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diseño en pareja

Una retrospectiva en el Cooper Hewitt Museum de Nueva York rinde homenaje a Charles y Ray Eames, dos inventores y artistas multimedia que revolucionaron el mundo del diseño. La muestra coincide con el culto a su silla de comedor DCW y la aparición de varios libros dedicados a su obra que se venden tanto en mecas del interiorismo como en boutiques de moda avant garde.

Por Victoria Lescano

Charles y Ray Eames no sólo fueron los autores de sillas revolucionarias de madera laminada ni los habitantes de una famosa casa de vidrio y acero de Los Angeles que hoy es tema de visitas guiadas, sino también inventores, diseñadores de juguetes y artistas multimedia.
Así como en 1975 produjeron Metropolitan Overview, un corto de nueve minutos que, anticipándose a la navegación en Internet, simulaba una visita al Museo Metropolitan de Nueva York (respondía al capricho de un mecenas que ansiaba gastar cuarenta millones de dólares en un espacio de arte dedicado al cine, el video y la computación) también fueron precursores en proponer el uso de proyectores múltiples y pantallas.
Cuando en 1959 la Agencia de Información Norteamericana en Moscú los invitó a producir una película explicando la vida en Estados Unidos, ellos bombardearon a los moscovitas con dos mil inserts de músicos, iglesias, interiores de bares y hogares, fuentes de soda, electrodomésticos y Marilyn Monroe que provenían de siete pantallas.
Un recurso que hoy no sorprende ni a las abuelitas pero que fue una novedad cuando los documentales eran simplemente lineales.
Otros ejemplos de su avanzada mirada multimedia: hicieron un corto sobre música de los cincuenta para un especial de la CBS, al que muchos especialistas consideran el primer video musical.
Siguiendo con el listado de aportes tecnológicos de los Eames, en 1967 propusieron al gobierno americano construir un acuario en Washington, y en lugar de mostrar una maqueta, filmaron un tour por un edificio inexistente que de tan realista provocó que muchos turistas se perdieran en la búsqueda de peces virtuales.
Para una muestra de la IBM de los sesenta inventaron un anfiteatro con forma de huevo y columnas simulando árboles y en su interior proyectaron el corto Think, cuyo argumento consistía en las dificultades de una mujer tratando de distribuir a los comensales en una cena y, como solución, un esquema de esos mecanismos mentales procesados por microchips de las computadoras.
El dúo es tema de una retrospectiva en el Cooper Hewitt Museum de Nueva York (antes pasó por Europa y la librería del Congreso de Washington), y coincide con el culto a sus silla de comedor DCW y la aparición de varios libros dedicados a su obra que se venden tanto en mecas del interiorismo como en boutiques de moda avant garde. Juntos adherían a una estética deliberadamente folk: él usaba traje con moños y ellas, batones con lunares. Ya en el loft de Venecia, donde tenían un cocinero diplomado, o en la casa con bloques prefabricados de Los Angeles, organizaban picnis en lugar de grandes cenas, aunque picnics con coreografías, y solían sorprender a los invitados con comida exótica y regalos. En ocasiones, para aprovechar los últimos avances tecnológicos de clientes llamados Polaroid, IBM o la firma de equipamiento Herman Miller, filmaban cortos experimentales en su honor. Cuentan que la célebre silla Lounge con otomana, también llamada “Descanso”, fue diseñada en 1956 como regalo de cumpleaños para el director de cine Billy Wilder. Vogue la llamó “la silla más cómoda del mundo”.
Charles Eames y Ray Kaiser se conocieron en 1940 en la Cranbrook Academy de Arte, en Michigan, cuando él, por entonces un arquitecto conservador, casado y con una hija de diez años, fue a dar una conferencia y ella estudiaba pintura.
Fue amor a primera vista; Charles se divorció de su primera esposa y de la mano de Ray ingresó en el modernismo y cambió las convenciones del tablero por una visión del espacio próxima al laboratorio de inventos. Para pagar las cuentas, llegó a tomar un trabajo en el departamento de arte de la MGM bajo las órdenes del genial Cedric Gibbons a quien ayudó en el diseño de los sets para los films Me casé con un ángel y Mrs. Miniver. En poco tiempo la pareja fue el centro de la cultura de Los Angeles y diseñó tanto las portadas de la prestigiosa revista Arts/Architecture como casas insólitas y muebles.
La casa propia de California Palisades rompió con las convenciones porque, en lugar de rozar el minimalismo como muchos espacios modernistas, reunía arte africano, muñecas, juguetes, floreros, candelabros y ceniceros dispuestos sobre el piso y cuadros colgando del techo.
Ahora pertenece a Lucía, la hija de Charles, quien ocasionalmente la abre a visitas para devotos del diseño, y el estudio funciona como oficina de su nieto Eames Demetrios, un director de cine.
Con la misma libertad creativa, en diciembre de 1941, cuando un amigo médico les contó que la Marina no tenía tablillas para pierna apropiadas para los soldados heridos, diseñaron un prototipo del que en 1942 les compraron cinco mil ejemplares.
Charles se convirtió en director de investigación en la división de productos para la Compañía Evans que, atenta a la escasez de materias primas de la época, desarrollaba piezas para aviones de madera laminada. En el otoño de 1945 produjo sillas y sillones en una gran variedad de maderas, respaldos de tela, imitación de piel, mezclas de piel y cuero que en 1946 fueron tema de un muestra en el Museo de Arte Moderno de Nueva York.
El homenaje a los Eames tiene como principal objetivo mostrar los aspectos más desconocidos de su obra, sólo una sección se dedica a iconos como la LCW Lounge Chair Wood (surgieron del concurso “Diseños orgánicos para muebles” que en 1940 organizó el Moma y que Charles desarrolló en colaboración con el arquitecto Eero Saarinen) y las restantes responden a los conceptos de espacio, belleza, cultura y ciencia.
Incluye un corto que, al mejor estilo de Andy Warhol y mucho antes, mostraba sólo agua enjabonada y una película, un libro y fragmentos de una instalación agrupados con el nombre de El mundo de Franklin y Jefferson que les demandó cinco años de trabajo y que en 1976 la crítica consideró un bluff. Franklin y Jefferson, los personajes en cuestión, eran muy parecidos a ellos aun en la vestimenta y los modales anticuados.
Sus sillas fueron concebidas más en señal de las posibilidades de la tecnología moderna destinada a objetos bellos, cómodos y accesibles que como piezas de arte. La mecedora de plástico incluyó técnicas de elaboración similares a las trompas de aviones.
La DKR, su silla de alambre de 1951, estuvo influenciada por los diseños de Harry Bertoia, el autor de la iconoclasta Diamond Chair lanzada un año después. Bertoia había trabajado en el estudio Eames durante tres años y los acusó de plagio.
De la silla Lounge para Billy Wilder, el mueble más cómodo y caro que ideó la pareja (la banqueta llevaba chapa de madera de palo de rosa, relleno de pluma de ganso), premio de la Trienal de Milán de fines de los 50, igual se fabricaron más de cien mil ejemplares. La silla Alu surgió del pedido de amigos arquitectos, ante la falta de muebles lindos para el jardín y la terraza, aunque pronto descubrieron que la fibra del tapizado original se pudría a la intemperie. Hicieron muebles porque les obsesionaba resolver problemas, de estar vivos aplicarían la mirada anticuada y de avanzada a la vez, a hacer otra cosal