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Cada 8 de marzo se conmemora el Día de la Mujer. ¿Sirve? Algunas entrevistadas en esta nota -dirigentes sociales y políticas, legisladoras, periodistas, feministas- opinan que lo que hace falta, además de los discursos de rigor, son acciones positivas que rescaten a las mujeres de una situación de desigualdad respecto de los hombres. Otras descreen de leyes o medidas que aceiten el arribo de mujeres a lugares de decisión. Pero para todas, a esa muchacha de los cigarrillos finitos y femeninos que había recorrido un largo camino, todavía le falta caminar mucho más.

Por Marta Dillon

Por qué un día de la mujer? Porque el hombre tiene 364 días para festejar.” La frase es un viejo chiste -si se puede considerar así a una ironía un tanto descarnada- que durante años sirvió para calmar un poco la crisis de protagonismo de quienes se sintieron discriminados por no tener un día de homenaje. Esta polémica que a simple vista resulta por lo menos anacrónica todavía ocupaba las páginas centrales de los diarios hace escasos cinco años. Y aun ahora gozan de buena salud quienes consideran que el Día Internacional de la Mujer es un festejo similar al Día de la Madre y merece poco más que una flor y un saludo cordial para las integrantes del género. Sin embargo, el 8 de marzo no es una fecha festiva sino el recordatorio de un hecho trágico -el incendio intencional de una fábrica textil en el que murieron carbonizadas 129 obreras que luchaban por una jornada de diez horas- que con el correr de los años sirvió para cristalizar las actuales demandas del género mujer, todavía lejos de alcanzar la igualdad de oportunidades respecto de los hombres. A modo de simple ejemplo del abismo de las diferencias se pueden tomar los datos que ofrece la Organización Internacional del Trabajo (OIT): “Se necesitarán por lo menos 475 años más para conseguir paridad entre hombres y mujeres en el ámbito laboral”, decía un comunicado fechado el 8 de marzo de 1996. Para quienes se animen a mirar las cifras con optimismo, es momento de respirar aliviados, ya pasaron tres años desde entonces. Aunque para seguir en la senda del progreso deberían continuar en forma lineal los avances de este siglo, algo que en la práctica está lejos de realizarse en un mundo globalizado que impone la flexibilización laboral como un credo.

Pero aun cuando se haya tomado como referencia una fecha fundante para las conquistas de las trabajadoras no es en este único ámbito en que las mujeres reciben un trato discriminatorio. El 8 de marzo es un símbolo, una pausa en la cotidianidad que ayuda a traer a la superficie problemáticas que resultan invisibles -aunque cada vez menos- como la violencia sexual, el acoso, el sexismo, la explotación, la discriminación y que en muchos casos son las bases contra las que la gran mayoría de las mujeres del mundo deben construir su identidad. “Símbolo es una palabra de origen griego, sym-bolen, y quiere decir juntar, hacer coincidir. Se refiere a la relación que resulta de hacer coincidir dos partes, dos situaciones, especialmente cuando sus protagonistas no se conocen. Al juntarse en la línea divisora se reconocen debido a que dicho corte contiene algo en común para ambos. Por ejemplo marcar un día rescatando las luchas de aquellas mujeres relaciona sus esfuerzos con los de otras mujeres, en otras geografías, en otras épocas. El símbolo entabla una relación entre las distintas formas de luchas y reivindicaciones que las mujeres precisamos desenvolver”, escribía Eva Giberti en 1993 para contestar las voces que entonces se preguntaron si el Día de la Mujer no era discriminatorio.

“Los nuevos vientos neoconservadores instalaron la idea de que nada debe remitir al pasado, a la memoria o a la narrativa histórica -opina la socióloga y feminista Mabel Bellucci-. Esta fecha y otras fueron vaciándose de contenido revulsivo para ser atrapadas por la lógica del mercado.” Una lógica que banaliza las cuentas pendientes a la hora de equiparar las oportunidades entre los géneros que en algunos países de Asia y Africa presentan una superficie tan hostil como una cama de clavos, en la que las mujeres sobreviven de milagro a la mutilación de sus genitales o mueren de infecciones que podrían ser inocuas si no se les prohibiera que asistieran a la consulta de un médico de varón en países donde a ellas no se les permite estudiar, como en Afganistán, por ejemplo.

Sin embargo, ni siquiera todas las mujeres coinciden en la importancia de tener una fecha específica -algo que la Asamblea General de Naciones Unidas propuso a los países miembros en 1977- para hacer visible lo invisible: la sostenida postergación de la mujer que todavía hoy no puede decidir libremente sobre su cuerpo y su sexualidad ni puede ingresar en el mercado laboral con los mismos derechos que sus pares varones. “Este día es una graciosa concesión masculina. Así como los huérfanos, los desamparados y los discapacitados tienen un día asignado en el calendario de la ONU, alguien o algunos decidieron que nosotras, pobres las mujeres, merecíamos un día especial. Sería mejor que hubiera un día del ser humano en el que se comentaran las violaciones a nuestras libertades y a nuestra dignidad”, opina sin dudar Magdalena Ruiz Guiñazú.

La mitad más uno

La polémica sobre la importancia o no del Día de la Mujer remite a lo que se conocen como acciones positivas o acciones de discriminación positiva. Es decir medidas que tienden a favorecer a un grupo para revertir una desigualdad previa. El ejemplo más claro es el de la ley de cupos que instaló un piso para la representación femenina dentro de los cuerpos legislativos del 30 por ciento. Estas acciones son para Bellucci “necesarias aunque no suficientes. El cupo es un soporte legal que permite romper la lógica de representatividad hegemónica. No es lo mismo un mundo público de varones blancos, heterosexuales y de clase media que las expresiones de mixtura que brindan las realidades, es decir la vida”. Una opinión que comparte la gran mayoría pero que Ruiz Guiñazú cuestiona siguiendo la lógica de la capacidad: “La ley de cupos se da vuelta en contra de los intereses de todos, con tal de llenar el porcentaje acceden mujeres que no deberían ocupar una banca, hay legisladoras que son realmente sorprendentes. Por eso estoy segura de que sólo la capacidad abre paso”.

“Si tuviéramos que pensar que la buena voluntad y la idoneidad son las herramientas que rompen el poder corporativo -con mayor o menor conciencia los hombres son una corporación- tendríamos que concluir en que las mujeres peronistas y radicales son incapaces porque en los años que tienen esos partidos son poquísimas las que accedieron a una banca. Pero viéndolas legislar es fácil darse cuenta de que no es así”, opina, terminante, Graciela Fernández Meijide desde su sede de campaña.

Teniendo en cuenta el estado de cosas en la Argentina del fin de siglo es difícil pensar en que se pueda prescindir de las acciones positivas. En nuestro país las mujeres aparecen en las estadísticas con un 40 por ciento de ellas dentro del mercado laboral, mientras que los hombres están activos en un 75 por ciento. El sueldo promedio de un hombre es de 704 pesos mientras que el de la mujer es de 680. A esto hay que sumarle el invisible y menospreciado trabajo doméstico que las mujeres, lejos de repartir con sus compañeros, lo suman como una doble jornada laboral.

Sumergirse en la política significa para ellas una tercera jornada en un mundo androcéntrico que cocina las decisiones más importantes en cenas y reuniones que se prolongan hasta la madrugada, siguiendo el modelo del objeto varón que tiene una esposa en casa. “Resulta que como las esposas son ellas tienen que conservar ese modelo y además travestirse para ingresar en la política y en el trabajo”, opina Irene Meler, coordinadora del Foro de Psicoanálisis y Género de la APA. “La discriminación al revés que propuso la ley de cupos logró que se achicaran las desventajas de las mujeres en parte -agrega Meler-. Aunque al principio las nuevas legisladoras se miraban con desconfianza por temor a que los hombres las hubieran puesto a dedo, poco a poco se acercaron unas a otras y llegaron a formar lo que se llamó `la patota femenina’ que consiguió alianzas de género interpartidarias.” Un ejemplo fue cuando en la Convención Constituyente de 1994 las mujeres lograron frenar que se incluyera en la Constitución un artículo que cerraría definitivamente un debate sobre la penalización del aborto.

Tal vez lo que genera más desconfianza a la hora de plantear acciones positivas es que las mujeres son percibidas como una minoría cuando componen el 52 por ciento de la población, algo así como la mitad más uno. Este es un rasgo más que ejemplifica cómo han sido invisibilizadas durante siglos. Para la titular de la cátedra de Estudios de Género de la Universidad de Buenos Aires, Gloria Bonder, es bueno tener claro que “estas acciones son siempre transitorias y tienen una importancia vital porque conseguir la equidad es un proceso a largo plazo con vaivenes de acuerdo con el contexto. En este nivel de desempleo y oportunidades escasas no es cierto que los logros sean logros en el tiempo y mucho menos que sean progresivos. Las políticas globales todavía no han integrado la equidad de género y todavía es preciso aplicar acciones positivas en ámbitos donde hay una abierta y flagrante desigualdad que no se compensa con el tiempo, sobre todo en niveles de decisión y en la ciencia y la tecnología, porque son estas medidas las que colocan el tema en la agenda pública y mantienen vibrante el nervio de la igualdad”.

Dos políticas

Sin duda la ley de cupos ayudó para que más mujeres entraran en política, sin importarles ese trato despectivo que todavía les dan los hombres a la hora de confeccionar las listas. “En los pasillos se escucha una frase molesta cuando se están confeccionando las listas: `a ver quién paga la mujer’, dicen los hombres como si fuera una cuenta que se les está pasando el hecho de contar a una de nosotras cada dos hombres”, dice la diputada Elisa Carrió, una de las mujeres que permiten pensar que otro modo de hacer política es posible.

Ella y Graciela Fernández Meijide son las dos mujeres que se instalaron en el escenario público sin depender de ningún padrino varón que les ceda el espacio. Ambas tienen estilos claramente distintos y la perspectiva de género de cada una se parece tanto como el agua y el aceite. “Tengo muy claro que soy mujer, nunca tuve problemas con mi identidad sexual”, dice Meijide cuando se la interroga sobre su conciencia de género y deja bien claro que nunca se embanderó en el bando feminista. “Soy feminista y lo digo -asegura Carrió-, porque los hombres nos robaron hasta el nombre, ahora resulta que no queda bien decirlo. Hay que reivindicar el nombre y que quede bien claro que no es una guerra pero sí una lucha por ser personas. Quienes estamos en lugares públicos tenemos el deber de arrastrar el género y en esto soy intransigente, porque cuanto más cerca se está del poder parece que las mujeres nos olvidamos de nuestras reivindicaciones particulares.”

Si en algo coinciden estas dos mujeres es en la necesidad de instalar en la conciencia de sus congéneres el valor de la autoestima. “La mujer tiene todo lo que hay que tener y no le falta nada, ésa es una de las ideas más importantes que hay que meterse en la cabeza, porque por habersido marginadas tanto tiempo actúan como un grupo minoritario aunque no lo sean”, dice Fernández Meijide y opina que la primera acción necesaria para revertir la desigualdad es “la educación de los chicos, porque si tu mamá es machista vos vas a lavar los platos mientras tu hermano juega a la pelota. Y desde el Estado hay que igualar los sueldos y ocupar los cargos mediante concursos de oposición y antecedentes sin discriminar. Pero no se puede aplicar la ley de cupo para todo, menos para los puestos ejecutivos porque no me pueden obligar a elegir a alguien por ser mujer si no tiene experiencia en determinado tema. Y no es la forma de adquirir experiencia desde lo ejecutivo”. Carrió -que irónicamente desarrolla la teoría de ser la Rosa de Lejos de la política- es más audaz a la hora de hacer planes para lograr la equidad de los géneros: “Si por algo me gustaría ser presidenta es para igualar desde la jerarquía. Tendría un gabinete con tantos hombres como mujeres. Es la única forma de igualar porque el ejemplo es importante. La acción positiva no supone tener un consejo o una secretaría que suele dejar a la mujer en un lugar residual sino teniendo auditoras mujeres en cada ministerio para controlar la equidad. Mujeres capacitadas hay, pero son invisibles. La única manera de cambiar es desde los niveles de ejemplaridad, se necesitan muchas mujeres con conciencia de género aunque este tema parece estar devaluado en lo público. Es más, considero que la única revolución posible es la de mujeres. Somos el otro histórico por excelencia. Están los excluidos, los pobres pero también esos sectores tienen rostro de mujer. Poder hacer política desde ese lugar, desde quienes fueron víctimas sería un modo realmente distinto. Porque este estilo de la política como simulacro de la guerra tiene un origen fálico muy fuerte”.

La mujer no es un suplemento

Todavía es fácil y bastante común escuchar de las voces más doctas que el feminismo -así como otros movimientos que representan a las minorías- divide en lugar de sumar fuerzas hacia la construcción de una sociedad democrática y justa. Durante el recordatorio que se hizo el año pasado en la Universidad de Buenos Aires sobre la Semana Trágica una mujer llamó la atención a la mesa, alarmada porque en ella no había ni una sola mujer. La discusión que siguió fue un ejemplo de la premisa de la división. “Lo que divide es la opresión, el machismo, el heterosexismo, justamente lo contrario que propone el feminismo”, dice Magui Bellotti, abogada feminista integrante de ATEM, quien reconoce que son estos argumentos los que atentan contra las acciones positivas. “Pero lo cierto -agrega- es que son todavía necesarias las prácticas que apunten a revalorizar el género y para eso sirven algunos organismos estatales que no son una concesión del poder sino producto de las luchas de las mujeres, principalmente feministas. La existencia de secretarías, consejos y lugares creados específicamente para la atención de la problemática de las mujeres prestan servicios útiles y los reivindico cuando no son meramente asistencialistas sino que además sirven para fortalecer a las mujeres maltratadas, por ejemplo, para que sepan que la violencia tiene un origen social, que no están solas. Pero también son usados por el Estado para adaptarlos a la lógica de lo que se cree posible. Los movimientos sociales como el feminismo buscan justamente lo contrario, ampliar las fronteras de lo posible, sobre todo las de los más pobres y de las mujeres.”

Algo similar puede ocurrir con los medios de comunicación que destinan programas específicos, páginas o suplementos dedicados a la mujer. Para Irene Meler se trata de “formaciones de compromiso que conservan una fuerte impronta de la concepción tradicional de las mujeres y a la vez pueden incluir visiones novedosas”. Lo cierto es que la mayoría de estos espacios exclusivos conservan la idea de que las mujeres se interesan antes en la moda y la cocina que en el mundo, pero sería ridículo pedir que en 50 años las mujeres modifiquen una historia que lleva siglos deasociación a las cosas bellas o comestibles. “Las páginas, los espacios dedicados a la mujer son importantes porque sirven para hacer `más ignominiosa la ignominia, conociéndola. Más opresiva la opresión, publicándola’”, dice Dora Codelesky, integrante de la Comisión por el Derecho al Aborto que fundó hace diez años después de militar en las filas del feminismo francés junto a Simone de Beauvoir. Pero ella, como Bellotti, son firmes para decir que “la mujer no es un suplemento ni un tema, necesitamos separarnos todavía para crear conciencia pero también hay que tener la vocación de ocupar el centro para que un día la violencia sexista contra la mujer reciba la misma repulsión que la tortura.” Mientras tanto las mujeres seguirán resistiendo desde sus lugares hasta el día en que ya no sean necesarios ni el cupo ni las secretarías y las revistas de moda y decoración subsistan porque las compran hombres y mujeres buscadores eventuales de un poco de frivolidad.


Feminismo

Por Tununa Mercado

La gente que quiere ser civilizada, democrática, dueña de una comprensión esclarecida de los fenómenos sociales, que pretende haberse curado en salud de cualquier tipo de intención rebelde, ostenta señales que pretenden ser virtudes. Cuando se habla de discriminación de las mujeres, estos prudentes, hombres o mujeres, suelen cuestionar que haya un movimiento feminista, negando, en consecuencia el carácter específico de una lucha cuyo estatuto tiene un carácter universal y, más concretamente, internacional en el orden de las naciones del planeta. Hay sin embargo matices, decir por ejemplo, alguna mujer, que ella reconoce la discriminación del género femenino pero, como si se tratara de Satanás, que no quiere saber nada de feminismo. Y eso en el bando de las bien pensantes. Hay otra ideología defensiva, por ejemplo, un masculino que sostiene que las mujeres se aíslan y que excluyen a los hombres, que muchas veces han querido intervenir pero que no los han dejado entrar, que la declarada especificidad del fenómeno discriminatorio de las mujeres los deja solos, sin posibilidad de actuar. También hay otra especie, la de las feministas comprensivas y ponderadas -cuántas veces lo hemos sido en reuniones sociales con hombres también comprensivos y ponderados- que querrían que la lucha fuera de todos, de la pareja, de los matrimonios, de cualquier otro dúo contractual, y que en definitiva, ése sería un ideal estratégico: incluir también a los hombres. Y agregan: hay muchos hombres que ya han entendido, desplazando a un anecdotario personal los pequeños logros obtenidos en el ámbito doméstico, siempre coronados por una equívoca acción que les sirve para poder convivir y que se manifiesta en frases cuya candidez emociona: "él lava los platos"; "él colabora", etc., como si en esa pobre pedestre distribución de tareas -loable logro, desde luego- pudiera dirimirse la cuestión de la discriminación cuyos efectos sociales tienen variadas y nefastas formas, una de las cuales es la muerte de miles de mujeres por aborto séptico en la Argentina, un escándalo frente a lo que los políticos y políticas miran para otro lado, a veces con vergüenza, otras con cinismo electoralista. No hay otra: si no existieran las organizaciones de mujeres y el movimiento feminista que las abarca y da sustento, nada se habría conseguido, ni siquiera esa nimia "colaboración con el detergente", ni el sistema de cupos en los espacios de decisión que no por insatisfactorios deben ser negados como pequeñas conquistas, ni finalmente, la cohesión de un colectivo que en sus diferentes expresiones admite, y actúa en consecuencia, que las mujeres, son, como todos los demás excluidos, sujetos de emancipación, concepto que la insurgencia indígena en Chiapas ha sabido afinar. El "día del nonato", genialidad menemista, casi se toca con el 8 de marzo, que debería ser en memoria de las madres que parieron en campos de concentración argentinos y a quienes los militares y cómplices les robaron sus hijos .