Al
amor, al desamor, al compromiso, a la separación, a la pareja,
a la sexualidad... y siguen las firmas
de los miedos masculinos. Las mujeres ya no son lo que eran, y ellos,
mal que les pese tampoco.
El nuevo paisaje los atemoriza, y encima les da pudor confesarlo. Vamos,
compañeros...
Por
Marta Dillon
Sentados
frente a frente ella y su amigo gay hablan de hombres y soledades. Andrea
se queja y Fernando la consuela como puede acercándole su conocimiento
sobre los hombres hasta que, sobre el final de la charla, él
le suelta lo que ella no quería escuchar: Es que es muy
difícil que encuentres a alguien, sos una mujer independiente,
tenés tu casa, tu auto, tu hijo, una vida armada, ¿en
qué lugar cabría un hombre? Así nunca se van a
animar con vos. Pero, ¿cómo? dice ella,
lanzando gemidos de angustia, ¿todo eso no era una ventaja?
Con el estado de cosas de los vínculos entre hombres y mujeres
parece que no, que no es una ventaja para Alejandra, redactora publicitaria,
32 años y un buen pasar económico, haber podido hacer
una carrera y criar un hijo sin más ayuda que su voluntad. Y,
vos sabés cómo son los hombres, cagones, dijo pocos
martes atrás uno de los personajes más vulnerables de
Vulnerables, Jimena, esa chica llena de miedos y trompita
dibujada a rouge que a pesar de los propios temores parece tener clara
esa consigna que las mujeres enuncian con despecho aunque con la fuerza
de un clamor popular. Sí, es verdad, somos más miedosos
opina Gustavo Garzón, actor, otro de los protagonistas
de la tira-psi de Pol ka, todo nos da pavura, los problemas de
salud, las situaciones límite... y las mujeres. Porque ahora
es claro que ellas saben lo que quieren y cómo lo quieren. Y
uno queda siempre desubicado, porque o cumplís con el personaje
que ellas desean o te rechazan. La mujer es más racional y maneja
todo desde su conveniencia, es muy raro que no vaya adonde quiere. Y
un hombre caliente es fácilmente conducible. La sinceridad
de Garzón es conmovedora, pero es fácil imaginar a cientos
de mujeres elevando su queja después de esta declaración:
¿Desde cuándo somos más racionales? ¿Acaso
no era que todo lo hacíamos por amor? Eso sería
antes continúa Garzón, ahora existe toda esa
información sobre su sexualidad que te intimida. Yo aprendí
lo que quise aprender, pero no a pedido de nadie, uno debe ser lo que
es, si tengo que tomar clases y modernizarme por una exigencia ya no
me sirve, estoy en problemas.
Las mujeres están más fuertes y el orgullo por el
trabajo, el estudio, el buen sexo (cuando es posible), la maternidad
muchas veces asumida en soledad y el poder político generan un
espíritu de género que abarca desde las mujeres pobres
de los barrios suburbanos hasta las académicas e investigadoras,
pasando por las amas de casa y las empleadas. ¿Qué pasa
con los hombres? Aunque las buenas conciencias les prometan ganancias
a futuro, ellos se sienten perdedores, dice Irene Meller en su
trabajo inédito Mujeres y varones: la crisis vincular a fines
del milenio.
Patricia echa cera caliente sobre las piernas de su clienta y con ella
vuelca sus quejas. Yo me fijé un límite y lo cumplí,
me tuve que abrir, ¿cómo puede ser que esté virtualmente
separado de su mujer pero no pueda tomar la decisión de irse
de su casa? Dice que no tiene dinero, pero eso es una excusa, lo que
no tiene es dignidad. Y la clienta, más preocupada por
el sufrimiento al que se somete voluntariamente mes a mes, vuelve a
repetir: Es que los tipos son así, no se la bancan solos.
Esa concienciade género de la que hablaba Meller parece haber
puesto en boca de muchas mujeres esas generalizaciones que nunca son
buenas pero que antes parecían ser patrimonio masculino cuando,
sentados en la mesa de un bar, por ejemplo, lanzaban la conocida letanía:
Las minas son todas iguales. Claro que ese ser iguales se
modificó espectacularmente en los últimos cincuenta años
y aquella frase de Virginia Woolf en Un cuarto propio no funciona como
entonces. La mujer ya no sirve de espejo para reflejar al hombre al
doble de su tamaño. La construcción social del género
mujer fue siempre un buen recipiente de lo devaluado de los hombres.
La ciencia es androcéntrica, el eje paradigmático es el
hombre y la mujer quedó del lado de lo no admitido. Pero en un
sistema tan interdependiente es impensable que el movimiento de una
de las partes no tenga consecuencias sobre la otra. La definición
de la masculinidad es más que todo una definición por
la negativa a no ser mujer, no ser niño, no ser homosexual,
dice el psicólogo Norberto Inda, describiendo lo que se observa
en su experiencia clínica con hombres. Si bien este cambio
de las mujeres, que ya no esperan que sea un hombre el que les dé
su categoría el hacerse mujer después
del primer coito ni tampoco les resulta indispensable como proveedor
podría ser ocasión para que nosotros pensemos de qué
carteles estamos colgados, aparece un reforzamiento de lo más
arcaico masculino, una huida del encuentro, del vínculo, porque
temen encontrar una mujer que no es lo que era. Esto está estructurado
en forma recíproca, soy lo que ella no es. Ahora
si ella es, ¿dónde me pongo?, ¿qué hago
con mi identidad? La huida es la salida, agrega Inda.
El miedo original
Luis
tiene 34, es docente en una escuela secundaria y hombre de pocas palabras,
aunque las suficientes para expresar su desconcierto. El problema
es que ahora no te dejan hacer nada, no te dan tiempo, se sirven solas
el vino, te pasan a buscar y antes de que uno pueda esbozar una palabra
ya te están diciendo lo que sienten, ¿cómo no te
vas a asustar?. Alejandra, que entendió que algo de razón
tenía aquel amigo que le enunció sus ¿dificultades?
para relacionarse, intentó también un cambio de actitud.
Desde que era adolescente hasta ahora cambiaron mucho las cosas,
cuando recién salí a las pistas, a los 20, bastaba mirar
fijo a un hombre para que todo empezara. Ahora podés estar apretándote
en una discoteca que a la hora de irse a la cama te ponen excusas de
quinceañeras vírgenes. Por eso ahora parece que fuera
mejor mostrarse débil, que eso los hace sentirse más cómodos.
Los hombres que intentan salir del modelo machista tradicional
y expresan sus miedos, su ternura, su sensibilidad de una manera más
femenina al principio son recibidos con beneplácito. Pero después
son rechazados porque ellas dicen es un flojo, yo necesito un
hombre. Entonces es como el juego de la oca, se avanza un casillero,
se retroceden tres, dice Sergio Sinay, con una larga experiencia
a cuestas en el trabajo sobre la identidad masculina. Sinay reconoce
un miedo patrón, el miedo masculino a la ira femenina,
que él ubica en la carencia de modelos emocionales masculinos.
El varón teme los cambios en el estado de ánimo
de las mujeres, es algo que no sabe manejar. Cuando uno es chiquito
sabe que si se porta bien la mamá no se va a enojar, pero de
grande ese comportamiento no sirve, no está bien visto por el
resto de sus congéneres. Además, los cambios en los varones
son menos ricos, menos plásticos. Parece que la única
emoción permitida es la bronca. Un varón frente a otro
varón no va a recorrer muchos más estados de ánimo
que el enojo, concluye.
Los hombres siempre han tenido temores, pero en esta época
están más definidos por el cambio de actitud de las mujeres.
Pero en esto es insoslayable asegura Inda el hecho de que
todos somos criados por una mujer. Embriológicamente fuimos potencialmente
mujer, se tuvo que agregar el cromosoma y para redoblar la tendencia,
pero esto es formidable porquetiene una reedición en nuestras
vidas. Nuestro primer contacto, el primer olor, las primeras caricias
son con una mujer, la madre. Los varones atraviesan una doble desidentificación,
porque tienen que separarse de la madre, ese personaje omnipotente,
al crecer y además para ser hombres. Separarse de esa primera
patria hace que el hombre, metido en una cultura patriarcal milenaria
en la que la mujer no fue lo más valorado, reprima cualquier
conducta que lo identifique de nuevo con esa mujer, tiene terror a la
pasividad, a quedar entregado como en ese primer tiempo en que fue dependiente
de otra. Lo cierto es que a pesar de que desde la publicidad misma
gran reforzadora de estereotipos se plantean nuevos arquetipos
de hombres sensibles, ver a un hombre llorar es casi una imagen de culto
y todavía se desconfía del tipo tierno, dejándolo
del lado de la debilidad o incluso de la homosexualidad, donde aún
se deposita toda la ternura posible entre dos hombres. Algo está
cambiando igual, para mí por lo menos cambió. La primera
vez que un hombre me dio un beso en un taller de teatro casi lo denuncio,
ahora nos podemos decir te quiero y ya no me siento homosexual,
dice Gustavo Garzón con firmes intenciones de superar sus miedos.
Rendir examen
Cuando era joven y bella los hombres me seducían. Ahora
que me protegen los años me doy cuenta de que más de una
vez, en el debate intelectual, si pudieran me ahorcarían,
dice la periodista Norma Morandini, que debatió públicamente
con Gilles Lipovetsky, autor de La tercera mujer. Hay cosas que
dice este hombre que son patéticas: Chicas, ahora que son
iguales, ¿por qué no les gusta la pornografía?
Dice eso cuando es un valor absolutamente masculino, por qué
no se pregunta muchachos, ¿por qué no juntan sexualidad
y ternura de una vez en lugar de buscar evas y marías?.
Una sola mujer es infinitamente mejor porque es muchas a la vez y se
privan de eso por buscar dividida a la madrecita y a la pecadora.
Morandini no duda en ubicar el centro de todos los temores masculinos
en esa gran hendidura que tenemos las mujeres. Ellos son todos
para fuera, hasta en la configuración física, y nosotras
con ese gran misterio entre las piernas. Por esa hendidura hemos
pasado todos, hombres y mujeres, aunque después ellos sostengan
el desafío de saciarla. ¿Y cómo hacerlo cuando
sabemos que de ese mismo pozo de los deseos nacen los hijos? Hay
una dimensión atemporal mitológica en esa cavidad misteriosa
de la mujer, un terror transhistórico como continente incognoscible
que al mismo tiempo que da la vida puede dar muerte no sólo a
los hijos sino a todo elemento que la penetre, dice Inda recordando,
entre otros, el famoso mito de la vulva dentada. El problema es que
muchos hombres siguen creyendo que tienen que llenar eso que está
vacío, situando la sexualidad exclusivamente en los genitales
y la valoración de sí mismos en la eficiencia. Si
uno no es eficiente se convierte en medio hombre y ser eficiente está
asociado a la erección. El que dice que no, miente, asegura
Garzón y de hecho los consultorios sexológicos están
plagados de hombres que se sienten minusválidos porque su pene
no responde como ellos querrían, como si ésa fuera la
única vara para medir la intensidad de un encuentro sexual.
Conozco muy pocos hombres que entran a lo sexual con espíritu
de aventura para ser recorridos íntegramente, dejarse hacer,
no tener el mandato de que pase tal o cual cosa. La cola es una zona
poco explorada para ellos y muy sensible, pero se emparenta con lo homosexual
y es lo que tienen en común con las mujeres. Eso asusta en esta
cultura falocéntrica, reflexiona Inda. Es que todavía
tiene vigencia ese viejo chiste en el que un náufrago varado
con una mujer en una isla, después de varios encuentros pasionales,
le pide a ella que se disfrace de hombre para poder contarle la
mina que se ganó. El encuentro sexual aparece como una
performance de la que es posible jactarse, que suma puntos, no una experiencia
adescubrir con otra u otro. Y en el tren de anotar puntos, las chicas
se han puesto difíciles para ellos, porque saben lo que quieren
y lo que no saben pueden averiguarlo en cientos de textos escritos en
la última mitad del siglo, textos que no han avanzado tanto cuando
se trata de la descripción del universo sexual masculino, situado
sólo entre las piernas. Si se trata de demostrar concluye
Inda, en estos tiempos, la huida es lo más fácil.
Cambios
Dicen las estadísticas que son los hombres divorciados los primeros
en volver a casarse y se escucha de voces femeninas que ellos temen
comprometerse. Para mí le temen al dolor en todas sus formas,
dice terminante Patricia, depiladora y oreja de tantas mujeres que se
acuestan en su camilla. Así como los asusta cualquier enfermedad,
como se quedan en cama e inválidos frente al mínimo desorden
de su salud, le temen al amor porque el amor duele, dice haciendo
gala de una filosofía popular que todos conocemos. El amor duele,
seguro, aunque a riesgo de caer nuevamente en generalidades,
a las mujeres nos duele sobre todo su ausencia. Estoy cansada
de tener historias con tipos que cuanto mejor la pasan más rápido
se van, como si la posibilidad de tener una pareja fuera sólo
quedar atados a la pata de la cama, se queja Alejandra. Con claro
sentido común, Sinay se enoja al escuchar eso que de tan repetido
perdió su significado: ¿Miedo al compromiso? En
un vínculo afectivo el compromiso es un punto de llegada, no
de partida. Empezar comprometidos a qué, si somos dos desconocidos.
El compromiso es compartir una promesa, podemos hacerlo sólo
si nos conocemos, no después de la primera noche.
A mí me choca un poco hablar de hombres huidizos porque,
aunque es una tendencia, también está la otra muy fuerte,
que habla de los hombres que se aparean rápidamente después
de su divorcio. Por supuesto que si hablamos de compromiso teniendo
como horizonte a la pareja. Esta no es una buena época, porque
el valor está puesto en la inmediatez absoluta, el puro presente
y la individualidad militante. También son las mujeres las que
deciden la mayoría de las separaciones. Hay una frase que escuché
y me parece muy gráfica: los hombres están pendientes
de la mujer que ya no es y las mujeres del hombre que todavía
no llegó, opina Inda.
Lo cierto es que a simple vista de las estadísticas, ellos siguen
creyendo que no es bueno que el hombre esté solo. Necesitan
a la madrecita o a la enfermera dice Norma Morandini. Nosotras
estamos entrenadas en el contacto íntimo, con las amigas, con
nuestro cuerpo, estamos obligadas culturalmente a ir al médico.
Los hombres no, no se miran hacia adentro, nadie habla de sus problemas
con los años más que en relación a la erección,
no hablan de depresión, de su angustia. Necesitan de nuestro
espejo, de nuestro training en preguntarnos qué somos, quiénes
somos. Esta contradicción entre el miedo a formar pareja
y el miedo a estar solos parece hablar de temor a los cambios, ya sea
de dejar entrar a alguien más a su vida o de enfrentarse a solas
a eso que les negó la cultura, lo cotidiano, lo doméstico.
Muchos hombres parecen verdaderamente amputados cuando se divorcian
porque depositan masivamente todas las funciones de cuidado sobre sus
mujeres. Después se mudan y la casa propia es un desastre, no
porque no puedan comprarse la cortina que más les gusta, sino
porque carecen de ejercicio en esos menesteres. Para Norberto
Inda ésta no es la única clave del emparejamiento compulsivo
que padecen algunos hombres, también en esa división entre
tener un otro como garante de mí, saber que estoy en la
cabeza de alguien privilegiadamente y por otro lado, buscar el erotismo
y la sexualidad afuera. ¿De dónde salen si no todos esos
hombres que buscan travestis en Palermo y después vuelven a sus
prolijas casas?.
El miedo a lo desconocido, el miedo en general, no es una patria masculina.
Hombres y mujeres atravesamos la vida cargando la mochila denuestros
temores. Los hombres nos ven como un enigma y creo que somos seres
muy contradictorios porque esto que se llama la revolución
de las mujeres lo hacemos con mucho dolor. todavía llevamos
dentro la mujer chiquitita con la que nos han educado, la que queremos
ser, la que el hombre espera que seamos. Cuando una mujer verbaliza
miedos, enseguida hay un hombre que se reconoce, dice Morandini
y es fácil reconocerse en sus palabras. Los cambios que provocaron
las mujeres tienen también a la otra parte como protagonista;
al fin y al cabo no hay nada más aburrido que bailar sola. Si
se han perdido algunas de esas seguridades que él pague
la cuenta, que ella espere la propuesta antes de actuar, tal vez
éste sea el mejor momento para entregarse a la aventura de un
encuentro como un territorio a descubrir, sin planes, sin prejuicios,
abiertos a lo que está por venir, contando con el miedo como
un compañero inevitable pero al que hay que enfrentar