Bajo
las sábanas
Hay
personas que odian abandonarla, otras que viven en ella. Las más
vulgares la usan para dormir, nacer, morir
y hacer el amor. Pero todas están de acuerdo en que la cama es
el mueble más intenso de la historia
cotidiana. Una muestra del Museo de Arte Decorativo le hace un justo
homenaje al lugar donde,
por lo general, papá y mamá nos engendraron.
Por
Maria Moreno
Las
piezas expuestas en la muestra Camas con arte que pueden verse en el
Museo de Arte Decorativo hasta septiembre de 1999 no se parecen en nada
a las que Enrique González Tuñón denominó
a través de un libro camas de un peso. Su altura, la importancia
de sus adornos y del mobiliario acompañante indica que, en su
mayoría, pertenecieron a durmientes de la aristocracia o la alta
burguesía que vivieron entre el siglo XVll y el XX. El emprendimiento
fue del arq. Juan Carlos Ahumada, presidente de la Asociación
Amigos del Museo (Libertador 1902) que organizó la muestra. El
arq. Alberto Cairo realizó el diseño y el montaje con
la suficiente imaginación como para que la luz discreta impuesta
a los espacios no sólo se debiera a la necesidad de proteger
piezas muchos tiempo preservadas en el encierro y la oscuridad sino
a la de evocar la atmósfera habitual de los objetos expuestos
cuando pertenecían al uso cotidiano. Cairo había montado,
entre otras muestras, la de Dalí de 1986 y la que conmemoraba
el 90° aniversario del Teatro Colón. Como si se tratara de
un integrante de un grupo de rock dice que él suele hacer el
soporte de estos proyectos. En realidad lo que hace oscila
entre la narración, la puesta en escena y la ambientación,
en el sentido artístico del término. De lo que está
seguro es de que montar una muestra es crear un ámbito
para que algo suceda en la emoción de las personas, producir
respuestas y generar actitudes más allá del simple mirar.
El recorrido se acompaña con textos literarios sobre la cama
seleccionados por el arq. Alberto Bellucci, director del Museo: incluyen
tanto a Platón como a Groucho Marx, obviamente partes del clásico
de Anthony Burgess, quien hizo una rigurosa investigación histórica
y la tituló Todo sobre la cama . El video Camas de Opera, realizado
por Roberto Pedrozo, con idea y producción del arq. Alberto Bellucci,
suena alrededor de la visita e impone un marco de silencios matizados
por murmullos, por lo general admirativos.
La cama casa
Tanto la cama isabelina de madera con incrustaciones de nácar
y remates de bronce (España, siglo XlX) como la victoriana cuyo
baldaquino remata en corona y fue usada en 1860, pasando por el resto
de las joyas de cuatro patas de esta muestra, despiertan el mismo comentario
¡Pero qué cortas! ¿Cómo alguien podía
dormir ahí? Es que la gente era más baja y además,
en épocas sin antibióticos, el catarro, la bronquitis
hacían que una persona, incluso para dormir, permaneciera sentada.
Existía el miedo a morir ahogado. ¿No
ha visto usted en algún grabado a esas reinas que agonizan sobre
18 almohadones? explica el arq. Cairo. Parece que recién
en el siglo XlX, la cama comenzó a convertirse en taller y hasta
en oficina. Hay quienes afirman que se puede cortar leña y hasta
ordeñar una vaca desde la cama. Burgess cuenta que el compositor
Rossini acostumbraba escribir semiacostado la mayoría de sus
obras y que, en una ocasión, mientras finalizaba una pieza que
debía estrenar esa misma noche, se le cayó el manuscrito.
Escribió otra, con tal de no levantarse. Macedonio Fernández
solo se levantaba para tocar la guitarra y usaba su cama como alacena
y hasta como heladera: añejaba allí sus guisos que seguramente
comía hasta que se podía extraer de ellos hongos suficientes
como para fabricar antibióticos. Seguramente sería una
cama de hierro redondo y base de resortes como la que Cairo imaginó
para un supuesto compositor de tangos producto del imaginario
colectivo y que puso en el centro de una escena conmovedora: funyi
sobre la colcha de crochet, bajo el retrato de la vieja, una guitarra
en la silla y, sobre la mesa rústica, los bibelots
del reo ( las barajas, el calentador Primus, la partitura de Sosegate
mocosita). Cairo dice que ese punto de la muestra era una manera de
permitir que el visitante se fuera con una sonrisa y, entre tanta reliquia,
se reconociera en nuestra cultura.
Matisse dibujaba en las paredes, Juan Carlos Onetti estuvo en la cama
sus últimos años sin dejar de escribir ni conceder locuaces
reportajes. Chesterton soñaba con escribir en el techo con un
pincel largo. Los hippies bajaron la cama directamente al piso, cosa
en la que les ganaron de mano los hindúes que reemplazaron la
cama por una sucesión de almohadones, esteras y alfombras por
las que se podía ir descalzo.
Hoy una simple notebook apoyada sobre las piernas y con mucho abrigo,
cuando hace falta, conecta la cama al mundo.
¡Maldición!
Ya son las seis
Sin necesidad de acudir a la cita de la película Despertares,
adonde varios pacientes neurológicos que habían vivido
durante años en letargo despiertan merced a una droga ideada
por el Dr. Oliver Sacks pero creyéndose con la edad y el aspecto
que tenían cuando enfermaron, se puede decir que hay pocos despertares
alegres. Salvo que uno se despierte junto a una persona de la que sólo
hace, a lo sumo, una semana está enamorado y en la estrecha cama
romántica propuesta por el Museo, de hierro fundido y respaldos
sinuosos, tan sinuosos como cabe que hubieran sido los movimientos de
la noche anterior. O en la cama del
Maharajá de Bhanaugar, de madera de nogal policromada y con incrustaciones
de nácar, aunque dada su estrechez, es probable que para dormir
en ella seguramente hubiera sido necesario desalojar al maharajá,
lo que en el siglo XlX, época de la que proviene el objeto, seguramente
provocaba sanciones. Todo el mundo lo sabe: salir de la cama cuesta.
Los estudiantes le piden ¡cinco minutos! más a la madre
hasta llegar al límite de tiempo de llegar a la escuela. Los
insomnes, que generalmente son aquellos que recién logran dormir
cuando los pájaros cantan, los despertadores suenan y el tráfico
se embotella, abren un ojo maldiciendo ese rayo de luz que entra por
los visillos de la ventana. Ni hablar del despertar de los borrachos
que, teniendo como último recuerdo la barra de un boliche adonde
creían haber tomado dos o tres Jack Daniels, corren el
peligro de despertar desnudos junto a una dama con edad para ser bisabuela
a la que según afirma ella ante la bandeja de desayuno se le
ha pedido casamiento. La amnesia alcohólica nunca viene sin culpa
o la sospecha de haber cometido un asesinato y nada la consuela ni
siquiera despertando en el lit batau (cama en forma de barco) de madera
de roble enchapada en tejo y caoba y primorosamente adornada con rosetas
que exhibe Camas con arte, a lo sumo se evocarán atrozmente
los vaivenes de la borrachera. Pero quizás no haya despertares
más desagradables que el que describe Burgess en su libro: ser
despabilado súbitamente en medio de la noche por el gotear metódico
del soldado de la litera de arriba, borracho e incontinente. Aunque,
pensándolo bien, esa experiencia es bastante familiar para los
padres de cualquier época cuyos hijos pequeños acostumbran
meterse en sus camas. El cubrecama de damasco de seda rojo carmesí
de la bella cama tardobarroca, de jacarandá, tallada, torneada
y lustrada que abre la exposición y perteneció al señor
Matías Errázuriz Ortúzar, ¿habrá
sufrido estos avatares de la eneuresis infantil? Ni hablar de despertar
a los sonámbulos, aunque sean tan inquietantes como el mayordomo
evocado por Burgess, que, durante las noches, solía caminar dormido
hacia el cuarto de huéspedes y poner sobre el lecho del invitado
una mesa para catorce personas. Queda claro que el despertar más
desagradable es el que provoca el despertador aunque sea de esos adonde
una voz de geisha parece prometer otra cosa que una jornada completa
y trabajo corrido.
Eros
encamado
Los paneles divisorios negros que separan las piezas de la muestra con
la suficiente transparencia como para permitir la autonomía pero,
al mismo tiempo, dejar entrever el otro lado, permite al visitante tener
la experiencial del voyeur o del personaje que, en los grabados picarescos
del siglo XVlll, mostraba sus pies bajo el cortinado mientras una pareja
folgaba en una
cama de baldaquino. Es difícil imaginar la penuria de los que
hayan tenido alguna vez que ejecutar rituales eróticos en dos
camas expuestas: la portuguesa en cuyo respaldar hay una virgen pintada
y rodeada por corderos que llevan su monograma y con un arcángel
sobrevolando o la catalana con la figura de Santo Domingo de Guzmán
que, acompañado por un perro con una tea en la boca, sostiene
en una mano una cruz y en otra un lirio.
Sí, en cambio, es fácil imaginar a Eros en la llamada
cama inteligente que Cairo ha utilizado como centro de un loft adonde
supuestamente habita un joven matrimonio y que lleva motores con memoria
de posición, dispositivo de altura (en las paredes hay
posters de Keith Haring y en un rincón una Kawasaki y un par
de rollers). Durante los fines de semana una modelo en pijama hace gimnasia
mientras finge esperar a su marido. Es esta puesta en escena la que
introduce en el siglo XXl e invita a pasar de un viaje estético
por el pasado a un deseo de consumo saciable no sólo con la imaginación.
Cunas de oro
y mimbre
Después de la nodriza y del biberón nada debe haber liberado
tanto a las madres como el balancín de las cunas. Camas con arte
muestra, en su última sección, una de pinotea alemana,
muy común entre los campesinos de varios siglos. También
un coche de paseo victoriano de mimbre acolchado y madera que, dicen,
fue prestado por una señora que durmió en él. Si
la pieza más impresionante es otro coche de mimbre con mango
de porcelana y ruedas de hierro, la aparentemente más simple
cuna de caoba del siglo XlX se encopeta con la colcha de seda natural
para coches de la casa Paquin donde se vestía Victoria Ocampo.
La colección de vestidos
infantiles adonde el amor y el trabajo son evidencias en forma de vainillas,
bordados cola de ratón y otras destrezas que murieron con nuestras
abuelas no atravesadas por el M.L.F, son un plus de Camas con arte y
la colección de muñecas funciona como la muestra de otra
muestra que en ésta queda como un lujo que deja con las ganas.
Parece formar parte del montaje incisivo de Cairo el dirigir el paseo
de los concurrentes a Camas con arte desde la cama tardobarroca de la
época de José l de Portugal de la segunda mitad del siglo
XVlll hasta, luego de un corto descenso por unas escaleras, las cunas
de mimbre y muñecas de porcelana, como si uno bajara al fondo
de la infancia de su abuela o algún otro vericueto de la memoria
sentimental. Es de agradecer a través de esta exposición
que la propuesta de Antony Burgess de bajar la cama al piso para evitar
caerse de ella y tener al alcance de la mano una biblioteca esparcida
por el suelo, un aparato para hacer té, un reloj digital con
toque de corneta incorporado, un tocadiscos, grabadora y aparato de
radio grandes, un instrumento musical portátil (no un piano pero
sí un acordeón a piano), un botiquín, una variada
colección de bebidas fuertes , una nevera pequeña
no haya tenido demasiado eco a lo largo de los siglos, pues entonces
ignoraríamos todo el arte invertido en un mueble que el vulgo
asocia con ligereza al sueño y al sexo.