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China chic

Cada fin de siglo suele volver su mirada a Oriente. Hoy, mientras el falso zen invade los interiores con ambición exótica,el vestuario impone el cheongsam o quipao (según los sonidos del mandarín o el cantonés), vestido largo con apariencia de camisa, tajos y prendido con piezas de pasamanería, prenda que Madonna o Isabella Rossellini sacan a relucir cada tanto en avant premières.

Por Victoria Lescano

La iconografía de Oriente fascina a los diseñadores e inunda las propuestas del mercado cada ciclo de la moda: Yves Saint Laurent lo citó a fines de los 70, Christian Lacroix, Todd Oldham, Prada y Dries Van Noten lo incorporaron en esta década aunque nunca con tanta devoción y sin ahorrar ningún recurso como las colecciones con túnicas plagadas de lamé y bautizadas Manchu o Confucio que el modisto Paul Poiret hizo a principios de siglo. El diseño de interiores también lo venera y esa actual compulsión por el falso zen, muchas veces sin distinguir los rasgos de China, Japón y la India, recuerda una tendencia de Londres del siglo 18 donde las señoras más elegantes debían decorar al menos una de las habitaciones de sus casas con camas y sillas de un Chippendale cuasi chino y las paredes con imágenes de dragones o templos. Trasladando esa sed de Oriente a los guardarropas de este tiempo, el cheongsam o quipao (según los sonidos del mandarín o el cantonés), léase vestido largo con apariencia de camisa, tajos y prendido con piezas de pasamanería que adoradoras del exotismo como Madonna o Isabella Rossellini cada tanto sacan a relucir en avant premières pareciéndose a camareras de karaoke, es la prenda más codiciada.
Desde la aparición de sus primeros ejemplares, en 1911, es el favorito de las mujeres independientes y se comprobó que sus primeras adeptas fueron estudiantes universitarias.
Así como Audrey Hepburn simboliza al vestidito negro, la santa patrona del cheongsam es Susy Wong, un personaje de la novela de aventuras El mundo de Susy Wong. Sus aventuras inspiraron una película de los sesenta donde la actriz Nancy Kwan, en su rol de prostituta, cautiva a William Holden con un modelito que dan ganas de salir a comprarse uno.
Otras señales de su poder de convocatoria: así como Travis Banton y Edith Head lo usaron para vestir a la primera sex symbol oriental Anna May Wong, John Galliano lo aggiornó para subir la ventas tras su arribo a Christian Dior y para celebrar la reunificación de Hong Kong, Mattel lo veneró en un edición especial de Barbie llamada Golden Qui pao, una partida de 8888 piezas dotada de una caja exótica, una moneda de oro y un librito sobre moda china.
Hoy la empresa Shanghai Tang dedica cinco pisos de su megaboutique neoyorquina de la avenida Madison a la iconografía chinese de los 30, reivindicando los cheongsams hechos a medida, al punto que junto a los displays con pijamitas, chinelas, colonias y papelería hay otro con sedas exquisitas y un grupo de costureras les da forma pedaleando a la vista del público.
En 1949, con la revolución en los códigos de vestimenta que impuso el maoísmo, se volvió uno de los artilugios más condenados por el libritorojo de Mao, junto con la perversión de los pies vendados, y su circulación quedó relegada a la escuela de sastrería a medida de Hong Kong.
La fusión de estilos entre Oriente y Occidente fue tema de una reciente muestra de moda en el museo de Brooklyn y también inspiró a Valerie Steele, curadora del Fashion Institute of Technology (FIT) de Nueva York y autora de tratados de moda de consulta indispensable como Mujeres de la Moda, a publicar, China Chic, un recorrido por la indumentaria de la China que oscila entre las batas con dragones emblemáticos de los emperadores, los vestidos camisa y el uniforme del maoísmo.
Steele revela que el verdadero creador de los trajes austeros que por error llamamos “mao” fue Sun Yat-se, el primer presidente de la República China en 1912.
Nacido en una familia cantonesa con acentuado desprecio por lo manchú, entre sus influencias culturales se destacan estudios en escuelas de Hawai, la Facultad de Medicina en Hong Kong y una esposa devota del estilo americano. En sus días de revolucionario en el exilio durante la dinastía Qing, Sun Yat-se vestía con trajes con chaleco dignos de sastres de Savile Row, después probó robes largas y galas prusianas hasta que finalmente se decidió por una síntesis de los trajes militares que fue de rigor en los revolucionarios de los años veinte.
Durante la Revolución Cultural, cuando la paleta de colores se limitaba al azul, gris o verde y el rojo sólo fue permitido en la ropa infantil, aunque los posters de la época mostraban a mujeres en algunos casos con falsas estridencias cromáticas y chaquetas floreadas, la moda fue tema de persecuciones. Armados con tijeras los guardias rojos recorrían las calles de la ciudad buscando mujeres burguesas que osaran ponerse vestidos demasiado largos, ajustados o peinados con permanente. El incidente que mejor ilustra ese espíritu combativo sucedió en 1966, cuando Wang Guangmei, la esposa del presidente Liu Shaoqi, debió pasearse por el anfiteatro de la Universidad Qunghua vestida con un cheongsam, zapatos de taco alto y collar con pelotas de ping pong, acusada de haberse vestido con uno de esos vestidos y un collar de perlas durante una visita oficial a Indonesia en 1963. Fue torturada y luego condenada a diez años de prisión.
La revolución
en chemise

Otra trendsetter fue sin dudas Jiang Qing, la esposa de Mao Tse Tung, Aunque en público pregonó la austeridad fue acusada de usar trajes occidentales en su mansión. Su pasión por la moda se alimentó en sus días de oscura actriz de cine y en 1974 lanzó algo bastante parecido a su propia a línea de ropa, supuestamente inspirada en trajes tradicionales de la dinastía Song, aunque con claras influencias de los vestiditos chemise de los 50. Una versión sobre sus intentos de fashion designer indica que encargó una producción de 80.000 de esos vestidos en una fábrica de Tianjin, que como no tuvo aceptación en los ciudadanos chinos recaló en los cuerpos de los integrantes de la ópera y bailarines que ella apadrinaba. Las bailarinas de The red detachement of Women un ballet oda al comunismo, muestran su versión del traje maoísta aplicado a chaquetas y shorts que parecían cortados por sastrerías de los mejores estudios hollywoodenses y tuvo a modo de accesorios zoquetes, pañuelos rojos y espadas.
Las robes con bordados donde el dragón es el principal estampado representa desde la dinastía Song códigos de rangos y distinción y la riqueza de los textiles funciona como otro de los pilares del estudio de la curadora del FIT. “El amarillo era el tono exclusivo del emperador y cada prenda debía incluir nueve dragones con otros elementos sagrados: el sol, la luna, el fuego, los cereales, el símbolo fu en representación del bien y el mal, que se conjugaban con plumas y botones en producciones tan elaboradas que llevaban cinco años de bordados artesanales.” Para ilustrar la obsesión por la vestimenta y el cuidado personal tan afín a la culturas chinas primitivas cita escritos históricos. “Si no fuera por Guan Zhong, usaríamos el pelo desprolijo y nos prenderíamos los trajes del lado izquierdo”, destaca un pasaje de Analects de Confucio del 400 antes de Cristo, mientras que cien años más tarde un texto de Mencius aportó una anécdota sobre la apariencia y su relación con el orden. “Si la gente se pelea en la misma casa donde usted vive, debe separarlos aunque su pelo esté desprolijo y su sombrero desatado. Pero si la lucha transcurre en el vecindario sería un error presentarse con semejante aspecto, lo mejor es que se encierre”, recomendaba.
Aunque para los occidentales las diferencias resulten invisibles los códigos de la vestimenta femenina fueron el recurso con que las chinas y las manchú se preocuparon por diferenciarse entre sí, “mientras que las chinas adoptaron una mezcla de chaquetas, faldas y pantalones y usaban en sus jornadas de ocio acostadas en kaans, los muebles multipropósito que hacían de cama, silla y sillón, las mujeres manchú tuvieron predilección por robes largas y plataformas”, apunta Steele como pistas para diferenciarlas.
Mao en versión pop
Dora Wong, considerada la primera diseñadora contemporánea dejó China en 1957 y a principios de los sesenta plantó una boutique junto al Hilton de Hong Kong, donde ella vendía su línea de bordados artesanales vestida con trajes sastre occidentales y camisas con jabots.
Cuando en los setenta Marc Bohan rescató los uniformes de los campesinos, Yves Saint Laurent puso sus ojos en trajes de samurai y Pierre Cardin organizó su primer desfile en Beijing y Shanghai –cuentan que los vestidos que regaló a las modelos les fueron confiscados–, la revista Time bautizó la tendencia como “Mao a la moda”.
Hoy los nombres más representativos de la moda china son mujeres. Vivienne Tam, Yeohlee Teng, Anna Sui y Hang Fen son las firmas más representativas que lograron ingresar al mainstream de la moda americana. Graduada en diseño en la Universidad Politécnica de Diseño de Hong Kong, Tam logró remixar signos y convenciones de la cultura china con una estética pop.
Su colección del verano 1998 fue un éxito de ventas por sus representaciones de budas en trajes de cocktail, el vestido con prints de Mao con valor agregado de transparencias y otros lugares comunes como citas a los cinco elementos que predica el Feng Shui. Su boutique del Soho, decorada con esculturas de dragones, fue precursora en incorporar telas símil papel, que fueron lanzadas junto con una línea de trajes con una variedad de paños con aceite que sólo se desarrolla en un taller del sur de China.
Yeohlee Teng, en cambio, adhiere a una línea más intelectual al estilo de la japonesa Commes des garcons. Ella deja a un lado los recursos ornamentales de sus antepasados para inspirarse en las construcciones y formas geométricas de las robes y coronas de los emperadores.
Anna Sui es hija de chinos radicados en Detroit y devino en diseñadora favorita de la modernidad neoyorquina y los rockers. Como principal influencia reconoce los quipaos que usaba su tía cada vez que visitaba a su familia, que ella interpretó en versiones más acordes a su pasión por el punk.
Para burlarse de las restricciones de colores de su infancia durante la Revolución Cultural, su última colección con abundantes sedas de colores le valieron el apodo del Vogue americano “la mejor colorista del estilo chino”. En sus desfiles, como no podía ser de otra manera, los invitados toman té de jazmín y las modelos en lugar de pasearse de acuerdo con los últimos hits caminan atentas a los sonidos de un gong.