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Las mil caras
JENNIFER

Jennifer Jason Leigh es una de las más talentosas actrices de su generación, aunque su bajo perfil haga que ni su nombre ni su cara sean demasiado conocidos. Ahora, en Broadway, se anima a interpretar, en las tablas del célebre Studio 54, a aquel inolvidable personaje que Liza Minnelli dejó grabado a fuego en Cabaret. Y sale airosa.


 

Por Moira Soto, desde N. York

No tiene la frente invasora de Christina Ricci ni los irresistibles ojos de bambi de Wynona Ryder; tampoco la risa descolocada de Holly Hunter, por citar algunas de las enanas superdotadas del cine norteamericano actual. A simple y primera vista, en la vida cotidiana, el aspecto de Jennifer Jason Leigh es el de una chica treintañera (en el cine puede dar la edad que se le cante) común y corriente, sin rasgo sobresaliente alguno, ni linda ni fea, menuda y reservada.

Pese a sus extraordinarias, midiúmnicas interpretaciones en Miami Blues, El gran salto, Mujer soltera busca, Rush, La heredera, Georgia..., esta actriz no ha alcanzado categoría de estrella y su perfil -salvo cuando le toca hablar de sus personajes- es tirando a bajísimo. Aun cuando trabajó en muchos films de prestigio y algunos de éxito comercial, Leonard Maltin no la ha considerado digna de figurar en su popular guía de cine y video, en la que al final hay un Index of Stars. Cerca de donde debería estar Jennifer es posible encontrar -por ejemplo- a Anjelica Huston, Holly Hunter, Diane Keaton o Nicole Kidman. Pero minga de J.J.L.

A la protagonista de Eclipse total (Dolores Claiborne) ser ignorada por la Maltin no le quita ni una hora de sueño: elogiada sistemáticamente por la crítica, premiada algunas veces, en estos momentos Jennifer ha concentrado energías, talento y -todo hay que decirlo- ovarios en la interpretación del legendario personaje de Sally Bowles, en la puesta de Cabaret que se ofrece en Broadway, nada menos que en el mítico Studio 54. Con su metro cincuenta y pico, mucho entrenamiento corporal y una voz pequeña, sincera, con ricos matices de emoción y humor, Jason Leigh se planta en el escenario rodeado de mesitas con veladores colorados que dan cierto clima de music hall de antaño, y enfrenta valerosamente los fantasmas de Jill Haworth (primera Sally en el Broadhurts Theater, allá por el ‘66), Liza Minnelli (que convirtió ese personaje en icono de los 70 a través de la conocida película) y la muy reciente (y según la crítica, deslumbrante) creación de Natasha Richardson, a quien en realidad Jennifer está reemplazando.

Sin dejar de apreciar la alta calidad y estilizada creatividad de la puesta, la escenografía y el vestuario, el acierto de las demás actuaciones y los valores de la comedia musical en sí (superiores a los de la adaptación cinematográfica), emociona de verdad asistir a este debut en Broadway de la mimética actriz, verla correrse modestamente por momentos a un casi segundo plano, a favor del alucinante maestro de ceremonias que encarna Ala Cumming.

¿Maniática yo?

Jennifer Jason Leigh no consigue esas actuaciones tan verosímiles -esa diversidad tan acentuada entre sus personajes que hace que en oportunidades no se la reconozca de inmediato- porque decida ponerse en estado de trance y ya. La hija del actor Vic Morrow (muerto guillotinado en accidente de laburo) y de la guionista Barbara Turner es una adicta al trabajo que prepara a conciencia pura cada uno de sus papeles, ya se trate de una prostituta a la deriva o una irónica escritora, de una policía que se da con droga para convencer a un narco o de una heroinómana que quiere cantar como su hermana mayor, cuando no de una temible psicópata usurpadora de personalidades...

Precisamente, para trabajar en Georgia sobre guión de su progenitora, Jennifer perdió peso, investigó un montón, vio documentales musicales (Van Morrison, Chet Baker), se hizo amiga de gente que estaba en centros de rehabilitación, ensayó como loca para poder cantar bien (“Nunca lo había hecho en público, aunque de chica cantábamos mucho en familia”). Además, para redondear y pulir el personaje de la heroinómana Georgia contó con el asesoramiento de su hermana Carrie, adicta durante trece años que ahora asesora a grupos de consumidores que quieren salirse: “Ella me enseñó que te duelen las piernas, las pantorrillas, por eso das patadas para detener los espasmos, que son muy dolorosos. Te entran frío y calor, nada te puede rozar la piel que se vuelve extremadamente sensible, vomitas como mi personaje al cantar Take Me Back, tienes diarrea y la piel de los brazos parece carne de pavo. Y toses como si el alma se te saliera. El dolor es inimaginable, pero si te acostumbras, te puede gustar ese dolor...”.

Un año antes, al hacerse cargo del complejo papel de Dorothy Parker, la brillante escritora y periodista, excéntrica y endemoniadamente ingeniosa, cuyo compromiso político la llevó a crear la Liga Antinazi de Hollywood, Jennifer puso el mismo empeño minucioso de siempre. De la mujer que dijo en uno de sus poemas “esta vida nunca fue un proyecto que yo deseara”, comenta la actriz: “Era tan sentimental que se podía echar a llorar simplemente porque se le había caído el sombrero”. Para empezar, Jason Leigh engordó varios kilos y se dedicó de lleno a trabajar el acento de Parker, escuchando incontables veces sus grabaciones. La escritora estaba lejos de cultivar una clara dicción, y la aplicación de la intérprete fue tan escrupulosa que una vez editado el film (La señora Parker y su círculo vicioso, salió directamente en video), debió doblar su propia voz para que se entendieran los parlamentos. De todos modos, J.J.L. sigue pensando que “una vez que tenés la voz del personaje en la cabeza puedes percibirlo, transformarte en él”. No es de sorprender que para Vidas cruzadas, de Robert Altman, donde hacía a una madre que con bebé a cuestas les daba lata erótica a sus clientes, haya casi convivido con auténticas trabajadoras del sexo telefónico.

El mismo director la convocó luego para Kansas City, homenaje a una de las cunas del jazz, film donde Jennifer secuestra a la mujer de un político para recuperar a su marido. Esta producción, no estrenada en los cines, podrá verse por el canal de cable Movie City durante marzo (el 3, a las 4.40 y 16.40; el 12, a las 9.20 y 21.20; el 20, a las 23.20). Por otra parte, Georgia se pasará por el mismo canal el mes próximo (el 3, a las 10.10 y 22.10; el 7, a las 18.10; el 11, a las 13.00, y siguen las fechas). Ambas películas están editadas en video.

Entre las últimas actuaciones vistas localmente de Jason Leigh vale mencionar la inolvidable, conmovedora Catherine Slooper de La heredera. Todavía está en cartel (Galerías Pacífico) En lo profundo del corazón, donde en un rol secundario pero decisivo, con su entrega habitual, Jennifer es Caroline, la hija menor (Cordelia, en la pieza de Shakespeare) de ese Rey Lear incestuoso y bastante trucho que hace Jason Robards.

Sally Bowles en Studio 54

Allí donde a fines de los 70 se filtraba arbitrariamente y de mala manera a muchos clientes, donde Liz Taylor se bebía todo lo que había prometido durante el día no beber en la Betty Ford, donde Travolta y Stallone empezaron a creerse estrellas en tanto que Saint-Laurent presentaba su Opium, allí mismo en estos días Jennifer Jason Leigh canta “Don’t Tell Mama” y “Maybe This Time”, entre otras canciones de Cabaret. La célebre comedia musical, conocida internacionalmente a través de la película de Bob Fosse y de distintas grabaciones musicales y de las versiones teatrales en video, tuvo su punto de partida en las Historias de Berlín, de Christopher Isherwood, primeramente adaptadas a la escena por John Van Druten en la pieza I Am a Camera (que a su vez dio origen a un notable film de Henry Cornelius, con Julie Harris). El personaje de Sally, así como el clima de decadencia y violencia latente del Berlín de los tempranos años 30 fueron posteriormente reflejados en la comedia musical Cabaret, sobre texto de Joe Masteroff, con música de John Kander y canciones de Fredd Eff. Se estrenó el 20 de noviembre de 1966 y alcanzó las 1165 representaciones, con puesta en escena del gran Harold Prince, que conquistó una larga serie de premios Tony. Dos años después de la primera presentación de Cabaret, la que se lució en Londres fue la excelente Judi Dench, siempre con Joel Grey (había estado en el estreno y después brillaría en la película) como maestro de ceremonias que decretaba que la vida es un cabaret.

Con el correspondiente acento inglés -la alocada, imprevisible, cándida y experimentada Sally es de ese origen-, desplegando nuevos recursos más apropiados para la escena, actualmente Jennifer Jason Leigh sorprende en Studio 54 a críticos y público con la fuerza de su presencia y una actuación sobresaliente. No es una gran cantante ni pretende parecerlo porque su proverbial honestidad no se lo permitiría: es una actriz que canta, entonada, sensible, vibrante, en ese ámbito perfecto que ha recuperado así un apogeo de distinto signo de que tuvo entre el ‘77 y el ‘79, con Andy Warhol, Truman Capote, Jackie Onassis, Bianca Jagger y otros escogidos evolucionando en la pista de baile, bebiendo champaña o degustando cocaína. Pero ésa es otra historia que se desarrolla en futuros estrenos de cine, como Studio 54 (con Mike Myers y Salma Hayek) y Last Days of Disco (con Chloë Sevigny y Matthew Keeslar).