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Salma pisa
fuerte

La generación Ñ –latinos nacidos en Estados Unidos, actualmente el 12 por ciento de la población total del país– empieza a generar sus propios ídolos e iconos. Uno de ellos es Salma Hayek, esa portentosa morocha mexicana que, harta de aceptar papeles de criada, se lanzó a producir películas y empezó por El coronel no tiene quien le escriba.

Por M. F. F

Salma Hayek era una estrella. Un astro refulgente en el opaco universo de los culebrones mexicanos. Desde ese cielo bajó para cruzar, un día de 1991, el mítico Río Grande, ese que separa civilización de barbarie, Estados Unidos de la América hispana. Aunque ese límite que los fanáticos del norte defienden a sangre y fuego se esté hoy desdibujando. Y Salma, justamente, es una de esas caras famosas que, instaladas en lo más alto del consumo, ayudaron a borrar no los límites pero sí algunos prejuicios. “No es para tanto –se queja esta morocha de curvas infartantes en una entrevista concedida a la revista Elle de Francia–, los estudios cinematográficos entendieron que yo vendía, que atraía al público latino y por eso me pagan grandes cachets. Pero todavía no me tocó un gran rol. No soy más que una mexicanita y por eso me tengo que conformar con ser siempre la criada o la chica que atiende el bar.”
Es que esta mujer de 31 años las quiere todas, “los grandes personajes y el dinero”. Y para eso tuvo que dedicarse, además de a actuar, a producir sus propias películas como una digna representante de lo que en Estados Unidos se llama la generation Ñ. Una nueva camada de jóvenes de origen latino que, a diferencia de la generation x, “no está a la sombra, no renuncia como sus contemporáneos anglos, sino que es una generación ambiciosa”, según dice Max Castro, sociólogo y profesor de la Universidad de Miami. Tanto es así que la que amenaza con convertirse en la minoría más populosa del país de las barras y las estrellas –los latinos son el 12 por ciento de la población– tiene un lema que la define sin más: “arrollaremos”, y lo dicen sin falsa modestia desde las publicaciones como la homónima Generation Ñ o desde la cadena Univisión, quinta en el ranking de pantallas estadounidenses.
Salma Hayek, a pesar de haber nacido en México –la nueva generación de latinos que se distingue con esa letra exclusiva del idioma español es la segunda y hasta la tercera radicada en EE.UU.–, es uno de los referentes que permite creer que el gran mercado está listo para recibir una estética nueva, lejos de las cándidas rubias mimadas por Hollywood. En este año nada más protagonizó el éxito del verano –en el Hemisferio Norte–, Wild Wild West, con Will Smith y Kevin Kline, y presentó en Cannes dos films que la tienen como protagonista: Dogma, con Matt Damon y Ben Affleck, y El coronel no tiene quien le escriba, producido por ella misma sobre el mentado libro de Gabriel García Márquez. “Ya no quiero personajes inconsistentes sólo porque mi nombre atrae a los latinos y por eso me propuse producir esos proyectos que me llegan al corazón, si no nos dan el lugar nos lo abriremos nosotros mismos”, dice aludiendo a quienes como ella comparten sus raíces latinoamericanas mientras prepara un largometraje sobre la vida de Frida Kahlo, una de sus compatriotas más admiradas por la cultura anglosajona.
A pesar de sus quejas no es poco tentar al público latino, algo que los políticos en campaña necesitan tanto como la tierra al agua. Es que la explosión “Ñ” ha colocado su edad media en apenas 26 años –ocho menos que la media en el país, ideal como semillero de votos y consumo– y la sociedad norteamericana no sólo los acepta sino que les hace guiños de fascinación. “El mensaje es que el sueño americano también es para ustedes”, dijo hace muy poco el candidato republicano George Bush en un casi inteligible español. Porque a pesar de que esta generación se precie de hablar perfecto inglés no reniega de su idioma de origen, a diferencia de los latinos de más de 35. E incluso se cree que podrían llegar a votar a los republicanos, algo impensable entre otras minorías –como la afroamericana–. Es que hay dos valores que pesan entre los “Ñ” y que han heredado de sus padres: la religión y el valor del trabajo.

Cuestión de formas
Ojos redondos y negros, boca corazón y un cuerpo generoso. Esa podría ser la descripción de la mexicana que Hollywood ama y que enseña su gracioso trasero en Wild, Wild West –actualmente en la cartelera porteña–. Pero estas características no son para ella su mayor capital sino su audacia: “Mis amigos en México creyeron que estaba loca, dejar la fama, el lugar privilegiado que tenía en mi país para vivir en uno del que no conocía ni el idioma y por supuesto nadie me conocía a mí”. Es que la ambición de Salma era el cine y en México “la industria está casi muerta. Siempre creí que sólo tenía que trabajar duro para llegar donde estoy y es lo que hice. Los logros están a la vista. Tengo una moral de hierro y un novio que me apoya y me acompaña”. Con moral y novio incondicionales Salma no le teme a nada, ni siquiera al paso del tiempo. “Sé que soy una privilegiada porque no voy al gimnasio, detesto ese ideal de salud norteamericano. Cuando engordo un poco dejo de comer popcorn y listo. Igual estoy muy lejos de ser flaca y creo que las curvas son lo que gusta de mí.”
Salma se siente una extranjera en Los Angeles, de hecho lo es. Y tal vez no tiene explicaciones para el boom latino y tampoco quejas como las de Rubén Blades –“¿invasión latina? si yo nací y me crié en Nueva York”, dice, escéptico–. Lo cierto es que Hayek abandera un grupo de actores cada vez más extenso y más aclamado, entre los que se cuentan también Jennifer López y Johnn Leguizamo –protagonista de Summer of Sam, de Spike Lee– y presta su cara a esa generación de jóvenes chicanos, bilingües y consumistas que amenazan con imponerse al clásico estilo norteamericano consumiendo menos alcohol y menos tabaco que sus congéneres blancos y tiñendo con ese sutil color café los deseos del gran público
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