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Laura Ginsberg se convirtió, a lo largo de los cinco años que transcurrieron del
atentado a la AMIA, en la representante de las voces independientes y doloridas que siguen hasta hoy
reclamando justicia. Desencantada de las
instituciones, desconfiada del poder, ella sigue
tratando de explicarles a sus hijos lo que no entiende: por qué mataron a su marido y a otras 85 personas aquel 18 de julio.

 

Por Marta Dillon

No se puede leer en sus ojos más que la firmeza. Cuando el dolor se cuela, ella los oculta, deja que la mirada se escape por la ventana, se pierda entre la lluvia que no ayuda a que su ánimo esquive el poder del aniversario. Cinco años pasaron desde esa despedida fugaz de su marido, un beso robado después del café y antes de que ella saliera de su casa, forzando un tobillo desgarrado para caminar al trote, apurada, hacia su trabajo. Un rato después sintió la explosión y entonces el desgarro fue en el alma. Una explosión que cada habitante de Buenos Aires puede recordar de una o de otra manera. Pero que en ella vuelve a detonar sin aviso, en cualquier momento, cuando su hija Luciana, por ejemplo, le pregunta qué pasó con su papá, por qué los policías que están en la calle no pudieron cuidarlo, cómo saber que a ella no le va a pasar lo mismo. Y Laura Ginsberg no tiene respuesta. Intenta alguna, “la dibujo”, porque las certezas no le alcanzan para conjurar el miedo de su nena que ahora tiene 6 años. Porque ella se hace las mismas preguntas que los adultos aún no se pudieron contestar en todos estos años. Pero no deja que el silencio la cubra como los escombros cubrieron el cuerpo de su marido, José “Kuky” Ginsberg. Hace dos años, en el último acto que Memoria Activa compartió con las instituciones judías en las puertas de la AMIA, su voz hizo temblar al país entero. “Cierro los ojos e imagino que son las 10 de la noche de aquel 18 de julio. Kuky besa a sus hijos y los acuesta; Silvana le da la mamadera a su beba; Yanina y Verónica salen con sus novios y Jaime le juega a su nieta. Dorita sale a cenar. Jaime juega con su nieta (...) “Pero cuando los abro no escucho las risas de los que hemos perdido sino amenazas”, dijo entonces en el discurso en el que acusó al gobierno de “Menem y Duhalde” de consentir la impunidad. Desde entonces esos ojos son perseguidores. Es fácil imaginarlos como una pesadilla en la noche de los culpables del atentado y de la falta de justicia. Porque son duros como piedras arrojadas desde la altura del tope del abismo que se abrió aquel 18 de julio.
Ahora Laura intenta que la fecha no la aísle como lo hicieron esos primeros días después del atentado. Pero en su familia de tres el tiempo no pasa igual cuando se acerca ese día que para siempre estará marcado en rojo.
–El domingo tuve que salir un ratito, pero lo que para mí fue un instante para mi hija fue una eternidad. Cuando volví, estaba despierta y se quedó hablando conmigo hasta la madrugada. Yo trato de hacerle entender que no es habitual que a la gente la maten. Pero a mí también me genera dudas. La historia de este país no es la del respeto a la vida, pero bueno... Trato de que las dos podamos convencernos de que lo habitual es vivir. Y ella insiste, quiere saber si va a tener la edad de su hermano cuando me muera –Matías, de 17– y le digo que no, que va a ser una mujer adulta, que voy a salir a pasear con mis nietos, sus hijos. Pero sé que es difícil que esto se organice en su cabecita, ¿Cómo lo va a entender? ¿Cómo va a entender Luciana lo que su mamá no puede? “Lo más difícil de este duelo es el nivel de violencia que trajo esta muerte. Ni siquiera es posible un duelo aislado. Yo les digo a los chicos que esto no le pasó sólo a su papá, casi como una excusa, para aliviarlos. Pero no sirve. Si ni siquiera tenemos a los culpables, si alrededor, las instituciones no demuestran que este hecho, como tantos otros, no puede quedar impune”.
La lista de pérdidas para esta mujer de 41 años no termina con su marido. También quedaron bajo los escombros la posibilidad de confiar y de pensar en el futuro. Su vida tiene el sello de la fugacidad de los días. Saber que se levanta, que va a trabajar al laboratorio de virología de la Facultad de Ciencias Exactas, que cuando vuelva a casa van a estar sus hijos y que de a poco va a ir recuperando ese gusto por lo cotidiano que en algún momento creyó irremediablemente perdido.
–Me quedan pocos placeres. Hoy estoy acá y mañana veré qué hago, así viví todos estos años y no me fue tan mal. Ahora estoy recuperando el placer de volver a casa, de que llegue el fin de semana. Al principio no soportaba ni siquiera estar allí. Llegaba, levantaba a los chicos y salíamos, sólo era posible volver agotada para poder dormir.
¿Ahora es más fácil conciliar el sueño?
–Lentamente la vida se va recuperando; mi hijo mayor me acompaña a su manera, aunque fue muy difícil correrlo de lo que él al principio sintió como una obligación: ser el hombre de la casa. Me costó mucho porque yo sentía que algo se había quebrado irremediablemente dentro de mí. Sentía una gran distancia hacia todo, el trabajo, que siempre fue una gran pasión, y los chicos también. No porque no los atendiera, los cuidaba, los contenía, pero estaba aislada, encerrada en mi dolor.
Pero el tiempo, como la lluvia, lava las heridas, aunque sea en la superficie.
–Y el silencio de Kuky se fue transformando en una voz interna que habla con sus palabras, con sus esquemas de pensamiento. La puedo escuchar sin esfuerzo, frente a cualquier situación o cuando tengo que tomar alguna decisión. Sé qué cosas le gustarían, cómo reaccionaría. Tanto Matías desde su lugar de hijo como yo en el de esposa incorporamos sus modos sin necesidad de preguntarnos qué haría él en nuestro lugar.
¿Dialoga con él?
–No, de ninguna manera. No creo que haya un después de la muerte, no creo en Dios.
¿Cómo es ser judía para alguien que no cree en Dios?
–Es complicado contar qué significa. Son muchos los judíos laicos y los que, como yo, no creemos en Dios. Hay cuestiones que tienen que ver con una historia y en mi caso particular con la vida compartida que tuve con mi marido que era de una familia judía y que además ejercía su militancia judía muy activamente. Con él aprendí el valor que podía tener para nuestros hijos una educación judía laica, basada en valores como la solidaridad y el respeto por el otro. Para mí es un rasgo de identidad como ser mujer, no necesito hacer mención especial sobre mi ser judía, siempre fue así y no hago ni dejo de hacer cosas en nombre de esa identidad.


Sin embargo el entorno debe condicionar bastante ese rasgo de su identidad.
–Sí, porque muchas veces me sentí amenazada por ser judía, de manera concreta y en diversas oportunidades. Y también asistí a la falta de respuesta social frente a esos hechos de discriminación. Recuerdo un episodio que tuve con un alumno de la facultad, hace muchísimos años, que dibujó cruces esvásticas en los tubos de ensayo. Inicié acciones legales dentro de la facultad porque quería que se resolviera institucionalmente. Los años fueron pasando; los expedientes se fueron acumulando; el alumno terminó su carrera y nunca lo amonestaron. Ese fue un episodio en mi historia personal, pero hubo varios. Yo las encuadro dentro del gran prejuicio nacional. Y contra eso hay que trabajar aunque es una tarea titánica.
¿Con ese trabajo tiene que ver la educación que eligió para sus hijos?
–No sé si es posible educar para luchar contra los prejuicios, eso es algo que se mama en la cotidianeidad de la familia. Todo lo que nos enuncian en la escuela no se puede aprender como si fuera un manual: nuestros derechos, las cosas a las que uno puede y debe acceder, eso es fácil recitarlo, pero su contenido es mucho más fuerte y se aprende a los golpes. Porque el antisemitismo está muy arraigado en Argentina, desde el poder hacia abajo, y en su nombre se han cometido horrores como el atentado. De todos modos la elección de la schule en el caso de Matías fue una decisión que impulsó mi marido y que yo entendí más tarde, cuando empecé a intervenir en la escuela como mamá, algo que en mi escolaridad no tuvo lugar. En el caso de Luciana me costó mucho tomar la decisión, fue un esfuerzo muy grande. Un esfuerzo interno por la inseguridad, tenía miedo. Ahora entiendo que es un punto de contacto con su padre y es una referencia para ella.
Y en ese marco le costará menos poder hablar de lo que pasó con él.
–Claro, recién este año se va a leer en las escuelas públicas una carta recordando lo que pasó en la AMIA. Pero también la contención es distinta porque ahora no tengo dudas de que éste fue un atentado judío. E incluso creo que no se necesitó ningún terrorista extranjero, para el financiamiento, sí, pero acá estaba lleno de gente dispuesta a perpetrarlo.


Justicia, justicia perseguirás...
Laura pide un lágrima en ese bar cercado por la lluvia. Una más de las que traga a diario aunque dice que no se priva de llorar. Es demasiado de lo que la han privado como para ponerse algún límite más. Confiesa que volvería a enamorarse, una afirmación más de su sentido común, certero como una brújula que la guía en el camino que eligió, buscando una verdad que se ocultó desde el primer momento. “La investigación fue un desastre y, si uno ve otros crímenes atroces como el de José Luis Cabezas, sólo con mirar los diarios, es fácil darse cuenta de que parece un calco de lo que pasó en la AMIA. La zona liberada, los policías que no estaban, las pruebas que desaparecieron, la no preservación del lugar, en fin, todo se repetía como si fuera matemática”.
–¿Cree que hay un hilo conductor entre estos hechos y el genocidio que cometió la dictadura?
–Hay un denominador común que es la impunidad. El no conocer después de años y años quiénes son los culpables o que éstos estén en libertad, cómo sucedieron los crímenes, es un hecho de tanta criminalidad como el crimen que le dio lugar. Para mí es lo mismo el que consiente que el que lo comete. Es decir que el denominador común es más de uno.
¿El dolor crea vínculos?
–Sí, pero no son deseados. No es lo mismo que el que se construye con un compañero de trabajo o un amigo. Es un vínculo compulsivo porque en su origen hay algo insoportable, llevan el sello de la tragedia. En Memoria Activa nos juntamos porque nos pusieron una bomba y muchas veces deseamos sin malicia no habernos conocido nunca.
¿Es un lugar de contención Memoria Activa?
–No, es un lugar de lucha. Pasó mucho tiempo, al principio necesitamos que la contención fuera lo privilegiado, el afecto, el gesto. Si no hubiera sido así, ni siquiera hubiera sido. Pero los episodios se van complicando y aparecen otras cosas. Ahora es posible tener discusiones. Somos personas reales con la carga del dolor a cuestas que también nos va modificando de distintas maneras.
Hay algo más que se lee en los gestos y en las palabras de esta mujer tan delgada que cuesta imaginarla caminando a través de ese viento que en estos días arrasa la ciudad. Laura alberga una bronca con poder de volcán, ésa es la última chispa que quema el aire cuando deja de lado lo personal para internarse en el laberinto de la causa judicial que se abrió después del atentando y las negociaciones que alguna vez le propusieron y que Memoria Activa ignoró y denunció. Una bronca que no la consume sino que le da fuerza para atravesar cualquier temporal.
Todavía se acuerda de los primeros momentos de la agrupación que preside, cuando decidieron convertirse en querellantes y fueron a pedir consejo:
–¡Tuvimos la ingenuidad de ir a hablar con Rubén Beraja (entonces presidente de la DAIA)!, me acuerdo de cada uno de sus gestos. Le preguntamos si podríamos perjudicar a alguien con esa decisión y nos dijo que él hubiera hecho lo mismo, porque en estos casos se necesitaba atacar de distintos frentes. Uno debía observar, otro ir al frente y otro negociar. Y así fue. Ellos negociaron la impunidad.
¿Confiaban en él?
–No era un tema de confianza, en lo personal creí que las instituciones eran las más indicadas para llevar adelante una querella, pero fui muy ingenua. Recibimos muchas amenazas de las instituciones para que bajáramos el nivel de las denuncias. Incluso Rogelio Cichowolsky nos dijo algo así como ‘ustedes están con el palito (así llama al micrófono), pero yo hago así –chasquea los dedos– y desmantelo la plaza cuando quiero.
Lejos de hacerla dudar, las amenazas sirvieron para confirmar a los miembros de Memoria Activa. “Así aprendimos a darnos cuenta de cuándo nos querían versear, usar o negociar, igual que aprendimos el lenguaje legal, sus códigos, sus trampas. Pero además crecía la bronca conmigo por no haberme dado cuenta antes de quién tenía adelante”. Los familiares, además, no estaban solos. En cada acto de los lunes en la Plaza Lavalle alguien ponía un papelito en el bolsillo de Laura con un teléfono al que llamar cuando necesitaran ayuda. “Soy muy bolsera, todavía los guardo”, dice y confiesa su temor por seguir perdiendo cosas.
–Ahora sabemos que las instituciones judías querían borrarnos del medio, así como se disculparon por el discurso del ‘97 frente al Poder Ejecutivo ahora estoy convencida de que lo que quieren es cerrar la causa, en este sentido trabajaron junto con el juez Galeano. Acá hay una decisión política consensuada para terminar el tema. ¿De qué se ocupa Galeano? El procesamiento de Telleldín lo promovimos nosotros; la pista carapintada se cayó; la pista internacional quedó en nada y se va a ir a juicio oral sin saber cómo se cometió el atentado. Todo el mundo cree que entonces se va a abrir la caja de Pandora, pero no es más que una ingenuidad, parece que es suficiente un cuadradito minúsculo de la realidad.
¿Cuál es el interés de las instituciones judías de cerrar la causa?
–Más allá de lo jurídico, que lo vamos a seguir peleando, hay un tema político que es la responsabilidad del Estado argentino que es fácil ver cuando se empieza a transitar el camino de las responsabilidades incumplidas.
¿Ese costo están dispuestas a compartir las instituciones?
–No es una cuestión de presuponer sino de observar cómo se han comportado todos estos años.
¿Y cuál sería el beneficio?
–Ahí entramos en el terreno de las conjeturas. Yo no tengo pruebas para denunciar los beneficios, sí lo que considero una alianza para tapar la responsabilidad del Estado. Y bueno, también se puede observar la mole antisísmica y antibomba que construyeron en la calle Pasteur. Y para eso sí hubo tiempo y hubo dinero, pero no hubo tiempo y dinero para investigar quién voló la anterior...

Mujeres
No lamenta haber perdido la confianza, es más, es una pérdida que anota en la columna del haber. No la considera un valor, aunque sí confiesa que es agotador estar poniendo “seis ojos y cuatro oídos” antes de creer en cualquier cosa que le digan. Denunciar la responsabilidad del Estado para ella no es sólo un deber, es “una obsesión”. Es algo que la sacude, que se lleva de sus manos cualquier otra posibilidad. Se siente estafada aunque no sola, porque está la gente y ella está convencida de que el reclamo de Memoria no serviría sino siguiera la gente, “la sociedad sosteniendo eso que cada lunes se denuncia. Las voluntades en Memoria Activa se fueron sumando de a una, somos los papelitos que guardo en casa. Y eso no es una utopía. Es la verdad”.
–También es cierto que las mujeres son el principal motor en Memoria Activa.
–Sí, un motor para adelante, porque hay muchos que tiran para atrás, aunque no quiero echarles la culpa a los hombres.
¿Tiene alguna explicación para esto?
–No sé. Siempre me resistí a atribuirles a las mujeres algún don particular, aunque los hechos de la realidad lo demuestren. Frente a cada hecho injusto, cada desaparición, cada tragedia, frente a la impunidad siempre va a haber una mujer pidiendo justicia, eso es innegable. Quizá tenga que ver con el límite entre la vida y la muerte. En ese caso las mujeres no tenemos ningún umbral de tolerancia. Tal vez sea porque nosotras guardamos la vida, la generamos, la protegemos nueve meses en nuestro cuerpo y cuando nos la quitan no hay negociación posible, ni medias tintas, ni excusas ni nada. Pero tampoco estoy del todo convencida, porque también hay otras mujeres que tienen otra escala de valores. Por eso creo que no tiene que ver con la condición femenina sino con los valores que cada uno defiende.
¿Le resulta más fácil creer en otra mujer?
–Es más fácil hacer alianzas, hay otro tipo de diálogo entre nosotras. Pero es también una cuestión de valores, es que es mucho más difícil que nos encuentren tranzando u otorgando en nombre de intereses que alguien podría considerar supremos –como los del Estado–, pero que no son nada si lo comparamos con el valor de la vida. O de la verdad.
Son muchas las palabras que quedan afuera y se van con ella, con su mirada que navega fuera del bar cuando piensa cómo va a hacer para resistir en este país, para seguir apostando –“porque vivir aquí ya es una apuesta fuerte”–, para seguir adelante cuando se cierren los caminos jurídicos que ella ya ve anegados. Es una mujer fuerte, ¿cómo dudarlo después de haberse enfrentado con sus ojos? Y tal vez por eso no le cuesta confesar el miedo, un miedo que no vive gracias a las amenazas que sigue sufriendo sino que anida en esas preguntas que nadie se puede contestar: “Qué va a pasar con mi familia, cómo vamos a seguir viviendo”. Qué nos espera en el futuro cuando el ahora es tan negro.