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Las escritoras Alicia Steimberg y Ana María Shua han realizado una Antología del amor apasionado, un libro secretaire que permite pasar, a través de la lectura, de las intimidades de Isadora Duncan a las de Delmira Agustini, de un análisis de orina de Proust al guión de la película Gilda, todo a la velocidad de la pasión.

Por Soledad Vallejos

La tentación de llevar adelante una antología cuyo único eje sea el capricho mismo, de construir con sus fragmentos la ruta de la memoria –propia o ajena–, de explayarse precisamente sobre aquel tema vedado durante años parece haber sido la meta de Any Shua y Alicia Steimberg a la hora de diseñar Antología del amor apasionado –Ed. Alfaguara–, una obra que permite pasar de Corín Tellado a Delmira Agustini y de Shakespeare al guión de la película Gilda sin ningún tipo de remordimientos y con tanta rapidez como permita la propia velocidad de lectura. Sin embargo, si desde la tapa la ilustración –una pareja de amantes según parece furtivos– asocia esta pasión más bien al terreno de lo prohibido, no es ése el tono ni tampoco la intención de la selección, donde la pasión se asocia libremente, por ejemplo, con la relación entre Proust y su madre o con un fragmento de “El Aleph”.

—¿Después de terminarlo, hubo algo en particular que se hayan arrepentido de no incluir?
Steinberg: –En realidad, ganas de hacer otra antología en todo caso, porque obviamente lo que queda es infinitamente más. Shua: –Eso es lo que nos pasó, pero no después de entregarlo sino mientras lo íbamos haciendo, e íbamos descartando. En algunos casos, íbamos descartando porque no nos gustaban, pero en otros porque ya teníamos textos que cumplieran esa función dentro del libro. Steinberg: –Y eso a mí verdaderamente me involucró mucho. No es lo mismo elegir textos que escribir, obviamente, pero me quedó esa cuenta que queda después de escribir algo que me gustó mucho y es que no me puedo separar enseguida de eso, fue un intercambio muy lindo y yo extrañaba estar haciéndolo.

—¿Cómo surgió la idea?
Steinberg: –Un poco estas cosas reivindican prohibiciones que le hicieron a una, por lo menos a mí, que tengo algunos años más que Any y probablemente su mamá era más flexible que la mía para estas cosas. Pero yo tenía una puerta cerrada con llave en la biblioteca de casa y nunca dormí la siesta –ni puedo dormir la siesta ahora– para buscar ahí lo que me interesaba. Era muy fácil, alcanzaba con que metiera la mano por el costado, no era un compartimiento. Yo metía la mano por el costado y sacaba lo que mi mamá me prohibía leer, estaba ahí, a la vista, detrás de los vidrios, cómo no los iba a ver.

—¿Y qué títulos prohibían?
Steinberg: –La gloria de Don Ramiro, por ejemplo, ese libro tan pornográfico. Estaba prohibido, también, un autor que yo ni antes ni después oí nombrar que se llamaba Marcelo Peyret y había escrito cartas de amor. Claro, había una cosa, una intención de coito fuera del matrimonio que no se cumplía, se deseaba. Pero se prohibía no solamente el sexo, el erotismo, sino también el amor. Shua: –Y claro, una cosa lleva a la otra.

–¿No había libros de Colette detrás de ese vidrio?
Steinberg: –No, a tanto no habían llegado ellos. Pero lo curioso es que en vez de esconderlos los tenían ahí, codiciables. Pero también con Any descubrimos algo muy interesante: la versión que yo tengo de Corín Tellado es distinta de la que tiene ella o sus hijas, o de lo que leen sus hijas ahora. Parece que fue cambiando con el tiempo en cuanto a lo permitido. Shua: –En nuestra época lo que más dejaban asomar los cuerpos eran “brazos esculturales” y “piernas bien torneadas”. Ahora Corín Tellado sigue escribiendo y ya hay descripciones mucho más explícitas de los cuerpos y de los actos. Steinberg: –Explícitas pero metafóricas. Shua: –Sí, metafóricas pero explícitas de todas maneras. Por lo general, era más o menos así: ella era una muchacha caprichosa, fuerte, rebelde, independiente. O sea, independiente y rebelde eran dos cosas que iban juntas. El hombre que hacía su voluntad era simplemente un hombre, y la mujer que pretendía hacer su voluntad era caprichosa. Entonces, ella era todo eso hasta que aparecía el hombre que lograba dominarla y que era su hombre. Se enamoraba y llegaba a cumplir su aspiración máxima, que era ser dominada por ese hombre que tenía los ojos “acerados”. Había otro esquema que se repetía mucho y era que ella aceptaba casarse con él o aceptaba entregársele por distintas razones, pero se negaba a demostrarle que sentía algún placer en sus brazos porque había algún malentendido por el cual ella creía que él había cometido algún acto de maldad contra su familia, algo así. Entonces estaban esas escenas en que él la abrazaba con vehemencia posando sobre ella sus ojos acerados y ella, mientras se estremecía por dentro, se mantenía indiferente a sus caricias. Steinberg: –¡Qué trabajo! Shua: –Un trabajo, un pasatiempo que era muy interesante. Después, Any agrega más datos: –La lectura de semejante obscenidad, lejos de la prohibición que pesaba sobre Alicia, se llevaba a cabo en compañía de su abuela. Pero, más allá de este afán vengativo, un factor que también las alentó con la realización fue la voluntad de acercar a la lectura textos que algunos puedan considerar lejanos. Steinberg: –Una cosa que pensaba era qué lindo que el lector se encuentre con algo que, de pronto, se da cuenta de que fue escrito en el 1700 o que es de un gran poeta latino y le gusta. Ya no tiene esa barrera que encuentra en la librería de enfrentarse con algo completamente desconocido. Es como abrir la puerta.

—¿Cómo fue el encuentro con las cartas, como la de Proust a la madre?
Shua: –Conocíamos los textos literarios, las cartas las descubrimos buscando textos para esta antología. Y encontrarlas a nosotras nos produjo un shock porque son muy asombrosas, se conocen ciertas intimidades de la gente que una a veces preferiría no conocer. Steinberg: –Como el gorro de dormir de Mozart, que estaba sucio y había que lavarlo. Shua: –O esa necesidad de Proust de informar a su mamá todos los detalles de su digestión, su ataque de asma, que se tuvo que levantar... Steinberg: –Lo que me pasó a mí con el libro de las cartas no se podía creer: después de terminarlo, lo extrañaba, y pensaba ‘¿esta noche cómo estará?’, ‘¿se habrá lavado los dientes?’. Yo quería que siguiera contándome.


El Flechazo
De Mi vida, autobiografía de Isadora Duncan

“Una noche de 1905 estaba yo bailando en Berlín, y aunque tengo la costumbre de no mirar al público cuando trabajo, porque el público me parece un gran dios que representa a la Humanidad, aquella noche me fijé en un espectador que estaba sentado en la primera fila. Y no es que yo lo observara para informarme de quién era, sino que sentía la atracción física de su presencia. Al terminar la representación, entró en mi cuarto un hombre bellísimo y exaltado. –Es usted maravillosa –exclamó–. Es usted admirable. Pero ¿por qué me ha robado mis ideas? ¿De dónde ha sacado usted mi escenario? –Pero, ¿de qué está usted hablando? –le contesté–. Estas cortinas azules son mías, y muy mías. Las inventé cuando tenía cinco años, y siempre he bailado con ellas. –No. Son mis decorados y mis ideas. Pero usted es el ser que yo he imaginado para ellos. Es usted la realización viviente de todos mis sueños. Y entonces salieron de su boca estas hermosas palabras: –Yo soy el hijo de Ellen Terry. ¡Ellen Terry, mi más perfecto ideal de mujer! ¡Ellen Terry...! –¿Por qué no viene usted a casa a comer con nosotras? –propuso repentinamente mi madre–. Ya que tiene usted tanto interés por el arte de Isadora, venga con nosotras. Y Craig cenó en casa. Estaba en un estado de salvaje excitación. Quería explayar todas sus ideas sobre su arte, todas sus ambiciones... A mí me interesaba mucho su charla. Uno a uno, mi madre y los otros comensales se despidieron con distintas excusas, y nos dejaron solos. Craig no cesaba de hablar del arte del teatro y afianzaba sus frases con excesiva gesticulación. Inopinadamente, en medio de su discurso, exclamó: –Pero, ¿qué hace usted aquí? Usted, que es una gran artista, ¿cómo puede vivir en medio de esta familia? ¡Es absurdo! Yo soy el hombre que la ha inventado. Usted pertenece a mi escenario. (...) Como una hipnotizada lo dejé que me pusiera mi capa sobre la pequeña túnica blanca. Tomó mi mano y fuimos escaleras abajo. Llamó a un taxi, y en el mejor alemán me dijo: ‘Meine Frau und mich, wir wollen nach Postdmam gehen’ (Mi mujer y yo queremos ir a Postdam)”.


Mamá: ¡Pipí!
Carta de Marcel Proust a su madre (fragmento)

“Mi querida mamá: Me parece que pienso más tiernamente en ti, si esto fuera posible (y no obstante no lo es) hoy día 24 de septiembre. (...) Hice hacer mi análisis, ni sombra de azúcar ni de albúmina. El resto más o menos parecido (tendría que tener el otro para poder comparar). Mi interpretación es la siguiente. Ya sea el cansancio producido por la falta de sueño o bien el haber permanecido acostado durante poco tiempo cuando estaba en el barco, me produjo un poco de albúmina y de azúcar. Aunque en realidad no lo creo, porque en suma reposaba bastante a pesar de todo y el aire puro era una compensación, etc. Puede haber sido también el hecho de tomar 2 comidas en vez de una, pero tampoco lo creo porque nuestras 2 comidas eran muy ligeras y con mucho “aceite”. En suma, no creo que estuviese menos bien en aquel momento que ahora que estoy enfermo. Quedaría la hipótesis (pero esto es quizás antipsicológico, sólo un médico podría decírnoslo) de que el azúcar y la albúmina pueden no ser eliminados en ese momento en que tomo poco aire, provocándome un mayor malestar y que eran eliminados en el barco (pero puede que sea imposible y mera fantasía). (...) Mil besos tiernos, Marcel. PS: Me siento extremadamente bien esta noche y voy a acostarme bastante temprano, aunque comí un poco más tarde.”


Un cochino refinado
Carta de Alexandr S. Pushkin a su esposa

“Ayer recibí tus dos cartas, corazoncito, gracias. Pero tengo que llamarte un poco al orden. Parece que no piensas más que en flirtear... Pero escucha: ya no está de moda y se lo considera señal de mala educación. No es sensato. A ti te gusta que los hombres corran detrás de ti... ¡te da mucho placer! No sólo a ti. Praskovia Petrovna podría conseguir fácilmente que todos los hombres solteros y ociosos corrieran detrás de ella. Cuando el abrevadero está cerca, los cerdos corren allá sin que los manden. ¿Por qué tienes que recibir los hombres que te cortejan en tu casa? Uno nunca sabe con qué clase de gente se encuentra. Lee la fábula de Ismailov sobre Foma y Kusma. Foma agasaja a Kusma con caviar y arenques. Después Kusma quería beber. Pero Foma no le dio nada, por lo cual el invitado le dio al anfitrión una buena paliza. De allí el poeta saca una moraleja: ¡Mujeres hermosas! No deis arenque a vuestros amantes, si no tenéis intención de darles después de beber, porque es muy probable que os encontréis con Kusma. ¿Comprendes? Te suplico que no organices cenas académicas en mi casa.”