CAPERUCITA
EN LA RED
La
aparición de Internet comenzó a dibujar las posibilidades
de nuevas formas de sociabilizar. Uno de los primeros pasos para participar
de una sala de chateo es la elección de un nickname o seudónimo.
Por eso en la red es posible construir una nueva identidad, completamente
opuesta a la que se ostenta en la vida cotidiana o no. Hay chateadores
que se presentan como secretarias ejecutivas de 20 años que pueden
ser, en realidad, varones desocupados de 60 y viceversa. El encanto
está en la ficción y en que a menudo la ficción
se hace realidad bajo la forma de casamientos, amantazgos, separaciones
o divorcios como los que se producen sin red en el cuerpo a cuerpo.
La cuestión, entonces, radicaría en comprender si las
relaciones amorosas y amistosas electrónicas forman parte de
un conflicto el del aislamiento, de su solución,
o de ambos.
Por
Soledad Vallejos
En
este mismo momento, en todo el mundo, millones de personas desparraman
palabras, gestos virtuales, seducciones de teclado y llantos electrónicos
frente a sus computadoras. El pacto puede resultar tentador, o al menos
así lo afirman usuarios fervorosos y, por supuesto, las empresas
que proveen de conexiones: basta tener una computadora medianamente
actualizada y una línea de teléfono para que el mundo
minimizado, por ejemplo, al tamaño de la página
web de una radio francesa o un cocinero de Bangkok con ganas de intercambiar
recetas se despliegue en la pantalla. Así de sencillo,
tan práctico y casero como encender el televisor, sólo
que esta vez se trata de asumir un papel un tanto más activo
frente a ese nuevo mundo. Y es que la cuestión, pareciera ser,
pasa principalmente por poner en práctica un concepto tan mentado
como escurridizo: la comunicación. En su nombre, hay quienes
cumplen el ritual a veces diariamente de respetar a pie
juntillas los requisitos que exige el salón de chat (conversación
escrita) de turno, atienden reglas de netiquette etiqueta electrónica,
se enredan largas horas para detallar la nada. A cambio de participar,
construyen sus individualidades (¿virtuales?) desde cero. ¿Se
pueden exorcizar los fantasmas del aislamiento encerrándose en
pequeñas cápsulas electrónicas fácilmente
controlables? Hola: estamos en la red.
¿Por qué no
charlamo' un ratito?
¡Pobre Caperucita, que sólo podía optar entre dos
caminos para encontrase con el lobo! La aparición de Internet
comenzó a dibujar las posibilidades de nuevas formas de sociabilizar.
Pero, tal como sucedió con el teléfono en sus comienzos,
no sólo se trata de realizar correctamente los pasos para que
la tecnología responda como se supone, sino, y es esto lo más
difícil, de darle un sentido, socialmente hablando, a esa nueva
tecnología, de incorporarlo a las prácticas cotidianas
de manera tal que se convierta en un instrumento válido, un mediador
entre el individuo y el mundo. Las nuevas tecnologías están
pasando del uso en un sector restringido, pero con amplio eco en lo
social, a proyectos más ambiciosos, como lo es la implantación
de las computadoras y de Internet en los colegios. Pero lo cierto es
que se está haciendo con poca conciencia de los cambios culturales
que esto produce, plantea el investigador Aníbal Ford.
No basta con aprender el abc de la navegación en la red o cómo
ingresar en una sala de chateo, para participar es necesario asumir
determinadas estrategias, adquirir ciertos conocimientos de la dinámica
de las relaciones electrónicas, manejar los códigos, algo
que, por otra parte, está en pleno proceso de elaboración.
Existen reglas, sí, pero son absolutamente mutables, de hecho,
pocas poquísimas de ellas están escritas en
algún lado. La conexión con Internet señala
Irene Meler, coordinadora del Foro de Psicoanálisis y Género
de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires puede
ser una de las formas que la revolución tecnológica permite
como nuevas formas de sociabilidad. ¿Cómo se hace cuando
se desea establecer relaciones sociales en un contexto donde los lazos
tradicionales de presentación o relación entre terceros
están muy fragilizados? Si bien ésta es una experiencia
incipiente que brinda la tecnología, por un lado, se podría
decir que facilita toda clase de fantasía e impostura, como que
una persona mayor se haga pasar por joven, un gay por heterosexual,
etc. Pero a la vez, pasado un tiempo, la gente está como liberada
de las inhibiciones sociales, la vergüenza, el pudor, incluso la
cercanía corporal, y se dice más la verdad. Uno
de los primeros pasos para participar de una sala de chateo es la elección
de un nickname o seudónimo. Gracias a eso, en la red, es posible
construir una nueva identidad, completamente opuesta a la que se ostenta
en la vida cotidiana o no, e inclusive fragmentar(se) en función
de aquello que se pretenda encontrar, basta con delimitar las aspiraciones
en la elección del nombre con que cada persona se identifica
y desea que los demás la reconozcan. Así, Silvina,
ErnestoG y Sofi tienen la posibilidad de encontrarse
con chaparita-roquera, alado20, teen,
sincero, Nietzche. Las posibilidades de bautismo
son infinitas, pero en todos los casos tienen un denominador común:
seducir al otro. El nombre que puede indicar sexo, edad, preferencias
personales es parte esencial de ese juego de imposturas y desinhibición
que marcaba Meler. De hecho, en un principio, la única pista
de quién es el otro en la pantalla es ésa, y gran parte
del éxito inicial que se coseche depende de eso. (No por nada,
a veces es posible toparse con seudónimos un tanto crípticos,
como M4M o 2QT2BST8, que, tras no poco tiempo de reflexión pueden
descifrarse como "man for man" hombre para hombre,
y "too cute to be straight" demasiado adorable para
ser heterosexual, respectivamente). El resto corre por cuenta
de las intervenciones que se hagan. En una sala cualquiera, pueden leerse
diálogos como:
Honey: ¿cómo sos?, chicasexy, describite.
Chicasexy: mido 1,82, soy güera (rubia), de cabello largo y lacio,
y tengo ojos claros.
Mayito: eres lo que me recomendó mi doctor, jajaja.
Voyager: ¿y qué más?
Chicasexy: 79-60-80.
Son acciones celosamente custodiadas por una máscara de letras.
Una vez puesto el disfraz, resulta más fácil actuar en
consecuencia. La impunidad de lo que sea dicho está garantizada,
una vez que se haya salido de la sala, es posible reingresar al mismo
sitio bajo otra identidad y cambiar de sexo, de profesión, de
manera de hablar.
La única verdad
es la realidad
En La marca de la bestia ed. Norma, Ford observa que la
distancia y las estrategias del anonimato hacen explotar un exceso de
diferenciación y destape de las subjetividades reprimidas.
Claro, nada asegura que ella32 sea realmente una mujer,
ni que tenga 32 años, o que trabaje en lo que dice trabajar;
existe la posibilidad de que, en realidad, sea un ejecutivo de 60 y
tantos cansado de evaluar proyectos, o una adolescente en tren de conocer
adultos. Es un juego de creencias en el que lo importante es saber interactuar
con los roles que se enuncian. Mariana 27 años, estudiante
de arquitectura comenzó a chatear hace poco más
de un año: Primero lo hacía desde el trabajo, y
hace poco me conecté desde casa. Al principio, me aburría
bastante, no me hacía mucha gracia eso de estar dos horas delante
de la computadora perdiendo tiempo con gente que ni siquiera sabía
si iba a conocer. Pero al tiempo le tomé el gusto, me crucé
con algunas personas interesantes, intercambiamos direcciones de correo
electrónico y nos escribimos regularmente. Así conocí
a muchos de mis amigos actuales, y nos vemos con bastante frecuencia.
Ella no usaba su nombre real, pero tampoco considera haber creado un
personaje muy diferente del que interpreta en la vida real para relacionarse
por la red. Gracias a eso, dice, fue que pudo trabar relaciones amistosas.
Lo mismo pasa con Poncho, un hombre de 31 años que
solía encontrarse con amigos en algunas salas de conversación
y que, así, hizo otros tantos amigos. ¿Cómo sabe
que la gente es lo que dice ser? Porque nos escribimos, hablamos
por teléfono un par de veces, y con algunos nos encontramos,
y resultan ser como parecía en el chat. ¿Es amistad?
Definitivamente sí. A veces, encontrarme con ellos en Internet
me ha servido para salir de tristezas muy grandes, me daba la oportunidad
de ser sincero, de hablar de mis problemas sin vergüenzas de ningún
tipo. Y yo hago lo mismo por ellos. Como esos casos, pueden rastrearse
muchos, muchísimos, inclusive más de un matrimonio pudo
realizarse gracias a Internet, así como otros tantos se rompieron
por la misma causa. Hace como dos años cuenta Inés,
cuando tenía 25, empecé por correo electrónico
una relación de contenido absolutamente sexual con un tipo de
Rosario que tenía 44. En ese momento, yo estaba casada con un
hombre del que estaba enamoradísima y mi nena tenía un
año. Pero después de cinco meses de escribirnos, decidí
dejar a mi marido para irme a vivir con este hombre a Rosario, llevándome
a mi hija. La aventura de Inés duró poco, cuatro
meses de convivencia, pero hasta el día de hoy ella asegura que
fue el mejor sexo (virtual y real) que tuvo en su vida.
Así y todo, no deja de ser un terreno en el que la ficción
pone la música y los usuarios siguen el ritmo. A fin de cuentas,
lo que hay de por medio es una pantalla e infinidad de cables e intermediarios.
El crítico Daniel Link sostiene que en la medida en que
sólo es escritura, en el chat que alguien sea hombre o mujer
solamente se entiende como una afirmación. La idea es que esa
construcción sea verosímil; la persona tiene que hacer
un mínimo de esfuerzo para parecer una mujer o un hombre. En
ese sentido, es un efecto de escritura. Uno puede creer o no, en general
hay mucha resistencia y mucha sospecha ante eso, entonces está
la exigencia de la fotografía o un archivo con la voz, como si
eso bastara, porque podés mandar una foto cualquiera. Además,
hay una operación de humanización, porque lo que yo percibo
son palabras en una pantalla, detrás de las cuales hay que suponer
que hay una persona, pero puede haber varias personas, muchas veces
sucede que hay gente relevándose, en un cibercafé, por
ejemplo. Entonces, lo que uno hace es un esfuerzo por hacer de eso una
comunicación, que es casi el equivalente del viejo solitario
de Windows, que la gente, en vez de hacer eso, prefiere jugar a esto.
Para que funcione, para que en la cabeza de uno eso cierre, se tiene
que humanizar al que está del otro lado, en un sentido, imaginarlo
como si fuera una persona. Pero pueden ser varias, puede no ser ninguna.
Somos personas completas y estamos tratando de establecer algún
tipo de relación. Me parece que, si hay algún tipo de
transformación de la identidad y de la subjetividad, es porque
uno accede, y se comporta de alguna manera en particular, donde acepta
la ficción, inclusive. Pasa eso: son personas que están
actuando, que están en un universo ficcional y por ahí
no son conscientes de hasta qué punto lo es. Sin caer en obviedades,
podría decirse, entonces, que la única verdad es la realidad:
para el caso, la única realidad en medio de tanta virtualidad
serían los textos que los distintos usuarios emiten.
Buenos modales
Claro que, como todo ámbito de relación social, la red
tiene sus manuales de conducta, sus propias reglas para juzgar el buen
o mal comportamiento y sus modismos para abreviar o dar por sobreentendidos
algunos conceptos, sólo que, en su mayoría, son implícitos,
y es difícil hallarlos compilados. Por empezar, gran parte del
lineamiento a respetar está dado por los nombres de las salas
disponibles, como romance, a que no me enamoras,
tímidos, sexo o literatura.
Sin embargo, además de las ofrecidas por cada sitio en particular,
los usuarios pueden crear ellos mismos otras salas privadas o
de participación libre, y así proponer a su antojo
el tópico, algo que, por otra parte, puede evitar momentos desagradables.
De otra manera, no habría más que imaginar lo que sucedería
si los concurrentes de Seamos amantes en Medellín
o Bisexuales de oficina se cruzaran incautamente con los
de Cristo vive, Hombre millonario busca esposa
o Sociedad de los poetas vivos. Ni qué hablar de
Estoy solo, una sala que, fiel a su nombre, cuenta con un
solo usuario, aunque no quede claro qué es en realidad lo que
desea.
Uno de los sitios de conversación en castellano más concurridos,
el Talk Planet de Starmedia, en su apartado sobre netiquette determina
como malos modales y, por lo tanto, motivos de expulsión
de la charla hostigar, amenazar, avergonzar o causar incomodidad
o molestia a otro participante de la charla, interrumpir
el flujo normal del diálogo o hacer que la pantalla de un salón
de charla se desplace más rápido, de manera que los otros
miembros no puedan escribir en ella o cualquier otra acción con
efecto de interrupción similar, o imitar a cualquier
persona en la charla. Pero además de esas interdicciones,
existen otros códigos más herméticos, como no escribir
todo en mayúsculas se considera gritar, o simplemente
comunicar BBL siglas de be back later, regreso más
tarde, que sólo pueden aprenderse en la práctica.
Más allá de esas reglas, las intervenciones en estas salas
se encuentran absolutamente despojadas de cualquier otro saber sobre
la conducta como los que deben aplicarse en la vida cotidiana, por ejemplo,
es posible saltar de sala en sala o abandonarla en medio de una conversación
sin necesidad de disculparse y sin riesgo de pasar como alguien poco
considerado. Y ésa es otra de las grandes diferencias de la sociabilidad
virtual. Si bien una sala puede equipararse con una mesa de bar a la
que sentarse con desconocidos para pasar el tiempo, estos protocolos
hablan de un algo más: con excepción de los lazos establecidos
con anterioridad y continuados por correo electrónico, no hay
ningún tipo de compromiso, es sólo ese momento, bajo ese
seudónimo. En tanto que producción social, y tal como
plantea Ford, la red refleja los conflictos culturales de esta
cruel aldea global. Y también de su institucionalización.
La cuestión, entonces, radicaría en comprender si las
relaciones amorosas y amistosas electrónicas forman parte de
un conflicto el del aislamiento, de su solución,
o de ambos. Porque, está claro, ese mundo se cierra al desconectar
la línea telefónica. Después de eso, se retorna
al punto de partida: sólo una persona frente a la máquina
(vacía). Tal vez, como afirma Meler, las relaciones virtuales
sean una modalidad innovadora que viene a llenar una necesidad.