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LA BELLA Dama

A los 82 años se atreve, en estos días, a ponerse en la dura piel de Mag, la madre abusiva de La reina de la belleza, un personaje áspero y nuevo en su larga trayectoria. Empezó muy joven como cancionista,
hizo medio centenar de películas, televisión, y ahora cosecha el prestigio que le dan tantos años de vivir de lo suyo y siempre con dignidad.

Por Moira Soto

Su profesora favorita de arte dramático aplicado al cine fue Bette Davis, pero no porque la estupenda actriz le diera clases privadas: Aída Luz hizo parte de su aprendizaje mirando atentísimamente una y otra vez las películas de la protagonista de Jezabel. Lo confiesa con la sencillez y la genuina modestia que la caracterizan, mientras acaricia a su perrita yorkshire –llamada Emily en homenaje a la autora de Cumbres borrascosas– confortablemente instalada en su regazo. La delicada cantante de tangos que incursionó en otros géneros musicales, la actriz de tantas películas nacionales (de Amor a Los tallos amargos, de La piel de zapa a Aquello que amamos...), la protagonista de memorables temporadas teatrales, la intérprete desenfadada de Matrimonios y algo más en la tele, es hoy una bella y encantadora dama, delgada y elegante, que no tiene el menor reparo en afearse para encarnar a Mag en La reina de la belleza, de Martin McDonagh. En este difícil papel, y en la inmejorable compañía de Leonor Manso, Pablo Rago y Alejandro Awada, la actriz despliega todo su talento natural, toda la sabiduría adquirida sobre la marcha, lejos de conservatorios y talleres.
–¿No le da un cachito de aprensión el tener que ponerse esos rellenos que le deforman el cuerpo?
–Todo lo contrario: yo los pedí. Uno de los personajes le dice a Mag: “Usted es un grumo sucio”. Y yo la vi así: rellena de panza, de cola, de lolas... Desparramada. Y debo decirte que, al margen de que correspondan al personaje, esos rellenos me sirven para atenuar la caída. Yo a la vieja la soñé así: el físico representa su espíritu, y además está todo el día apoltronada, es una haragana ventajera. Estoy refeliz haciéndola: empieza la obra, estoy durmiendo en la mecedora y ya disfruto. Me habían dicho de llevar pollera y blusa, con saco, y me resistí: ésta tiene que estar con camisón y bata todo el tiempo, sólo se los saca para ir al pueblo. Barney me dio la razón cuando me vio así vestida y desgreñada.
–¿Siempre ha encontrado una forma de la felicidad en la actuación?
–No, no siempre. En esta oportunidad, sin duda. Será porque es mi primera malvada, una vieja retorcida a la que le gusta hundir el dedo justo donde está la llaga, siempre. Será por la novedad, a mi edad.
–Las villanas que nos perdimos, considerando lo bien que le sale ésta...
–No sé, no sé. A lo mejor cuando era más joven no tenía cara. Pero en realidad para la maldad no hay una cara concreta, va por dentro. Mirá a Bette Davis las malvadas que supo hacer...
–¿Bette Davis es una de sus actrices favoritas?
–Y cómo... Cuando era chica y empezaba a querer entrar en el espectáculo, me iba a ver las películas de Bette Davis. Ella fue mi maestra, nunca estudié formalmente actuación, para nada. Pero me iba al cine a mirar a Bette, a Greta Garbo, cada película muchas veces. Y aprendía de ellas: cómo componían un personaje, el significado de cada gesto, el uso de la voz...
–Sin embargo, su carrera artística empieza en 1936 como cancionista, una habilidad suya muy apreciada por los conocedores.
–Bueno, yo nací cantando. Me contaba mamá que siendo muy chiquita, por un caramelo era capaz de estar cantándole largo rato a las vecinas. Siempre me gustó cantar y cantando empecé mi carrera en la radio. Muy pronto pasé al cine como actriz, y cada vez que se estrenaba una película en la que yo trabajaba, me ponían en los comentarios “la cancionista”. Y a mí me dolía, yo quería que me juzgaran como actriz. Ahí fue cuando dije: no canto más. –Al escuchar sus grabaciones se tiene la sensación de que cantar era lo suyo, que lo hacía sin esfuerzo aparente...
–Para mí era lo más natural del mundo. Más todavía: no concebía que alguien no cantara, me parecía que todo el mundo tenía que hacerlo. Si bien mi fuerte eran los tangos, en esa época lo mismo hacías un pasodoble, una rumba, un tema criollo.

Dignidad de actriz
–En algún momento, al empezar a actuar o quizá más adelante, cuando había escalado posiciones, ¿trazó algún proyecto de carrera, con determinado perfil?
–Yo simplemente quería ser actriz. En los comienzos hice una película, Palermo, en la que trabajaban Nedda Francis y José Gola. Durante la filmación, yo estaba en un rinconcito observando cómo se desempañaban ellos, cómo pronunciaban los diálogos, dónde estaban las pausas, para ir aprendiendo. Y qué rico Gola, que era realmente un ángel: se ve que al notarme calladita pensó “esta pobre chica tendrá hambre...”. Entonces me ofrecía: “¿No querés tomas un café con leche? Te invito”. Yo le daba las gracias, pero no, justo a mí, que mi mamá me alimentaba por demás. Por supuesto, a mí me salía mejor mi trabajo cuando lo hacía junto a gente muy capaz, del teatro, porque con los que no sabían dar un tono, me perdía un poco. Me gustaba actuar con gente que sabía decir. Ese fue mi estudio, así fue mi carrera. Siempre pensé que una actriz tenía que saber hacer todos los géneros, y que nunca hay que dejar de aprender: todas las oportunidades son buenas. Yo, por ejemplo, aprendí mucho en Matrimonios y algo más, donde tenía que pasar rápidamente de un personaje a otro.
–El ingreso al teatro, después de haberse lucido como cantante y actriz de cine, ¿cambió el enfoque sobre su profesión?
–Entré al teatro por la puerta grande, con La voz de la tórtola, de John Van Drueten, en el ‘45, y al año siguiente ya era cabeza de compañía. Pero no porque me lo buscara sino porque se me dio así, después del éxito inicial. Dirigía Esteban Serrador, que me ayudó mucho con sus consejos, y trabajaba Juanita Sujo. También aprendí mucho de don Ernesto Vilches, que me señaló: “Tú tienes que hablar para aquel señor que está sentado en la última fila de la pullman, y aunque él no esté, igual tienes que hacerlo como si estuviera”.
–¿Qué la llevó a aceptar algunos papeles que seguramente no estaban a la altura de sus exigencias?
–Vos sabés, el actor tiene esta costumbre: come. Cuando me tocaba comer, agarraba lo que me ofrecían. No siempre se puede elegir, al menos yo a veces no tuve esa suerte y hice cosas que no me convencían. Siempre tratando de defender mi dignidad de actriz. Y tampoco iba a aceptar cualquier cachivache, así que dije que no muchas veces.

La edad de
la plenitud
–¿Cuál fue su primera impresión del terrible y a la vez tan humano personaje de La reina de la belleza, frente al cual se achicó alguna actriz muy conocida y dicharachera?
–Oscar Barney Finn me llamó a mi casa y me dijo que tenía esta pieza y que le parecía que yo podía hacer el personaje de la madre. Me mandó el libro y quedé enamorada del texto, de mi personaje, de los cuatro personajes, tan ricos y tan profundamente desarrollados. Agarré viaje sin dudarlo. Además, no te puedo decir la alegría que me dio el trabajar junto a Leonor Manso, a quien adoro desde hace más de veinte años.
–¿No retrocedió ni un milímetro frente a Mag, un personaje de rasgos francamente negativos, tan cruel y dañino, cuya única justificación es que emplea las tretas del débil?
–Al contrario, lo recibí como una apuesta que me exigía jugarme. Y me jugué plenamente. Me alegro de haber tenido el atrevimiento, a los 82, de encarar un tipo de personaje que jamás había hecho. Me apropié de Mag, acepté el desafío. En algún momento, pensé: si desgraciadamente La reina... fuese lo último que hago en teatro, por lo menos que quede el recuerdo de un trabajo distinto, bien hecho. Mirá, te cuento un secreto de mi trabajo: mientras estoy en escena, pienso que me filman. Entonces, todos mis gestos son para cámara, no me importa que algunos espectadores no vean ciertos gestos pequeños, yo los hago igual porque el personaje los pide.
–Aparte de coraje como intérprete, La reina..., con esa violencia psicológica, con esa tensión que no decae, ¿le exige un gran desgaste?
–Sí, realmente. Es una obra muy fuerte, sin concesiones. Fijate que vino Amelia Bence a verla, después fue a saludarme al camarín y no podía parar de llorar. Creo que todos los espectadores se sienten de alguna manera tocados por esas relaciones familiares, por esos personajes tan diversos. Como el lenguaje que debo usar es bastante crudo, temí que algunas señoras mayores pudieran molestarse. Pero no: se lo pregunté a la salida a muchas espectadoras que me esperan, y ellas siempre me responden que encuentran ese lenguaje apropiado a situaciones y personajes.
–¿Necesita concentrarte antes de salir a escena?
–Nooo. Yo, como decía Pedro López Lagar hablando de su actuación en Panorama desde el puente, me pongo la gorra y salgo. Hago bromas hasta el momento de entrar. Ahora sí, una vez que estoy en escena, soy el personaje y no me salgo de él. Cuido mucho mi trabajo, me gusta llegar al teatro una hora antes. A menudo, soy la primera en llegar y enciendo las luces de los camarines.
–¿Qué representa para usted el premio Trinidad Guevara que le dieron hace poco?
–Para mí es el premio más importante porque es el reconocimiento a toda una trayectoria, aun en sus altibajos, a los éxitos y a los fracasos, a las alegrías y a los llantos, a las ilusiones y a los desalientos. Es un premio a una vida que empecé de muy chica y seguí hasta hoy, durante 63 años. Me hizo muy feliz un premio tan abarcador, que me encuentra haciendo una obra tan extraordinaria, que ha merecido tantos elogios de la crítica. Por eso me lo dediqué a mí misma. Un poco de autoestima no viene nada mal.
–¿Se siente creadora en tu trabajo?
–Pienso que sí, tanto cuando le voy sumando cosas a la Mag de La reina..., como al hacer en Matrimonios un personaje diferente cada cinco minutos, sin otro respaldo que haber estudiado la letra. De hecho, aun cuando haya un director que marque a los actores, me gusta hacer mi aporte. Un actor no es arcilla en manos de un director.
–Se le transparenta una gran complacencia de vivir y actuar, no tiene ningún problema en decir su edad...
–Es que estoy contenta con la edad que tengo. He vivido mi vida como quise. Si me dieran a elegir, no cambiaría nada, salvo la desaparición de seres queridos. He hecho alrededor de sesenta piezas teatrales, unas cincuenta películas. No me puedo quejar l