Los deberes pendientes de la Alianza
Por Dora Barrancos*
Muy a menudo escuchamos críticas sobre la marcha de la Alianza y la mayoría de ellas redunda en cuestiones referidas a la pérdida de la energía inicial, al opacamiento de su papel opositor, a la errática cuando no equivocada dirección de algunos problemas fundamentales de la futura gobernabilidad. Lo cierto es que cada vez resulta más difícil no concordar con esos cuestionamientos. En general, el síntoma de atonía se percibe con una sencilla pregunta, ¿qué le pasa a la Alianza?
Parece claro que la derrota de Graciela Fernández Meijide en la elección abierta significó, para la mayoría de los que manifiestan estar preocupados, una curva descendente de las propuestas del frente opositor; y no sólo en el interior del Frepaso, ya que muchos electores de origen radical cifraban las mejores perspectivas de cambio en las ideas, el compromiso social y la decisión de la candidata. A partir de noviembre, la integración de la fórmula con Chacho Alvarez -quien debió sortear las resistencias de su partido, el Frente Grande, que veía muchos riesgos en esa decisión- alentó la esperanza de que se resolverían algunas vacilaciones y que la Alianza elevaría el tono opositor por lo menos en dos sentidos, a saber, denunciando los desquicios del sistema institucional y proponiendo con mucha firmeza una agenda de modificaciones económicas y sociales.
Pero el tiempo ha corrido desde entonces y la Alianza ha ido empalideciendo su perfil. Enredada en las obscenas iniciativas del Presidente, empeñado hasta el hartazgo en la rerreelección, se ha mostrado incapaz de realizar al unísono lo que todos esperábamos, esto es, plantarse enérgicamente frente a las maniobras de Menem y proclamar sin sombra de dudas la necesidad de cambios económicos, sociales e institucionales para salir del grave atolladero.
El saldo de lo actuado para enfrentar a Menem que, en general, parece inatacable, tiene un punto de inflexión con la malograda iniciativa de llevar adelante el plebiscito en la ciudad de Buenos Aires. Me encuentro entre el grupo de diputados/as que abandonó el recinto porque resultaba imposible convalidar una norma que era, a todas luces, inconstitucional. La agenda de cambios, mientras tanto, no hace pie y a los muchos preocupados se han sumado las voces de figuras emblemáticas del radicalismo encabezadas por el propio Alfonsín. Es evidente que en el Frepaso las locuciones cuestionadoras suben los decibeles. A ello se agrega que en el interior del Frente Grande se ha formado una corriente crítica, Participación Popular, de la que formo parte con los diputados Eduardo Jozami, María Elena Naddeo, Lilia Saralegui y otros compañeros de militancia.
Pero, creo, no todo está perdido ni mucho menos. Los que apostamos a la Alianza -y muy sinceramente creo que es la única opción que tiene nuestro país para salir de la dramática coyuntura- todavía aguardamos un golpe de timón que la coloque al frente del deseo opositor que se expresa en la mayoría de la ciudadanía. Todos ansiamos que la Alianza vuelva a entusiasmar al electorado y que, además de reinstalar el firme compromiso de que no habrá impunidad para los actos de Menem y Cía., ofrezca nuevos pagarés -tal como se expresó Alfonsín en ocasión del lanzamiento de la Carta a los Argentinos- con incontestable contenido de cambio socio-económico. La Alianza, para mi gusto, debe enderezar su rumbo en por lo menos dos cuestiones fundamentales:
1. Plantarse en la disputa eleccionaria con absoluta convicción de que representa, en todos los sentidos, la verdadera arena opositora al modelo político, económico y social forjado por el menemismo. Debe convencerse de que es, antes que nada, oposición. No es necesario que para ello eche mano de cualquier figurín demagógico y falto de seriedad, pero es imprescindible un sincero compromiso para alterar el rumbo de las cosas. Los padecimientos de miles y miles de argentinos, privados del sentido mismo de la participación ciudadana -y sujetos de ominosa manipulación como lo ha puesto en evidencia, sin ir más lejos, la última interna del Partido Justicialista- deben constituir el centro de las preocupaciones de la Alianza. De manera recíproca, se espera que se ponga un límite a los impulsos concentrativos de la riqueza, algo que ya preocupa hasta al propio Banco Mundial.
2. Estrechamente vinculado a lo anterior, constituye un deber de la Alianza comprometerse a disminuir el desempleo. Nuestra desocupación se explica estructuralmente por la forma que adoptó el país para incorporarse a la globalización, por la mano de hierro de la convertibilidad, por los efectos brutales de las prácticas de dumping, por la ausencia total del Estado en materia de orientaciones al sistema productivo. Hoy día ha vuelto a agravarse el problema con los efectos de la devaluación brasileña. Se trata de una epidemia trágica que indignifica a los afectados, destruye a las familias y lleva a los jóvenes -una de las víctimas predilectas de la desocupación- a carecer de horizontes renovadores. Sustituir las razones profundas de la inseguridad por explicaciones epidérmicas -aun aceptando que algo hay que hacer para limitar la delincuencia- es no ver tampoco la falta de ejemplaridad, el zarpazo a la ética proporcionado desde lo alto en donde no se ha trepidado en la voladura de un pueblo para ocultar un delito.
Si la Alianza es capaz de volver a sostener con toda la garra esta base programática, aguardaremos tranquilos los resultados de octubre. Ojalá así sea.
* Legisladora de la Ciudad por Frepaso-Alianza.
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