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Diálogo
con Mario Albornoz, director del Instituto de Estudios
Sociales de la Ciencia y la Tecnología
Ciencia:
razón y practicidad
Por
Leonardo Moledo
Mario
Albornoz, es investigador del Conicet, director del Instituto de Investigaciones
Sociales de la Ciencia y la Tecnología de la Universidad Nacional
de Quilmes.
¿Cuál es su tema de investigación?
Políticas científicas y tecnológicas, y me
dedico también a la filosofía de la ciencia.
Normalmente, se dice que la ciencia es muy importante para un país,
pero eso muchas veces suena a una frase generalmente vacía.
Hay un estereotipo de que la ciencia responde sólo al afán
de conocimiento y la búsqueda de explicaciones. Sin embargo, a
partir de Francis Bacon en el siglo XVII, la ciencia moderna rompió
vínculos con la tradición clásica que vinculaba excesivamente
la ciencia y la filosofía y se reconoce como instrumento para poner
la naturaleza al servicio del hombre.
Pero ésa no es la postura de Galileo o Newton...
No es la de Galileo, pero en gran medida sí la de Newton.
No es la de Galileo porque es la anterior al punto de ruptura y porque,
si bien Galileo rompe con el paradigma de la ciencia medieval, su propósito
era fundamentalmente la interpretación de la naturaleza. Pero Newton
ya está inmerso dentro de un ethos general de la incipiente ciencia
moderna, en la cual el criterio de utilidad resulta ser un componente
importante.
Bueno, pero no parece ser la utilidad, más allá de
la tecnología, la que mueve a grandes figuras de la Ilustración
que valorizan la ciencia por el saber mismo.
Comprensión y dominio de la naturaleza
Es una característica de la ciencia moderna la disposición
de una lógica de medios y fines que conduce a la comprensión
de la naturaleza a través del dominio de la naturaleza. Esto no
habla de las intenciones de un científico en particular sino que
caracteriza a un proceso que condujo a la ciencia a convertirse en una
fuerza productiva, como agudamente señalaba Max Horkheimer de
la escuela de Frankfurt: la revolución industrial se nutrió
de conocimientos científicos si bien es cierto que también
de conocimientos científicos provenientes de la tradición
productiva previa. Cada una de las revoluciones industriales, desde
la primera, basada en el vapor, hasta la actual, basada en los microchips
y las fibras ópticas se nutren de los descubrimientos de la ciencia
y la tecnología.
Hay siempre una cierta tensión entre la búsqueda del
conocimiento y la aplicación de conocimiento.
Es curioso que este tema merezca reparos. Porque en realidad, los
científicos parecen asustarse de reconocer que las razones que
mueven a los estados a invertir en sus actividades y dotarlos de equipamientos
y recursos son razones extremadamente prácticas. También
es cierto que, aunque hay reparos, siempre un científico trata
de recalcar para qué sirve o qué aplicaciones tiene lo que
está haciendo.
Es obvio, porque incluso en los últimos años se ha
roto el llamado modelo lineal que segmentaba entre distintos
tipos de investigación, básica, orientada y aplicada. Hoy
gran parte de los desarrollos en el campo de la alimentación y
de la salud se basan en los conocimientos que se adquieren en laboratorios
extremadamente básicos, la genética, los materiales, y ese
vínculo con la producción es directo.
Historia, ciencia, desarrollo
De hecho, los países que integran el llamado primer mundo
son los que han tenido ciencia desde temprano.
Sí. Pero no sólo ciencia. Han tenido también
la riqueza, el comercio, las capacidades militares y todo lo que en cada
época acompañaba el poder de turno. No se puede simplificar
la relación causal entre la ciencia y el desarrollo de una sociedad.
Pero volviendo al tema de las razones por las que el Estado apoya la ciencia,
el primer gran emprendimiento político científico de la
historia contemporánea fue la Oficina para el Desarrollo Científico
y Tecnológico que Estados Unidos crea durante la guerra para aglutinar
el talento de los mejores científicos en pro de los objetivos estratégicos,
que por entonces eran de naturaleza militar.
Pero en los Estados Unidos ya había un cierto consenso sobre
la importancia de la ciencia, cada pueblo tenía durante el siglo
pasado su Sociedad para el Progreso de la Ciencia.
Esto es verdad y en realidad responde al modelo de desarrollo de
la ciencia en los Estados Unidosque fue casi exclusivamente privado hasta
el siglo actual. En el siglo XIX fueron precisas enmiendas constitucionales
para permitir que el Estado federal pudiera atender a ciertas cuestiones
científicas, siempre bajo el enfoque orientado a problemas
en aquellos temas en los que el mercado no sostenía la investigación
espontáneamente. Por ejemplo, la investigación en agricultura
y ganadería, suelos y meteorología.
Bueno, pero además justamente en EE.UU. hubo gigantescos
emprendimientos estatales. El proyecto Manhattan, el proyecto Apolo.
Fue el presidente Franklin Roosevelt el primero que planteó
la necesidad de reemplazar la doctrina clásica que inhibía
al estado de ocuparse, y la OCRD, la oficina de la que hablábamos
antes, la ocasión de poner en práctica los nuevos conceptos.
Y el experimento fue exitoso.
El experimento fue exitoso: lograron la bomba atómica, el
radar, las aplicaciones de la penicilina a gran escala para el tratamiento
de los heridos en el campo de batalla, la computadora y tantos otros artefactos
que determinaron la superioridad militar de los Estados Unidos. En realidad
el debate en ese país fue muy poco encubierto. Ya en 1944, cuando
se veía el fin de la guerra, Roosevelt preguntó cómo
aprovechar esos conocimientos al servicio de la paz, y la respuesta de
la comunidad científica fue crear la National Science Foundation.
Nadie duda de que la NSF tiene el propósito de concentrar y aumentar
los conocimientos y que su lógica de adjudicación de fondos
funciona en base a la calidad, pero la racionalidad general de la institución
es la de poner la capacidad de conocimiento de los investigadores al servicio
de los intereses del Estado. Esto no quiere decir que tal sea la racionalidad
individual de cada investigador.
Galileo, Watson y Crick
¿Y cómo se concilia esa tensión?
Se concilia porque la expansión de la frontera del conocimiento
dentro de campos teóricos consolidados proporciona las materias
primas para enriquecer a la tecnología en un proceso de mutuo provecho.
No hay que olvidar que en la ciencia contemporánea y esto
ya era así en el propio Galileo la tecnología provee
de instrumentos de observación, experimentación y medición
que permiten a los científicos alcanzar conocimientos que de otra
manera serían imposibles. De tal manera, hay una relación
de doble vía. Sin el telescopio, Galileo no hubiera podido realizar
sus observaciones, y el telescopio fue el resultado de la labor de los
artesanos y no de los científicos.
La utilización del telescopio para la astronomía no
era un requerimiento de la sociedad. Justamente, en ese momento parecía
al revés, por lo menos en Italia.
Esto de las demandas sociales no funciona de manera mecánica,
excepto cuando se trata de investigación contratada, como a veces
ocurre. Galileo sin embargo es entendible sólo en el contexto de
una sociedad que comenzaba la ruptura con las antiguas concepciones geocéntricas.
Y en ese sentido lato sí se puede decir que estaba inscripto sino
en una demanda, en una tensión de la sociedad en evolución.
¿Y cuando Watson y Crick descubren la estructura del ADN?
Lo mismo. Seguramente no tenían el propósito de revolucionar
la agricultura, no tenían a la vista los alimentos transgénicos,
pero hoy podemos hacer una lectura de que la posibilidad de realizar una
nueva revolución en la alimentación de la humanidad se basa
en sus descubrimientos. Del mismo modo la labor de los primeros científicos
argentinos, algunos de ellos importados como el astrónomo Gould,
traído por Sarmiento, admite una lectura desde el proyecto de una
sociedad que trataba de modernizarse y romper con la racionalidad heredada
de la colonia.
Y lo consiguió.
En gran medida, sí. Seguramente Gould, cuando escribía
su Uranometría, no pensaba estar contribuyendo al proyecto de una
Argentina moderna, pero éste, para su consolidación requería
apoyarse en una idea de progreso que sólo la ciencia aportaba.
Sociedades del conocimiento
Y sigue aportando.
Obviamente y cada vez más, hasta el punto de que hoy, cada
vez sin mayores eufemismos, se define a la sociedad actual como una sociedad
del conocimiento. Es muy interesante releer lo que escribía Daniel
Bell hace treinta años, sobre el advenimiento de la sociedad posindustrial.
Su descripción de las transformaciones políticas y culturales
y de la estructura social se basaba como principio axial en el aporte
del conocimiento científico, en particular, de la ciencia básica.
¿Qué es exactamente una sociedad del conocimiento?
Una sociedad del conocimiento se define como una sociedad que produce
en industrias y servicios conocimiento intensivo, en la que emergen temas
como los que describe Manuel Castells, las tecnociudades y las industrias
limpias, en donde los mercados, la cultura y las relaciones sociales están
facilitadas y mediatizadas, medios de comunicación y sistemas de
información ágiles y accesibles. Una sociedad donde el saber
no es acumulado por los individuos, sino que éstos se dotan de
la capacidad de navegar en un mar de informaciones y nutrirse de lo necesario.
Movimientos anticiencia
Sin embargo últimamente se ven reacciones contra la ciencia
e, incluso, se habla de un movimiento anticiencia, que esgrime
cosas como la polución, o las fantasía apocalípticas
estilo un mundo feliz de Huxley.
Sobre esto hay un par de cosas para decir. Por un lado, siempre
hubo reacciones contra la racionalidad moderna y la industrialización.
En un plano el romanticismo implicaba el retorno a una sociedad de tipo
pastoral, en otro plano los luditas dedicaban sus esfuerzos a la destrucción
de maquinarias agrícolas, y esto es inevitable frente a ciertos
aspectos hegemónicos de la racionalidad científica que se
extrapolan a todos los planos de la vida social. Por otra parte, el otro
tipo de respuesta es que los propios científicos advirtieron ya
desde la bomba atómica que la ciencia no solamente acarreaba beneficios
para la sociedad sino amenazas de destrucción.
Incluso hubo algunos llamamientos públicos por parte de científicos.
Sí. John Bernal, el cristalógrafo e historiador marxista
de la ciencia, lideró un movimiento para advertir a la sociedad
acerca de las oportunidades y los riesgos que la ciencia lleva y reclamaba
una ética científica que evitara que la ciencia estuviera
al servicio de la destrucción. En los movimientos anticientíficos
contemporáneos hay las dos cosas, un componente romántico
y una advertencia muy apropiada acerca de los peligros que se derivan
de la ciencia y sobre todo del modelo industrial vigente.
Porque da la sensación de que es el modelo de distribución
el que crea inequidad y lleva a que el avance científico se reparta
también desigualmente.
Por supuesto.
Bueno, pero la ley de gravitación es neutral.
Sin duda. Sobre esto, algunos enfatizan la neutralidad de la ciencia
y señalan que los aspectos perniciosos pertenecen a la esfera de
los que definen los objetivos sociales a los que la ciencia debe servir,
pero otros son más pesimistas y creen que la ciencia, convertida
en instrumento de dominación de la naturaleza, se entrega de pies
y manos a la lógica de la dominación social y refuerza la
posición de los que mandan, del poder vigente en desmedro de la
mayoría.
¿Y es así?
En cierta medida es así con todo y no sólo con la
ciencia. Miremos cómo la capacidad científica refuerza la
posición de los países centrales cada vez más y debilita
a los periféricos y miremos también cómo el desarrollo
de las tecnologías de la información está generando
un nuevo analfabetismo que segmenta a la humanidad de la distribución
tradicional de la riqueza.
Bueno, pero que la ley de gravitación no genere por sí
misma desigualdad indica que ese proceso se puede revertir.
Sí, pero además de que se puede revertir, se debe
revertir, porque de lo contrario, significaría que la exclusión
es permanente y tenderíamos a aceptar, como afirma Prygogine, que
existen bifurcaciones irreversibles. Ahora, revertir esta situación
dramática implica un proceso que incluye a los científicos,
pero que no pueden hacer ellos solos y que no les incumbe en exclusividad.
Necesita un fuerte proyecto político, que permita a la sociedad
emprender un gran esfuerzo de producción, incorporación
y difusión de conocimientos.
Dirigencias y cultura social
La sociedad no parece interesarse mucho, ni las clases dirigentes,
por el tema.
Eso es verdad en países como el nuestro. Paradójicamente,
los países más avanzados sí que son conscientes de
la potencia del conocimiento y de su función social. Por ejemplo
en Inglaterra, el gobierno de Blair está desarrollando una política
muy fuerte en ciencia y tecnología como instrumento para recuperar
la competitividad de la industria británica, y es muy interesante
que, en diciembre de 1995, Japón haya sacado una ley de la ciencia
que promueve la investigación básica y dura, la autonomía
de las universidades y muchos de los tópicos que nosotros consideramos
como viejos, porque se discutieron en la década del 60, como la
libertad del investigador. Sin embargo, el propósito de la ley
es claramente pragmático.
Es el estilo japonés.
Y tiene que ver con el retraso de Japón en el plano de la
creación científica y la imposibilidad de seguir la carrera
tecnológica sin producción de conocimientos propios. Quiero
decir que la libertad del investigador y el amor al conocimiento son los
móviles de investigador, pero el propósito del gobierno
no es el amor al conocimiento.
El amor al conocimiento, por parte de los gobiernos siempre suena
vacío y declarativo.
No es declarativo, es la comprensión de que el conocimiento
adquirido por amor por los investigadores resulta muy funcional a las
sociedades.
Argentina y la Sociedad del Conocimiento
Volviendo al asunto de las sociedades del conocimiento, parece que
nosotros estamos muy lejos de eso.
Una parte de nosotros, pero no todos, porque hay un segmento de
la sociedad argentina que sin duda tiene acceso a Internet y a la globalización
de los medios de comunicación. El problema en el fondo es pedestre.
Al final, para acceder a la sociedad del conocimiento se necesita una
computadora, un módem, una línea telefónica y muchas
otras condiciones a las que gran parte de la población no tiene
acceso, y entonces, la brecha de la exclusión se traslada al seno
de la sociedad.
Los problemas pedestres son los más difíciles de solucionar.
Es verdad. Hace algunas semanas, en una reunión sobre la
sociedad del conocimiento, una profesora de Formosa pidió la palabra
para decir que le chocaba oír hablar de acceso a Internet a disposición
de los escolares cuando los escolares de su provincia tenían problemas
de nutrición. Y tenía razón. Sin embargo, si no se
les da acceso a los nuevos medios, estarán condenados a la desnutrición
por todas las generaciones venideras. Las sociedades tienen que cuidar
de ellos y cuidar de ellos significa las dos cosas, alimentación
y conocimiento.
Platón y Cavallo
¿Y es posible hacer eso o es una utopía?
Hay que tratar, es un imperativo ético construir una sociedad
para todos, y si bien esto implica recursos, no es solamente cuestión
de recursos, tiene que ver con el modelo de sociedad que queremos construir.
¿Y en ese modelo los científicos qué hacen?
Platón dejaba a los científicos (los filósofos) adentro
y echaba a los poetas de la ciudad.
Y Francis Bacon construía la Casa de Salomón que era
el centro articulador de una sociedad feliz y se basaba en la ciencia.
Y la Royal Society, mientras tanto, tenía figuras como Hooke,
Boyle o Newton. Parece que en nuestro país, se dejó entrar
a los economistas y se echó a los científicos y a los poetas.
En todo caso, sería al revés que Platón y más
como Cavallo.
Cavallo los mandó a lavar los platos, cosa que no se le habría
ocurrido a Platón.
A lavar los platos de Platón.
No me gusta comparar a Platón con Cavallo... me parece que
no sé, bueno, son órdenes de magnitud intelectual diferentes.
Pero usted lo puso en el subtítulo.
Es que resulta un subtítulo curioso, ¿no? Son siempre
esas soluciones de compromiso... Bien, hablábamos de echar o dejar
entrar a los científicos en la ciudad.
La Ciudad Terrenal
Mmmm, otro subtítulo con reminiscencias filosóficas.
Yo creo que en la historia argentina de las últimas décadas
no fue preciso echarlos porque nunca los dejaron entrar del todo.
Bueno, algunos fueron echados incluso a palos.
Exactamente, los científicos y los universitarios, pero más
allá del obvio problema de las persecuciones políticas de
los regímenes militares terribles que padecimos, hay rasgos en
la evolución de la Argentina moderna que van más allá
de eso, y que probablemente tienen que ver con cosas obvias que ya han
sido dichas, como el tipo de modelo industrial y su implantación
y un patrón cultural mimético que no siempre tuvo suficiente
arraigo en la estructura social y económica.
Nadie se baña dos veces en el mismo río
Y ahora qué. Estamos en momento de cambio, o así espera
la población. Por eso la cita de Heráclito, ya que estamos
en esa vena.
Yo creo que estamos en un momento de cambio por razones de voluntarismo,
es decir, porque queremos cambiar y creemos que hay una tarea por delante,
y también porque intuyo que hay elementos nuevos. Necesidad, porque
si no cambiamos, nuestro destino es poco envidiable.
Y hay signos de cambio...
Sí, y ya que hemos divagado por los orígenes de la
racionalidad moderna, yo creo que, dicho un poco irresponsablemente, se
puede cerrar el ciclo de la Argentina romántica, de las grandes
utopías y los grandes mitos, de los grandes líderes y la
búsqueda de la salvación, para dar lugar a una Argentina
moderna que aplica la racionalidad de los fines y de los medios. Y en
esa incipiente Argentina moderna tendremos que invertir en ciencia, apoyar
la ciencia, despertar nuevas vocaciones de científicos, aprender
a valernos de los conocimientos, debemos mezclar a Newton con Bacon, en
el sentido de utilizar los conocimientos para ayudar a que la sociedad
consiga sus fines, y convencer a la sociedad de que la ciencia es uno
de los caminos más directos hacia un mundo más igualitario,
con más posibilidades y más justo.
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