuertes a favor de las TRH: numerosos estudios observacionales han acumulado suficiente evidencia de que las terapias que se valen de los estrógenos disminuyen el riesgo de afecciones coronarias.
Uno de los estudios más importantes que han abordado las utilidades terapéuticas de las TRH (apodado PEPI por Posmenopausal Estrogen/Progestin Interventions Trial) demostró que el estrógeno –solo o acompañado por su habitual socia, la progesterona– mejora el metabolismo de los lípidos, pues disminuye el colesterol “malo” y eleva el colesterol “bueno” y los triglicéridos. Y todo eso sin afectar el peso, la distribución de grasa corporal, la presión arterial y las concentraciones de glucosa en sangre. ¿Se le puede pedir algo más?
“Sí, que se haga cargo de los molestos síntomas que acompañan al climaterio”. Deseo concedido: las TRH previenen y tratan alrededor del 90 por ciento de estos síntomas. Como si esto fuera poco, la bibliografía científica sobre los estrógenos sugieren que su uso durante el climaterio brindaría cierta protección contra el mal de Alzheimer e incluso mejoraría algunas funciones cognitivas de quienes padecen esta enfermedad.
La contracara
Según lo dicho hasta ahora, los estrógenos serían una panacea para la mujer madura. Pero no, ésta es tan sólo la mitad de la historia; justamente la que no suele ser tomada en cuenta cuando el ginecólogo sugiere un tratamiento con estrógenos: una investigación reciente realizada por un especialista en la materia, el doctor Bruce Ettinger de la Universidad de California (Estados Unidos), demuestra que a 3 años de haber comenzado una TRH tan sólo el 20 por ciento de las mujeres continúa en tratamiento. En la Argentina, si bien no se cuenta con datos estadísticos, se estima que tan sólo un 5 por ciento de las mujeres mantiene una hormonoterapia.
Y es que la otra mitad de la historia es la de los efectos secundarios y los riesgos que puede favorecer el uso continuado de todo medicamento. Los efectos secundarios que se hacen presentes con más asiduidad durante un tratamiento de hormonoterapia son: retención de líquido, mayor sensibilidad en las mamas, dolores de cabeza, trastornos digestivos, molestias abdominales y el retorno de los sangrados que, a esta altura del partido, no suele ser bienvenido. Aunque para algunas mujeres puede ser un precio demasiado alto de pagar a cambio de la protección que los estrógenos brindan contra la osteoporosis y las afecciones coronarias, los efectos secundarios no son nada al lado del temor a padecer cáncer que generan las TRH.
Dos temores que tienen nombre y apellido: cáncer de endometrio el uno, cáncer de mama el otro. ¿Qué hay de cierto en ello? Así como está ampliamente demostrado que los estrógenos incrementan el riesgo de padecer cáncer de endometrio, también es cierto que este riesgo desaparece al ser administrados en combinación con progesterona. ¿Y el cáncer de mama? “Ah, bueno, ése es otro tema y merece un párrafo aparte”.
Una peligrosa rutina celular
Aunque los investigadores no se ponen de acuerdo a la hora de cuantificar los riesgos, al menos coinciden en que elevadas dosis de TRH por extensos períodos de tiempo incrementarían en una pequeña medida el riesgo de cáncer de mama. Pero si los estrógenos y la progesterona de estas terapias constituyen un mínimo peligro para las mamas, los estrógenos y la progesterona “naturales” que acompañan a la mujer desde la pubertad hasta la menopausia ¿no deberían ser entonces igual de peligrosos?
Sí, la secreción periódica de estrógenos y de progesterona es la verdadera causa del cáncer de mama. Como explica Steven Austad en su libro Por qué envejecemos (Paidós, 1999), “los estrógenos y la progesterona incrementan el riesgo de cáncer de pecho al provocar la proliferación de las células que recubren los conductos galactóforos de los pechos durante la última parte del ciclo menstrual, cuando el organismo se prepara para el embarazo. Cuando no hay fecundación, las células recién nacidas mueren y los pechos vuelven a su estado anterior”. Pero cuando la mujer queda embarazada, estos conductos se especializan en la noble tarea de producir leche y dejan de experimentar esta peligrosa rutina mensual de división y muerte celular. Peligrosa porque el vertiginoso ritmo de reproducción celular que experimentan los conductos galactóforos, de mediar alguna falla en los mecanismos que lo regulan, pueden dar lugar a una proliferación descontrolada de sus células. En otras palabras: cáncer.
La fábrica en funcionamiento
Antes de la menopausia, cuando la “fábrica” de estrógenos se encuentra en pleno funcionamiento, las probabilidades anuales de desarrollar uncáncer de mama se duplican cada 3 años; cuando los estrógenos emprenden la retirada, el tiempo necesario para que se duplique este riesgo se extiende a 13 años. Tras una revisión de los trabajos científicos publicados sobre el tema, Malcolm Pike, un epidemiólogo de la Universidad de Carolina del Sur (Estados Unidos), sostiene que cuanto antes comience la mujer a menstruar y cuanto más tarde experimente su primer embarazo mayores son sus probabilidades de padecer cáncer de mama, pues en ambos casos se incrementa el número de los mencionados ciclos de vertiginosa división y muerte celular; hipótesis que permite tejer una importante red de asociaciones entre diversos datos epidemiológicos.
El aumento del 1 por ciento que experimenta cada año la incidencia del cáncer de mama en los países desarrollados podría relacionarse con que sus adolescentes experimentan su primera menstruación 4 años antes que sus antepasadas, 150 años atrás. Esto es el resultado del actual estilo de vida sedentario que, sumado a una alimentación rica en lípidos, favorece una mayor acumulación de grasa corporal, condición necesaria para el advenimiento de la pubertad.
En cuanto a la edad en que una mujer queda embarazada por vez primera, está demostrado que la incidencia del cáncer de mama en quienes dan a luz antes de los 20 años es la mitad con respecto de quienes lo hacen después de los 30.
Riesgo/beneficio
Sin embargo existen pequeñas pero importantes diferencias entre las hormonas que produce el organismo femenino y aquellas que integran las terapias de reemplazo hormonal (TRH). Primero, las sintéticas no permanecen tanto tiempo en el organismo como las naturales; segundo, la cantidad de estrógenos que integran la dosis puede ser reducida al mínimo indispensable para garantizar los efectos deseados, evitando los indeseables, ya que está confirmado que para prevenir la osteoporosis las dosis pequeñas combinadas con una suplementación de calcio son casi tan efectivas como las dosis grandes; un reciente trabajo científico sugiere que usar la mitad de la dosis estándar aporta el mismo grado de protección cardíaca que la dosis completa.
La disminución de la cantidad de estrógenos que administran las TRH es un proceso que se ha ido verificando en las últimas décadas. Un trabajo publicado por el doctor Ettinger en Obstetrics & Ginecology .-uno de los más exhaustivos sobre la materia– reveló que la tasa de mortalidad de mujeres que han usado estrógenos por más de 25 años es la mitad que la de aquellas que no recurrieron a las TRH. Y aunque no fuera así, es bueno recordar que las enfermedades del corazón y de las arterias matan 10 veces más mujeres que todos los cánceres ginecológicos juntos. Una favorable relación riesgo/beneficio quizá sea esa la clave de los estrógenos.