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Vigilar y
castigar: el nuevo espionaje personalizado
Por Juan Pablo
Bermúdez
Dick Tracy llegó a Internet
convertido en un súper delator de los movimientos ajenos. No podía
ser menos. El otrora detective infalible, honesto y estadounidense (atributos
que no necesariamente eran utilizados en ese orden para ponderarlo) le
dio su nombre -.de manera involuntaria al último gran invento
informático: el espionaje personalizado. Preocupadas por cuidar
sus gastos y por impedir la recreación de sus empleados,
las grandes multinacionales europeas y estadounidenses (aunque ya hay
pruebas piloto por estas tierras) controlan al personal mediante
un programa que rastrea los ingresos al ciberespacio, al que por supuesto
bautizaron con el nombre del célebre personaje de historieta (y
de cine, Madonna mediante, en los noventa).
¿Cómo funciona el buchón electrónico?
Muy fácil. Cuando una persona se conecta a la red utilizando el
servidor de la empresa, tanto para navegar (webear en su acepción
porteña) como para mandar correo electrónico, el microchip
delator registra desde qué número de computadora fue realizada.
Si el aparato no es de los autorizados para tal menester, inmediatamente
se activa una alarma que pone en funcionamiento al detective, cuya misión
-.nada ha cambiado es registrar las páginas visitadas y los
movimientos (de mouse) realizados. Casi como el marido celoso que manda
seguir a su cónyuge.
Virtudes privadas
Por el contrario, el software no registra -.ni mucho menos los quehaceres
de los empleados del mes: la fama está reservada sólo para
los infractores, cuyos castigos pueden ir desde un simple apercibimiento
hasta el despido justificado, pasando por la quita de la computadora
del escritorio personal (sic).
Por supuesto, el engendro no es el único de su especie. Una versión
superior está por hacer su aparición en el mercado. Mucho
más ordenado (y más soplón) que su primo, el Telemate
también registra las páginas visitadas por cada empleado,
pero se ocupa de clasificarlas de acuerdo con el rubro (juegos, humor,
literatura, pornografía, ofertas de empleo, etcétera), para
que el jefe no sólo sepa que su subordinado se la pasa navegando
sino también para que descubra sus vicios privados.
La tabacalera Philip Morris ya se anotó para contratar los servicios
del Telemate, para .-dicen contrarrestar los efectos de dispersión
de sus trabajadores y coartarles la posibilidad de conectarse para intereses
personales. Pero también por esos lados el sistema es utilizado
en su versión original, el Websweeper (algo así como barredor
de la web). De hecho, en la casa central de uno de los principales
bancos argentinos ya despidieron a setenta empleados por este motivo.
Con ley, sin ley, da lo mismo
En Estados Unidos, paradigma de la libertad y de las leyes, se agarran
de la ausencia de legislación en la materia (no existe una forma
legal para el ciberespacio; de modo que no se puede condenar nada, ni
siquiera el espionaje, en él, porque para la ley no es, no tiene
entidad).
En este punto, la Argentina está más avanzada: a partir
de la publicación de mensajes privados de una empresa (el célebre
caso de la revista XXI, que dio a conocer los memos internos del fallido
diario Perfil), la ley decidió que las comunicaciones personales
por medios electrónicos tienen la misma protección de confidencialidad
que las hechas por los medios convencionales (el papel, en buen romance).
Increíble pero real: el Tercer Mundo tiene leyes que el Primer
Mundo no. Sin embargo, los empleados siguen siendo objeto de espionaje
en tanto el asunto se especifica en los contratos laborales: en algunas
multinacionales se considera falta grave la utilización
de los soportes informáticos en forma individual, sobre todo el
correo electrónico.
A pesar de que son ilegalmente espiados, las empresas se las ingenian
para hacer valer sus reglamentos: cuando los setenta empleados despedidos
intentaron protestar por la forma en que los habían descubierto
(la única salida posible), el banco presentó una carpeta
cuyo contenido eran las direcciones de las cientos de web pages visitadas
en horas de trabajo y que, por supuesto, no tenían ningún
fin laboral. Y para eso no necesitan espionaje sino apenas ingresar en
el memorial de Internet que toda computadora tiene, a menos que se anule.
Se les pasó por alto el detalle.
Vicios públicos
El sistema no contempla la posibilidad de situaciones tragicómicas
que, sin embargo, se dan al parecer con frecuencia. Un empleado de IBM
denunció que su jefe lo había extorsionado,
diciéndole que si no renunciaba le harían llegar a la esposa
el contenido de las cientos de páginas pornográficas que
el sujeto en cuestión -.según los programas delatores
había visitado en los últimos dos meses.
Aunque la demanda no prosperó, el antecedente quedó registrado;
ya se anotaron unos cuantos en el alegato de extorsión y hasta
el Departamento de Estado norteamericano sugirió que, si no se
le encontraba la vuelta de tuerca al problema, rápidamente podría
florecer una nueva industria del juicio (especialidad estadounidense que,
a veces, se le vuelve en contra).
La silla eléctrica
Incluso no faltó quien presumió la posibilidad de que los
oficinistas ingresen a las páginas de sexo con la intención
de que los descubran (la exageración también es característica
del gran país del norte). De todos modos, la vergüenza por
ser descubierto al parecer todavía es mayor.
Pero el premio mayor le corresponde a un administrativo de Wave, una financiera
cuya sede central está en pleno Wall Street. Dick Tracy lo siguió
por sus incursiones al ciberespacio y finalmente entregó su veredicto:
el joven, cuya identidad no fue dada a conocer para resguardarlo de posibles
ataques, ingresaba todos los días para ver la ejecución
de un hombre en la silla eléctrica, en el estado de Florida, en
lo que fue la primera transmisión en vivo y en directo por Internet
de un suceso de esta naturaleza.
No conforme con las imágenes emitidas por un canal de noticias,
el joven siguió entrando en el sitio para ver las fotos. Según
el detective, lo hizo en noventa y cuatro ocasiones en un mes y medio.
La financiera aprovechó el caso para ponderar las virtudes del
software: Menos mal que contamos con esta tecnología; evidentemente,
los peores seres humanos se esconden en cualquier lugar, razonó
un alto ejecutivo de la firma, sin explicar por qué lo dejaron
continuar con su vicio durante tanto tiempo.
Vigilar y castigar, decía Michel Foucault.
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