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Morir de amor

Se está representando en el Colón La Bohème, de Giacomo Puccini, con la legendaria Mirella Freni en el papel de Mimí, esa heroína trágica que, al igual que la Violetta de La Traviata de Verdi, vive en París, sufre de tuberculosis y muere en escena. Todo indica que no hay posmodernidad que pueda con la ópera lírica y sus directos al corazón.

Por Moira Soto

Ella no sabe por qué la llaman Mimí, pero su nombre es Lucía. Su historia es breve: borda flores, lirios y rosas, le gusta la poesía, no va mucho a misa aunque reza con frecuencia y sueña con el fin del invierno en su cuartito blanco y solitario. Así, modestamente, se describe Mimí, la protagonista de La Bohème, luego de que Rodolfo –mientras le calentaba la gelida manina– le ha contado que es poeta y que en su alegre pobreza abundan rimas e himnos de amor de los que dispone como un gran señor; que su alma es millonaria en sueños, quimeras y castillos en el aire... Desde la primera escena, pues, quedan perfilados estos personajes: ella, afable y sencilla; él, ligeramente fatuo y aparatoso. El cuarteto principal de la ópera La Bohème, de Giacomo Puccini, que se está representando en el Teatro Colón, se completa con el pintor Marcello, eterno enamorado de la descocada Musetta.
Al igual que la Violetta de La Traviata de Verdi, Mimí vive en París, sufre de tuberculosis y muere en escena. Pero al revés de la Dama de las Camelias, Mimí –en la ópera, no tanto en la obra de Henri Murger que originó el libreto– es una chica casta y sencilla, inclinada sobre sus costuras y bordados hasta que conoce al bohemio Rodolfo, se aman y es cobardemente abandonada por él cuando la enfermedad se agrava. Según el especialista Kurt Pahlen (La Bohème, Vergara), Puccini “se ha perpetuado en la historia de la ópera como creador de una rica galería de gentiles y encantadoras mujeres, a menudo fascinantes”. Habría que agregar que varias de estas damas tan cautivadoras mueren por propia determinación, como Tosca, Butterfly, Suor Angelica, Liu (de Turandot)...
Ciertamente, el destino de muchas protagonistas de la ópera italiana del ottocento y comienzos del novecento es la muerte. María Chemes, cantante de música popular ahora literalmente entregada al canto lírico, opina que “en estos personajes femeninos siempre hay un acontecimiento que las convierte en heroínas: en Traviata es el amor y sobre todo el enorme sacrificio, la renuncia por el bien del amado. La Tosca, hasta ese momento una señora de sociedad, deviene heroica cuando decide matar al cruel Scarpia. Norma, al igual que La Vestal, entre el amor y el deber, elige el deber. Lucía de Lamermoor es la loca de amor por excelencia. Madama Butterfly, la geisha adolescente, se suicida cuando él se lleva al hijo de ambos. También podríamos citar a la Leonora de Il Trovatore, cuya virginidad no es estúpida mojigatería sino la decisión de alguien que debe cumplir una misión, o la Amellia de Ballo in maschera, casada y enamorada de otro hombre que intenta arrancarse esa pasión por medio de brujerías y se pregunta ‘¿qué va a ser de mí sin este amor?’”


Sentimientos extremos en voces magnificadas
“En La Bohème –dice Chemes– tenemos a Mimí, personaje opuesto a la chispeante y despreocupada Musetta. Mimí que cuenta sin alardes su vida simple, la de una pobrecita que cose y espera el sol primaveral. Es un ser frágil, sensible, común y corriente. Sin embargo, el aria Mi chiamano Mimí te mata, te aniquila. No dice cosas importantes pero es bellísima, tiene un marcado crecimiento dramático gracias a la música. Es que Puccini, a quien algunos consideran cursi, logran situaciones dramáticas y musicales extraordinarias. El siempre consigue un directo al corazón, trasmitir sentimientos que conmueven a las piedras. Puccini te envuelve, te empaqueta, te seduce de una forma tal que es imposible sustraerse a la emoción.”
No hay posmodernidad que pueda con la ópera lírica, ese género que exige para la representación en vivo tanto despliegue material, y que se singulariza por el extremismo de los sentimientos, la amplitud del gesto y sobre todo el empleo de la voz humana entrenadísima, llevada hasta su límite máximo. “Es así nomás”, apunta María Chemes, “en la ópera se da el compromiso de las voces, un instrumento de comunicación directo, misterioso. Una voz operística que está donde realmente debe estar, horada los cuerpos y las almas, te saca de todo lo que se puede minimizar como anécdota. El poder de la voz sacralizada en esa especie de altar que es la ópera, en la catedral que es el teatro lírico, con una orquesta que está sustentando el drama, es inconmensurable. Es la síntesis del teatro griego más la sofisticación de la representación operística. El público es traspasado por algo del orden de lo ritual que intuye como necesario... Es una pena que la ópera se haya convertido en un espacio bastante elitista debido a los costos. Pero siempre nos quedan las grabaciones” (algunas de las cuales, como las de Mirella Freni –actual intérprete en el Colón– y Maria Callas, se consiguen a precios accesibles).
En muchas de las heroínas de la ópera italiana -.y Mimí que parte dignamente para no estorbar a Rodolfo, alcanza esa categoría– es decisivo, entonces, ese estado de revelación que, según Chemes, “las trastorna y transforma, en nombre del amor, la ética, principios de los que no pueden renegar sin renunciar a su integridad, a su identidad. Ellas defienden valores que nos hacen falta, que nos conmueven. El resurgimiento actual de la ópera tiene el atractivo de lo trascendente, lo intemporal, lo que perdura”.
Los fanáticos de la ópera, un género musical que no da cabida a los tibios, se enamoran de las voces. Por ejemplo, de las de Licia Albanese, Bidú Sayao, Renata Tebaldi, Renata Scotto, Callas, que han interpretado, desde temperamentos y escuelas diversas, a la sufrida Mimí de La Bohème. Por cierto, no basta tener una voz privilegiada y un oído absoluto para poder cantar ópera. Para Chemes: “Hasta llegar al compromiso entre la música, la palabra y la situación escénica, es menester un trabajo enorme. La actuación tiene que aparecer, fundamentalmente, en la voz que trasmite la sustancia de ese momento dramático. La voz operística es una voz cultivada, que se crea. No es una voz natural, real: es parte de esa ficción que está llevada a un lugar de magnificencia, de desarrollo como el de un atleta en su físico. Debe horadar la orquesta y llegar al público con la necesaria carga emocional. El pasaje del canto popular al lírico ha sido conmocionante para mí. Estoy en el camino, experimentando. De entrada, comprendí que es un estado de exigencia completa: física, intelectual, de las emociones. La ópera requiere una naturaleza un poco exuberante y a mí esto me viene de perlas, ya que en otros ámbitos no se banca demasiado el exceso de energía. Cuando entrás realmente ahí, sentí la totalidad. Cantar ópera debe ser una de las experiencias artísticas más abarcadora”.
Mimí y Musetta en la ópera y en el tango
Tres años después de presentar Manon Lescaut, en febrero de 1896, Puccini estrenó su cuarta ópera, La Bohème, en el Teatro Regio de Turín. Dirigió la orquesta Arturo Toscanini y el papel de Mimí lo interpretó Cesira Ferrani. La crítica local fue hostil, pero la ópera conquistó al público y poco después triunfó ampliamente en los escenarios de Roma y Palermo. El compositor tenía en ese momento 38 años, la misma edad de Henri Murger al morir en 1861, probablemente víctima de una etapa de necesidades básicas insatisfechas antes de alcanzar el éxito con los relatos de Scènes de la vie de Bohème. La adaptación teatral de estos textos (publicados inicialmente como folletín), titulada La vie de Bohème, sirvió de base a Giuseppe Giacosa y Luigi Illica para la escritura del libreto de La Bohème. Bajo el obsesivo control de Puccini, que tenía ideas muy definidas sobre personajes y situaciones, los guionistas recrearon, fusionaron y suprimieron personajes del original. Mimí, delegada de muchas midinettes de la época en que transcurre la acción (alrededor de 1830), es una síntesis de varias chicas afines, en tanto que la coqueta Musetta (pequeña musa) se mantiene más cerca del original, a su vez inspirado en Mary Roux, modelo del gran pintor Ingrès.
No por azar el tango Griseta habla de esa “mezcla rara de Musetta y de Mimí”, dos mujeres bien diferentes entre sí, aunque las hermana un corazón sensible y generoso. Mimí, quedó dicho, es la dulzura y la moderación personificadas. Mimí, cuyo apellido es Tentación, según Marcello, “gira y cambia con el viento de amantes y amores”. Alejada de todo patetismo gracias a su jovialidad, Musetta se describe en el célebre vals (“cuando voy solita por las calles, la gente se detiene... Admira mi belleza de los pies a la cabeza, así me envuelven los efluvios del deseo haciéndome feliz...”). Marcello se ensaña un poco con esta Musetta que lo tiene a mal traer, la llama “pájaro sanguinario cuyo alimento es el corazón”. Sin embargo, la incansable bailarina que reclama total libertad no vacila en vender sus alhajas para comprar el fino manguito que abrigará las heladas manos de la moribunda Mimí. Y además, para contentarla le dice que es un regalo de Rodolfo, el hombre que la ha dejado después de idealizarla porque no tolera su tos ensangrentada, su declinación.
La Bohème será protagonizada mañana sábado por la legendaria Mirella Freni que repite de este modo una vez más el personaje que viene haciendo desde hace alrededor de cuarenta años (la famosa Nellie Melba, incapaz de abandonar a Mimí, llegó a cantarla en silla de ruedas en la última etapa de su vida). La notable cantante local Paula Almerares encarnará a Musetta, mientras que Rodolfo estará a cargo del cordobés Luis Lima. La régie es de Grischa Assagaroff y la orquesta la dirige Mario Perusso.