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Hablando de seguridad...

Por Diana Staubli

En este instante una mujer está siendo golpeada por su pareja. Otra está siendo violada. Una niña de tres años es abusada sexualmente por algún miembro de su familia, otra, de doce o menos, es esclavizada para ser prostituida. Y un policía se niega a tomar la denuncia y maltrata nuevamente a la víctima. Y un juez no separa al padre abusador de su hija bajo la excusa de que es necesario “preservar los vínculos familiares”. Y los médicos se niegan a asentar en el libro de guardia de las lesiones graves de una víctima de violencia doméstica...

Según estadísticas del Ministerio de Justicia, sólo alrededor del 15 por ciento del total de homicidios son cometidos por desconocidos, mientras que el 35 por ciento son cometidos entre padres e hijos, y un 10 por ciento en el marco de la violencia conyugal.

Entonces, ¿de qué seguridad estamos hablando? Ahhhh... Esa, la producida por el modelo económico que condena a morirse de hambre a más de un tercio de la población y que, además, pretendemos que no se queje. “Gente terca esa que no se resigna a morirse silenciosamente...” Claro, ya no hacen cuestionamientos políticos ni revoluciones. La droga ha suplido el pan y el libro de cada día... convenientemente.

Pero, fantaseemos: si el modelo económico fuera otro, ¿cambiaría la situación de las mujeres? No. Nosotras siempre vivimos en la inseguridad en relación con nuestra integridad física y psicológica. Ayer y hoy, con justicia social o sin ella, tenemos miedo de que hasta el asalto más inocente termine en una violencia mayor que nos marque de por vida, y después estamos expuestas a que un policía o magistrado de la justicia nos pregunte “cómo estábamos vestidas cuando nos abusaron”. Cuando a nadie se le ocurriría preguntar por qué al señor que le robaron su super-reloj o su auto de marca prestigiosa andaba por la calle exponiéndolos y de esa forma “provocando” a los adolescentes marginales hasta convertirlos en “asesinos potenciales”.

La violencia siempre está ahí, minándonos, paralizándonos. Naturalizada para la mayoría de las mujeres como un karma irreversible.

¿Y el Estado? Bien, gracias.
Salvo algunos (y sólo hablo de algunos) gobiernos municipales, el Estado brilla por su ausencia en la obligación de prevenir, erradicar y sancionar la violencia contra las mujeres. El Estado nacional cuando omite cualquier tipo de acción es también cómplice de estas violaciones, pero no es el único. Provincias como la de Buenos Aires, a partir del gobierno de Duhalde que cerró o quitó presupuesto a las comisarías de las mujeres, cometen así una acción directa contra nuestra seguridad.

A veces me pregunto y les pregunto a los dirigentes y hasta, lamentablemente, a algunas mujeres dirigentas si creen que esta violencia sólo les sucede a “otras” mujeres, a las que se lo “buscan”. Después uno se entera de alguna hija víctima de la violencia doméstica, otra asaltada y violada por un taxista, el frustrante trajinar ante la justicia y la falta de lugares de atención para las víctimas. Y ahí aparece el “yo no me imaginé”, “nunca creí”, “esto es terrible”, “hay que hacer algo”, etc., etc. Pero el algo no es suficiente. Hay que hacer todo.

Y es el Estado el que debe hacerse cargo a través de todas sus instituciones para combatir la violencia doméstica y sexual, que con más o menos variantes atraviesa todos los niveles sociales y económicos. Conozco a una ex golpeada que acompaña a una de sus vecinas y la exhibe ante el juez con los moretones frescos aún, para que se sensibilice y se expida rápidamente sobre la causa. Y el juez lo hace. Claro, ver una víctima en carne y hueso, con su tabique nasal destrozado, los ojos negros de moretones, y con las manos ocupadas sosteniendo a sus hijos, es una imagen muy distinta a la fría letra del expediente. Así, esa imagen casi quebrada, se nos multiplica por cientos en un año y nos lleva a la reflexión de que, en la Argentina, como en cualquier parte del mundo no necesitamos estar en la guerra de Kosovo o en Afganistán para que violen nuestros derechos, la mayoría de las veces no tenemos que salir ni siquiera de nuestras casas.

* Codirectora del Centro Municipal de la Mujer de Vicente López.