Por Hernán
Javier Dopazo *
En su conferencia
titulada: �Sobre las fuentes del conocimiento y de la ignorancia�, el
filósofo inglés Karl R. Popper advertía que el título era engañoso,
porque, si bien pueden existir fuentes del conocimiento y hasta del
error, la ignorancia compromete la ausencia del primero. ¿Tiene sentido
acaso postular la existencia de una fuente que alimente un vacío? Obviamente
no. Sin embargo, lo mantuvo porque le servía para guiar su disertación.
De manera estricta, este título tampoco es correcto, no existe el premio
Nobel de Biología. El químico sueco inventor de la dinamita, Alfred
Bernhard Nobel, estableció que la Real Academia de Ciencias de su país
entregase parte de su fortuna para promover algunas áreas de prestigio
en su época: física, química, medicina, literatura y, supongo que con
un poco de culpa, incluyó la promoción de la paz en el mundo. Posteriormente
se incorporó la economía, pero la biología, preocupada por estudiar
la historia y los mecanismos que han generado la diversidad y el diseño
de formas y comportamientos que a muchos maravilla, era considerada,
en vida de Alfred Nobel (y sigue siéndolo aún para algunos científicos
desinformados), una disciplina practicada como hobby por viajeros y
naturalistas curiosos.
Charles Darwin y la evolución
El más sobresaliente, el más brillante y más curioso de todos fue Charles
Robert Darwin. Su tesis de evolución por selección natural (1859) proponía,
entre otras cosas, una consigna revolucionaria: �dadme regularidad y
tiempo y yo les daré diseño natural�. ¡Nada más grandioso y hereje!
El paradigma de su época acerca del diseño de los organismos se sintetizaba
en la influyente Teología Natural del filósofo y teólogo inglés William
Paley (1802). Obsesivo del estudio de estructuras anatómicas extremadamente
complejas como el ojo y otras delicadezas, éste argumentaba: �Estos
sistemas componen todos juntos un aparato, un sistema de partes, una
preparación del propósito tan manifiesta en su sentido y utilidad y
tan exquisita en su mecanismo que no existen dudas acerca de un diseño
explícito�. ¿Alguien puede imaginar un reloj haciéndose a sí mismo?
Sólo un ser inteligente, con un propósito claro, una mente precisa y
un poder sobrenatural podría diseñar semejantes estructuras. Según W.
Paley, el poseedor de tales atributos y responsable de la creación de
estas maravillas era Dios.
Ni dirección ni sentido
Darwin, por el contrario, razonó un mecanismo que trabajaba sin propósitos
conscientes, sentido alguno ni dirección a priori, utilizaba los errores
de la maquinaria de herencia y descartaba constantemente las variantes
menos exitosas en la lucha por la supervivencia y la reproducción. Este
mecanismo �lo más parecido a una �ingeniería inversa�- generaba, como
productos de desecho, las estructuras más exquisitas y caprichosas del
mundo natural. A ese mecanismo lo denominó selección natural, y su resultado
es, generalmente, el cambio en el tiempo de las características de un
grupo de organismos. La selección natural prediceque los organismos
adquirirán características que los hacen sobrevivir y reproducirse mejor,
en comparación con los de la generación anterior. Es decir, predice
la adaptación y, por lo tanto, la mejora de su diseño. La teleología
o filosofía de las causas finales, heredada de Aristóteles y vigente
durante siglos en diferentes versiones en la cultura humana, comenzaba
a erosionarse por un naturalista obsesionado por las lombrices y los
huesos viejos, maravillado por las orquídeas, los picos de los pájaros
de unas islas remotas y la expresión de las emociones de los animales
y los seres humanos.
Los Premios Crafoord para la biología
La biología poblacional tiene el orgullo de tener estos antecedentes
y sus desarrollos también son premiados por la Real Academia de Ciencias
Suecas a través de los Premios Crafoord, destinados a la matemática
y la astronomía, las ciencias geológicas y la biología. Desde 1980,
los 500.000 dólares donados por Anna-Gretta y Hollger Crafoord han distinguido
a biólogos evolutivos y ecólogos como Robert May (especialista en dinámica
de poblaciones), Edward O. Wilson (especialista en hormigas y padre
de la sociobiología moderna) y William Hamilton (autor de una de las
teorías más robustas del altruismo biológico), entre otros. Ellos también
son Nobel, aunque su distinción, por restricciones históricas, no lleve
la combinación exacta de las cinco letras. El 23 de este mes, la biología
evolutiva fue nuevamente galardonada por la Academia Sueca, distingiendo
esta vez a Ernst Mayr, John Maynard Smith y George Williams por �sus
contribuciones fundamentales al desarrollo conceptual de la biología
evolutiva�. Resumiré tres aportes de cada uno de estos biólogos, científicos
que, probablemente nunca hayan manipulado bien una pipeta.
Ernst Mayr
El naturalista Ernst Mayr (95), ornitólogo especialista en aves de Nueva
Guinea, Australia e islas del Pacífico Sur y profesor de la Universidad
de Harvard, es el autor de Systematics and the Origin of Species (Sistemática
y el origen de las especies, 1942), uno de los tres textos fundadores
de la Teoría Sintética de la Evolución. Desarrolló y definió el concepto
de especie biológica que en la actualidad utiliza la mayor parte de
los biólogos y, al escribir The Growth of Biological Tought (El crecimiento
del pensamiento biológico, 1982), se ha tomado el enorme trabajo de
rastrear los antecedentes históricos y filosóficos de las distintas
corrientes que han confluido en lo que hoy conocemos como biología moderna.
John Maynard Smith
El ingeniero aeronáutico inglés convertido en biólogo teórico John
Maynard Smith (79) ha estimulado la investigación de la teoría de la
evolución a través de las innumerables predicciones generadas con sus
modelos matemáticos, entre los que se destacan los que intentan explicar
los beneficios de la reproducción sexual sobre la asexual. Es decir,
la aparente paradoja que se plantea generación tras generación cuando
un individuo decide descartar la mitad de su información genética (que
con éxito le ha servido para llegar a la edad adulta) y mezclarla con
un extraño. Tomó de la economía la Teoría de Juegos e inventó para la
biología el concepto de Estrategia Evolutivamente Estable. Un concepto
desarrollado para sortear la complejidad matemática que supone predecir
la evolución de un carácter determinado por muchos genes cuyo beneficio
depende del carácter que posee el vecino. Uno de sus últimos libros,
TheMajor Transitions in Evolution (Las Principales transiciones evolutivas,
1995) ha sido considerado el tercer libro más importante de la biología
evolutiva. En él se explican los desafíos y las soluciones que han encontrado
los sistemas biológicos a medida que incrementaron su complejidad, desde
el origen de las moléculas autorreplicantes hasta el surgimiento del
lenguaje humano, entendido como sistema paralelo de herencia cultural.
La destrucción del argumento
El norteamericano George Williams (73), de la Universidad del estado
de Nueva York, destrozó los argumentos que sostuvieron durante años
que los grupos existen para el bien de la especie y los individuos para
el bien del grupo. Su libro Adaptation and Natural Selection (Adaptación
y selección natural, 1966) es un largo argumento en contra de las teorías
que postulaban el beneficio de las poblaciones o la especie a expensas
del individuo. Entre sus frases más provocativas me gusta citar: �Como
regla general, un biólogo moderno debe suponer que, cuando un animal
está haciendo algo en beneficio de otro, o bien está siendo manipulado,
o es sutilmente egoísta�. Entre otras cosas, estableció la definición
de gen utilizada por la biología evolutiva: la unidad mínima de replicación
que sobrevive el tiempo suficiente como para ser blanco de la selección
natural. Por último, en su libro, Why We Get Sick (Por qué nos enfermamos,
1995) estableció los cimientos para la creación de una medicina darwiniana.
Su tesis podría resumirse del siguiente modo: el organismo enfermo se
vale de mecanismos que fueron seleccionados durante decenas de miles
de años de evolución para actuar en el estado patológico; este estado,
por lo general, resulta del conflicto de intereses que surge cuando
más de una entidad replicante (un gen propio u otro organismo) intenta
aprovecharse de recursos que son limitados. Para Williams, la enfermedad
como proceso y los factores que nos predisponen hacia ella son consecuencias
del proceso evolutivo y merecen analizarse a través de la lógica darwiniana.
La epistemología de Bacon y Descartes
En aquella conferencia Popper argumentaba que la epistemología optimista
de Bacon y Descartes que dio origen a la ciencia moderna es una epistemología
falsa, preocupada por encontrar las fuentes del error, ya que la verdad
es manifiesta, es decir, cuando se la coloca desnuda ante nosotros,
siempre es reconocible como verdad. Sólo una mente confundida, corrompida
o maligna puede evitarla o no reconocerla. ¿Quién vio alguna vez que
la verdad llevara la peor parte en un encuentro libre y abierto con
la falsedad? Más tarde concluye que la simple verdad es que a menudo
es difícil llegar a la verdad y que, una vez encontrada, se la puede
perder fácilmente. La historia de la humanidad está plagada de malas
ideas que han durado cientos de años, generando sufrimiento, totalitarismo
y muerte. El darwinismo tiene una historia riquísima de batallas ganadas
contra las argumentaciones científicas más difíciles que se le han enfrentado.
En estos tiempos, en los que el fanatismo religioso consigue eliminar
a Darwin de las escuelas, es fácil deducir que Popper tenía razón y
que la verdad no es manifiesta, por eso creo que es un deber y un privilegio
el esfuerzo de comunicarla y halagarla cuando se la premia.
* El autor
es biólogo evolutivo, investigador del Conicet y la Universidad de Buenos
Aires.