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El feminismo de Mozart

Director teatral, cantante y régisseur, Daniel Suárez Marzal está al frente de la puesta de Così fan tutte, que se
representará desde fines de este mes en el Colón. Su acercamiento a esta obra de Mozart le permite explayarse
sobre la visión que tenía el genio de las mujeres: seres de fragilidad sólo aparente, más flexibles que
los hombres y, en consecuencia, más preparadas para el tránsito que
va desde el dolor al autoconocimiento.

Por Moira Soto

Todas las mujeres son iguales, Dorabella y Fiordiligi son mujeres, Dorabella y Fiordiligi son iguales... y hacen lo mismo que sus congéneres: se conducen con frivolidad, inconstancia, vanidad. Más o menos así opinaron muchos críticos cortos de miras en el siglo XIX a propósito de Così fan tutte, de Mozart, relegando esta ópera de fines del siglo XVIII, o peor aún, intentando en algún caso reescribir su libreto. Ni Beethoven –que se rasgó la robe de chambre frente a su presunta inmoralidad– ni Wagner supieron apreciar esta obra maestra absoluta que habla sobre todo de las estaciones de la vida amorosa, de las transiciones de los seres humanos en un proceso de aprendizaje.
Por otra parte, sobrevolando el texto de Lorenzo Da Ponte, lejos estaba Mozart de cultivar la misoginia que equivocadamente se le ha atribuido: en verdad, la idea de “todas son iguales” corresponde al viejo escéptico Alfonso, quien, para demostrar esa afirmación, incita a Ferrando y Guglielmo a estafar a Dorabella y Fiordiligi mediante ridículos disfraces. Ellos no sólo las embaucan haciéndose pasar por otros para probarlas, sino que cruzan las parejas: cada uno seduce en plan albanés a la novia del otro, y cuando ven que no hay caso, apelan a la compasión de las chicas fingiéndose moribundos. Ciertamente, las dos protagonistas se muestran más nobles y sensibles que sus mezquinos y presuntuosos novios.
Artista múltiple –actor, cantante, traductor, puestista– y gran conocedor de la ópera Così fan tutte –la ha interpretado y dirigido en distintas oportunidades–, Daniel Suárez Marzal, luego de vérselas recientemente con el Calderón de La vida es sueño, encara la régie de esta magnífica obra en el Colón, con Dagmar Schllenberger, Mary MacLoughlin, Herbert Lippert, Hakan Hagegard y Mónica Philibert. Las representaciones comienzan el próximo 24. Antes de que esto ocurra, el régisseur se explaya para Las/12 sobre el sentido de la ópera y el alcance de sus personajes femeninos, “que me gustó mucho recuperar en todo su interés, de tanto espesor humano y sin embargo tan malinterpretados durante mucho tiempo...”.

De bibelots
a personas

–Dorabella y Fiordiligi, ¿todavía pasan por las típicas frívolas y veleidosas, sin más?
–Exactamente, y creo que se trata de todo lo contrario. Al mismo tiempo, me parece que vale la pena hacer una asociación con otros personajes femeninos mozartianos, tanto del nivel popular –sería el caso de las criadas Zerlina, Susanna o Despina–, como los pertenecientes a lanobleza –la condesa de Las bodas de Fígaro, Pamina en La flauta mágica, las dos protagonistas de Così fan tutte–. Y sobre todo me gustaría hablar de ciertos ideales mozartianos con respecto a la fiabilidad más que a la fidelidad. No en vano, Così fan tutte es muy poco valorada en el XIX. Esta ópera me ha llevado a pensar mucho en el tema de la mujer y a hablarlo con las intérpretes en el curso de los ensayos actuales. Porque el desarrollo de Fiordiligi y Dorabella, de la especie de bibelots que son al principio a esas mujeres plenas, florecientes, en que se convierten hacia el final, es de una gran comprensión y aprecio de la psicología femenina. Tomemos, por ejemplo a Fiordiligi, que pasa de ser casi elemental, que vive incluso una situación histérica y luego experimenta una evolución tan fina, tan totalmente delicada en el aria del segundo acto, para proseguir avanzando hasta el final, después de superar una prueba tan fuerte.
–¿Todos los personajes, femeninos y masculinos sin distinción, llevan a cabo un camino de iniciación?
–Sí, pasan por una prueba de aprendizaje que fue reprobada en el XIX, sin advertir la calidad de la enseñanza moral. En La flauta mágica también se demuestra que no hay desarrollo humano sin un aprendizaje que incluye error y dolor. En Così fan tutte, Fiordiligi, Dorabella, Ferrando y Guglielmo, de pálidos y poco consistentes, devienen cuatro personajes ricos, complejos. Alfonso y Despina, en cambio, permanecen iguales a sí mismos porque ellos son los que urden la trama. Otra de las cosas que me interesa remarcar en esta puesta es que aquí la razón ayuda a comprender. Cuando cae el telón, pensamos que recién empieza la historia: no sabemos cómo van a funcionar estas parejas, pero sí estamos seguros de que han aprendido una importante lección y son seres mejores. Si bien la prueba ha sido pasada en forma igualitaria, hay que señalar que ellas son engañadas por ellos, que desconfían y apelan a cualquier recurso para quebrarlas.
¿Mozart con su música sublime esfuma algún toque machista del libreto de Da Ponte?
–Mozart es tan apasionante... Precisamente, con su música sublima algunas situaciones y pone su propio sello. Cuando las mujeres piden ese perdón final, es un absurdo: en las fuentes originales, tanto en Ariosto como en Shakespeare y en Cervantes y demás, los que piden ser perdonados son los hombres, porque ellas han sufrido una pesada broma. También merece observarse el conocimiento que Mozart tenía del arte francés de esa época, de pintores como Fragonard, Watteau y las relaciones ambiguas entre los personajes, sobre todo de Chardin por su mirada amorosa sobre la mujer. Y en este sentido también relacionarlo con Marivaux, que tomaba con tanta gentileza a los personajes femeninos. En este autor se transparenta cómo el hombre está más marcado por la norma, más reglamentado, y por esta razón puede modificar menos sus estructuras internas. Y la mujer en Mozart parece tener más flexibilidad, más libertad interior. Y también mayor responsabilidad, una cualidad heredada de Marivaux y Beaumarchais, los grandes diseñadores de personajes femeninos responsables. Si comparamos al conde y a la condesa, a Susanna y a Fígaro, veremos que ellas son finalmente más responsables que ellos, y por supuesto no tienen un pelo de tontas.

La sonrisa
melancólica

—¿Otro error de apreciación respecto de Così fan tutte ha sido creer que todo era pura jarana sin prestar atención a las líneas de gravedad que la recorren?
–Lo interesante es que Da Ponte y Mozart se valen del dramma giocoso para, por medio del contraste, poder pasar de lo cómico a lo serio y de los serio a lo paródico, tocar problemas y conflictos que en un relato completamente dramático serían casi insoportables. Acá tenemos a personajes de carne y hueso que experimentan esos cambios tan importantes. Y la música los retrata con más matices y contradicciones que el libreto. La ópera empieza con esa alegría de la tonalidad en la mayor, la más brillante para hablar del amor feliz. A ellas nada parece tocarlas, hasta que las empieza a tocar ese dolor. En ese segundo duetto de ambas, al mediodía, se inicia la transformación. Y no creo que el final sea dramático sino simplemente un tanto desencantado, como la vida misma. Cerca del cierre se dice algo magistral: “Bienvenido aquel que puede reírse de lo que los otros lloran”. Creo que esta ópera es optimista en el balance, pero con una melancólica sonrisa. Para mí Mozart, aparte de un genio, es un compañero de la vida que siempre nos deja con el alma enriquecida, guarnecida. Y si bien hubo una discusión porque Casanova le decía a Da Ponte que debía ser Così fan tutti –es decir, todos en vez de todas–, yo pienso que Mozart y su libretista van más lejos al ponerlo en femenino: expresan su confianza en el mayor poder de transformación de la mujer, en sus recursos, en su ductilidad. No en vano Da Ponte recurre a clásicos como Ariosto en busca de mujeres heroicas, estupendas. A Fiordiligi la saca del Orlando furioso, y mezcla a Doralie e Isabella para Dorabella. Y Mozart, a su vez, con su humanismo y su comprensión de la naturaleza femenina, es realmente un iluminado. Lo que a mí me ayuda de Mozart es esta idea de que existen algunos valores, que puede haber una armonía.

Crecer como
un lirio

¿Cómo se marca desde la puesta este cambio del enfoque tradicional que ponía el acento en la frivolidad de las mujeres?
—En primer lugar, les trasmití estas ideas a los cantantes en sucesivas charlas que hemos mantenido intercambiando opiniones. Todos ellos conocen en profundidad la ópera y los roles. He tratado de indicarles como peligro el de instalarse en la simple frivolidad y quedarse sólo en la vertiente farsesca de la obra. Es un dramma giocoso y como tal hay que tomarlo. No para cortarnos las venas ni llorar al final, sino para saber que estamos hablando de las pasiones humanas, tema complejo y nada superficial. En fin, que la vida es bonita pero difícil... Eso en su corta vida Mozart lo tuvo claro: supo que el hombre, la mujer eran seres dotados de la posibilidad de cambiar. Nos vamos entendiendo, nos vamos llevando bien, son tan buenos cantantes como comediantes.
¿Es un apropiado momento este fin de siglo para redescubrir a este genio en estado puro que fue Mozart?
–Claro que sí, a mí me provoca una admiración emocionada, agradecida. La música de Mozart trasciende el texto de Da Ponte. Compositor y libretista venían de Las bodas de Fígaro, se estaba gestando La flauta mágica, y en el medio se cuela esta ópera que se estrena poco antes de la muerte del emperador y se deja de representar por el duelo. El siglo XIX se encarga de denostarla en forma tan tremendamente injusta y me parece que nosotros, ahora, a fines del XX, podemos plantear esta visión. Que para mi gusto debería cambiar desde la manera en que se relata la historia en los programas de mano, como un cuento insustancial: si se cambiara la palabra fidelidad por la palabra fiabilidad, ya estaríamos ganando algo. Porque los personajes masculinos se meten en un entuerto muy jorobado cuando, disfrazados, cada uno le roba la novia al otro. Hay un aria que ya no se hace, que fue cortada en su momento por la censura, cantada por el barítono, donde se evidencia la rivalidad entre los dos novios: “El es lindo, pero yo soy más lindo; él es bueno, pero yo soy más bueno; él es de bronce, pero yo soy de oro...”. Dos narcisos totales, razón por la cual Mozart les va bajando el copete en los últimos tramos: los bobos del principio se humanizan. Despina, la criada, es una mujer sin ilusiones, que vive la realidad tal cual es, conoce los límites. Dorabella y Fiordiligi son dos idealizadoras que se van acercando al mundo real a medida que evolucionan. Dorabella quizá porque es un personaje más mixto tiene mayores posibilidades de ir y venir de la seriedad a la travesura. Y a través de Fiordiligi se produce toda la química de la transformación, desde la soñadora a la mujer cabal: la veo creciendo como un lirio esbelto, espléndido, elevado... Las dos participan de una intensa alegría de vivir y del pasaje por el sufrimiento. Così fan tutte es una lección vital permanente de que hay un tiempo para cada cosa y que hay que estar alerta. Creo que esa sabiduría que irradia la obra es bienhechora. Pero si debo decir la verdad, en un punto me entristece. O más bien, me aprieta un poquito el corazón.


Casanova le decía a Da Ponte que debía ser Così fan tutti –es decir, todos en vez de todas–, yo pienso que Mozart y su libretista van más lejos al ponerlo en femenino: expresan su confianza en el mayor poder de transformación de la mujer, en sus recursos, en su ductilidad.