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Rehenes

La tragedia de Ramallo dio vuelta una historia en donde se creía que la violencia venía de los delincuentes.
La muerte del gerente Carlos Chaves y el contador Carlos Santillán transformó a los rehenes en víctimas de sus
supuestos defensores. Los que sobreviven en experiencias similares tienen hoy un lugar en donde ser escuchados, asistidos y acompañados en su recuperación cuando las cámaras de TV y el sistema judicial los deja de lado.
Es la Oficina de Asistencia Integral a la Víctima del Delito.

Por Maria Moreno

El boom delictivo de la toma de rehenes cambió radicalmente de eje con el asesinato del Pelado Chaves, ese hombre definido como buenazo que todavía sonríe desde las fotografías del club atlético El Linqueño de su pueblo natal, y de su tocayo Santillán, el contador chistoso que, según los testimonios vecinales, alegraba las mañanas de cola en el banco. El final sangriento rompía el tono de comedia con que 34 empleados de la empresa de computación Apple que fueron retenidos durante dos horas por cinco asaltantes en mayo de 1998 sonreían luego del final feliz de las negociaciones –el cabecilla, recién esposado, le dijo al comisario “¿Sos de palabra, eh, morocho?”–. Existen casos diarios en que la toma de rehenes pasa fugazmente por las pantallas de TV para dejar luego a sus víctimas a la buena de Dios o del consultorio terapéutico privado. Hoy existe OFAVi (Oficina de Asistencia a la Víctima) dependiente de la Procuración General de la Nación. En principio asistía casi exclusivamente a víctimas de delitos sexuales o de violencia doméstica. Hoy comienzan a aparecer nuevos géneros de víctimas, claro que primero su director, el abogado Eugenio Freixas, tuvo que desilusionar demandas como ésta: “Doctor, me cae agua en el balcón. Soy víctima de mi vecino”. Por eso Freixas prefiere atenerse a la definición dada por la ONU en 1985: “Se entenderá por víctimas a las personas que, individual o colectivamente, hayan sufrido daños, inclusive lesiones físicas y mentales, sufrimiento emocional, pérdida financiera o menoscabo sustancial de los derechos fundamentales, como consecuencias de acciones u omisiones que violen la legislación penal vigente”. Luego se explica: “Está muy claro que lo que hace el Estado por investigar y castigar a los responsables del delito revictimiza. Nuestra organización procesal y judicial requiere la multiplicidad de declaraciones de la víctima, someterse a peritajes, tres o cuatro veces desde la denuncia policial hasta el final del juicio. Y todo sucede con un lenguaje extraño y dentro de una arquitectura extraña. Lo más importante –¿suena pretencioso, no?– es, en esta oficina que funciona desde hace 10 meses y por la que pasaron más de 500 casos, hacer que la gente tenga un acceso sencillo a la Justicia. Que la víctima no sea un mero portador de datos que en las instancias legales es tratado como un estorbo, como si se le dijera ‘Basta, no pregunte más, a usted ya le fue expropiada la acción, es el Estado el que va atrás de esto’”.
Los integrantes de OFAVI traducen el lenguaje leguleyo, facilitan mapas para entender la estructura de Tribunales, acompañan a peritajes oreconocimientos en ruedas de presos o simplemente ponen la oreja a un sufrimiento que no cesa cuando el agresor está entre rejas.
Creer que se puede
La casa de dos plantas se asoma a la avenida Márquez de Boulogne y es rosada. Podría ser la de Sarah Key sino fuera por la chapa con la marca de la compañía de seguridad. Fru fru de inquietud en las cortinas de las ventanas que se corren rápidamente cuando el remise que trae a la cronista de Las/12 se estaciona enfrente. Por otra ventana de la casa, la que da desde el dormitorio principal al jardín, Adriana Jackson vio durante un domingo del mes de marzo un pie que entraba, el caño de un arma corta. Dos meses antes había sido previsora. “Los senté a mis chicos y les dije ‘Delfina, Alex y Jaque Jackson, si llegan a entrar a esta casa no quiero héroes. Ustedes ven Batman, ven Robin, son todos héroes pero ¿saben una cosa? Por ser héroes los pueden matar. Entonces vamos a decidir en familia qué es lo que vamos a hacer. Y lo hicimos”.
Adriana Jackson no es psicóloga, pero se define como perceptiva. Manejó una situación que se le escapaba, pero donde hubo mucho de carambola. “Yo estoy convencida de que zafé porque jamás los encaré, me metí en su mundo y aparte me puse en contra de mi marido. Porque en el cuarto, cuando buscaban las llaves del auto, le dije a uno de los tipos ‘no le des bola a este pelotudo, yo te voy a encontrar las llaves’. Y dirigiéndome a mi marido, dije: ‘Vos callate, Mike, no te metas y dejá a los chicos trabajar tranquilos’.”
Es rubia, lo que vulgarmente se llama “mona” y le gusta tomar su whiscola con papas fritas. Y quizás fue la existencia de otros productos de la comida basura infantil lo que le permitió establecer, al menos con uno de los ladrones, una estrategia que evitara el desencadenamiento de la violencia.
“Yo estaba durmiendo con mi marido, mi hija de cinco años metida entre los dos. Eran las ocho de la mañana de un domingo. Escucho un ruido y me doy cuenta de que están por entrar. Estaba tapada. Entonces me destapo. En ese momento se te ocurren muchas cosas. Por ejemplo tocar la alarma. Después pienso ‘si este tipo me ve con la mano en movimiento, me dispara’. Entonces me tapé y puse las manos juntas para que se viera que no estaba haciendo nada con ellas. Vi la pata entrar, la pistola. Primero era un tipo solo. Dice la típica. Bah, la de las películas. Con lo cual yo digo ‘Mike, no te muevas, Delfina no te muevas, hay un ladrón, no va a pasar nada’. Lo miro al tipo y lo dejo hablar (primero quería ver la onda). Lo vi muy nervioso. Entonces agarré y le dije que sufría del corazón.’ Acá se te va a dejar trabajar tranquilo. Te imaginás que está todo bien. Lo único que te pido, sino te molesta es que me dejes tomar la pastilla’. Yo sabía que tenía atrás mío el botón de la alarma y lo apreté. Lo fundamental es algo que a lo mejor la gente no se da cuenta y es transmitir ‘acá el rey sos vos’, ‘Vos mandás y yo cumplo tu orden’, ‘No muevo ni una mano sin pedir permiso’.’¿Adónde esta tu ropa? Y yo lo mandé al placard de mi marido. No lo voy a mandar al mío.’ El Rolex, el Rolex’ pedía. ‘Querido -le dice mi marido–, ya pasó la época del Rolex’. ‘Entonces vamos al banco’ ‘Bueno’, dice Mike para sacarlo de acá. Pero las llaves no aparecían. El tipo nos sacó todo lo que podía.’ Ahora le voy a abrir a mi amigo, si ustedes le dicen que me dieron lo que me dieron, a tu marido lo mato’. Quedaba claro que la que manejaba la cosa era yo. El primero tenía cara de dado vuelta, el otro era un divino, cosas que mi marido odia que diga. Entra el divino y me dice ‘dame la guita’.’ No Tengo’ ‘¿Cómo? ¿Con este rancho no tenés guita? Y ahí sí mi marido se puso nervioso y le dijo ‘tomá el reloj y sacá lo que quieras’. Lo miro al chico y fue con el que empiezo a trabajar: ‘Vos con esa carucha divina haciendo estas cagadas,Bue, no importa’. Yo lo miraba a los ojos y estaba tan dado vuelta que pensaba ‘si yo no me engancho con la parte buena de la pegada de la droga, cago. Tenía que hacerlo sentir bien, hacerlo sentir macho, que yo estaba a su disposición. Ahora, también pensaba, cuando le venga el bajón de la droga ¿qué hago? El otro ya estaba sacando los televisores. En un momento, el chico con el que yo me estaba intentando conectar me dice ‘te voy a encerrar en el baño’. ‘¿En el baño? Qué mala onda’. Fuimos al baño. Empezó a probarse anteojos. ‘¿Me dejás levantarte que yo te ayudo?’ Se había puesto a revisar un cajón con los baratos, en el de arriba estaban los caros. Yo tengo unos Harley Davidson. Los encontró y se los probó. ‘Ay, le dije, los otros te quedan bárbaros’. Pero no insistí. Si yo hubiera insistido, el pibe se hubiera puesto mal. En cambio le dije ‘llevátelos, vos tenés que llevarte lo que te gusta a vos’. De pronto me informa que mi otro hijo estaba arriba viendo televisión. ‘¿Te vio?’ ‘No me vio.’ ‘Entonces vamos a dejarlo así.’ No quería la sorpresa de que Alex bajase -mi hijo mayor estaba fuera de casa–. Cuando insistió con encerrarme en el baño, le dije ‘tengo una propuesta mejor, ¿por qué no vamos a la cocina y te preparo el desayuno? Te imaginás que no voy a hacer ninguna cagada. A mí lo único que me importa es que vos seas feliz’. Vamos a la cocina y digo ‘mirá, voy a mandar a la mucama a buscar a mi otro hijo para que no se sorprenda. Ojo, tiene problemas nerviosos, no le apuntes’. Baja mi hijo y el lindo le dice mostrándole el revólver: ‘Es de mentira, eh’. Entonces yo lo miro a mi hijo y le digo: ‘Alex, esto es de lo que hemos hablado. Este chico viene a llevarse cosas nuestras, pero hagamos lo que mamá dijo.’ ‘Eso es de juguete, no te asustes’ repite el chico. ‘Alex, no es de juguete, es de verdad’, le digo yo. Y me puse a preparar copos de maíz. A todo esto el lindo me dice: ‘Yo no lo quiero en ese plato, lo quiero ahí’. Y ahí era en la bandeja que estaba preparada para mí. ‘Ah, encantada’. Tiré todo, volví a servir. ‘¿Por qué me pone tanto?’ ‘No, te puse por si tenías mucho hambre o por si querías compartir con tu amigo.’ ‘¡Mirá, yogur bebible! ¡Copos! ¡Mira Fulanito!’ gritaba. Pero Fulanito no perdía el tiempo. Ahí aparece Search, mi compañía de seguridad. Un gordo sin armas, me toca el timbre. Trin, trin ‘¿Qué es eso? ¿Qué es eso?’, dice el otro. Yo seguía preparando copos de maíz. Entonces el lindo, de la confianza que me tenía pasó a la bronca. Lo miré a los ojos y sentí adentro mío ‘cagué’. Me pone la pistola en la sien y pregunta ‘¿quien es Search?’. ‘¿Qué? Soy la dueña de casa y no conozco eso, salga de mi propiedad’. ‘Señora ¿cómo no va a saber quién soy? Soy el de las alarmas.’ ‘Yo alarma no tengo, señor, ¿se retira de mi propiedad, por favor?.’ Miro al chico a los ojos y le digo: ‘Debe ser la vecina, yo ni idea de quién es este pelotudo’. ‘Señora, pero si usted pulsó la alarma como 18 veces.’ Sentí el caño en la sien y leí en la mirada del chico ¿lo hago o no lo hago? Fue un segundo. ‘Abrí la puerta’ me dice. Entonces le puse los ojos casi sobre los de él. Apoyé la mano en la puerta y le dije: ‘Te juro por Dios que no voy a permitir que te caguen y te metan adentro. ¿Sabés qué? Tu amigo se rajó por el jardín. No seas pelotudo, rajá vos también. Te prometo que yo a esta puerta no la abro hasta que vos te rajaste’.”
La licenciada Vacaro, de OFAVi, sonríe con indulgencia. “Creer que se puede dominar la situación es una defensa y en donde se olvida que se va a estar frente a otra conciencia o a otras conciencias de las que se desconoce absolutamente cómo van a funcionar, a su propio inconsciente que también desconoce y al inconsciente del otro. Este mecanismo es el mismo que, si el episodio salió mal, genera culpa: ‘Me pasó esto porque no hice esto otro’”.
Madre hay una sola
Macharín 4986, Saavedra. Es lo que antes se llamaba la casa grande. En la parte de abajo vive una pareja con sus dos hijos, arriba los tíos y el abuelo, que está regando el jardín; su hija y su nieta fueron a comprar un regalo porque a la noche tienen una despedida de solteros. El nieto está lavando el auto en la calle, con un amigo. La puerta de calle está abierta. Aparecen dos hombres con armas largas, los meten a todos adentro. El abuelo se resiste, pertenece a otra cultura del delito, tal vez más casera. Unos de los asaltantes le dice al hijo: “Decile a tu viejo que se quede quieto porque lo reviento”. Fue la primera vez que a la abogada Mónica Fernández Cupari “le pasó algo”. Los ladrones tenían intereses culturales. Por ejemplo, luego de amarrar a la familia con corbatas extraídas de los placards preguntaban “¿ustedes son nacionalistas?”. En una ocasión la tía le sugirió a uno que no le apuntara a la cabeza, que se ponía nerviosa. Entonces el tipo giró el revólver y lo dejó apuntando hacia su propia barriga hasta que su compañero le dijo ‘¿qué estás haciendo, pelotudo? Las llaves de la casa de Mónica y las de su auto estaban arriba de la mesa. Eligieron irse con ella en el Fiat 600. Pero el auto no arrancaba, estaba ahogado. Y entonces le empezó a rezar al auto “por favor, no me hagas esto, arrancá porque me quiero ir”. Los vecinos que los vieron salir los confundieron con compañeros de facultad de Mónica. Le habían pedido que no hiciera luces. Ella ni lo pensaba, estaba hecha “un trapo de piso”. En algún momento pensó “estos tipos me ponen una mano encima y yo estrolo el auto contra lo primero que veo”. Los tipos debían estar nerviosos porque agarraron para el propio barrio –Mónica lo averiguaría en el juzgado– Carlos Gardel. Pasaron otras cosas absurdas como, mientras alternativamente subían y bajaban las armas, ofrecerle un cigarrillo aclarándole “Mirá que son negros”. La dejaron contra un paredón de la calle Victor Hugo con plata para un taxi que, por supuesto, era de ella.
En 1995 le dispararon a su marido cuando estaba por guardar el coche en el garaje. En 1996 tenía experiencia como para, ante el tercer asalto, preguntarse “¿otra vez?”. Un vecino estaba podando un árbol y, sin querer, le rompió la línea del teléfono. Llegó un supuesto empleado de Telecom que revisó las fichas, exhibió algunas herramientas y se movió con aire profesional por la casa hasta que Mónica vio el agujero negro de un revólver: “Empezó a putearme. Como para decirme ‘acá mando yo, macho’. Me tiro en el piso. Veo que saca de un cajón de mi dormitorio medias, un pañuelo. Me ata las manos y los pies –era un tipo alto– y me tira arriba de la cama. Después me ata con las medias al respaldo de la cama. Boca abajo. Y me pone el pañuelo pero, como me da náuseas, me lo saca. Y empieza a moverse por todas partes. De repente sube con una cuchilla que estoy segura que es mía, me da vuelta y me la pone acá. ‘Decime dónde está la plata’.’No tengo plata, lo que tengo está en la billetera, en la cartera’. Tenía 100 $. Después: ‘las joyas ¿adónde están las joyas?’. ¿Tuve varios robos, qué joyas querés que tenga?’. ‘Acá tenés una tarjeta de Banelco’. ‘Si la tengo, no la sé usar, lo único que tengo son los 100 $ que me dejó mi marido. Entonces empieza con el cuchillo a romperme el corpiño, el botón del pantalón. Me da vuelta. Me baja los pantalones. Yo pensaba ‘este me va a clavar el cuchillo en...’. Por mi salud mental pienso que lo único que quería era asustarme. En ese ínterin mi mamá se había comunicadocon la operadora: ‘Llamo porque quería saber si habían mandado el personal a la casa de mi hija’. ‘Mire, el personal fue, pero como no encontraron a nadie, la titular tiene que volver a pedir reparaciones’. ‘Cómo va a pedir la titular reparación si está con el teléfono descompuesto, se lo pido yo y déjense de jorobar, le dijeron que iban a ir hoy.’ Bueno, no hay ningún problema, señora, ya le mandamos la cuadrilla’. Después mi mamá, que tiene llave de mi casa, viene y toca el timbre –yo siempre digo que debe haber ángeles, porque siempre hay alguien que te protege–. ¿Por qué toca el timbre? Ni ella misma lo sabe. Venía a decirme que iba a comprar facturas para venir a tomar mate y acompañarme mientras esperábamos a los de Telecom. Yo le decía al chorro ‘por favor andate, va a venir mi mamá’. No sé cuánto habrá durado esto, quince minutos, media hora, no sé. Cuando mi mamá toca timbre y ve que no le abren, piensa ‘¿se habrá caído en la bañadera?’ Ahora, fijate, si vos pensás que tu hija está herida o muerta en la bañera, entrás. No entró. El chorro le abre la puerta y ella, sorprendiéndose, le dice ‘¿dónde está mi hija?’. ‘Está arriba por la línea, yo justo iba a buscar unos cables al auto, si usted después me abre se lo agradezco’. Entonces mi mamá, que temblaba como una hoja, entra y empieza ‘Moni, Moni’ y va entrando. Y escucha mmmmmmm. Yo lo que le quería decir era ‘si estás sola, cerrá la puerta’. Porque nunca sabés si puede venir otro. Sube mi mamá y me encuentra atada, amordazada, los pantalones medios bajos. Así y todo salí como loca a la calle para buscar un teléfono y llamar a la policía.”
Desde el episodio del ‘96 Mónica es integrante de Juvesa (Junta Vecinal de Saavedra) que reclama al Estado mejorar la seguridad en el barrio. Y el doctor Eugenio Freixas dice que está funcionando: “La cuestión criminal es algo muy complejo y debe ser analizada en todo el arco que abarca desde la prevención policial hasta el tema carcelario. En el medio están las normas y cómo opera la policía, las normas y cómo opera el Poder Judicial. Cualquier medida unidireccional es un parche. Hay que hacer un trasvasamiento de fondos muy fuertes porque mayor presencia policial y aumento de penas ya se probó que no funciona. Es impensable una política de seguridad en la que la comunidad no intervenga y tampoco creo que no pueda intervenir el Estado. En Saavedra hay una considerable disminución de delitos”. Mónica Fernández Cupari tiene sus críticas para la otra organización de Saavedra, Plan Alerta.”Nosotros pensamos que acá falta una política de seguridad pública de Estado, no se trata sólo de poner más policías o iluminar las calles sino de prevenir en lo social, en educación. El Plan Alerta consiste en mirarse, llamarse por teléfono, controlarse mutuamente, pero no me gusta como metodología porque creo que la seguridad no la podés institucionalizar. El que es solidario lo es por naturaleza, si ve algo, actúa o llama a la policía. Mientras nos entretienen con estos planes, no hacen lo que tienen que hacer los funcionarios públicos. Y si por el Plan Alerta la cuadra que decide iluminar tiene que pagarse la iluminación, ¿qué, lo hacemos todo nosotros?”. De todas maneras ella conserva una alarma conectada a la casa de su mamá.
La bomba entre
los girasoles

El 6 de septiembre cuatro ladrones de entre 15 y 17 años entraron en la casa del ingeniero Gustavo Bauer en Villa Adelina y tomaron de rehén durante 4 horas a toda la familia. Usaron una Itaka, una Bersa calibre 22, una pistola 9 mm y una 45. Contrariamente a Adriana Jackson y a Mónica Fernández Cupari, Gustavo Bauer no ha elaborado un guión sobre el ataque sufrido y recuerda vagamente sus primeras declaraciones a la prensa. Está en lo que los profesionales llaman estado de shock: “En este momento quiero borrar todo lo que pasó. No tengo demasiada conciencia de las cosas que dije después del hecho, aunque algunas que el periodismo rescató como que yo no tenía una actitud vengativa, eso lo sigo pensando. Pero sí exijoque la Justicia actúe con todo el rigor y las armas que tiene –las herramientas, a ver si uno dice armas y se entiende mal–. Estos chicos pasaron por una situación de enorme tensión. Hasta hubo uno que se quedó dormido, en el cuarto de mi hijo. Cosa que a mí me sorprendió. Se despertó y como mi hijo tenía un bajo ahí arriba de la cama, quiso ver cómo funcionaba. No estaba enchufado ni nada. Entonces, cuando salió dijo ‘qué lástima, no anda’. Nos estábamos jugando la vida ahí y él se disparó con esa frase. Recuerdo eso, por ejemplo. Pero sobre todo en este momento me digo ¿por qué a mí? ¿Por qué tuve que pasar por esta situación tan desgraciada? Algunos me dicen: ‘Te sacaste la lotería, porque estás con vida. Otros me dicen: ‘¿Por qué no te vas?’. ‘¿Adónde? Dame un lugar adonde me den garantías’. Esa casa que tenemos ahí nosotros la hicimos con todo el esfuerzo, con un dinero que heredó mi señora cuando el peso tenía otra relación con el dólar. Mis hijos ayudaron a cavar los cimientos. Además mi señora y yo somos del campo y, si hay algo que no podemos soportar, es vivir en el centro de Buenos Aires. En el patio de casa se pueden ver zorzales y calandrias comiendo lo que nosotros le damos. ¿Qué gano con perder esta casa? Encima de lo sufrido hay que salir del lugar que uno quiere. Mi señora y yo hace algunos años hicimos terapia y ahora vamos a hacer algún tipo de consulta como grupo familiar, porque estamos muy shockeados. Mi hija tiene que recibirse la semana que viene de socióloga y debe presentar un trabajo y no sé si lo va a poder hacer. Y mi hijo tiene un parcial y no puede estudiar. Yo soy decano en una universidad, alguien que está obligado a ser un ejemplo aunque se sienta en un pozo. Quizá,s si hablamos dentro de seis meses, pueda contar algo distinto.”
También sufrió un shock Adriana Jackson cuando decidió hacer un picnic “a lo familia Ingalls” al borde de la Panamericana. Y dos chicos armados pusieron sus zapatillas en el mantelito a cuadros tendido sobre el pasto. Esa vez el botín fue mayor que en los asaltos anteriores: Mike llevaba encima el sueldo de la mucama.
En 1995, poco antes de la irrupción del supuesto empleado de Telecom, Mónica Fernández Cupari estaba viendo TV cuando escuchó que el auto de su marido atravesaba las rejas del frente en dirección al garaje. Luego escuchó un tiro. No salió ni abrió la puerta. Hacía unos días una vecina había mirado a través del vidrio de la puerta cómo a su marido lo atacaban a culatazos. “Abrime por favor” gritaba. Pero la mujer no le abrió. Mónica entonces le había preguntado horrorizada: “¿Cómo no le abriste, Berta?”. “No sé, pero adentro estaban los chicos”. Y Mónica ahora cuenta casi divertida su reacción: “Primero llamé a mi mamá, luego comencé a ir y venir por la casa. Estaba segura de que el tiro había sido para mi marido. Mi hijo que estaba arriba rezando y llorando se asomó por la ventana y vio unos tipos que saltaban la reja y escapaban. Mi marido golpeó la puerta -tenía una herida leve, la bala había atravesado el vidrio del coche y se había estrellado en un parante–. “Abrime, que estoy solo”. Mi hijo le contestó: “No te abro, papá, tengo miedo”. Abrí yo, y mirá el estado en que estaba que lo único que pensé es que me estaba ensuciando el piso y agarré un trapo de la cocina y lo empecé a seguir limpiando la sangre”.
“Yo siempre digo que el delito irrumpe en forma de bomba en un campo de girasoles de Van Gogh –dice la licenciada Vaccaro– y entonces aparece algo así como Guernica. En ese momento se produce una disociación cognitiva y una ansiedad confusional, adonde la víctima no sabe cómo sigue mañana el día. O cómo sigue la próxima media hora. No es más la que era antes. En ese surco que abrió el delito está la persona que ya no es más la que era antes del delito y todavía no es la que va a ser después. Nuestra intervención tiende a actuar como sostén para lograr un nuevo orden que le permita resignificar su mundo. No estamos en el asistencialismo extremo ni con dejar que naturalmente la víctima cree los anticuerpos. Nos mantenemos en el medio con el concepto de empowerment, que utiliza la victimología actual para que revierta el estado depadecimiento pasivo en el cual la sumió el delito, en una motorización que comenzará en sus recursos internos y desde donde partimos, potenciándolos en un primer momento para que cobren impulso propio en momentos posteriores.”
Cuando Mónica denunció el primer ataque era estudiante de abogacía, en tribunales la trataron muy mal, no contestaron sus preguntas y hasta le dieron vuelta el legajo para que no viera nada. Cuando envió una carta a Telecom para plantear el ataque del ‘96, no le contestaron. Los Jackson pararon en algún punto la investigación de sus tres asaltos.
En OFAVI estas víctimas podrían sentirse acompañadas y continuar hasta resignificar sus vidas. Incluso a través de la reparación económica: “Para mí el dinero es un símbolo muy importante que no le va a solucionar el problema a la víctima, pero va a sentir que la repara –dice Vaccaro–. Es otro juicio. Le sacó algo al otro, no importa en forma de qué. A través del dinero siente que el otro quedó en menos. Aquí no existen pólizas de seguro que cubran eso, el Estado no tiene fondos para eso. Hay países que tienen un fondo de reparación a las víctimas que se cobra de una prima de todos los seguros”. Y el Dr. Freixas piensa abocarse a que lo que ahora OFAVI hace artesanalmente: “Hay que terminar con eso tan argentino de que si aumentamos los derechos humanos de las víctimas estamos desprotegiendo los derechos humanos de los presos, si aumentamos los de los presos estamos desprotegiendo los de los policías, si aumentamos los de los policías estamos desprotegiendo los de los que delinquen, es lo que yo llamo la teoría de los vasos comunicantes, ojo que esta discusión prende mucho, marca la agenda de un gobierno con la colaboración de algunos medios de comunicación que por ser tan facilistas reúnen adeptos rápidamente”. El periodista Horacio Cecchi, que ha entrevistado a muchos rehenes, advierte un cambio de posición: si antes pedían más policía o más seguridad y exigían condenas duras, hoy se sienten jugados junto a sus captores y en manos de una violencia que les viene a ambos de afuera, de las fuerzas de seguridad. De sobrevivir deben contar con medios jurídicos y extrajurídicos –interdisciplinarios prefieren decir los integrantes de OFAVi– para volver a ser sujetos de sus historias hasta que se escriban sus derechos.