Love Las escritoras Alicia Steimberg y Ana María Shua han realizado una Antología del amor apasionado, un libro secretaire que permite pasar, a través de la lectura, de las intimidades de Isadora Duncan a las de Delmira Agustini, de un análisis de orina de Proust al guión de la película Gilda, todo a la velocidad de la pasión. Por Soledad Vallejos La tentación de llevar adelante una antología cuyo único eje sea el capricho mismo, de construir con sus fragmentos la ruta de la memoria –propia o ajena–, de explayarse precisamente sobre aquel tema vedado durante años parece haber sido la meta de Any Shua y Alicia Steimberg a la hora de diseñar Antología del amor apasionado –Ed. Alfaguara–, una obra que permite pasar de Corín Tellado a Delmira Agustini y de Shakespeare al guión de la película Gilda sin ningún tipo de remordimientos y con tanta rapidez como permita la propia velocidad de lectura. Sin embargo, si desde la tapa la ilustración –una pareja de amantes según parece furtivos– asocia esta pasión más bien al terreno de lo prohibido, no es ése el tono ni tampoco la intención de la selección, donde la pasión se asocia libremente, por ejemplo, con la relación entre Proust y su madre o con un fragmento de “El Aleph”.
—¿Después de terminarlo, hubo algo en particular que se hayan arrepentido
de no incluir?
—¿Cómo surgió la idea?
—¿Y
qué títulos prohibían?
–¿No había libros de Colette detrás de ese vidrio?
—¿Cómo fue el encuentro con las cartas, como la de Proust a la madre? El
Flechazo “Una noche de 1905 estaba yo bailando en Berlín, y aunque tengo la costumbre de no mirar al público cuando trabajo, porque el público me parece un gran dios que representa a la Humanidad, aquella noche me fijé en un espectador que estaba sentado en la primera fila. Y no es que yo lo observara para informarme de quién era, sino que sentía la atracción física de su presencia. Al terminar la representación, entró en mi cuarto un hombre bellísimo y exaltado. –Es usted maravillosa –exclamó–. Es usted admirable. Pero ¿por qué me ha robado mis ideas? ¿De dónde ha sacado usted mi escenario? –Pero, ¿de qué está usted hablando? –le contesté–. Estas cortinas azules son mías, y muy mías. Las inventé cuando tenía cinco años, y siempre he bailado con ellas. –No. Son mis decorados y mis ideas. Pero usted es el ser que yo he imaginado para ellos. Es usted la realización viviente de todos mis sueños. Y entonces salieron de su boca estas hermosas palabras: –Yo soy el hijo de Ellen Terry. ¡Ellen Terry, mi más perfecto ideal de mujer! ¡Ellen Terry...! –¿Por qué no viene usted a casa a comer con nosotras? –propuso repentinamente mi madre–. Ya que tiene usted tanto interés por el arte de Isadora, venga con nosotras. Y Craig cenó en casa. Estaba en un estado de salvaje excitación. Quería explayar todas sus ideas sobre su arte, todas sus ambiciones... A mí me interesaba mucho su charla. Uno a uno, mi madre y los otros comensales se despidieron con distintas excusas, y nos dejaron solos. Craig no cesaba de hablar del arte del teatro y afianzaba sus frases con excesiva gesticulación. Inopinadamente, en medio de su discurso, exclamó: –Pero, ¿qué hace usted aquí? Usted, que es una gran artista, ¿cómo puede vivir en medio de esta familia? ¡Es absurdo! Yo soy el hombre que la ha inventado. Usted pertenece a mi escenario. (...) Como una hipnotizada lo dejé que me pusiera mi capa sobre la pequeña túnica blanca. Tomó mi mano y fuimos escaleras abajo. Llamó a un taxi, y en el mejor alemán me dijo: ‘Meine Frau und mich, wir wollen nach Postdmam gehen’ (Mi mujer y yo queremos ir a Postdam)”. Mamá:
¡Pipí! “Mi querida mamá: Me parece que pienso más tiernamente en ti, si esto fuera posible (y no obstante no lo es) hoy día 24 de septiembre. (...) Hice hacer mi análisis, ni sombra de azúcar ni de albúmina. El resto más o menos parecido (tendría que tener el otro para poder comparar). Mi interpretación es la siguiente. Ya sea el cansancio producido por la falta de sueño o bien el haber permanecido acostado durante poco tiempo cuando estaba en el barco, me produjo un poco de albúmina y de azúcar. Aunque en realidad no lo creo, porque en suma reposaba bastante a pesar de todo y el aire puro era una compensación, etc. Puede haber sido también el hecho de tomar 2 comidas en vez de una, pero tampoco lo creo porque nuestras 2 comidas eran muy ligeras y con mucho “aceite”. En suma, no creo que estuviese menos bien en aquel momento que ahora que estoy enfermo. Quedaría la hipótesis (pero esto es quizás antipsicológico, sólo un médico podría decírnoslo) de que el azúcar y la albúmina pueden no ser eliminados en ese momento en que tomo poco aire, provocándome un mayor malestar y que eran eliminados en el barco (pero puede que sea imposible y mera fantasía). (...) Mil besos tiernos, Marcel. PS: Me siento extremadamente bien esta noche y voy a acostarme bastante temprano, aunque comí un poco más tarde.” Un
cochino refinado “Ayer recibí tus dos cartas, corazoncito, gracias. Pero tengo que llamarte un poco al orden. Parece que no piensas más que en flirtear... Pero escucha: ya no está de moda y se lo considera señal de mala educación. No es sensato. A ti te gusta que los hombres corran detrás de ti... ¡te da mucho placer! No sólo a ti. Praskovia Petrovna podría conseguir fácilmente que todos los hombres solteros y ociosos corrieran detrás de ella. Cuando el abrevadero está cerca, los cerdos corren allá sin que los manden. ¿Por qué tienes que recibir los hombres que te cortejan en tu casa? Uno nunca sabe con qué clase de gente se encuentra. Lee la fábula de Ismailov sobre Foma y Kusma. Foma agasaja a Kusma con caviar y arenques. Después Kusma quería beber. Pero Foma no le dio nada, por lo cual el invitado le dio al anfitrión una buena paliza. De allí el poeta saca una moraleja: ¡Mujeres hermosas! No deis arenque a vuestros amantes, si no tenéis intención de darles después de beber, porque es muy probable que os encontréis con Kusma. ¿Comprendes? Te suplico que no organices cenas académicas en mi casa.” |