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Espectáculos

La cejuda

Valeria Bertucelli es una actriz fuera de serie, de a ratos autora ecléctica y desprejuiciada, reconocida en estos momentos por todos los públicos: por el que la vio en el Parakultural o el Rojas, por el que no se pierde “Gasoleros” y el que sale de Alma mía hablando de ella o se apresta para ver muy pronto Silvia Prieto. Como además es una mujer sensata, dice que irse para arriba lo único que le provoca es agradecimiento.

Por Moira Soto

Caballito profundo, casa de comienzo de siglo reciclada, patio verde donde florecen rosas de pétalos amarillos con bordes rojos, sala de estar muy blanca y despejada con el telón dorado de Arlés 1888 brillando en una de las paredes. Sobre las repisas, una maravillosa colección de esas bolas de vidrio o plástico, con una figura o paisaje, llenas de un agua que cuando se agitan dejan caer -en unos segundos mágicos- una especie de nievecita. Son los objetos favoritos de Valeria Bertucelli, alias Elvita, alias Fanny, alias Brite.

Una actriz fuera de serie, de a ratos autora (desde los tiempos de las Hermanas Nervio hasta Arlés), ecléctica y desprejuiciada, apreciada en estos momentos por todos los públicos: por el que la vio en el Parakultural o el Rojas, por el que no se pierde “Gasoleros” y el que sale de Alma mía hablando de ella o se apresta para ver muy pronto Silvia Prieto. Casada con Gabriel Fernández Capello -Vicentico, de Los Fabulosos Cadillacs-, Valeria Bertucelli prefiere el perfil bajo para su vida privada y no parece que la bien ganada popularidad que está consiguiendo vaya a modificar un ápice sus exigencias artísticas o su estilo campechano en el trato personal.

Ahora la tenemos en cartel con dos personajes disímiles: en la TV es Elvita de “Gasoleros”, la criadita, medio hija-nieta, medio empleada de Matilde, la madre metiche de Roxy; en cine es la extrovertida prostituta boquense de Alma mía. Por si no bastara esta diversidad, muy pronto estará en la pantalla grande como Brite, la promotora de jabón en polvo del mismo nombre en la esperada Silvia Prieto.

-¿Todos los personajes se adaptan a tus ya famosas cejas?

-No me las puedo cambiar, me dicen algunos que me las depile. Para Alma mía, me lo aconsejaron: que si me las aligeraba se iba a ver más la nariz, pero no puedo contra ellas, che.

-Hablemos entonces de la diversidad camaleónica de tus laburos como actriz. Porque hay muchos intérpretes, incluso valiosos, que dejan su marca personal en los roles: primero se los ve a ellos, después al personaje. No es tu caso, más allá de las cejas, encontrás la manera de convertirte en otra.

-Qué bueno que me digas eso, porque yo siempre trato de lograr esa diversidad. A menudo, me parece que en la tele me dan personajes que tienen algún borde parecido: por ejemplo, en “Carola Casini” esa manera acelerada de hablar de la Gringa. Personajes que me doy cuenta a qué apuestan de mí. Entonces, yo trato de dar eso que me están pidiendo, pero al mismo tiempo ir corriéndome de a poco para no hacer lo mismo, no repetirme. Pero es así: me tengo que correr sin que se dé cuenta el que me llamó para pedirme eso. Por lo cual, para mí es complicado darle forma al personaje y en el momento no advierto si lo estoy haciendo bien. Después, cuando lo veo, puedo opinar con más distancia. El otro día pensaba: es bien diferente Elvita de la prostituta de Alma mía, de la promotora de Silvia Prieto, de la chica de 1000 Boomerangs...

-Desde afuera y sin conocerte, me da la impresión de que este trabajo minucioso de construcción de los distintos personajes parte de vos, es un logro personal.

-Sí, es verdad, lo hago sola. E incluso, a veces, en la tele le escabullo a hablar con los autores, algo que en general les encanta a los actores: cuando pasa el autor agarrarlo un ratito para comentar sus personajes. A mí al revés: me da un poco de miedo que me digan demasiadas cosas, prefiero ir yo mostrándoles por dónde quiero ir, y que ellos sobre eso vayan escribiendo. Muchas veces pasa que los autores entienden bien esto, y luego de ver lo que hago con los personajes empiezan a seguir esa pista. Sí, en general, ese trabajo lo hago sola.

Bordando
personajes

-Lo tuyo no es habitual. En general los actores de tu edad necesitan el respaldo, la guía, la contención de un director. ¿En qué momento te das cuenta de que podés arreglártelas sola para armar el perfil de tus personajes e incluso enriquecerlos con aportes propios?

-Creo que esto debe tener que ver con que yo empecé haciendo en teatro cosas mías. Empecé a los 18, haciendo números en el Parakultural, con un dúo, las Hermana Nervio, junto a Vanesa Weinberg. Tardé mucho tiempo en darme cuenta de que las actrices, los actores podían ser llamados para algo, que salían a ofrecerse para un trabajo. Yo empecé a estudiar, y eso mismo que hacía en el taller de teatro, lo quería probar en el bar o en el Parakultural. Gustaba, empezaba a funcionar y seguía un tiempo haciéndolo. Mi mecanismo era ése, partiendo de ideas que se me ocurrían en el colectivo, en mi casa o donde fuera. Creo que esos primeros años de trabajar de este modo me marcaron. Tiempo después, a los 22, di una audición en el San Martín.

-¿Cómo se te ocurrió pasar esa prueba, entrar en un universo tan diferente?

-Había estado viviendo un tiempo en París, acababa de volver por una situación muy especial -la muerte de mi viejo- y estaba acá un poco perdida, sin saber si volver o no. Pasé por el San Martín, había una audición, la di y me quedé para hacer Cyrano de Bergerac. Ahí tomé por primera vez conciencia de que existían esas pruebas, también me enteré de que un actor podía ir a un casting (yo fui una sola vez). Entonces, tengo esos reflejos, y muchas veces me pasa que veo a los actores de la tele preocupados por la continuidad del trabajo, alguno comenta que viene de mucho tiempo sin hacer nada y que eso lleva a una depresión muy grande... Ahí me doy cuenta de que no tengo ese miedo porque para mí, quedarme sin laburo en la tele, sí, va a ser un ajuste económico grosso. Pero no me voy a quedar sin actuar, sé que de alguna forma voy a seguir haciéndolo. De hecho, ahora mismo estoy pensando que en cuanto tenga un hueco quiero reponer con Rosario (Bléfari), Arlés 1888, y paralelamente estoy con la cabeza en otras cosas que quiero hacer, una mezcla con títeres...

-¿Fue difícil encarar “Gasoleros”, una tira diaria, para vos que venías de una gran libertad de movimientos? ¿Te sirvió el paso intermedio de las novelas semanales?

-Sí, era la primera vez que hacía una tira con todo el prejuicio que quieras. Y me encontré con que no sólo está muy bueno sentirme rodeada de actores de calidad, estar cerca de China Zorrilla, de Mercedes Morán... sino que además podía aprovechar de otra manera el que fuera algo diario, ir agregando al papel una gotita cotidianamente. No hacer la presentación completa del personaje, ¡zas!, aquí está, sino bancarme empezar haciendo casi nada y que se vea durante el año un crecimiento. Los primeros días casi quería decirle a Adrián (Suar): no te asustes que no te doy efecto enseguida, esperame un poquito que ya va a llegar... Porque a veces la tele tiene esto: si no causás efecto inmediato, ya fuiste. Sin duda, para mí tiene sus bemoles tratar de hacer televisión en Pol-Ka con Adrián, donde todo es éxito y responder, pero sin perderme yo, sin abandonar la búsqueda, sin desarrollar algo. Con Elvita me parece que lo voy logrando, ya va cambiando su situación, teniendo experiencias que la modifican. Empezó a rebelarse un cachito y a tratar a Matilde más como “déle, si somos todos de la misma familia”.

Lo under no
excluye la tanada

-¿De qué manera conviven en vos la actriz under, alternativa o como quieras llamarle, y la intérprete de sabor fuertemente popular que brilla en “Gasoleros” o en Alma mía, cercana a la buena comedia italiana de antaño con sus personajes sabrosos, derrochando humanidad?

-Ahora he estado pensando en eso, en este momento que Elvita va creciendo, Alma mía está en cartel, llega Silvia Prieto... Ir al Festival de Cine Independiente por la película de Martín Rejtman y ver que la gente me reconocía por Elvita, fue como muy bueno que se juntara todo. Es cierto, tengo una vertiente tana: hay escenas con China en que ella me dice “mi chiquita”, me abraza, lloramos las dos con mucha emoción: la tanada total, me encanta. Y también me gusta mucho lo otro, hacer Arlés, dos pintores en Francia, en otro registro. Sí, tengo esas dos vertientes, y mientras las pueda desarrollar a ambas, buenísimo. Pero tampoco están tan separadas, en algún punto se unen...

-Un aspecto positivamente llamativo de tu Fanny en Alma mía es que es la prostituta vecina, amiga de la repostera protagonista, y en ningún momento el personaje está mirado con prejuicio moralizante. Esto en el cine argentino es una rareza, ¿pusiste de tu parte para que Fanny fuese un personaje más, no “la prosti”?

-Sí, quería ese desprejuicio. Fanny es realmente una amiga. Alma hace lo suyo; yo, lo mío... Eso me gustaba, y Araceli (González) pensaba igual: que nos queríamos desde chiquitas y nos respetábamos. Para mí Fanny hace ese trabajo de manera ocasional, para salir del paso, no sabe bien cuál es su camino, pero tampoco tiene un sueño de Cenicienta tipo Mujer bonita. Tampoco se come ninguna... Atiendo a unos, me gano la plata, pero no voy a tolerar que mi hermano robe: lo mío es trabajo, lo tengo claro. Y a mi amiga, la ayudo cuando lo necesita, a mi manera. Tengo mi código moral y mis sentimientos. Pablo Echarri y Damián De Santo ayudaron mucho también a esta mirada abierta. Charlamos sobre no hacer toda la parafernalia de que yo era “la” prostituta y los machos se reían...

Deseos
realizándose

-Estás en un momento de pleno despegue: cada vez más conocida por el público mayoritario, apreciada por la crítica. Seguramente van a subir las ofertas de trabajo y desde luego tu cotización. ¿Cómo sobrellevás el trance?

-¿La verdad? Por primera vez la semana del estreno de Alma mía empecé a pensar: quizás ya está pasando algo de lo que yo quería. Como hice las cosas por otro camino -no estudié con Lito Cruz, no me presenté a castings-, tuve un primer momento en que me mantuve al margen; en un segundo momento, por mi conducta anterior, me llamaban de programas cómicos populares a través de los cuales podría haberme hecho famosa, pero no me convencían y dije no, no, no. Después, hubo otro momento en que me querían hacer notas por ser la mujer de Vicentico, nada más que por eso, algo que me dolió en su oportunidad. Volví a decir que no. Seguía con lo mío pero llegué a preguntarme cuál era el camino para hacer las cosas con calidad sin ser la mujer de no sé quién, cómo hacer para que alguien se diese cuenta de que yo daba para más, que hacía tiempo que venía laburando consecuentemente, minuciosamente. Y la semana pasada, como te decía, por primera vez me dije: ahora se nota que hice un camino que fue tomando solidez. Reconocí, yo que siempre me doy bastante duro: estoy contenta. Es chico, pero puede ser el principio de algo. Y también: no estuvo mal cuando dije que no a algo que no me convencía.

-¿Qué es lo que te da más placer de actuar?

-Me gusta mucho entrar en estado -sea el que sea: odio, al borde del llanto- y que esto se note. Eso me encanta. Algo parecido a la inspiración, que siento claramente cuando llega. También cuando leo un texto y me doy cuenta de que una palabra me pega para entrar a ese estado. O cuando se me ocurre una idea para hacer una obra, cuando me quedo con una imagen que me lleva a un estado de creación.

-Si no tuvieses más remedio que elegir, ¿el humor, la comedia, la risa, o la tragedia, el melodrama, el llanto?

-Creo que me quedaría con el melodrama, la tragedia, a pesar de que siempre se me ve más como cómica y es lo que me piden en la tele porque da más resultado. Y yo trato de ir un poco hacia el otro lado. Lorca es una buena síntesis para mí: puede hacer la tragedia más fuerte, y por momentos el conventillo total. Hay algo muy profundo en el humor, lo cómico tampoco es pura risa. Con Vanesa Weinberg hacíamos números de reír, pero de mucha sordidez en el trasfondo. En el actor que hace sátira suele haber una observación muy fina, muy aguda para poder hacer de una vivencia algo cómico. De allí al melodrama no hay más que un pasito.

-Ahora que te vas para arriba, ¿vas a tomar alguna precaución para no subirte al caballo?

-De verdad, no creo que me pase eso. A mí me da auténtico placer trabajar. Y también me da mucho gusto que me reconozcan el laburo que hice. Que vos ahora me digas que notás diferencias entre los personajes que hago ya me da verdadera satisfacción. Los otros placeres que tengo son como disfrutar el tiempo libre, estar con mi hijo, me gusta mucho viajar, irme. Todavía no me doy cuenta mucho de esto de la popularidad: en el estreno de Alma mía estaba a un costado con mi marido esperando un rato largo que empezara la función. Después supe que mientras tanto los actores en el hall hacían notas de prensa. No es que yo desprecie las notas sobre mi trabajo, si no las busco es porque no me sale, no sé bien cómo conducirme, y ni siquiera tengo una vida nocturna como les gusta a algunas publicaciones... Cuando te empieza a ir bien, te puede pasar como a algunos que venían resentidos y sienten que llegó la hora de la venganza. Otros experimentan un agradecimiento profundo, que es lo que me pasa a mí en estos momentos.