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La educación
AUSENTE

Los chicos y los adolescentes hablan mucho sobre sexo, pero casi siempre son ellos mismos sus interlocutores. En la escuela, ese tema es dado “transversalmente”, es decir a través de otras materias o a cargo de instituciones que dan
“charlas”. El Estado argentino, en tanto, defendió en la última Conferencia de la ONU sobre Población el principio
de que la educación sexual quede en manos de los padres.

 

Por Marta Dillon

–Mulan es una nena que se viste de varón para poder ayudar a su papá yendo a la guerra –le dice un abuelo a su nieta de cinco años.

–¡Ah! Es la historia de un travesti.

–¿No es cierto, Gabriela, que si te contagiás de sida te llevan preso, te llevan a un hospital feo, con barrotes como vi en la tele? (Juan Pablo, en la sala de preescolar, a su maestra.)

–Yo le tengo miedo a los travestis, son maricones que pegan. En la tele vi cómo se llevaban a uno preso en la Panamericana. (María de la Paz, 4 años.)

–¿Es verdad que si hacemos el amor parados no me puedo quedar embarazada? (Julia, a su profesora de biología de 2¼ año.)

–Me pica el clítoris. (Vanina a su maestra de jardín de infantes cuando le preguntó qué le pasaba que se había bajado la bombacha.)


Las anécdotas son interminables y traen con ellas una verdad incontrastable: los chicos hablan de sexo, lo practican según sus posibilidades y reciben educación sexual aunque más no sea a retazos que acerca el collage de los medios de comunicación o a través de silencios que, como se sabe, suelen hablar más que las palabras. Sin embargo –y aunque suene trillado hasta el hartazgo–, sobre el fin de este siglo no hay acuerdo oficial sobre de qué se trata la educación sexual, cómo se instrumentará en las escuelas o a cargo de quién debe quedar tan delicada tarea. Sobre todo si se tiene en cuenta que los escándalos, cada vez que se trata dentro de los sagrados contornos del aula algún tema relacionado con la sexualidad quitándose de encima el deber ser que impone esta sociedad occidental y judeo-cristiana, siguen cosechándose como frutas maduras cuando llega la estación. Hace menos de un año, sin ir más lejos, una profesora de literatura fue amonestada por el Ministerio de Educación de la provincia de Santa Fe por haber leído el cuento “El marica”, del escritor Abelardo Castillo, luego de que los padres de los alumnos de 3¼ año de la escuela Juan Bautista Alberdi hicieran su denuncia. Sólo una piedrita en el camino de ripio que transitan quienes intentan abrir el abanico de la información a niños, niñas y adolescentes.
Las reformas educativas que se dieron en esta década en nuestro país cerraron la discusión sobre la inclusión o no de la educación sexual como materia curricular en los “contenidos transversales”, es decir que se incluye el tema dentro de otras materias como Formación Ciudadana y Biología aunque el enfoque –sobre todo en esta última– no haya variado sustancialmente por lo menos en los últimos 20 años. El sexo aparece en la escuela como una función biológica mecánica que sirve a la reproducción o para alertar sobre sus riesgos: las enfermedades de transmisión sexual yen menor medida, los embarazos no deseados. Esta tendencia al silencio a medias es el mandato que llevó a la última Conferencia Mundial sobre Población de la ONU la delegación argentina. Ya no basta con la defensa de la penalización del aborto o la oposición a la planificación familiar que se defendió a capa y espada en El Cairo. La avanzada argentina que busca sellar su alianza con el Vaticano esta vez llegó más lejos en su intento por no autorizar los métodos anticonceptivos considerados abortivos –el DIU–, negarles a los adolescentes la provisión de anticonceptivos en centros de salud si no están acompañados por sus padres y la defensa a rajatabla de que la educación sexual quede exclusivamente en manos de los padres. Claro que nada dicen acerca de las respuestas que deben dar los docentes cuando son interpelados por chicos que reciben información formal y no formal y que siguen aprendiendo salvajemente de chistes populares y prejuicios añejos como el que confunde al maricón con el cobarde y obliga a las nenas a portarse como señoritas y a los varones como caballeros, olvidando que todo eso deberán desaprenderlo cuando la realidad los golpee y, por ejemplo, los “hombres de la casa” deban quedarse en ella haciendo las tareas domésticas y las mujeres sean las encargadas de “parar la olla” como lo indican las últimas estadísticas sobre la creciente desocupación.


Aberraciones y normalidades
“No creo en la educación sexual como materia, en primer lugar porque comienza desde el momento mismo del nacimiento. Pero sí es necesario que en la escuela los docentes estén preparados, que tengan un discurso sexuado para poder brindar a los alumnos elementos que les den capacidad de elegir y vertebrados en programas que transformen la realidad”, dice la socióloga especialista en sexualidad, Cristina Fridman, directora de cursos de formación de educadores sexuales desde hace más de una década. “Los modelos de educación sexual que propone esta sociedad son patologistas. Se habla de sexo para hacer explícita la prohibición, para alertar sobre enfermedades pero nunca por el sí, por el encuentro, por el intercurso. El sida abrió una pequeña puerta para hablar de este tema pero con un discurso impostado. Los adolescentes siguen iniciándose en el sexo rodeados de torpezas innecesarias, presionados por un discurso de la eficiencia en los varones –que más tarde los convertirá en eyaculadores precoces– y por ideales románticos en las mujeres que creen que el placer es un correlato inmediato del amor”, agrega.
Más allá de considerar la importancia de la educación sexual como materia o como contenido transversal hay quienes se enfrentan con su aparición en la escuela y no desde el discurso moralista. El psicoanalista Germán García es uno de ellos: “Cuando se habla de educación se refiere casi exclusivamente a la fisiología del sexo y eso es por supuesto una ideología, en el libro de anatomía de Testut que aún hoy los médicos estudian en su carrera se describe que la función del pene es llevar semen a la vagina. ¿Qué persona tendría un pene para semejante cosa? ¿Y la masturbación? ¿Y otras prácticas? Hay una tontería implícita en la educación sexual que se defiende sólo por reacción. Por más que le expliquemos a un niño lo que los adultos consideramos que es la sexualidad el niño recibirá esa palabra para sostener su modo de gozar. En ese sentido creamos, por un lado, niños y niñas oficiales que responden a lo que nosotros queremos y otros clandestinos que continúan con sus goces, hasta que ese mismo modo de gozar les dicte otra teoría. No hay una teoría sexual para enseñar sino una para cada uno. Una educación sexual programada conlleva una ideología en la que hay un modo de goce que vale para todos por igual que lejos de hacer hablar hace callar toda diferencia”.
Sin duda la historia de la sexualidad, o de su discurso sobre ella, es el intento por separar las aguas entre lo normal y lo anormal, entre lo enfermo y lo sano. “Sexualidad es un concepto surgido en la modernidad, cuando la idea de población concebida en función de prácticas políticas y económicas incluyó la natalidad como otra forma de producción económica, social y política”, dice la investigadora Eva Giberti en su libro Sexualidades: de padres a hijos. Es entonces, alrededor del siglo XVIII, cuando los médicos se apropian del saber sobre el sexo y clasifican las “aberraciones”, separan la sexualidad de la pasión y la dejan atada a la reproducción, reemplazando y/o sumándose a la religión como dispositivo de control. Esta unión entre sexo y reproducción sólo empezó su lenta separación a principios de siglo, aunque en las escuelas de hoy todavía ambos conceptos caminen de la mano. Aunque parezca una obviedad es bueno recordar la calificación de lo “malo”, “aberrante” o “enfermo” cambia según el contexto cultural, histórico e incluso geográfico. La homosexualidad que en la Grecia antigua era una práctica común fue más tarde considerada una enfermedad durante 20 siglos hasta que hace poco más de dos décadas dejó de considerársela de ese modo –aunque todavía algunos manuales de salud como el recientemente editado por el laboratorio Merck lo sigan considerando patológico–. ¿Esta apertura habrá tenido algo que ver con la explosión demográfica? Y cuando sobre el final de la Edad Media San Antonio de Florencia pedía a las madres que llevaran a sus hijas a escuchar el sermón dominical para alertarlas sobre el pecado de la sodomía seguramente era porque esa práctica era considerada normal en las relaciones sexuales.
Con estos brevísimos antecedentes, ¿cómo es posible educar sexualmente sin ideología? “No es posible, lo único válido es revisar esa ideología y ofrecer a los educandos una ristra de valores para que después se puedan probar su propio vestido. Es decir buscar un modelo de educación integracionista que comprenda la sexualidad como una dimensión fundamental de la persona, no como un vicio o un peligro ni tampoco como un instinto animalesco a controlar o amputar sino, sustancialmente, como un valor humano a cultivar en las relaciones interpersonales y en la convivencia”, dice Fridman. Para zanjar diferencias la Organización Mundial de la Salud, en 1975, definió lo que considera una sexualidad “sana”: “Integración de elementos somáticos, emocionales y sociales del ser sexual por medios que sean positivamente enriquecedores y que potencien la personalidad, la comunicación y el amor”.


El estado
de las cosas

“La sexualidad se expresa con la manera de ejercer los roles masculinos y femeninos, a través de la ropa, en la forma de expresar los sentimientos... Educamos con la palabra y también con el silencio; con la osadía y con la vergüenza”, dice Josefina Rabinovich, coautora de El desafío de la sexualidad, un libro dirigido a padres y educadores. Esta psicóloga se enfrentó más de una vez con esas preguntas que los chicos sueltan y muchas veces dejan a los educadores con la boca abierta. “¿Por qué algunos preservativos tienen sabor?”, le soltó una vez una chica de sexto grado en el marco de una charla que dio en la escuela a pedido de las autoridades. Esta modalidad –la clase especial que vienen a dictar profesionales ajenos a la institución– es la que funciona habitualmente en los establecimientos que lo consideran necesario y por supuesto no son todos, ya que no hay obligación de hacerlo. Rabinovich elaboró una respuesta para aquella duda: “Cuando un varón tiene contacto sexual con otra persona parte de lo que se hace si ambos están de acuerdo es la succión del pene y en ese caso se usan esos profilácticos”. Claro que demasiado tarde advirtió que había obviado hablar que también es posible besar o lamer los genitales femeninos. “Es verdad que haber incluido las posibilidades de la mujer es una mejor respuesta, la marcación de género es fundamental”.
La magra educación sexual que se ofrece en las escuelas está casi exclusivamente en manos de médicos –los más solicitados por las escuelas, como si el sexo fuera una enfermedad–, psicólogos, fundaciones que trabajan en prevención de sida –Huésped, Red, Coinsida, etc.– y empresas que venden toallitas femeninas. Y a pesar de que los tiempos cambian todavía es común que se separe a varones y mujeres para hablar de estos temas. “Y lo peor –reflexiona Fridman– es que después hay un abismo entre ellos, no saben nada de lo que le pasa al otro, no conocen sus respuestas sexuales, ni siquiera pueden prevenir eficazmente embarazos no deseados”. “Al principio la directora me pedía que los separe, pero en mi experiencia entendí que lo mejor es poder mediar un diálogo entre los géneros para que después hablen con mayor comodidad”, cuenta Diana Mas, profesora de Biología en la provincia de Buenos Aires. Estas clases especiales comienzan desde que los chicos tienen entre 11 y 12 años y se repiten en la secundaria aunque con pocos cambios. Como profesora de 1¼ y 2¼ año del secundario –ahora octavo y noveno del polimodal– Mas empezó a interesarse en aprender los pormenores de la educación sexual cuando se le acabaron las excusas para silenciar las preguntas difíciles de sus alumnos. “Fue difícil para mí porque tuve que replantearme mis propios prejuicios, ahora en la escuela todos saben que hablo de estos temas y los alumnos me consultan todo el tiempo”. Después de un entrenamiento de tres años que no le otorga ningún puntaje a su carrera como profesora, Diana empezó a darse cuenta de las falencias de los libros de texto: “La vulva no existe en los libros de texto, nunca se menciona la función del clítoris y del orgasmo se habla sólo para explicar cómo asciende el semen. La única función de la vagina es recibir el pene y convertirse en canal de parto”. Del placer, de las posibilidades eróticas, del displacer, de la violencia posible, de eso no se habla.
Todas las especialistas consultadas coinciden en que la educación sexual es fundamental a la hora de educar en la igualdad entre los géneros y esto comienza desde que son bebés y en la escuela desde el jardín de infantes ¿Cómo? “Cuando se le dice a un chico que no se toque ahí, a una nena que se puede lastimar si se mete los dedos en la vagina, que así no se sienta una señorita –con las piernas abiertas–, que no sea machona, que los nenes no juegan con muñecas; esas frases reiteradas terminan por definir las conductas de los chicos y las nociones que tienen de su cuerpo, zonas que parecen prohibidas o peligrosas y cómo deben comportarse si son varones o mujeres”, dice Rabinovich.
Los libros de texto que concentran la información que recibirán los chicos en materia sexual traen mensajes confusos y alejados de la realidad de los adolescentes, que según las encuestas que realizaron tanto el Hospital de Clínicas en Capital Federal, instituciones privadas y otros hospitales como el San Martín de Merlo, sitúan la edad de iniciación a los 17 años para las mujeres y a los 15 para los varones –datos redondeados-. “La maduración sexual llega a su punto máximo con la atracción hacia una persona del sexo opuesto. Desde entonces, por mutua elección, se gesta la pareja que decide formar para toda la vida una comunidad de amor en el matrimonio”, una perlita que puede encontrarse en Educación para la Salud, María Dutey, ¡1995!. Por no mencionar que entre los métodos anticonceptivos se sigue indicando el coito interrumpido y la ducha vaginal (Santillana, ¡1997!).


Jaimito y
otros mitos

“Jaimito le pregunta a la mamá: ¿las nenas de ocho años pueden quedar embarazadas? Pero no, Jaimito, no pueden, contesta ella. ¡Y esta desgraciada de María me hizo vender el triciclo!.” Este chiste como cualquier otro que haciendo un ejercicio de memoria es posible desempolvar –vaya término– circuló y circula siguiendo la tradición oral indiferente a los avances de la informática y a la oferta de sexo por internet. Y los chicos los repiten aun antes de entender de qué se tratan (¿cuántas conversaciones sobre sexo con los hijos empezaron con un chiste de Jaimito?), dejando al descubierto cómo circula la información sexual y cómo los niños se van formando en los supuestos que arrastran el rol sexual de los hombres y las mujeres. La sexóloga Elina Cabrera de Uriburu se dedicó a estudiar una recopilación de estos cuentos tomando a Jaimito como un educador de “sexología salvaje”. Entre otras cosas los chistes “avisan que mamá, papá y la maestra son seres sexuales, explica la función de los órganos reproductores, describen distintas formas de realizar el acto sexual y dejan claro que en el varón la búsqueda del placer sexual es lo único importante mientras las mujeres lo enredan, como en este ejemplo, con sus embarazos”.
“El uso del preservativo aparece con el sida pero aún hoy son pocas las clases prácticas, de sentido común que se dan para su uso. Al varón todavía no se le enseña que es responsable de un embarazo no deseado, se lo tiene como liberado de responsabilidades y los padres tampoco dan la misma información por género”, dice Fridman con el aval de 5000 encuestas hechas a adolescentes y procesadas en 1997. “También hay un mito sobre que los chicos a los 16 años saben todo y yo les digo que se pongan un forro sobre dos dedos y después constato cómo lo hicieron y el 50% lo puso mal, sin liberar la punta”, dice Diana Mas, que asistió en silencio a decenas de abortos que sufrieron sus alumnas sin poder intervenir más que pidiéndole a las chicas que hablen con sus padres.
A pesar de que Fridman y Mas, entre otros, consideran que es posible educar para el placer, “o por lo menos para que lo pasen lo mejor posible, comunicándose entre sí, sabiendo que las respuestas no son mágicas ni que el amor los va a salvar de una mala experiencia sexual”, la urgencia de la educación sexual se hace visible con las cifras de abortos clandestinos, el hecho de que el sida siga propagándose –sobre todo entre las mujeres de 14 a 25 años– y la discriminación que sufren quienes eligen una opción distinta de la heterosexual. La orientación sexual sigue siendo un tema tabú en la escuela y los profesores asisten silenciosos a la marginación que sufren los chicos que empiezan a notarse diferentes cuando están en la escuela secundaria. “Una vez cuando hablaba de discriminación, un tema fundamental para mí porque educar sexualmente es educar en el respeto por el otro y por sí mismo, en la solidaridad y en la libertad, un chico se levantó y se confesó homosexual”, cuenta Mas que fue testigo de cómo ese chico fue expulsado del grupo para morir de sida algunos años después. Ahora esta docente pide que no se hable de casos personales en clase, “en todo caso si me quieren contar que lo hagan en privado porque también sucede que alguna chica dice que toma tales anticonceptivos y el prejuicio nacional empieza a tildarla de loca”.
“Es necesario advertir hasta dónde las diferencias de género o el enfrentamiento con estilos de vida que no constituyen mayoría pueden provocar conductas discriminatorias en las comunidades –escribe Eva Giberti–(...) La sexualidad implica ejercicio de poder, cualquiera sea el territorio en donde se lleve a cabo. Si se continúa imaginando que la educación sexual o para la sexualidad se construye de acuerdo con los datos respecto de la reproducción, o depende de las limitaciones que el sida impone, o integra el orden del erotismo (goces y placeres) exclusivamente, repetiremos los mandatos de culturas inspiradas en el patriarcado decimonónico, cuyas recomendaciones deberían ser cuidadosamente preservadas en el área dedicada a los fósiles de un museo que se ocupa de las historias de la civilización”.