VIOLENCIA
EN LA COCINA
En
el sótano de la tienda de ropa Juana de Arco está montada
una muestra de la artista plástica Ana Gallardo sobre el aborto
clandestino. Sobre azulejos blancos, utensilios inofensivos encierran
la violencia latente. La amenaza desgarradora de esas espátulas
o de esos cascanueces está allí, encubierta por la escena
doméstica.
Moira
Soto
Lo primero que se ve al bajar la escalera hacia el subsuelo
son varios manojos de agujas de tejer metálicas, algo oxidadas
y curvadas por el uso, dispuestos horizontalmente en la pared. La muestra
se llama sencillamente Instalación y en ella se conjugan temas
que se suelen considerar específicamente femeninos, como la anticoncepción
y el aborto, que la artista Ana Gallardo pone en escena con elementos
del universo doméstico, en particular la cocina. Así,
en la zona que remite al aborto casero, clandestino, además de
las consabidas agujas que también sirven para tejer batitas,
de ramos invertidos del clásico perejil y una bolsa de residuos
numerada, se presenta una suerte de kit de herramientas que de primera
intención pueden parecer de cirugía, quizá de carpintería.
Pero no, se trata de utensilios de cocina pinche de brochette,
cuchillos, espátulas, cucharita, cascanueces, descarozador, tijeras
pegados con cinta a la pared, entre los cuales hay un solo instrumento
médicoginecológico, un medidor de diafragma. La instalación
prosigue con un mural de azulejos blanco de baño, de hospital,
de cocina que tienen impresas las figuras de diferentes métodos
anticonceptivos: de la tira de píldoras al diafragma, del espermicida
a la espiral, pasando por otros menos conocidos el escudo de Lea,
la esponja protectora que la autora fotocopió de un libro,
calcó en el azulejo con aguarrás y fijó con spray.
Lo sorprendente es que esta muestra polémica e inquietante ha
encontrado gracias a los inteligentes oficios de la galerista
Cecilia Garavaglia el lugar más apropiado para ser exhibida:
el sótano zona de lo escondido, lo archivado, lo negado
de una encantadora tienda llamada Juana de Arco, donde se diseñan
y venden coloridos vestidos (ya que no armaduras) que recrean la línea
mod de los 60. Esto es en El Salvador 4762, pleno Palermo Viejo.
En planta baja, entonces, están las prendas de vestir, mesitas
decoradas con los típicos papeles que llevan dibujados moldes
superpuestos, una columna forrada de botones multicolores, una maquinita
de coser de juguete en la vidriera... Ambito de labores tradicionalmente
consideradas femeninas que se continúa en el subsuelo con una
larga mesa de trabajo sobre caballetes, retazos, una plancha de tintorero,
largas cortinas blancas para tapar los estantes que casi se tocan con
los blancos azulejos estampados... si no fuera porque actúa de
separador el texto escrito por la religiosa brasileña Ivone Gevara
que Ana Gallardo puso como prólogo (puesto que su papá
escritor y poeta no se atrevió a hacerlo): Una sociedad
que no ofrece condiciones objetivas para dar empleo, salud, vivienda
y escuela, es una sociedad abortiva. (...) Una sociedad que silencia
la responsabilidad de los varones y sólo culpabiliza a las mujeres,
que no respeta ni sus cuerpos ni su historia, es una sociedad excluyente,
sexista y abortiva.
Ana no duerme
sobre laureles
Seleccionada para el Premio Costantini 1999, Ana Gallardo formada
en los talleres de Miguel Dávila, Víctor Grippo, Juan
Doffo ha realizado muestras colectivas e individuales (Mujeres
por la Despenalización del Aborto, México, 1989; Salón
de la Discriminación, Cayc, 1991; Mujeres, Centro Cultural Recoleta,
1998) que la pintan de cuerpo y alma: Casi toda mi pintura anterior
está relacionada con el erotismo y los métodos anticonceptivos.
En esta oportunidad, quise ver qué pasaba con el instrumental
de cocina, con esos utensilios que también son usados por tantas
mujeres sin guita para hacerse un aborto en lugares sórdidos,
donde corren riesgo de muerte y a veces terminan desangradas en el hospital,
cuando no denunciadas por los propios médicos. Creo que en estos
elementos hay una violencia latente: yo misma, alguna vez que estaba
muy mal, cortando una relación muy loca, no me quería
ir a dormir antes de que él llegara tarde porque
tenía miedo de despertarme de golpe, fuera de mí, ir a
la cocina, agarrar el cuchillo y matarlo... La cocina tiene esa cosa
ambigua: están picando perejil, te das vuelta y tac, podés
agredir con el mismo utensilio con que estás preparando la sopa.
También es una zona de riesgo te cortás, te quemás
sin querer a la vez que de mucho placer si te gusta cocinar.
Aparte de los contenidos nítidamente políticos, Gallardo
explica que esta instalación es una construcción
de mi mundo hogareño: mi mamá murió cuando yo era
muy chica y me faltaron modelos femeninos. De modo que acá está
la cocina que no tuve, junto a las cosas que me duelen: el sufrimiento
de tantas mujeres condenadas a abortar en condiciones tan terribles,
la violencia hacia nosotras, el descuido social... Estoy cocinando,
escucho a Menem y los demás defender una supuesta vida y me agarra
toda la bronca junta. Sabemos ellos y nosotras muy bien que si hay dinero
suficiente, se aborta tranquilamente en las mejores condiciones. Si
no, te queda la auténtica clandestinidad, el dolor, el riesgo,
la soledad, la amenaza de castigo.
Dice Ana Gallardo que ha escuchado decir con frecuencia que el arte
no tiene sexo, sin embargo, en mi caso personal siento que sí
lo tiene y es femenino. Aunque está abierta a todos, creo que
esta muestra habla directamente a las mujeres, desde su cultura, su
tradición, su biología, su opresión. Así
como el tema del aborto lo han sufrido y lo sufren sin metáfora
en carne propia, el de los quehaceres domésticos también
recayó sobre nosotras. Se podría decir que se trata de
una muestra entrañablemente femenina.