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Erica hace
memoria

Fue una celebridad en los 70, cuando irrumpió con Miedo a volar e hizo suyo un lenguaje y una procacidad que hasta entonces, masivamente, sólo habían ejercido los hombres. Ahora llegó a la Argentina a presentar su última novela, Bendita memoria. La excusa sirve para que la Jong haga un repaso de su carrera y de su vida sentimental.

Por María Moreno

Erica Jong está vestida con esa ropa elegante y discreta con que las mujeres norteamericanas, en la década del acoso sexual y de las ejecutivas voluntariosas, disimulan la fortuna y los caracteres sexuales. Parece afable pero seria, con una seriedad relajada -¿producto de la mediana edad? ¿de un cambio de imagen cuidadosamente programado por un agente publicitario?-. Quien leyó sus novelas en los años setenta quizás esperaba a una neohippie envuelta en estridentes carcajadas y provocaciones verbales o que presentara un nuevo libro en la vena de Henry Miller y capaz de sobresaltar con frases como la que atribuyó en uno de ellos a un joven amante: “Me gusta tu orina, tus pedos, tu mierda, tu coño apretado”. (Se llamaba Cómo salvar la propia vida y fue prohibido en la última dictadura). Instalada en una salita del Caesar Park, Erica Jong se aviene a una entrevista de apoyo a su nueva novela, Bendita memoria, recién editada por Alfaguara, una saga que cuenta algo así como la conquista de América a manos de cinco generaciones de mujeres: la pintora popular rusa Sarah (Sofía) Salomon Levitsky y sus descendientes; la escritora moderna Salomé Levitsky Wallinsky Robinowitz; la cantante de rock Sally Wallinsky Robinowitz Wyndham (Sally Sky); la investigadora Sara Sky Wyndham y la pequeña Dove. De este modo Erica Jong intenta recuperar su identidad judía luego de muchos años en que, según ella, entre los escritores judíos de Nueva York, la lucha ante el antisemitismo se expresaba mediante la integración a la aristocracia del talento que incluía escribir a la manera de los descendientes de los conquistadores del “Mayflower” y una moda que empezaba en la infancia cuando lo que se denomina “princesas judías” se vestían con ropa de Saks semejante a la usada por la familia real británica y la mayoría ignoraba que entre los mismos judíos había un sector privilegiado adonde era mejor, amén de haber hecho fortuna, tener un apellido terminado en “cock” que en “man”.

ARCHIVO DE UNA PRINCESA JUDIA

-En su libro Miedo a los cincuenta usted confiesa: “En mi familia, cuanto más viejos nos vamos haciendo más judíos nos volvemos”.

-Es verdad. Mis padres, Eda Mirsky y Natahaniel Weissman, nunca practicaron la religión judía pero mi padre envía donaciones a Israel y si en mi familia envejecemos podemos llegar a vivir como mi tía Kitty en el Hogar hebreo para Ancianos. Veo una cosa ambivalente entre mis colegas ante poetas como Muriel Rukeiser, haciendo eco al desdén de algunos intelectuales judíos hacia sus hermanas a quienes nunca admitirían junto a ellos en el muro de los lamentos de la literatura. En mi caso, creo que fueron los poemas de Sylvia Plath los que me dieron una identidad como judía y como mujer. Y sólo unas pocas escritoras le dan igual valor a esta doble identidad, por ejemplo Cynthia Ozick y Grace Paley. Y muchas, cuando han empezado a hacerlo, han tenido mucho rechazo por parte de la crítica, la misma que ha aprobado con fervor la reivindicación de identidad de los afroamericanos, los indoamericanos y los nativos-americanos. Los judíos habían hecho sus escritos étnicos en los años veinte. Luego se convirtieron en parte de la corriente americana y se asimilaron. Pero cuando comenzaron a reivindicar su identidad las minorías actuales esto los provocó a contemplar la propia cultura. Con Bendita memoria empecé a ponerle un tope a mi ambivalencia con mi condición de judía, me hubiera gustado que me inculcaran un sentido más fuerte del judaísmo y me arrepiento también de no haber educado a Molly (su hija) de manera más judía. Después de todo nací durante el Holocausto.

Hacia el final de Bendita memoria, Sara hace una arenga ante el Instituto de Investigación Judía para el que trabaja, en donde propone comenzar a contar la historia judía desde la resistencia. Era fundamental el Museo del Holocausto, decía, pero también dejar de discutir con Hitler y hacer, por ejemplo, una exposición que festejara la tenacidad, ingenio y fortaleza de los sobrevivientes y sus hijos (y en eso consiste justamente Bendita memoria): “Pero no vas a negar el Holocausto... -dijo Lisette. -Por supuesto que no -dijo Sara-, pero no creo que la grandeza de nuestra gente pueda mostrarse sólo a través de las manos que se han levantado contra nosotros. Yo haría mayor hincapié en los días de esperanza que en los días de desesperación. Tal vez hayamos sido elegidos porque tenemos una fuerza vital desbordante, porque nos negamos a someternos, y tal vez tengamos que celebrar eso. Cuanto más pienso en la historia de los judíos en Estados Unidos, más constato el hecho de que somos todos hijos de sobrevivientes, no de víctimas. En lugar de dejarnos vencer por el pesimismo, ¿por qué no mostramos a nuestros antepasados bailando rumbo a América?”.

Si bien es cierto que esta historia de la resistencia es irrenunciable, los testimonios que le ofrecen a Sara los otros miembros del Consejo parecen circunscribir la resistencia al ascenso social mediante la fortuna, como si la autora no pudiera sustraerse a la asociación habitual judío-dinero. Así se cuenta la historia de quien empezó con una carretilla y terminó siendo rey de grandes almacenes, de quien sólo poseía una tijera y puso una casa de confección mientras que sus hijos fundaron un estudio en Hollywood y de quien empezó con una pala para crear luego un imperio inmobiliario. Como si la imaginada Bailando rumbo a América se redujera a ser, en realidad a Bailando rumbo al capitalismo.

Sin embargo Bendita memoria es mucho mejor que esta caída final: una exhibición de oficio clásico, sabiduría popular y picaresca feminista.

UNA LITERATA
DE VERDULERIA

Erica Jong necesitó un autobautismo ritual para ingresar a la literatura. Después de todo ¿cuál era su nombre verdadero? El apellido de su padre “Wiesman” había sido cambiado por “Mann”. No podía firmar Erica Mann porque podía ser confundida con la hija de Thomas, que tenía el mismo nombre. Como Orlando de Virginia Woolf era su libro favorito pensó en llamarse “Erica Orlando”, pero temió que lo consideraran un homenaje a Disneyworld. Luego barajó “Erica Porchia”, ya que amaba los versos del poeta americano cuyo nombre de pila es Antonio, sin embargo, dudó, “Porchia” evocaba a “chancha” en momentos en los que regímenes para adelgazar solían ser de dudoso éxito. Así que se decidió por conservar el “Jong” de su segundo marido, aun después de haberse divorciado de él (nome du plume, lo llama ella). Doctorada en Barnard Collage, siempre tentada por las citas clásicas, empecinada en volver una y otra vez a Europa en pos de la tumba de Keats o de Byron, encontró su propia voz al descubrir los poemas coloquiales de Sylvia Plath que mencionaban el fuego de la cocina, los pañales de los niños, la escoba y la araña, también las odas elementales de Neruda y la antipoesía de Nicanor Parra.

-Mujeres como Sylvia Plath o Anne Sexton fueron muy liberadoras porque me permitieron saber que se podía hablar desde el punto de vista femenino de una manera muy clara. Anne Sexton liberó el erotismo y Sylvia Plath la rabia.

-Se suicidaron.

-Soy muy consciente de que muchas mujeres que liberaron su voz terminaron suicidándose. Yo me propuse ser sensible a mis fuerzas oscuras, incluso las de la chica mala, sin necesidad de matarme.

-Es difícil imaginar cómo suena Neruda en inglés. Y mucho más los poetas del modernismo.

-Es probable que el barroco sea muy difícil de traducir pero Neruda escribe a través de imágenes visuales y la metáfora conserva su valor.

Cuando Erica descubrió que se podía cantar a la berenjena, a los jugos corporales y hasta al ginecólogo, comenzó su trayectoria poética. En la Argentina hay traducciones de sus libros Frutas y verduras, Raíz de amor y Vidas a medias. Cuando presentó el primero de ellos a su editor se le ocurrió la idea de que lo hicieran al aire libre, en un mercado de la Tercera Avenida, con un fondo luminoso de pomelos y limones. El local se llamaba Wintes Market. Entonces un periodista le preguntó al carnicero si le gustaba la poesía. El respondió: “Prefiero la carne”. Ignoraba que Erica también la prefería. Cuando en 1973 inició con Miedo a volar las correrías eróticas de su sosías Isadora Wing logró que la carne volviera a estar en un lugar de preferencia en una cultura que la consideraba sucia aunque no dejara de pecar, por lo general con una libreta de matrimonio de por medio. Cómo salvar la propia vida y Paracaídas y besos siguieron las vicisitudes de una chica setentista dispuesta a diplomarse, no sin culpa freudiana, en master of bed y cuyo principal objetivo era lograr lo que ella denomina “encamada sin cierre relámpago”, es decir aquella que puede realizarse en un abrir y cerrar de ojos. En el medio, Erica escribió una suerte de Tom Jones femenino y muy erudito llamado Fanny y una novela ambientada en Venecia llamada Serenísima, pero siempre le resultó muy difícil que la crítica, con notables excepciones de la talla de Henry Miller y John Updike, la reconociera como algo más complejo que una “ramera literaria”.

-Ahora estoy planeando hacer una novela adonde Isadora se haga abuela. Hay en mis amigas que tienen nietos una transformación muy interesante porque miran la vida de otra manera, como si supieran que nuestra tarea en el planeta es conocernos y entender nuestra propia mortalidad, el rol que tenemos entre las generaciones y nuestra conexión con Dios. Esto es algo que se entiende a medida que se envejece.

-¿Dios?

-Claro que estoy hablando de Dios. No se puede ser poeta y no creer que hay un espíritu creativo en el universo que es el que te dicta tus poemas. Todos los poetas tenemos una creencia más allá del oficio. La poesía es una plegaria.

ENCAMADAS CON
CIERRE RELAMPAGO

Salió con príncipes judíos semejantes al Charly Fielding de Miedo a volar -cuyo apellido original era Feldstein- que no había cedido al mandato familiar de operar su “nariz étnica” y la conservaba decorada con un incipiente acné, alguien que Erica describe como “un hombre de Harvard, una frase que merece la entone un coro de Gilbert y Sullivan”. Salió y se casó con un cráneo de Columbia de camisa a cuadros, papers brillantes, logorrea erudita y una esquizofrenia que no figuraba en su dote y que lo llevaba a preguntarse qué pasaría si Cristo retornara bajo el aspecto de un oscuro ejecutivo empleado en una agencia de investigación de mercado (terminó internado en la sección psicóticos del hospital Monte Sinay luego de proponer a Erica que los dos salieran volando como Superman por una ventana). El segundo matrimonio, quizás para compensar el que la había unido con un genio esquizofrénico -según declaró tantas veces- fue con un psiquiatra chino americano llamado Alan a quien le birló el apellido y a quien acompañó, durante la guerra de Vietnam, a un lugar de Alemania llamado Holbeinring donde ella dio clases de literatura en representación de la Universidad de Maryland a militares destinados al extranjero. Allí,en los antiguos territorios de Hitler, empezó a darse cuenta del significado preciso de ser judía, aunque en su familia no se practicara el bar mitzvah y le resultara más familiar el kaddish de Alan Ginsberg que el religioso. A Alan lo engañó con un analista inglés de túnica blanca y caireles hindúes que le colgaban sobre el pecho. En Miedo a volar lo llamó “Adan Goodlove” y aún hoy Erica, que ha declarado con soltura en sus textos la identidad de cada uno de sus maridos, se niega a revelar el de este antipsiquiatra de sandalias franciscanas -”¡Era tan, pero tan horrible!”-. Y luego hubo un camionero fornido y un disc-jockey elegidos en el archivo de postulantes eróticos que una amiga tenía prolijamente ordenado con fotos y puntajes de acuerdo a virtuosismos como el cunnilingus o la eyaculación retardada, un rabino en ejercicio y un monje retirado. El amor loco fue desencadenado por Johnatan Fast, hijo del célebre Howard, una celebridad antimacartista y autor de Espartaco. Con él tuvo a su hija Molly y un divorcio doloroso que la hizo mimetizarse con Sally Sky, la cantante de Bendita memoria, una virtuosa de la autodestrucción. Molly creció, hija de celebridad, cínica, simpática y, por períodos bulímica, con la inteligencia suficiente como para eludir leer las novelas de su madre y reírse de que la consideren una autora porno. Para Erica la sexualidad fue una conquista de derechos. “Para Molly si un chico es un mal amante simplemente no tiene derechos. Quizás fuimos nosotras quienes les ganamos el derecho al orgasmo. Cuando le pregunto a ella si disfrutó con un chico me contesta: ‘Por supuesto, ¿acaso me iría a la cama con alguien que no me da lo que quiero?’.”

Luego del divorcio, Johnatan Fast y, de acuerdo a la estrategia que muchos hombres norteamericanos comenzaron a desarrollar contra ex esposas que intentaban cuidar a sus hijos mientras sostenían una carrera -tan pedestremente reflejada en la película Kramer versus Kramer- reemplazó los diálogos por los abogados. Cuando Molly tenía dos años Erica recibió una demanda legal de la que se deducía que podía perder la custodia de su hija. Durante una audiencia, y ante el asombro de los leguleyos, que les habían visto perder tiempo y dinero, John Fast declaró que él quería enviar a su hija a su antiguo colegio Dalton mientras que Erica había insistido con el Ethical Culture. Quizás las iras de Fast hayan sido cuidadosamente alimentadas con la visión de Will Wadsworth Oates III -un bueno para nada de 25 años, coleccionista de armas, ávido de tarjetas de crédito ajenas y alcohólico locuaz- levantando pesas en el jardín de Erica, en una amenazante exhibición de tríceps y narcisismo de gigoló.

Cuando Molly tenía tres años Erica Jong había escrito un cuento de hadas moderno, Molly’s Book of Divorce, algo edificante y pedagógicamente consolador para los hijos de padres divorciados. Fast exigió por vía judicial que se cambiara el nombre de la niña para proteger la privacidad de su hija. Al final Erica lo sustituyó por Megan, pero para entonces el editor estaba furioso y los cambios en la imprenta provocaron la pérdida de una considerable suma de dólares. Erica utilizó, entonces, jurídicamente la conocida figura feminista del “acoso”. Y era cierto, Fast la estaba acosando, pero también los tratos con Hollywood para posibles versiones cinematográficas de sus películas, los líos con el consorcio de los edificios que habitaba y otras molestias sufribles por pobres niñas ricas, la llevaban a laberintos kafkianos -que en este caso habría que imaginarse como los laberintos de ligustros de los magnates de Beverly Hills- adonde era preciso un abogado. Y lo encontró bajo la forma de Kenneth Burrows, un buenmozo de piloto negligé que Erica describe afectuosamente como a un oso y que la cronista ve, mientras hace tiempo para que se haga la hora de la entrevista, pasear sin detenerse entre los locales del Patio Bullrich con una sonrisa fija y candorosa a lo Monsieur Hulot.

“Estamos casados desde hace diez años -explica Erica-. Tuvo tres esposas, como yo tres maridos. ¡Y encima se permite cumplir años el mismo día que yo, el 26 de marzo! Ni siquiera puedo tener ahora mi propio cumpleaños. Lo adoro. Es un gran lector, creo que lee cerca de cinco libros por semana. Obvio, no se puede ser feliz con un hombre estúpido. Mi primer marido era muy inteligente pero esquizofrénico. El segundo también era muy inteligente pero muy frío. Y el tercero era muy inteligente pero tenía celos de un bebé, el mío.”

Un amigo humorista le presentó a Burrows y se gustaron pero para entonces Erica todavía estaba fascinada con su amante pasado por agua, el veneciano Piero, y se entretenía en hacer citas fallidas con éste. Se casó con Ken cinco meses después de conocerlo. El le firmó un papel que decía: “Te doy plena libertad sobre todo, escribe todo lo que te plazca” y ella lo tiene guardado en una caja fuerte. Erica empezó por probar el trato relatando en Miedo a los cincuenta cómo mientras Ken y ella estaban alojados en un hotel del Arrondissement XVI de París, él no alcanzó la erección puesto que estaba desacostumbrado al uso del preservativo. Luego describió la tendencia de su entonces amante a sentirse culpable si no estaba cuidando al otro todo el tiempo -Ken acostumbra prepararle el baño y rociar él mismo el agua con sales perfumadas-. Cuando ella se lo recriminó -no estaba acostumbrada a que la cuidaran-, él se echó a llorar. A pesar de estas revelaciones realizadas por Erica, nadie abrió hasta hoy la caja fuerte adonde se guarda el papel que garantiza la “no intervención”. Por eso el gigante está aquí, en un apartado del Caesar Park Hotel respondiendo con sonrisa candorosa a los besitos que le tira Erica mientras se deja fotografiar junto a la ventana.

“Nos peleamos mucho pero no es culpa de él si de pronto dejo de escribir para ocuparme de la casa, preparar viajes y platos. Es a causa del esposatropismo.”

RABELAIS FEMENINO
E INCORRECTO

Una mujer que es capaz de escribir “Entonces llegaste/ te apoderaste de mí súbitamente/ una noche en medio de una conferencia,/ sujetaste mis manos con gomitas,/ mis pezones con clips,/ escribiste en mi vientre tu deseo terrible,/ en mis mejillas tu ternura/ Sentí ese espasmo fatal del amor/ y me quedé sin cena./ Sentí ese hambre de ti y tuve diarrea” es una suerte de Rabelais con faldas dispuesta a no reducir el cuerpo al sexo sino a sus jugos más secretos y no tiene nada que ver con las feministas puritanas que en la década del 80 llegaron a alinearse junto a Reagan en su campaña antipornografía.

-Algunas de ellas piensan que es lo mismo hacer el amor con los amigos que con los enemigos. Por supuesto que el sexo es aterrador, por eso parece más fácil suprimirlo. La campaña que piensa que el sexo siempre es una violencia a la que se somete a las mujeres transforma a éstas en víctimas negando que en realidad son cómplices y tienen deseos propios. Cuando una Katherine Mac Kinon quiere que se quemen todas aquellas imágenes que harían mal a las mujeres, está actuando como Savonarola, no se da cuenta de que el mal fue que durante tantos siglos se les prohibiera a éstas ver esas mismas imágenes. Por suerte hay feministas jóvenes con otra visión de la sexualidad.

En 1979 Erica Jong fue abucheada durante una lectura de poemas en San Francisco cuando leyó parte de un libro dedicado a contar las experiencias de su maternidad. Se la acusó de mala hermana, traidora, aburguesada. Y levantó la furia de las feministas lesbianas al relatar en su libro Cómo salvar la propia vida una relación gay entre su sosias Isadora Wing -la misma a la que ahora planea hacer abuela en una próxima novela- y una chica Wasp en estos términos: “Rosana está acariciando el centro de mi condición judía, estoy siendo violada por el dinero. ¡El fino dedo que se introduce una y otra vez en mi cálido y húmedo coño pertenece a una descendiente de los colonizadores del ‘Mayflower’. La fresca boca que besa mi clítoris es la boca de los Wasp del Medio Oeste”. Isadora, según expresa el texto, no puede soportar el olor de las exudaciones femeninas, tan a menudo representadas a través de metáforas marineras y cuando debe hacerle un cunnilingus a su amiga tiene miedo de que ésta logre el orgasmo varios años después. A través de objetos toscamente extraídos de la juguetería genital como vibradores japoneses de plástico, bananas envueltas en preservativos o simples pepinos, Isadora no logra satisfacer a su amante. Lo logra por fin a través de una botella vacía de Dom Perignon. Según el texto Rosana atribuye el logro a las artes de su amiga pero ella lo atribuye a Moet Chandon de Epernay.

-Era una sátira a ese momento en que todas las mujeres pensaban que tenían que pasar por una relación homosexual. Y el personaje no era gay pero pensaba que ser gay era políticamente correcto. Ningún grupo político tiene sentido del humor. Y de acuerdo a cómo se tomen una sátira te pueden disparar.

Pero hay que reconocerlo, Erica se comporta como una doctora en genitalidad y hasta al amor lésbico lo imagina decorado con sustitutos fálicos.

DESEOSA ES LA QUE HUYE DE SU MADRE

Erica Jong continúa respondiendo a la entrevista con esa serenidad quizá conseguida a través de una liberación del sexo como imperativo, algo de meditación, indiferencia profesional y sus confesas jornadas en AA (Alcohólicos Anónimos) adonde empezó a asistir luego de que tuviera una severa intoxicación a base de margaritas y “pastas” durante su cumpleaños 38. Pero de eso no quiere hablar.

-No es preciso usar palabras para todo. Hay tantos artistas que van a la TV para decir yo he estado con la cocaína y, ya ven, gracias a tal cosa o tal otra estoy limpio. He encontrado a Dios. Es aburrido y peligroso. Uno no se encuentra con Dios en un set de TV. La gente que da publicidad a la forma en que comenzó a reencararse a sí misma generalmente recae. Porque si estás buscando el aplauso porque no tomás no sirve.

La experiencia espiritual es esencialmente no verbal. Mi hermana menor es una asistente social experta en adicciones. Y ha comprobado que para algunas personas la manera de reclamar su vida es decir nunca más voy a tomar, sin esta rigidez están perdidos y deben ir a las reuniones de AA todos los días. Otras encuentran otras formas. En este momento hay un gran debate sobre cuál de los modelos funciona para más gente. Hay una diferencia muy grande entre mujeres alcohólicas y hombres alcohólicos, por eso ahora hay grupos separados: las mujeres suelen volverse alcohólicas por su relación con los hombres que toman. Yo tengo una teoría: muchas mujeres beben para rebajarse y tener relaciones con un hombre que es inferior a ellas. Y, como a menudo la mujer inteligente da miedo, se emborracha para poder estar con un hombre inferior. Es mejor tener la cabeza clara, pero cuando hay un hombre que te gusta y discrimina a la mujer inteligente ¡es mejor no tener la cabeza clara!

En los libros de Erica Jong hay un aire a la Sonata de otoño de Bergman adonde se declara como sentencia: “El triunfo de la madre es el fracaso de la hija. El fracaso de la madre es el triunfo de la hija”, mistificando un vínculo que Freud encontraba como el más ambivalente de todos. Una mujer que desea hacer lo que desea debe negociar entre terminar haciendo lo que su madre no pudo hacer y hacer lo que ella quiere advirtiendo con sorpresa que quizá era lo mismo que deseaba su madre. Un trabalenguas, al parecer -comprobable en los divanes.

-En Miedo a los cincuenta usted escribe dos frases enigmáticas: “Una mujer que quiere escribir necesita que alguien la encierre en un cuarto lejos de su madre”, y en el final: “Yo no soy mi madre y el resto de mi vida está delante de mí”.

-Siempre me identifiqué con Colette. Como ella tuve “un hijo de escritor”, un amante gigoló y diversos nombres (ella firmaba” Willy” como su marido, luego “Colette Willy de Jouvenal”, luego “Colette” que era el apellido de su padre). En esas frases que usted menciona también está Colette. Ella amaba a su madre locamente y estaba fuertemente unida a ella. Entonces se casó con un hombre mayor que la llevó a París.

Ese hombre, monsieur Willy, con quien es muy desgraciada, la encierra y la atormenta para que escriba. Y de ese modo Colette llega a ser quien es. Y eso hice yo cuando me casé con Alan y me fui a Alemania, lejos de mi madre, y como no tenía ninguna comunicación con él, empecé a escribir porque era muy desgraciada. Tenés que hacer un viaje para decidir que no sos tu madre y una vez que hacés ese viaje, tenés que decidir qué hay de tu madre en vos.