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Vida virtual
en el espacio virtual
Por Juan Pablo
Bermúdez
Era casi obvio: en cualquier
momento se le iba a ocurrir a alguien que en el ciberespacio podría
haber vida virtual. ¿Por qué no? Después de todo,
ese lugar intangible donde todo es al tiempo que no es porque es
virtual y que tiene sus propias reglas de juego no podía
no tener sus propias criaturas, concebidas, nacidas y desarrolladas allí.
Hoy, gracias a la llamada cultura Ribo-Funk, ya existen.
Esta nueva forma de ciencia ficción aunque algunos plantean
que, en realidad, es uno más de los tantos delirios informáticos
que andan dando vueltas consiste básicamente en crear vida
artificial, pero en el espacio virtual, con lo cual, entonces, la ficción
le deja lugar a la realidad virtual, que no es real pero existe. O al
menos es lo más aproximado a la realidad por todos conocida. No
es tan difícil como parece.
La vida por el ciberespacio
En principio, los Ribo-Funks adoran la idea de crear vida artificial,
pero no son científicos ni mucho menos. Apenas son seres humanos
con bastante experiencia (sólo) en el manejo de las computadoras
y con el suficiente tiempo libre como para dedicarse a estos menesteres.
El primer paso es ingresar en alguna de las tantas páginas que
en Internet alojan a estas criaturas virtuales (ver www.ribofunk.com).
Una vez allí, el artista deberá elegir por alguna
de las especies preparadas para desarrollarse y dedicarse a ella. ¿Cómo
crece? Muy fácil: con la interactividad. Los mensajes enviados
por correo electrónico con cualquier texto y en cualquier
idioma conforman, merced al programa informático con el cual
trabaja el proyecto, una suerte de código genético
mediante el cual evolucionará el especimen de marras.
El sujeto virtual
Al menos la obviedad queda descartada: el sujeto virtual no se reirá
si el mensaje contiene un chiste ni llorará de pena si, por el
contrario, anuncia el fallecimiento de un familiar, ni siquiera cuando
el ser querido virtual habite también en el mismo sitio informático.
Además, quienes creen que encontrarán allí a entes
similares a los seres humanos se equivocan. Más bien tienen formas
de plantas extrañas, eso sí.
Pero, a su vez la creación puede ser a la inversa: directamente
se envía un mensaje y enseguida aparecerá en la pantalla
del Life Spacies Environment del ICC Museum de Tokio una nueva criatura,
cuyo aspecto será conformado a partir del texto remitido y que
a su vez crecerá con los correos electrónicos enviados por
otros internautas.
También, por supuesto, existe la otra opción, la de los
Tamagotchis virtuales. Al igual que con sus predecesores,
el internauta puede entrar en, por ejemplo, la página de Technosphere
(www.technosphere.com) y elegir ahí qué tipo de mascota
quiere. Una vez elegido el ente, se puede configurarlo a gusto propio.
Se eligen los colores, las formas y los diseños y luego, a gracias
al proyecto evolutivo, se sigue su crecimiento a través
de la pantalla.
La diferencia con los ya legendarios Tamagotchis es que no es necesario
suministrarles alimentos ni escucharlos llorar. Las especies de los RiboFunks
son mucho más maduras y casi autosuficientes. No necesitan más
que ser creadas.
Muerte a los ciberpunks
En principio, los Ribo-Funk emergieron como una suerte de opositores a
la cultura ciberpunk, aquel subgénero de la ciencia ficción
creado por William Gibson con su novela Neuromante y que finalmente encontró
su lugar en las páginas de los comics europeos. Los ciberpunks
proponían, como el mismo término lo indica, un mundo dominado
avasallado por la cibernética, pero con una estética
punk.
Los personajes prototípicos del género solían ser
seres lánguidos, habitantes de los bajos fondos de las ciudades
del futuro, con microchips implantados en el cerebro para conectarse en
forma permanente con la -siempre presente central de ordenadores.
Años después, cuando el futuro se empezó a acercar
peligrosamente al presente, la denominación empezó a ser
utilizada para mencionar a los hackers. Instalado el término en
el ciberespacio, bastó que alguien hablara de ciberpunks para referirse
a un sabotaje informático. Y ya está. Como una broma de
mal gusto, los ciberpunks perdieron su identidad cuando ingresaron en
las computadoras.
Como sucedió con sus congéneres, los Ribo-Funks también
fueron bautizados por un escritor, el norteamericano Paul di Filippo,
quien juntó el Ribo por el ácido ribonucleico
con el funk, término originalmente musical surgido
por oposición al cínico no future del punk.
El autor de ciencia ficción escribió el manifiesto de la
cultura Ribo-Funk, lo publicó en Internet y enseguida surgieron
miles de admiradores/acólitos dispuestos a ponerlo en práctica,
por supuesto ¿dónde, si no? en el ciberespacio.
El asunto, como las criaturas, creció. Internet empezó a
rebalsar de sitios dedicados al tema y hasta un grupo de estudiantes avanzados
de Biología de la Universidad de Oxford, Inglaterra, lanzó
un CD-Rom gratuitamente al ciberespacio con programas para crear vida
virtual. En este caso se trata del software Dancer DNA, con el cual se
pueden generar entes bailarines de música rave. Se crean formas
exóticas en tres dimensiones, se juntan las que el internauta considere
más atractivas y así, entonces, inventan figuras metálicas
que danzan al ritmo de la música de la página.
"Atentados Ribo-Finks"
Incluso ya existen los atentados Ribo-Funks. Consisten en
el envío de alguna de estas mascotas a las computadoras de otros
internautas, sólo para molestar. Todavía no están
entrenados para la ciberguerrilla, aunque algunos ingenieros
informáticos advierten que, en cuanto pueda hacerse una simbiosis
entre los virus informáticos y los sujetos ribofunks, la cuestión
puede volverse potencialmente peligrosa.
La cultura Ribo-Funk es, en definitiva, un emergente de la era informatizada.
Y no está mal. Después de todo, a esta altura ya no extraña
el asunto. La vida virtual era lo que le faltaba a la ciencia ficción
para dejar de llamarse así. Será cuestión de que
alguno de estos entes virtuales diga su primera palabra y bautice, en
consecuencia, a un nuevo género, que quién sabe de qué
extraños seres estará compuesto.
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