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Si hace
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es psi


El apogeo del psicoanálisis y las psicoterapias parece haberse tomado al menos un recreo. La crisis económica y el vértigo actuales no deparan salud mental, sino todo lo contrario, pero los sujetos de hoy buscan soluciones rápidas, están demasiado ansiosos como para internarse en las laberínticas y pausadas cornisas de los caminos trazados por Freud y Lacan. Problemas coyunturales son atacados con terapias coyunturales: gemas, runas, flores de Bach, insight, reflexología, visualizaciones, bioenergética y mil atajos más en la época en la que precisamente la promesa de un atajo es la más fascinante.

Por Soledad Vallejos


Años atrás, pisar las calles de Buenos Aires durante febrero comprendía, por lo menos, un factor de riesgo: significaba aventurarse en el gran recreo neurótico que desataba el tradicional período de vacaciones de los psicoanalistas. La gran urbe psi podía entonces descontrolarse, desmadrarse más allá de los límites alguna vez imaginados o permanecer en un letargo de espera angustiosa similar a la hibernación de las marmotas. Pero actualmente las cosas han cambiado. La ciudad más alleniana después de Nueva York ya no ve partir a sus freudianos y lacanianos en masa al llegar el mes más corto del año, es más, a algunos ni se los ve poner un pie lejos de su diván. Obviamente, entre los antecedentes de este cambio de costumbres la crisis económica lidera el campo de influencias, pero aún hay más. Y es que en pleno fin du siècle posmoderno, la caída de los grandes relatos ha arrastrado también al pensamiento psicoanalítico. En La condición posmoderna, Jean-François Lyotard preconizaba el fin de los relatos totalizadores, de las grandes construcciones teóricas de la humanidad que pretendían brindar una explicación cabal y absolutamente abarcativa del tema de estudio, cualquiera que fuera. Era, entonces, el momento de cuestionar aquello en lo que durante tanto tiempo se había depositado una fe ciega, lo que había no alcanzaba y, por lo tanto, era necesario más. Pero no más de lo mismo. Entre los grandes relatos, el psicoanálisis, o más precisamente, las construcciones a las que dio pie la andanada de escritos de Freud, ocupa uno de los sitiales de honor.

Poco a poco comenzó a abrirse un abanico de terapias alternativas desprendidas de las prácticas de la new age, o nacidas al calor de un próspero movimiento que hace hincapié en lo espiritual, las energías cósmicas o la integración del cuerpo y la mente. Y los nuevos vientos tentaron -y tientan- a más de un ferviente adorador de Freud, a tal punto que muchos pacientes se alejan decepcionados de sus sesiones de análisis para pedir refugio y soluciones en los brazos prometedores de las terapias alternativas, y otros tantos profesionales no dudaron en incorporarlas a su consultorio.

CRISIS, ¿QUE CRISIS?

“La gran propuesta de terapias alternativas y el ritmo de la gente, que se inscribe en el del nuevo milenio, que quiere soluciones rápidas y no soporta grandes esperas, influyen en el consultorio”. La psicoanalista Mónica Mochiutti conoce los problemas de mantenerse en la ortodoxia. Ante su diván, dice, vio desfilar más de un alma que, en busca de una solución rápida para sus angustias, traspasó la puerta decepcionada por los largos tiempos que requiere el análisis. En medio de un mar de salidas rápidas y soluciones cuasi mágicas -o cuanto menos extravagantemente divertidas-, muchos pacientes suelen recurrir a las sesiones sólo con la intención de mantenerse a flote en las urgencias de un momento espinoso, como una manera de solucionar al paso un mal trago difícil de digerir en la más absoluta soledad. Pero nada más. “A lo mejor -ejemplifica Mochiutti-, se acepta un contrato por un tiempo convenido pero después de terminado ese trabajo hasta el paciente se da cuenta de que es imposible llegar a la raíz del problema en cinco meses. Para profundizar en eso, es necesario un tiempo que no puede ser medido cronológicamente. Es decir, hay un tiempo que se estipula por necesidad, pero el tiempo del inconsciente tiene su propio ritmo.”

La ansiedad, esa voracidad por la inmediatez, conspira contra los tratamientos que para calar hondo precisan de largas horas. Graciela Musachi, una psicoanalista de orientación lacaniana, afirma que “el psicoanálisis no es para todos, depende de que alguien esté dispuesto a hacer esa experiencia, una experiencia en la que es necesario un tiempo para llegar a producir un cambio en la posición de los sujetos. Porque no ofrece ningún paliativo sino, para decirlo de alguna manera, una cura verdadera”. Y éstos no son los años dorados de la patria psi, aquellos en los que todo el mundo demostraba una predisposición impar para comprender los caminos del inconsciente. Junto con su irritante cortesía, la corrección política de los noventa destronó al pensamiento psicoanalítico de la lista-de-cosas-que-hay-que-hacer-para-ser, analizarse ya no constituye una categoría necesaria para estar a tono con los tiempos que corren. En otras palabras: los sujetos analizados de los sesenta pasaron de moda. “Ya es un efecto marcado por Anthony Giddens -explica Musachi-, él planteaba que la autoridad del psicoanálisis no es la misma que en la década del sesenta. Eso no significa que no tenga una propia autoridad como discurso. Sucede que no está de moda, no es masivo, hoy ya nadie lo considera ‘obligatorio’.” No se trataría, entonces, de una crisis estructural sino de un descanso tras el apogeo. O quizá de un replanteo del aspecto formal de parte de algunos profesionales y pacientes.

Sin embargo, la etiqueta de demodé llegó justo en uno de los momentos de mayor auge de la oferta profesional: de acuerdo con estadísticas del Foro de Instituciones de la Salud Mental de la Ciudad de Buenos Aires, en nuestro país se concentran alrededor de 35.000 psicólogos, 3.000 psiquiatras especializados, 2.000 médicos clínicos en ejercicio de la psiquiatría y 10.000 especialistas que se reparten entre la psicología social, la musicoterapia, las terapias ocupacionales y otras variantes. Las matemáticas, entonces, demuestran que mientras que por cada trescientos cincuenta porteños hay un profesional de la salud, la cifra se duplica a nivel nacional -un profesional por cada setecientos habitantes-. Luego de muchos años de insistencia, se ha logrado incluir a la asistencia en salud mental en las cartillas de las obras sociales y las medicinas prepagas, con lo cual la posibilidad de acceder al mundo del ¿a-usted-qué-le-parece? dejaría de estar vedada para muchos bolsillos. Al parecer, la extinción de la veneración por el psicoanálisis y los coqueteos con las famosas terapias alternativas no se relacionan pura y exclusivamente con lo económico.

A medida que se resquebraja el embrujo totalizador del discurso de los herederos de Freud, las grietas permiten entrever una infinidad de caminos para quienes están en busca de un mejoramiento espiritual, o por lo menos algún tipo de alivio para sus vidas. Mientras que el cuestionamiento de la efectividad del psicoanálisis no diferencia entre pacientes decepcionados ni profesionales con espíritu explorador, los analistas tradicionales reniegan una y otra vez de los preceptos de las nuevas soluciones. A modo de ejemplo, la psicoanalista Gilú García Reinoso no duda en mostrarse escéptica sobre estas terapias: “Cuando la gente no tiene plata, no la tiene, y se ilusiona con ciertas perspectivas, busca lo mejor y lo más barato. En los diarios se ven muchas ofertas de terapias alternativas y la gente se engancha, cuanto más se promete, más enganche hay. Y el enganche es mayor cuando más vacío de realización hay”. Pero desde su perspectiva, ese tipo de tratamiento no roza ni de lejos los alcances y metas propias de su profesión. “El psicoanálisis, además de una práctica, es un concepto del sujeto humano y un abordaje de sus problemas distinto de las terapias alternativas, que ilusionan sustituyendo la desesperanza por la esperanza. Entonces eso crea una especie de adhesión a lo que se promete”.

Sin embargo, son muchos los profesionales que desafiando todo prejuicio o dogma corporativo al respecto se propusieron evitar el enfrentamiento y experimentar con lo alternativo, si no como una respuesta espontánea al menos como un complemento interesante. Si la montaña no parece dispuesta a movilizarse, lo mejor sería ir hasta ella. Leticia Cohen, una psicoanalista que alteró su ortodoxia complementándola con elementos considerados alternativos aclara que “no hablaría de terapias alternativas, sino de otras alternativas en la terapia, otros puntos de vista, otros enfoques sobre el ser humano. No podemos negar los descubrimientos freudianos y las premisas básicas del psicoanálisis, al contrario, nos formamos y nos basamos en ellas. Pero los pacientes de hoy no se presentan como los de su época, y el mundo de hoy no es el que vivió Freud”. En base a eso y a la firme creencia en que “una persona que sufre no es objeto para ser mirado solamente desde una teoría y creer que ese saber lo abarca todo”, su aggiornamiento consistió en incorporar, por ejemplo, psicodrama psicoanalítico, trabajo corporal energético y flores de Bach, todos recursos a los que echa mano en “forma discriminada de acuerdo al caso que se trata, ya que la posibilidad del empleo de recursos no tradicionales está en relación con las características del paciente y de la problemática que lo aqueja”. Pero ese reconocimiento expreso de la insuficiencia de la teoría tan venerada por algunos, sostiene Cohen, está lejos de conformar una crisis del psicoanálisis: “Creo que no se trata de una crisis del pensamiento psicoanalítico, sino, en todo caso, de la crisis de una forma de practicarlo”. De cualquier manera, bajo el manto de la mera modificación en la práctica se oculta algo más preocupante para los cultores de la tradición: una crisis no es lo mismo que el certificado de defunción, sino que hace visible un proceso de cambio. Lo que inicia una crisis busca de esta manera una nueva identidad -o forma- con la cual subsistir. Bajo esta luz, tal vez -sólo tal vez para los tradicionalistas acérrimos- pueda comprenderse este período como una crisis del psicoanálisis, una teoría en la que la práctica tiene tanta importancia que ambas viven de retroalimentarse constantemente. En ese sentido, se podría, pues, plantear la crisis del pensamiento psicoanalítico entendido de la manera ortodoxa, al menos en los consultorios de algunos profesionales.

IR A LA MONTAÑA

Hace un tiempo, la psicóloga Clelia Meana descubrió los beneficios de incluir en los tratamientos basados en la teoría gestáltica complementos tales como las terapias bioenergéticas o las flores de Bach. “El planteo gestáltico ofrece la posibilidad de lograr una integración entre lo que se piensa, se siente y se hace. Encuentra mensajes en el cuerpo, hay una lectura corporal, gestual, de las inflexiones de la voz, de los movimientos de los ojos. Las dos fuentes de las que nace la gestáltica vienen del psicoanálisis y la filosofía zen, incluye la parte del hinduismo y el budismo zen, con lo que sintetiza Oriente y Occidente. Además, incluye terapias alternativas con el cuerpo, se trabaja con bioenergética.”

La experiencia de años de consultorio convenció a Meana de que “las personas no tienen tiempo para tanta lata. Vivimos en un mundo vertiginoso, donde no se puede estar seis años hablando de cómo te sentías cuando tu mamá te decía tal cosa. La gente que busca algo más siente que el piscoanalista no termina de resolver la situación, que la entiende, que la ve, pero que igual falta ese clic para lograr un cambio. Muchos están hartos de pasar años de terapia sin modificar una mínima cosa. La persona siente que tiene un montón de información que no puede derivar hacia la acción del cambio”.

El caso de Juan Ayala parece ejemplificar claramente las palabras de la analista. Hace algunos años, Juan aceptó por primera vez las reglas del psicoanálisis cuando su padre enfermó. “La terapia me sirvió como un primer paso hacia el conocimiento de mí mismo. Hasta ese momento, ni el odio ni el amor habían sido puestos en palabras, es especial con respecto a mi viejo. Pero después de un año dejé, un poco porque sentía que era siempre lo mismo, que con palabras no bastaba.” Por otra parte, Juan había renunciado a su trabajo y ya no podía pagar los honorarios de la especialista. Un año después, coincidiendo con una recaída de su padre, una amiga le recomendó una terapia alternativa. “Lo que más me gustó en un principio fue la calidez de Pilar, la señora con la que hago terapia bioenergética. Yo no acepto esa frialdad del psicoanálisis que impone un profesional delante de alguien que necesita ayuda. Cuando uno va a una terapia, es porque está trabajando con cosas del alma, del corazón, entonces, ¿por qué negar un poco de afecto, de calidez? Con esta mujer me siento contenido y no está esa cosa dogmática de un tiempo determinado y una posición determinada para hablar. Acá se trabaja con una base de psicoanálisis pero se incorpora también el trabajo corporal para destrabar la energía, tomamos mate, nos sentamos en almohadones.” Para Juan, saltar el cerco que separa la ortodoxia de las nuevas terapias fue una liberación, un “segundo paso en el camino del conocerme a mí mismo”. Es más, muy a pesar suyo se reconoce en algunas palabras de Nacha Guevara: “A veces, me siento un poco como ella aunque si la escucho hablar me causa gracia, mis amigos se ríen de mí, creen que estoy enloqueciendo, pero yo siento que encontré una forma de curarme. El mundo está lleno de oscuridad pero individualmente se puede encontrar una luz”.

TERAPIAS Y ANALISIS

A pesar de los años de cultura de diván, el saber común de una de las ciudades más psicoanalizadas del mundo no ha aprendido una lección elemental respecto de los roles del análisis y las terapias. “Todo el campo psi no considera necesariamente al psicoanálisis -define Graciela Musachi-. Una cosa son las psicoterapias y otra muy distinta el psicoanálisis. Evidentemente, la psicoterapia y el psicoanálisis curan por la palabra, pero lo gente se confunde porque en los dos se trata de hablar. Sin embargo, las posiciones del psicólogo y del psicoanalista son opuestas: el psicoanálisis busca las causas de lo que le sucede al sujeto, mientras que en psicología se trata de que funcione, no hay una búsqueda de la causa”. Es decir, mientras que el primero apunta a hallar los motores primeros de las disfunciones para desarmarlas, o al menos comprenderlas, el segundo no bucea en la mente más que para desatar ese nudo que momentáneamente le impide andar como dios manda. Y también en ese terreno nuestro país lleva unas cuantas cabezas de ventaja a otros territorios donde lo que prima es la tradición. Pero en todos los casos lo que se busca es una sola y única cosa: eliminar de una vez por todas -y cuanto más rápido mejor- esas angustias incomparables que la vida depara a la vuelta de la esquina donde se rompió una relación de pareja, se generaron conflictos con los seres queridos o chillan esos arranques existencialistas que no dejan dormir con tranquilidad.

A veces, las búsquedas no recalan en ningún puerto, sino que sólo sirven para descartar y seguir investigando. Leticia Cohen afirma que la mayoría de la gente que se acerca a su consultorio “viene con problemas puntuales y no sabe de qué se trata una terapia, viene a solucionar conflictos y buscar alivio a su sufrimiento”, y que no suelen averiguar cuáles son los métodos que aplica en los tratamientos. Sin embargo, reconoce que “están los que deambulan por varios consultorios, varias orientaciones y ‘alternativas’”, pero que, en algunos casos, “ésta puede ser una buena forma de no hacer nada”. El halo de lo alternativo -pasó por la medicina, la prensa y la comunicación, la música... ¿y ahora qué?- alimentó el (re)descubrimiento de, por ejemplo, la biodanza, la musicoterapia, el reiki, la terapia colónica, la gemoterapia, la terapia numérica y cráneo-sacra, el rebirthing, la terapia de los vientos, el insight y muchas más que esta enumeración no alcanza a registrar. Lo que no queda claro es si se trata de una apertura hacia nuevos campos que tendrá frutos saludables y rozagantes que dejen en el olvido los sufrimientos de las neurosis, las estructuras perversas, los bloqueos y todos esos términos tan caros al imaginario psicoanalizado. O si se trata tan sólo de tibios manotazos de ahogado que abren las ventanas por un tiempito. O si, en realidad, marcan el inicio de una nueva perspectiva en la que finalmente lo alternativo deje de serlo para institucionalizarse y convivir en armónica cooperación con la ortodoxia actual. Tal vez, la psicoanalista Graciela Musachi tenga algo de razón cuando dice que “las modas pasan, hay una exigencia de lo nuevo. Pero el psicoanálisis cree que lo nuevo es más bien repetición, y eso se comprueba con pacientes que van de un lado al otro y finalmente vuelven al psicoanálisis, aunque a veces se convierte en el último lugar al que llegan”