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Es primavera,
pero a quién le importa

La escritora Jasmina Tesanovic nació en Belgrado pero pasó gran parte de su infancia y juventud en Egipto e Italia. Cineasta, feminista y periodista, durante la guerra de los Balcanes se autoproclamó “idiota política” y desde ese lugar escribió un Diario que la Editorial Sudamericana saca a la calle en estos días. El testimonio de Jasmina desmembra de una manera sobrecogedora los sentimientos de los serbios que no salieron a la calle a defender a Milosevic. La lectura que del Diario de Jasmina puede hacer un argentino es muy fina: pinta esa “realidad virtual” que millones de personas se inventan durante un régimen sangriento para sobrevivir y no decir ni decirse la verdad.

Por Jasmina Tesanovic

20 de marzo, 1998
Ha sido un mes terrible, especialmente las últimas semanas. La masacre ha vuelto a comenzar en Kosovo. Otra vez somos testigos que no pueden ver. Sabemos lo que sucede, pero estamos ciegos. No sé si debería hacer algo. No son los asesinatos los que hacen que muera poquito a poco, es la indiferencia ante los asesinatos lo que me hace sentir que mi vida ya no tiene sentido. No importa si escribimos o no escribimos. Da lo mismo si tratamos de mejorar las cosas o si matamos y destruimos o seguimos adelante con nuestro egoísmo. Mi vida entera está en crisis. Pertenezco a un país, a un lenguaje, a una cultura que piensa que los demás no valen nada y de la que todos piensan que no vale nada. Estoy completamente paralizada: no sé pelear, no sé matar. Ya no creo en nadie, tampoco en mí misma. He permanecido aquí y ése ha sido mi error: víctima o no, soy ahora uno de los que no hicieron nada por ellos mismos o por aquellos que aman. Escucho las tonterías de mis padres. Son viejos, quizá seniles, pero destruyeron mi libertad, mi fuerza, y robaron el poder de mi juventud. Mi lucha es con mis padres. Otra vez el enemigo está dentro de mí, es parte de mí. Tengo el presentimiento de que no sobreviviré. Mi miedo bordea la locura y no hay nadie aquí para ayudarme.


22 de marzo, 1998
Hoy podría sentirme muy bien si no fuese por unas vitaminas californianas que estuve tomando la semana pasada. ¿Es posible que toda una nación utilice durante años unas vitaminas que a mí me vuelven loca en dos días? Quedé fuera de mí y, como si estuviese drogada, me sentí invadida por una energía inútil e insensata. Entonces salí a caminar sin ningún abrigo en la nieve y en la lluvia. Sólo cuando pude librarme de ese exceso de energía volví a sentirme yo misma, aunque estaba otra vez débil y enferma, como antes de las vitaminas. ¿Se trata de Europa versus América, o soy yo sola frente a las potencias del mundo? Ahora tomo té de manzanilla y como un poco de comida sana cada día. Ninguna dieta, ninguna ambición relacionada a las dietas, la belleza o la salud. La única manera de mantenerse cuerdo está en aceptar el cuerpo que nos corresponde a cada uno según nuestra edad y nuestra naturaleza. No es sencillo con los estándares inhumanos que impone Norteamérica. (...)


16 de abril, 1998
Hoy hace un mes desde mi primera anotación en este diario, desde mi colapso, desde el inicio de esta última guerra. Las sanciones son casi seguras. Vendrán un día de éstos, ya las padecimos y sabemos cómo es; algunos dicen que no lo soportarían otra vez. Es verdad que algunos se fueron y algunos se quedaron, pero la mayoría de los que no se fueron tampoco se quedaron realmente. La gente honesta que permanece aquí se ha construido un mundo de ilusión, una realidad virtual. Quizá nos hemos convertido en esos seres celestiales que los nacionalistas pretenden que somos. Desinformados, débiles, hambrientos, asustados y otra vez débiles, habitamos un campo de concentración sin sentir el deseo o la voluntad de estar en otro lugar. El Gran Mundo me asusta, allí me usarán y abusarán de mí como lo hacen aquí, aunque de otra manera. Aquí soy invisible y muero poco a poco. Mientras me quede callada me dejarán en paz, a mí y a mi perro que se quedó para acompañarme. Los más fuertes se han ido, los mejores, y cuando regresen nosotros los de antes no seremos los mismos. Ellos tampoco, ya no serán los más fuertes ni los mejores. El destino de este país es derrumbarse y el de su gente, el de marcharse cada vez que la vida se torna insoportable. Sólo los guardianes se quedaron: soldados y guardianes. La vida era posible sólo para soldados y guardianes.


23 de junio, 1998
La tensión corta el aire y anuncia guerra, como los relámpagos antes de la tormenta. La gitana del subsuelo está tirada en la acera, medio desnuda y cubierta de escupidas, revolviéndose sobre los pedazos de vidrios rotos de su botella de cerveza. Ni siquiera Marina Abramovic en sus últimas performances lograba un impacto similar. “¡Ayúdeme policía!”, grita, “¡trataron de matarme!” Su hijo intenta sacarla del camino mientras el esposo está parado estoicamente frente a ella y sus nietos, dos bebitos que ni siquiera lloran. Se manda un largo discurso sobre la vida, el amor, la guerra, la humildad. Cada día siento que se adelgaza la distancia emocional y social que me separa de ella. Sé por qué hace lo que hace, y ella sabe por qué yo no. Ella es una chica gitana; yo soy una chica blanca. Cuando me ve me saluda con un “hola, cariño”. Es la única persona que todavía me habla con ternura. El fuego en mi estómago no cede.
Fui al Centro de Mujeres. Soy un caso fronterizo de feminista: vivo una vida corriente y normal a pesar de mi aguda conciencia feminista y de mi activismo de larga data. Me gusta así, siempre digo que mi feminismo se libra en los campos de batalla de la normalidad, entre mujeres sencillas que se casan, crían a sus hijos y pertenecen a sus maridos... el lugar más difícil para una mujer. En el Centro, una amiga me pregunta si estoy enterada de lo que nuestros policías están haciendo en Kosovo. Recibimos e-mails continuamente: violan, matan... igual que en Bosnia en el ‘92. En nuestra televisión sólo se habla de terrorismo y de los siglos de sufrimiento del pueblo serbio. En la televisión las bajas todavía tienen nombres. Una norteamericana me pregunta si quiero ir a Kosovo para verlo con mis propios ojos. No es necesario, lo sé todo. Hoy, un policía en traje de paisano casi me mata con el coche como si estuviese en el frente. Lo miré espantada, pero ni siquiera me miró. Esa es la relación entre los policías y la población civil de este país. Puedo imaginar cómo es en Kosovo.


18 de octubre, 1998
Anoche quise morirme, era la noche en que la OTAN dio un nuevo ultimátum. Me emborraché, me drogué y me puse agresiva igual que mi vecina gitana. Quería matar y morir. Me golpeé la cabeza, me sangró la nariz y me lastimé un dedo. Esa: mi guerra. Quería un cuchillo para agredirme y agredir. Buscaba exorcizar este conflicto de unos contra otros, serbios contra albaneses, hombres contra mujeres, ojos azules contra ojos oscuros...
Leí en el periódico sobre cómo fueron tiradas al mar en Italia las mujeres albanesas junto a sus niños cuando el barco de la policía alcanzaba a uno cargado de inmigrantes ilegales. Ni siquiera puedo gritar de horror, tengo la garganta hecha un nudo. Pienso en mi niña y la abrazo y la siento tan vulnerable como el día en que nació. El mundo no es un lugar seguro para vivir; no tenemos derecho a dar la vida. Pienso que me he pasado todos estos meses escribiendo sobre mi dolor y casi no he mencionado a mis enemigos prefabricados, los albaneses, los Otros, los Muertos. ¿Con qué derecho? Quería mostrarles mi sufrimiento informe, y creo que terminé entrando a la zona oscura, la zona sombría y sin retorno. Anoche pude oler la sangre y la muerte y no retrocedí. Creí que era el precio que tenía que pagar por estar allí.
La CNN estuvo entrevistando a los manifestantes en la marcha por la libertad de expresión y en protesta por el cierre de los periódicos independientes. Uno de los entrevistados era un periodista, pero entonces la CNN dijo: “No, queremos una persona normal”. De modo que existe la normalidad, y no está en un periodista hombre y serbio, sino en alguien como yo, una idiota política a quienes todos tratan de confundir y manipular. Bien, aquí estoy, ésta es mi palabra. Me han robado la canción.


28 de marzo, 1999
Entramos en la segunda fase de la intervención de la OTAN. Belgrado todavía se sacude y tiembla. La alarma duró casi 24 horas. Necesito salir a comprar comida: todavía no pasamos hambre, los que pasaron por una tercera fase de intervención de la OTAN nos dicen que todo puede empeorar.
A esta altura muchos toman sedantes para mantener la calma o simplemente lloran. Los refugios están llenos, pero los que están más asustados son los adolescentes y los gitanos. Los gitanos con sus niños en brazos gritan que los van a matar, que los van a destruir. Los gitanos han sido perseguidos por siglos; los adolescentes quieren recuperar su vida normal; sienten que en los refugios están desperdiciando su vida. Los demás nos comportamos como si dispusiésemos de tiempo para congelarnos en el refugio mientras repasamos nuestras vidas y deseamos que todo termine, no importa cómo, pero que termine. (...)


7 de abril, 1999
Nos precipitamos en el refugio con comida, corremos afuera para comprar más comida. Es primavera, pero a quién le importa. Llamamos a amigos, familiares, intercambiamos necesidades, cosas, miedos, información, quién, dónde, cuándo fue bombardeado, quién será el próximo. Nunca un por qué. Ya no veo las noticias. Odio a todos los bandos por igual; a todas sus verdades.
Yugoslavia se desmorona, dan pena todos esos puentes. Los puentes siempre traen buenas noticias: gente construyéndolos, cruzándolos... Qué pena por todas esas vidas inocentes malgastadas y perdidas.
¿Es éste mi futuro? ¿Correr dentro y fuera de un refugio como una rata? Las escuelas cerraron, los niños tienen ahora miradas de adultos, vidas de adultos: entrando y saliendo de los refugios. ¿Será éste nuestro futuro?


14 de junio, 1999
Por primera vez desde que comenzó la guerra, he vuelto a releer mi diario. Tantas palabras, tantos fantasmas. ¿Es todo lo que queda de mi miedo y mi dolor?
Una mujer en el mercado decía hoy: “No debimos firmar esta paz, tendríamos que haber peleado hasta el final, hasta morir, porque de todas maneras nos van a matar”. Claro que no estoy de acuerdo, pero muchos que pensaban como yo ahora piensan como ella. Trato de aferrarme a la que era, para no convertirme en ella. Sé que sólo dice tonterías y que mi muerte no ayudaría a nadie. Aunque quizás mi muerte sí podría, al menos, salvar mi propia vida.