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Joyita

Hace ya varias décadas que las joyas contemporáneas tienen su lugar ganado en el espacio del arte. Dos diseñadoras argentinas cuentan cómo combinan materiales y simplifican las formas para satisfacer las demandas actuales del mercado. Las dos dedican una parte de su trabajo, además, a diseñar joyas para hombres.

Por victoria lescano

Desde que en 1946 el Museo de Arte Moderno de Nueva York destinó una sala para joyas contemporáneas y varias para que los veteranos de guerra construyeran aretes y pulseras con fines terapéuticos, existen múltiples recursos para hacer flotar piedras en el espacio rompiendo con el clasicismo de Tiffany, Fabergé o Verdura. El pacto de sangre entre la joyería y la plástica puede adoptar formas insólitas aunque muchas veces a precios que igualan en valor a la alta costura en joyería.

Regidos por el concepto de piezas de arte que en lugar de colgar de paredes adornan el cuerpo, las joyas fantásticas de autores como los americanos Sam Kramer o William Harper superan los 10.000 dólares aunque no ostenten brillantes al estilo de los fetiches de Liz Taylor.

“Esa mujer es libre porque no usa joyas”. De esa manera a fines de los 70 una panadera de Argelia llamada Madame Mimí solía presentar a la arquitecta argentina Maria Médici -quien por entonces transformaba antiguos centros militares en espacios de recreación en esa región- ante sus compatriotas que sólo accedían a los adornos como consecuencia de matrimonios por arreglo. María recién empezó a usar joyas cuando luego de incursionar en la escultura, adhirió a una corriente de diseño español de los ochenta centrada en el humor y se alzó con varios premios de certámenes destinados a piezas de autor organizados por el Ayuntamiento de Madrid.

En el camino fue aprendiz de un joyero tradicional y debutó con una muestra en la galería Aritza de Bilbao junto al pintor Joaquín Berao.

“Trabajo materiales caros con imagen contemporánea, apartándome del cliché de la joya ostentosa. Me importa incorporar la gestualidad, que se note la huella del trabajo.

Al hacer una joya se imponen la flexibilidad, cuestiones de escala y articulaciones bien precisas para que no esté girando todo el tiempo, es uno de los adornos más regidos por la ley de gravedad”, sostiene la diseñadora. Su showroom de la calle Thames 1565 reúne tulipanes con reminiscencias art déco, alusiones a los cuatro vientos tomadas de planos del Renacimiento, sirenas, dragones, flores de Botticelli, imágenes de Matisse y Miró y símbolos masculino y femenino. Realizados exclusivamente en oro y plata, están montados en exhibidores de colores primarios. Hay brazaletes barrocos o de estilo high tech, tramados y con apariencia de talismanes posapocalípticos, pulseras ventana con tintes de resina y una colección de gargantillas con invasión de cocodrilos que desarrolló por pedido para una empresa belga. “Lo diseñé mientras viajaba en un colectivo sin imaginar que se iba a convertir en un record de ventas”.

Sin dudas una de sus creaciones más extraña es el arnés de plata multiuso, ya que se puede usar como un chaleco encima de un vestido o traje o transformarlo en aros, pulseras y anillos. Sus diseños más recientes son collares y aros con la apariencia de fettucini, que planea extender a variantes moñitos y fussili para su participación en la próxima Feria de Arte de Buenos Aires.

Para María el desafío de los diseñadores de joyas contemporáneas radica en la capacidad de poder sintetizar objetos identificatorios para los consumidores. Como referentes destaca al español Chus Burés, creador de piezas surrealistas tales como el collar “at table”, una sucesión de platos y cubiertos de plata para llevar en la garganta o los anillos de precisión de la firma danesa especializada en alianzas Niesing, cuyo aporte fue una revolucionaria manera de tensionar anillos con un brillante suspendido casi por azar.

Desde mediados de los 90, atenta a esa modalidad inaugurada por el Moma entre ex soldados que no tardó en sumar mujeres y hombres de negocios en ratos de ocio, durante sus visitas anuales al país dictó seminarios de joyería en el Centro Cultural Borges. Entre las asistentes a sus talleres locales abundan profesionales, estudiantes y amas de casa con avidez por ser las autoras de sus propias joyas. “Partimos de bocetos sobre las formas favoritas, pude comprobar que el primer objeto que la gente realiza lo convierte rápidamente en un fetiche”. A partir del 15 de marzo va a extender ese concepto en un curso anual de diseño de joyas.

Otro de sus propósitos es la recuperación de joyas masculinas vía trabas de corbata y gemelos símil tortugas para destronar el clasicismo de los escudos.

En los años dedicados a este metier pudo recopilar historias sobre el simbolismo de las piedras preciosas. “Se dice que las que fueron usadas por otras personas pueden ser peligrosas, especialmente la esmeralda, y que existen joyas malditas que desencadenaron tragedias tremendas. Hay quienes sostienen que la solución radica en mandar a facetarlas de nuevo, de manera tal que el joyero queda convertido en un purificador”.

CAMBIAR DE LUGAR

“La joya sigue teniendo la función de fetiche de antaño, la diferencia está en que hoy un anillo de plata con diseño puede tener el mismo valor que otro de oro, lo que cambió es la relación de poder, la gente prefiere objetos con valor agregado de diseño independientemente de su costo”, advierte la diseñadora industrial Carina Blumencweig, quien devino en autora de joyas a mediados de los 90 cuando se radicó en Medellín y junto a una docente de indumentaria de la Universidad de Colombia formó la empresa Parkas -de próximo arribo a la Argentina-.

Cuadrados y círculos perfectos con esmeraldas incorporadas de forma sutil en anillos, collares y aros son el trademark de su línea. Haciéndose eco de la película Amor en la tarde, donde Audrey Hepburn fue precursora en cambiar de lugar el adorno cuando se colgó una pulsera en el tobillo como ardid para seducir a un maduro playboy norteamericano (en realidad era una baratija arrancada de un estuche) ella se atreve a modificar los usos y costumbres dando forma a piezas para distintas partes del cuerpo. “La joyería contemporánea tiene otras reglas, ¿quién dijo que todo tiene que caer, que los aros no pueden tener aristas hacia arriba?”, plantea en un bar de Palermo, mientras despliega exquisitos collares de oro amarillo y esmeraldas con la ventaja de no anunciar a gritos sus componentes.

En la búsqueda de nuevos puntos de adorno hizo piezas que podrían colgarse en forma paralela al brazo y sueña con que los caprichos de la moda despejen zonas que puedan ser alcanzadas por collares. “Como todas las mujeres tenemos zonas erógenas diferentes, yo sugiero un uso pero la persona que lo elige tiene la libertad de llevarlo como quiera.” Como complemento de sus múltiples variantes de tratar círculos ideó una línea de inspiración erótica con el acento puesto en perforaciones y formas violentas o péndulos que se deslizan estratégicamente en relación al pecho o el ombligo. “Hay una tendencia hacia lo simple y poco excesivo, en joyería en particular no hay convenciones como en moda, los cambios consisten en el brillo del metal o la ausencia de textura. El norte de Europa, especialmente Dinamarca, es la cuna de bellezas difíciles de portar que combinan aluminio o aceros con platino”, sostiene Carina sobre los temas que rigen el mercado de los adornos.

A ella la búsqueda de nuevos materiales le permite incrustar diamantes en madera, combinar rocas de rubíes con plata y tallar cuentas nigerianas aunque se niega al sacrilegio de mezclar piedras preciosas entre sí.

En el ranking de los pedidos especiales destaca la transformación de una colección de collares precolombinos que incluía piezas de 500 años de antigüedad y a los que, para aggionarlos, les agregó tubos de plata.

Su colección más barroca consistió en una edición limitada de gargantillas con cuatro vueltas de perlas negras de Japón.

La propuesta de Blumencweig incluye joyas para hombres, que en rigor de verdad son las mismas piezas aunque en distintas dimensiones.

“De repente muchos amigos hombres me pidieron que transformara sus anillos de boda porque estaban hartos de las alianzas tradicionales, pero mis favoritas son las compradoras compulsivas, porque vienen buscando una pieza y se llevan diez, hasta para regalar a sus amigas”l