Chanchadas
y fantasmas
Estuvo
en Buenos Aires Marie Darrieussecq, la joven escritora que hace un par
de años sacudió
el mundo editorial con su primera novela, Chanchadas -cuyos derechos
compró Jean Luc Godard
para llevarla al cine, para presentar su nueva obra,
Nacimiento de fantasmas.
Por
Soledad Vallejos
Advertencia:
el contenido de este libro puede afectar la sensibilidad del lector.
¿Qué otra faja puede neutralizar tanto un texto que se
pretenda provocador? ¿O interesante? ¿O medianamente revulsivo?
Así y todo, Chanchadas Truismes, en el original logró
escandalizar con sus cerca de 120 mil ejemplares vendidos de la noche
a la mañana -actualmente, el número sube a 300 mil,
la compra de los derechos que concretó Jean Luc Godard para convertirlo
en película y, por supuesto, las millones de interpretaciones
que se tejieron en torno de la historia de una mujer que devino chancha
por obra y efecto del destino. Pero ahí se detienen los maremotos
que, pronostica la editorial, se abatirán sobre cualquiera que
se anime a esas páginas. Nada de lo que pueda leerse convertirá
al lector en un simpático lechón, ni creará de
un momento a otro unas ganas monstruosas de adherirse al celibato o
iniciar una carrera libertina por lo menos no a quienes alguna
vez hayan leído a Sade, ni tampoco será la causa
de un acceso repentino de arcadas. No. De todas maneras, tamaño
éxito de ventas bastó para transformar radicalmente los
días y las noches de Marie Darrieussecq, una profesora de letras
de la universidad de Lille que venía de varias entrevistas frustradas
en distintas editoriales con su original bajo el brazo y la autoestima
intacta. Pasó lo que suele pasar con los hallazgos editoriales:
nadie lo quiere, hasta que alguna pequeña empresa decide probar
y se convierte en un boom. Por entonces, Marie tenía 27 años
y una energía indescriptible. Se prestó con ganas al juego
de las entrevistas, miró con displicencia las lecturas críticas
sobre el chancherío que la comparó sin dudar con
El Hombre Lobo de Boris Vian, la desesperación de Kafka, los
rinocerontes de Ionesco..., inclusive llegó a dar su propia
perspectiva cuando aclaró que realmente no tenía en mente
hacer un manifiesto anti Le Pen, ni una fábula antimoralista,
ni una sátira de ciertas tendencias, pero que le parecía
bárbaro que hubiera tanta diversidad de opiniones
a partir de un único punto hablando de su libro, claro
porque su intención no había sido proponer un solo sentido,
un panfleto. Y después se llamó a silencio, estableció
una distancia de unos tres años entre ella y el público.
Durante esa ausencia, cuenta, se dedicó a cazar pacientemente
la esencia de los fantasmas, a observar las presencias invisibles, a
trazar una nueva voz que le permitiera empezar otra narración.
De ese tiempo de retiro, entonces, emergió con Nacimiento de
fantasmas Alfaguara, una novela que destila un tono muy
(pero muy) diferente al de su antecesora y para cuya promoción
recaló en Buenos Aires recientemente.
DE LA PROMISCUIDAD
A LA AUSENCIA
Alguna
vez, en alguno de sus muchos contactos con la prensa, Marie había
deslizado que el argumento de Chanchadas le vino a la cabeza mientras
se miraba al espejo. (Cabe aquí una aclaración: tiene
los cabellos rubios y absolutamente lacios cayendo sobre los hombros,
la cara redonda como unaluna llena, una nariz pequeña que, parece,
pretende pasar inadvertida, la mirada levemente ausente aunque sus ojos
estén clavados en alguien. Habla suavemente, alternando el francés
con una suerte de castellano.) Entonces, planteó la metamorfosis
de una empleada de perfumería en realidad, una casa de
masajes un tanto clandestina que comprueba que su creciente éxito
con los hombres mantiene una relación directamente proporcional
con el redondeo de sus caderas y el tono cada vez más rosado
de su piel. El proceso es irreversible: las supuestas mejoras empiezan
a desbordarse, sus pechos se multiplican por tres en lugar de
dos, tiene seis, la nariz toma una inconfundible forma porcina,
la ropa no le entra... Se convierte, ni más ni menos, en una
saludable chanchita rosada que transita por mil y una desventuras antes
de encontrar el amor en un hombre que, en noches de luna llena, se vuelve
lobo. En el medio, por supuesto y antes del final, que no termina
la novela con la reunión de la feliz pareja, se desparraman
las situaciones que dieron lugar a tantas interpretaciones: hay políticos
cínicos, empresarios que abusan de sus empleadas, lugares elegantemente
promiscuos, sanatorios psiquiátricos que nada tendrían
que envidiarle a ciertos hospitales argentinos y linyeras maltratados.
Pero eso es el pasado. Las correrías de la chancha más
femenina desde Miss Piggy ya no desvelan a su autora. En estos momentos,
está disfrutando el sol porteño que cae de lleno sobre
la mesa de un bar elegante. Se acomoda de tanto en tanto la chalina
que lleva sobre los hombros.
Hay una distancia enorme entre la voz de Chanchadas y la que
despliega en Nacimiento de fantasmas. ¿A qué se debió
que cambiara tan radicalmente el registro?
Hace mucho tiempo que tenía ganas de hablar de fantasmas,
pero no llegaba a encontrar la forma, el argumento, intenté varias
historias y, en un momento, no sé por qué, se me ocurrió
esa frase (la que abre el libro): Mi marido desapareció.
Y a partir de esa frase siguió todo. Porque cada libro mío
cuenta la misma historia, es una historia de liberación. En el
primero, había un personaje que no tenía ninguna cultura
ni literaria ni artística, que tenía un vocabulario restringido,
y tenía que arreglarse, y estaba frente a hechos. En el segundo,
el personaje es diferente, tiene una cultura y un vocabulario mucho
más amplio, y a partir del momento de esa ausencia, que el marido
desaparece, empieza a verse rodeada de otras presencias. Es como que
hay algo que va a encontrar al final de la frase pero que nunca aparece.
Porque al personaje, con la ausencia de su marido, le falta todo, no
solamente él. Ella tiene una enorme dependencia afectiva y económica.
Y lo que ella descubre es que ni su madre ni su amiga, ni siquiera su
marido si volviera, podrían darle eso que le falta.
El tránsito que hace Marie es abrupto. Tal como ella explica,
la protagonista de su primera novela se refriega literalmente
por un mundo físico, su contacto con aquello que la rodea pasa
exclusivamente por el terreno de la percepción más elemental.
Nada de reflexión se hallan atisbos, pero nunca llegan
a buen puerto, ni de conciencia torturada, sólo aquello
que está al alcance de la mano. Nacimiento..., en cambio, se
centra precisamente en esa incertidumbre que atrapa a la protagonista
cuando algo tan asentado y fuera de cualquier duda como la convivencia
con su marido se esfuma sin más. Así de simple: un buen
día el marido sale, como todas las noches, a comprar pan para
la cena, pero jamás vuelve. Esa ausencia dispara en la mujer
una dimensión en la que la incertidumbre hace y deshace a su
antojo, no la deja dormir, le impide gozar de la repetición de
los gestos cotidianos con los que ella busca invocar al hombre desaparecido,
no hace más que devolverle su angustia multiplicada hasta el
infinito. La mesa se transforma en una niebla de mesa para de
inmediato volver a materializarse desde el momento en que usted posa
la mirada sobre ella, desde que la toca con el dedo. No intente sorprenderla:
la velocidad de la luz es la energía que la condensa. Ella siempre
tendrá su buena formita de mesa, cotidiana y con aire de nada,
desde el momento en que, despeinada, usted deje su diario para saltar
furiosamente sobre ella.Usted conocerá su precio, su tamaño,
el mantel que le conviene, la etiqueta pegada bajo su tapa (su origen,
su peso, su materia: un buen soldadito de mesa); pero no la conocerá.
Sin embargo, todo está al alcance de la mano. Aun nombrados,
tocados o atravesados, los fantasmas no pierden poder ni indulgencia,
intenta precisar esa mujer al borde de la locura. Por momentos, el texto
logra contagiar niveles exasperantes de angustia, como si el mar omnipresente
en las obras de Darrieussecq no dudara en ahogar a quien se asome.
Esa sensación de desasosiego que paulatinamente invade
a la protagonista, las fuerzas de los objetos y las presencias fantasmagóricas
están detallados de una manera muy fuerte, muy precisa. ¿Le
costó lograrlo?
Sí y no. Cuando escribo, me meto en la piel del personaje,
y trato de tener palabras para lo que siente, lo que le pasa. Entonces,
escribo desde ahí, no son cosas que diga que me pasan a mí,
sino al personaje. Claro que algo de experiencias personales hay en
el medio, pero no podría decir que se trate de algo autobiográfico.
Para llegar a escribir desde el personaje, primero tengo que encontrar
su voz, sus gestos, tengo que tener en claro de qué manera vive
las cosas que le pasan.
En los dos casos, se trata de narraciones en primera persona:
son ellas sus propias voceras, y no aparecen en ningún momento
ciertas referencias, como por ejemplo su nombre. ¿Por qué
esa elección?
Es una cuestión de coherencia. No puedo darle un sentido
a esa primera persona más que plantear que es la misma protagonista
quien narra. No comparto que la primera persona lleve el relato sin
ser la voz del personaje. Por eso, la solución que encontré
para usar esa perspectiva es hacer que ese personaje sea el que escriba
la historia. Sin embargo, en mi último libro, que ya salió
en Francia, Le mal de mer (todavía no publicada en la Argentina),
es en tercera persona, entonces me libré de ese problema.
Hay en Nacimiento... una mirada que impacta: se trata de un pequeño
ensayo (involuntario) sobre las relaciones entre mujeres, y cómo
los vínculos madre-hija pueden asemejarse insufriblemente al
purgatorio. A medida que la hija va adentrándose en los laberintos
de la locura, la presencia/palabra/menopausia de la madre empieza a
tornarse amenazante: una pierde conexión con el mundo, la otra
pareciera empezar a vivir, de hecho, intenta contagiar algo de esa sensatez
a su hija medio-muerta pero sólo consigue hundirla más
y más en el abismo. Lo tremendo del caso es que, al igual que
con los fantasmas, la sordidez del vínculo aparece retratada
con crudeza, sin la más mínima condescendencia ni anestesia.
¿Un ejemplo? Todo lo que hasta ahora me había costado
un largo trabajo de acercamiento y de comprensión (incluida la
realidad quirúrgicamente cortada de la ausencia); todo lo que,
tras una larga lucha, había ganado por mí en el terreno
que mi familia bautizaba buen sentido y sentido común, gusto
y temperamento, inteligencia y ley, fuerza y longitud del tiempo (yo,
que sabía con qué arrancón de tripas pagaba cada
día la verdadera visión de la realidad); todos mis esfuerzos,
mis propias duplas, mis propios estribillos se encontraban abortados
sin salida por la presencia de mi madre. Al cabo de una hora y media
con ella, yo tenía seis años, es válido calcular
que perdía alrededor de un año cada cinco minutos, lo
que a ese ritmo me prohibía absolutamente, salvo que me arriesgara
a una anulación o una senilidad fetal, quedarme más de
dos horas en compañía de ella. A fin de cuentas,
como lo advierte en algún momento, el mundo femenino no sólo
se trata de redes de solidaridad.