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Una chica variable

La platea conoce a la catalana Ariadna Gil vestida de varón a través de la película Belle Epoque del español Fernando Trueba en donde, según sus propias palabras, se dio el gusto de sacar a bailar chicas y hacer que “ligaba como ligan los tíos”: ahora está filmando en la Argentina Nueces para el amor, de Alberto Lecchi, donde tuvo que renunciar al traje cruzado para meterse en el personaje de una militante política.

Por Moira Soto

La extrema fragilidad de su físico es contrarrestada por la determinación de sus pómulos, la firmeza de su boca naturalmente pulposa, la intensidad de la mirada oscura bajo los párpados pesados que le dan un aire ligeramente asiático. El público local recuerda a la actriz española –catalana, para más datos– Ariadna Gil sobre todo por su interpretación en Belle Epoque (1992), del director Fernando Trueba. Lamentablemente, otras interpretaciones cinematográficas muy elogiadas –algunas premiadas– de Ariadna no llegaron a estas playas (Antártida, 1995; Malena es nombre de tango, 1996, sólo vista por cable; Libertarias, 1996). Ahora, esta acuariana licenciada en el Instituto de Teatre de Barcelona, madre de una niña de casi tres años, está en la Argentina filmando los últimos tramos de Nueces para el amor, una coproducción con España dirigida por Alberto Lecchi. Es la historia de los sucesivos encuentros amorosos, a través de los años, en Buenos Aires y en Madrid, de una pareja que se conoce en los turbulentos 70 locales.
De una discreción rayana en reserva, sencillez despojada en el vestir, la cara sin un gramo de maquillaje, el pelo cortito (la melena de las fotos es sólo para la ficción), Ariadna Gil se presta cordialmente a la entrevista, pero no se entrega. Está claro que a esta chica nacida en el ‘69, de aspecto adolescente, no le entusiasma hablar de ella misma y menos aún exponer su intimidad, lo que lleva a valorar doblemente sus declaraciones. Después de actuar en Libertarias y tener a su hija Violeta, Gil volvió al teatro en Barcelona con La Gaviota, de Chéjov y Salvados de Eduard Bond, para zambullirse luego en el cine filmando en Francia, los Estados Unidos, España y actualmente en la Argentina.
El placer de actuar
como varón

¿Te sentís tironeada entre el cine y el teatro o se trata para vos de expresiones complementarias?
–Es el mismo oficio de actriz, pero ejercitado de forma distinta, en todos los niveles. En el teatro hay que poner la voz, el cuerpo, ensayar mucho más, hacer la misma obra durante meses y a la vez esto resulta cambiante, sorprendente cada día. Es otra técnica para llegar al público que está ahí, mientras que en el cine a veces el mismo actor no sabe bien qué es lo que está haciendo, lo que va a atrapar el director. Un pequeño gesto pesa muchísimo según el encuadre y el movimiento de la cámara. El teatro es más del intérprete, una escuela y un placer para el actor. Yo personalmente disfruto más como actriz en el teatro, pero como espectadora en el cine. En el teatro sufro por los actores, en el cine me abandono a la sala oscura, a lo que me están contando.
¿Fue una vocación temprana la tuya?
–Era algo que me gustaba, tendía a ello. Desde siempre, desde pequeña, deseaba ir a la escuela de teatro. Quería actuar, también bailar, hacer música, ese tipo de expresiones artísticas. Me he quedado con la actriz. Tampoco he sido nunca una persona tan extrovertida, pero quería probar. Y he tenido la suerte de que todo me ha venido muy fácilmente. Nunca debí luchar, todo se dio naturalmente. Estudié, salieron las oportunidades, nunca me encontré sin trabajo. Claro que hay que dar algo a cambio de esas oportunidades, y si lo das seguramente surgirán otras cosas.
Son contadas las actrices que se han travestido en el cine, sobre todo en relación con la cantidad de varones que se han caracterizado de mujer. A vos te tocó hacer en Belle Epoque a una chica que se viste de chico y actúa como varón.
–Sí, es diferente cuando una mujer se viste de varón, es más inquietante. Mientras lo hacía no tuve conciencia, pero después sí, cuando vi el efecto que causaba ese tango que yo bailaba de hombre. Me di cuenta de que les daba mucho morbo a los hombres y a las mujeres. Para mí ha sido uno de los placeres que me da esta profesión: poder actuar como un hombre. O sea: la ambigüedad, que sea una mujer vestida de hombre que le gustan las mujeres, y en ese momento le guste ese hombre porque va vestido de mujer. Lo que se dice rizar el rizo no era una cosa obvia, sino más bien sutil. Y yo tenía que ligar como ligan los tíos que es muy distinto de cómo lo hacen las tías, socialmente ¿no? Al menos, lo que nos han enseñado y metido en la cabeza. Era una placer terrible poder mirar cómo miran los hombres, poder sacar a bailar como ellos. El personaje estaba bien contado, funcionaba de verdad, y si me atenía al guión y al director, salía solo, sin indagar demasiado, con el bigote incluido.
¿Qué impresión tuviste al leer por primera vez el guión? ¿Te achicaste en algún momento frente al personaje?
–Mira, el guión lo leí viniendo a Buenos Aires, cuando viajé con Amo tu cama, rica, que se daba en una semana de cine español. Fernando Trueba, el director, me había dicho que dudaba entre varias actrices, y que quería hacerme una prueba. Me leí el guión como si fuera una novela, está muy bien escrito, me llevó a una época que me gusta mucho, de la que mi abuelo me había contado muchas cosas. Me detuve en mi personaje, leí la escena del tango, la volví a leer. Pasé cuatro días muy buenos aquí, pero obsesionada por la idea de volver y tener este personaje. ¿Achicarme? Ni asomo. Era un personaje precioso y se adivinaba una película extraordinaria.
¿Qué fue exactamente lo que te provocó tanto placer del personaje?
–El ponerme en la piel de un hombre y conducirme como él. Porque es algo que en general no hacemos las mujeres. Algunas sí, por supuesto. Fue una experiencia muy divertida, mirar a una mujer como la miran los hombres. Yo no sé bien lo que sienten ellos, porque no soy un tío. Pero la miraba con otra mirada, con más iniciativa. A mí me resultaban más difíciles las otras escenas, cuando voy vestida de mujer y soy una hermana más. La escena vestida de hombre es la más fácil que he hecho en mi vida, la disfruté mucho.
¿Fuiste alguna vez una chica de las consideradas “muy femeninas”, de arreglarte y presumir de bonita?
–No, todo lo contrario. Ahora quizás un poco más. Pero no he sido nada cuidadosa de mi aspecto. No parecía muy mujer en el sentido de la coquetería, de estereotipo femenino. Respecto de la ropa, he sido más chico que chica. Me siento mas cómoda con pantalones que cuando me tengo que poner falda, tacones y un bolsito. Ahí sí que no sé bien quién soy y tengo que ocuparme del personaje.
Madre enamorada
–¿Te cambió mucho la maternidad?
–No es un cambio que se produzca en un día: tuve a mi hija y supe que me había sucedido algo muy, muy importante. Con el tiempo, sí te vas dando cuenta de que ser madre te cambia muchas cosas. Al comienzo, me sentía como hipnotizada por aquello que había llegado a mi vida. Aparecen otras responsabilidades, miedos. Miedo por mí misma que no conocía: que no me pase nada porque ella me necesita. Ahora tengo una conciencia distinta de la vida. Y luego eso de que te enamoras completamente, y de por vida. Creo que no se me va a pasar nunca, aunque me canso, me enfado, a veces es duro. Violeta tiene casi tres años, una edad en que los chicos crecen a diario y son tan transparentes, tan buenos. (A pedido, Ariadna saca una billetera con la foto de una chiquita rubia, lindísima, que se ríe con ganas.) No voy a decir nada yo... Es bestial. Acaba de empezar el jardín, por eso esta vez no viajó conmigo. Se quedó con el padre y una persona que la cuida.
Creo que hay que tener hijos cuando una los desea y le apetece y el cuerpo te lo pide. Tampoco es que crea que tenerlos sea la única realización posible de la mujer.
Integridad
de militante

¿Cómo aparecen estas Nueces para el amor en tu horizonte laboral?
–Por correo... Bueno, me llamaron para este proyecto, que es una coproducción con España. Me mandaron el guión sin yo saber muy bien quién era Alberto Lecchi. Lo leí y me gustó mucho, es muy referido a la historia argentina, transcurre a través de casi veinticinco años: una chica de veinte y un chico de diecisiete se conocen en el ‘75, hay romance. La relación se rompe y no se ven hasta el ‘82 en Madrid, donde se encuentran por casualidad en la calle y se juntan durante dos días. Se separan hasta el ‘92, se cruzan en el metro de Buenos Aires. De nuevo se dejan de ver hasta el ‘99. La película se ocupa únicamente de los encuentros de estas dos personas, Alicia y Marcelo, porque durante los paréntesis no tienen ningún contacto entre ellos. Es una historia de amor trunca, que nunca culmina por muchos motivos. Y un amor no realizado tiende a ser idealizado, a que sigas soñando con él aunque hagas tu vida. Ninguno de los dos alcanza la felicidad, por eso cuando se encuentran hay chispas. Yo hablo con acento argentino, no me cuesta. Además, Alicia vive algunos años en España, exilada.
¿El telón de fondo político tiene un peso importante?
–Sí, sobre todo porque ella es una militante activa. Cuando Alicia y Marcelo se conocen, ella tiene una pareja, también involucrada, que desaparece. Ese es el drama terrible de ella. El chico es mucho más tradicional, más gris, aunque sensible. A través de ella toma conciencia de algunas cosas, siempre desde su mundo más cómodo y conformista. Alicia se va a Madrid, tiene una hija y al cabo de unos cuantos años regresa. Ella lleva siempre una vida muy precaria, no puede terminar de estudiar. Cuando se conocen, está en la universidad, comprometida con sus ideales, está muy jugada. Lo más fuerte del personaje es su integridad llevada a todos los momentos de su vida. Es muy coherente, no hace concesiones. Es un personaje al que todo se le escapa, literal y metafóricamente. Todo y todos se le van de las manos. En la etapa adolescente, Malena Soldá y Nicolás Pauls interpretan a los protagonistas, luego estoy yo con Gastón Pauls.
¿Tenías información acerca de la dictadura militar, del tema de los desaparecidos?
–Sí, sabía lo que había ocurrido pero no en detalle. Me puse a leer muchos materiales, me encontré con las Madres de la Plaza, algo que me conmovió personalmente. También he hablado con argentinos en el exilio. Lo espantoso es que la pareja de Alicia, cuando ella tiene veinte, ha desaparecido. Es una angustia que no se parece a nada, es peor que la muerte comprobada, y resulta muy difícil encontrar la manera de identificar ese dolor. Es algo que no tiene nombre, la indefensión total. ¿Cómo se puede asumir algo así? Me sentiría muy mal si mi trabajo no fuese lo suficientemente digno, porque hay elementos que tocan el sufrimiento real de mucha gente. Un sufrimiento que está vivo.