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Quince segundos
DE GLORIA

De él no hay pruebas a la vista, como en los hombres, sino la expresión de un cuerpo que se tensa, excitado, y por fin se alivia. Sobre el orgasmo femenino hay mitos y hay verdades, no hay reglas pero sí algunos consejos útiles para alcanzarlo, y posiciones que lo favorecen.

Marta Dillon

De repente, después de la enorme tensión acumulada, me sentí como si me proyectaran al firmamento, y continué subiendo, recibiendo el aire fresco que rompía en mis costados. Me cosquilleaban las entrañas y tenía la piel fría. El corazón latía con fuerza y me costaba respirar.” “Mis orgasmos son como palpitantes estallidos de energía que empiezan en la zona pélvica y luego me inundan todo el cuerpo. A veces me parece que me precipito en caída libre y otras tengo la impresión de que mi cuerpo es una gran orquesta que interpreta un magnífico crescendo.” O puede ser una sensación de olas que vienen y se van hasta que de pronto una nos deja sin aliento, el pelo revuelto, perdida toda noción de espacio y de tiempo, arrastradas por la marea que enseguida nos deja en la orilla, la cara desencajada, sin restos del personaje que cotidianamente se compone para enfrentar al mundo, listas para correr de nuevo a donde la marea acaricia y puede volver a revolcarnos. Así hablan las mujeres de sus orgasmos, es casi imposible encontrar una descripción igual a la otra. Porque cada una tiene el suyo y dentro de lo que los hombres consideran el insondable misterio de su sexualidad, las constantes mecánicas del orgasmo –tensión y alivio– se cumplen con los matices que pintó la cultura. No hay razones biológicas que reclamen el orgasmo femenino, no es algo útil como en el caso de los varones –sin sus orgasmos no es posible la reproducción– y tal vez por eso el alivio del goce femenino, su clímax, ha sido más un lujo de unas pocas que la conclusión inevitable de un encuentro sexual.
“No es casual que en los últimos cincuenta años, en los que las mujeres empezaron a hablar, a darse permiso, a usar anticonceptivos, a ocupar un rol en la masa social, empiezan a tener orgasmos. Antes no se lo proponían e incluso estaba mal visto que una mujer gozara a principios de siglo. Desde entonces la mujer pasó de ser un objeto sexual a ser un sujeto sexual. Esta es la columna vertebral del orgasmo en la mujer, esta diferenciación con el del hombre”, dice el sexólogo Mario Huguet, tal vez depositando demasiada responsabilidad en la cultura. Aunque más no sea a solas, las mujeres, desde siempre, han tenido la oportunidad de un orgasmo. Rápido –a veces más, a veces menos–, efectivo, ineludible, ésas podrían ser, a vuelo de pájaro, las características del orgasmo para ellos. Un fin a alcanzar mediante la manipulación de sus genitales, visibles y sin secretos, que muchas veces deja en el camino a sus compañeras.
Sin embargo, la revolución sexual, la aparición de la sexología e incluso la investigación científica aplicada a esta materia que introdujo el célebre matrimonio Masters y Johnson, insertaron una serie de nuevos mandatos para llegar al ansiado clímax. “Ganarás el orgasmo aunque sea a base de terapia, manipularás a tu prójimo hasta que orgasme o muera”, sintetizó el sociólogo español Josep-Vincent Marques, ironizando sobre el nuevo dogma que impuso la sexología con mapas bien ordenados de caricias, estímulos y posiciones para una sexualidad feliz –¿alguien puede ser feliz siguiendo las indicaciones de alguien más?–. Más allá del humor, los equívocos sobre la forma “correcta” de gozar han atravesado el tiempo y han llenado a las mujeres de dudas. ¿Deberíamos tener siempre orgasmos múltiples? ¿Porqué no acabo cuando me están penetrandó? ¿Seré inmadura? ¿Seré frígida? ¿Cómo le digo a él dónde debe tocarme? ¿Se dará cuenta solo? También los hombres, ahora exigidos para conseguir el placer en sus compañeras –aunque nunca faltan los que se hacen los osos–, tienen sus preguntas inconfesables: ¿Habrá acabado? ¿Podré acabar o tengo que aguantarme un poco más? ¿Lo hago bien? ¿Tengo que tocarle el clítoris suave o fuerte? ¿Mi pene tendrá el tamaño adecuado?
Lo cierto es que el orgasmo, esos 15 segundos de gloria, no es más que el alivio de una tensión, es la retirada del placer que modifica los cuerpos y las mentes, los deja irreconocibles –¿yo dije esas cosas? ¿yo las hice?– y finalmente relajados. Pero en el caso de las mujeres esto puede suceder o no –según las estadísticas, que siempre mienten un poco, sólo el 66 por ciento de ellas lo consigue– a pesar de la cantidad de mitos y mandatos que rodean al orgasmo. A continuación, señoras y señores, una vez más, algunos mitos y verdades sobre esos quince segundos tan deseados y tan difíciles de alcanzar:

¿Vaginal, clitorideo o uterino?
“¡¡Nooo!!”, grita, casi aúlla la sexóloga y psicoterapeuta Claudia Groisman, “orgasmo hay uno solo y se desencadena por una estimulación adecuada que incluye siempre o casi siempre el frotamiento clitoral y que mueve distintas partes del cuerpo relacionadas con los genitales, incluso el útero”. Seamos claros, el orgasmo femenino se caracteriza por contracciones de 0.8 segundos de la plataforma orgásmica –el tercio externo de la vagina, que se congestiona de sangre, se hincha y se estrecha durante el período de meseta, el que sigue a la excitación cuando el clítoris se agranda y se lubrica la vagina–, del útero y del esfínter rectal. Todo eso sucede junto, no es posible tener distintos orgasmos estimulando el útero –¿cómo hacerlo?– o la vagina por separado. “La excitación se produce a través del clítoris y el orgasmo se manifiesta en él aunque es más notorio en las contracciones alrededor de la vagina; éste es uno de los motivos por los cuales se habló de dos tipos de orgasmos. La otra razón, creo, es que siendo vaginal la pretensión podría ser que para desencadenarlo es necesaria la penetración. Esto no es así, el punto sensible es el clítoris, lo cual no quiere decir que las mujeres no deseen la penetración sino que es una sensación agregada. Pero cuando la mujer está muy excitada la sensibilidad se localiza en el tercio exterior de la vagina, el resto, como estímulo, no es efectivo”, agrega Sonia Blasco Garma, médica, psicoanalista y sexóloga, autora de Camino al orgasmo. Este equívoco que Freud dejó instalado al hablar de orgasmos maduros –vaginales– o infantiles –clitorideos– es uno de los más difíciles de aclarar, ya que cuenta con la complicidad de hombres y mujeres que colocan la erección como la regla que mide un buen coito e instala otro de los mitos a los que nos condenó la ignorancia.

Llegar juntos al orgasmo
“Es una burrada, la búsqueda de ese logro como meta carece de sentido, hay muchos que creen que en eso consiste el verdadero amor, pero no tiene sentido”, dice Huguet sin pelos en la lengua. Pero, ¿quién no ha escuchado alguna vez de un compañero sexual esa pregunta insistente sobre el propio orgasmo para entonces desencadenarlo juntos? ¿Quién no ha sucumbido a la fantasía de mirar en los ojos del otro cuando los dos, a la vez, se pierden en sus propias sensaciones? Porque aunque el sexo en su mejor versión necesite por lo menos dos personas, las sensaciones son siempre individuales. “Si hablamos de lo mejor –dice Blasco Garma–, es el orgasmo compartido, y no al unísono sino al tiempo de cada uno. El simultáneo es una presunción que finalmente apaña la idea de que si ella no acaba es porque algo pasa. Es un engaño para sustentar la cosa de que el ritmo lo marca el varón. Por el tipo de reacciones que recibe, el hombre se excita y acaba más fácilmente. Cuando le decís las cosas que necesita una mujer replican ‘¡uy! hay que trabajar’, como si lo que no sucediera espontáneamente careciera de encanto, y no es así.” Groisman también está de acuerdo: “En general sucede que ella acaba primero y el hombre después, o esto es en el mejor de los casos, porque cuando el hombre tiene su orgasmo pierde el interés y cuesta más que ella llegue al clímax”. Sin embargo, para quienes tienen la intención de seguir intentando esa búsqueda, o para aquellos que necesitan que la mujer tenga su orgasmo durante la penetración, Groisman recomienda una postura que es bueno tener en cuenta, la de la sirena. “La mujer se sienta a horcajadas sobre el hombre y se vuelca hacia adelante con el pene adentro, llevando las piernas hacia atrás para que queden sobre las de él.” En esta posición –los antípodas de la del misionero– se favorecen los movimientos pélvicos de ella, puede tensar muslos y glúteos que favorecen el orgasmo y además, “los labios internos tiran del capuchón del clítoris –que se retrae durante el período de meseta– y lo estimulan al frotar su tallo –ubicado en el monte de Venus– sobre el pubis de su compañero.” Una posición encantadora, una más entre cientos de otros recursos que cada pareja descubrirá a lo largo de sus encuentros.

Orgasmo no es lo mismo que goce
Es cierto, de hecho, millones de mujeres podrán atestiguar que más de una vez han gozado de un encuentro sexual y no han alcanzado el clímax. Es más común de lo que nosotras mismas nos animamos a confesar. “Son disquisiciones académicas –dice Huguet–, en la práctica, orgasmo es goce. Es también una excusa masculina, porque los hombres siguen ignorando casi todo, recién ahora están empezando a tener ciertas nociones sobre el clítoris, pero no entienden los tiempos femeninos, el distinto camino que hacen para llegar al orgasmo. También ignoran muchas cosas sobre sí mismos y por otro lado tienen el mandato de la eficiencia que colabora a crear monstruos que se implantan prótesis, o a que toman pastillas como el Viagra.” “Hay polvitos y polvazos. El orgasmo es la explicación física que acompaña al goce, pero éste no siempre es igual y hasta hay mujeres que tienen orgasmos y no perciben el goce, no se animan, no se dan permiso.”
“Si a una le gusta el olor del otro, si tenés placer al tocarlo y ser tocada, si hay placer en cuanto a la densidad de los cuerpos, si eso es así, el orgasmo es un elemento tan importante como un buen beso en la boca”, dice Groisman. Si todas esas variables no se cumplen es posible incluso tener un orgasmo –al fin y al cabo durante la masturbación hemos aprendido que sólo hay que tocar donde corresponde– pero seguramente será para que todo acabe rápido. ¿Hablamos de goce entonces?

Orgasmo múltiple
“Sí, existe el orgasmo múltiple. En la mujer se supone que no existe el período refractario –ese que el hombre necesita para volver a tener una erección luego del orgasmo–, si lo desea y cuenta con la estimulación adecuada podría tener otro, pero si está satisfecha con uno no hay por qué ponerse obsesiva”, dice Groisman. “En la mujer se encuentran distintos tipos de orgasmos, uno que es parecido al del hombre porque hay una excitación muy intensa, tienen un orgasmo rápido y caen. Es lo que se llama orgasmo en knock out. El más usual de todos es el que requiere una excitación lenta, lentamente se atraviesa el período de meseta y lentamente llega el orgasmo. El tercer tipo es cuando hay una excitación alta, aunque no tanto como en el primer caso, y tiene orgasmos pequeños, el alivio es rápidamente recompuesto. Pueden tener treinta, cincuenta u ochenta orgasmos pero la mujer no acaba de aliviarse”, agrega. Este poder femenino de recomponerse rápidamente no es tan común si se toman en cuenta las investigaciones de Masters y Johnson. Según esta biblia de la sexología, sólo el 14 por ciento de las mujeres consigue repetir la experiencia en el mismo coito, aunque algunas podrían hacerlo hasta seis veces, mejorando la performance –el goce– cada vez. Pero para no entrar en competencias tan masculinas –¿cuántos de ellos, de pequeños, han eyaculado en un potrero para ver quién llega más lejos con su semen?– como medir cuántos orgasmos tiene cada una, sirve ese viejo refrán: poco pero bueno.

Las mujeres somos lentas
Este no es un mito sino un dato de la más cristalina realidad basado en datos biológicos. Para que el hombre alcance un orgasmo es necesario que la sangre acuda a sus genitales, éstos se tensen y posteriormente la misma se retraiga alcanzando el orgasmo. En las mujeres el mecanismo es similar, la sangre acude y se retrae. Claro que a ellos, para llegar al clímax, les alcanza con mil centímetros cúbicos del líquido vital y ellas necesitan nada más ni nada menos que medio litro de sangre. Las conclusiones están a la vista.

El punto G (y el A)
Si aún no lo han encontrado, no desesperen porque ni siquiera las opiniones más calificadas son coincidentes. Para Sonia Blasco, el punto G podría ser más de uno y “está en la cara anterior de la vagina, por lo cual en algunas formas de penetración, como desde atrás, el pene tocaría, apretaría esa zona sensible de la vagina y daría mayor estímulo. Hay mujeres que lo sienten y otras que no.” Groisman, en cambio, sostiene que según películas microfilmadas “el punto G es como una arvejita que estaría en el tercio interno, cara anterior, de la vagina y que podría ser estimulado con tacto digital ginecológico”. ¿Para qué sirve? Se supone que es un punto sensible en una zona insensible de la vagina, pero además, al estar ubicado muy cerca de la uretra, “coincidentemente con el orgasmo se produce una emisión por uréter de un líquido que no es orina y es la llamada eyaculación femenina”. Otro de los mitos que rodean la sexualidad de las mujeres y por la escasa cantidad de casos apenas si fue desentrañado. Para aquellos que todavía no han podido dar con el paradero del mítico punto G, una isla más dentro del mar del interior femenino ha aparecido el punto A. Y éste no sirve exactamente para sentir más y mejor sino para lograr la lubricación del canal vaginal, un requisito sin el cual no debería haber coito de la misma manera que no lo hay cuando no hay erección. En busca de la lubricación perdida empezó la búsqueda de este punto un científico malayo, Chee Ann Chua, intentando mitigar el dolor que sentían sus pacientes cuando eran penetradas aun contra su voluntad –costumbres orientales que se encuentran en cualquier barrio–. Según este científico, de hallarse este lugar ubicado en el tercio interno de la vagina, la lubricación es efectiva aun después del climaterio y el 95 por ciento de las mujeres exploradas manifestó sensaciones eróticas. Claro que para llegar a él se necesitan dos dedos con habilidad de ginecólogos y antes hallar el punto G para alternar el tacto entre uno y otro. Una tarea un poco inútil teniendo en cuenta que al alcance de la vista se ofrece el clítoris como desencadenador de todo tipo de sensaciones.

El tamaño ¿importa?
“Sí, importa el tamaño del cerebro”, es la rápida respuesta de Claudia Groisman, coautora del libro El desafío de la sexualidad. “Lo que se relata –agrega– es que hay mujeres a las que visualmente les gusta un pene largo. Pero si éste entra demasiado profundo y golpea el útero a algunas les gusta y a otras les molesta, a veces el largo entorpece. Tener un pene grande es importante frente a las mujeres a las que les gustan los penes grandes –dice sin temer a la obviedad–. En el último tercio de la vagina no hay sensibilidad y por eso allí se coloca el diafragma, el DIU o los tampones, con lo cual queda probado que las penetraciones profundas no son tan deseadas por las mujeres como por los varones porque sienten que toman para sí el objeto deseado. Lo que sí provoca mayor grado de placer es el ingreso y egreso peneano repetido en el tercio externo de la vagina, muy próximo a la zona externa del clítoris. Todo lo que implique frotamiento clitorial es muy agradable.” De esta manera que describe la sexóloga, la entrada y salida del pene tira de los labios internos y masajea el capuchón del clítoris, “desde este punto de vista la penetración corta es más efectiva y en ese sentido algunas relatan que les importa el tamaño en cuanto al ancho. Pero ¿deberían venir con cartel los hombres con esas características?”. Como siempre, sobre gustos no hay nada escrito.

El orgasmo fingido
“Como animales hemos perdido el celo, pero no somos libres para gozar cuando lo deseamos, somos prisioneras de la cultura. Y si la mujer le dice al compañero ‘mi sensibilidad está en el clítoris y no en la penetración’, probablemente él le conteste: ‘Qué rara que sos’”, dice Sonia Blasco a modo de introducción a este tipo de orgasmo que lejos de ser un mito es lo habitual en más de un caso. “La mujer finge por miedo a perder el amor o la consideración. Ella misma cree que es a la única que le pasa, que las demás follan como los dioses y que la lenta es ella. Todavía hay miedo de decir ‘mi sexualidad es así, respetala’. Decirlo todo el tiempo es difícil, enseguida se piensa que él buscará a otra y entonces finge”, concluye. Las razones para fingir un orgasmo son tan diversas como mujeres hay en el mundo aunque todas tienen el denominador común de querer complacer al otro. “Hay tantas modalidades de orgasmo en las mujeres que los hombres no tienen por qué notar si lo que ven y lo que oyen es verdad o mentira. A muchos no les importa, otros no lo reconocen.” Si no habría que remitirse a aquella película que inmortalizó el orgasmo fingido para estupor de hombres y mujeres: Cuando Harry conoció a Sally. “Todos quedan asombrados –dice Huguet–, porque aunque todo el mundo sabe que se finge, nadie lo reconoce del todo.”