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Lolita vive

La fotografía en la tapa de una revista de ninfas menores de edad –como suelen ser la mayoría de las ninfas– desató una tormenta. En el medio, la diputada provincial Susana Amaro presentó un proyecto de ley para “contrarrestar la proliferación de concursos de belleza y desfiles de carácter eminentemente comercial, en los que participan adolescentes con ropa interior y aún en topless”, una iniciativa que contó con un respaldo de sectores tan diversos como grupos de feministas y personajes abiertamente conservadores.

Por soledad vallejos

Con la llegada de la primavera, seis chicas fotografiadas semidesnudas en la tapa de la revista Gente trajeron de las narices un (pseudo) debate nuevo sobre algo, en realidad, bastante más complejo de lo que se supone: las lolitas, y su creciente intervención, de momento, en el mundo de la moda. En los primeros debates, sólo se atinó a plantear una disyuntiva moral, mayormente aplicada a la relación de menores de edad con el mundo del trabajo. Sin embargo, resulta difícil perder de vista que este enfoque se agota en sí mismo, ya que no se trata sólo de sentar posición ante el ingreso o no de menores de edad al mercado de trabajo: hay un más allá considerablemente más oscuro. Y es que, si lo que causa el revuelo es la exhibición de niñas –por lo general, no superan los 16 años–, cabe preguntarse por el público que deposita su mirada sobre esos cuerpos. En tanto producto mediático, las publicidades protagonizadas por estas adolescentes necesariamente están destinadas a algún tipo de consumo que no sólo las acepta con beneplácito, sino que también las reclama, o, por lo menos no las rechaza. (De hecho, se habla de una tendencia en aumento.) El camino es sencillo: donde existe un consumo, existen consumidores y consumidoras. Por otra parte, esas existencias pueden hablar de otros factores que las facilitan. Será cuestión, entonces, de ensayar una mirada más abarcativa.
¿Quién decide?
Por regla general, la historia de una niña devenida modelo precoz es la misma: había un concurso de belleza –evento de scouting, o reclutamiento, para adaptarse a términos más exactos–, la pequeña insistió hasta convencer a los padres de que le permitieran inscribirse, ganó y comenzó a enredarse en una vorágine de castings, desfiles, sesiones fotográficas y fiestas para mostrar su figura. En los casos de novatas, la paga de una jornada puede equivaler a un sueldo promedio de la era neoliberal. En estos términos, no es necesario reflexionar demasiado para reproducir el probable razonamiento de más de un padre y una madre. Pero la aceptación de estos hechos puede convertirse en un arma de doble filo. Silvia Chejter –integrante de Cecym– plantea que “hablar de las lolitas es hablar de una mirada masculina adulta hacia las niñas. Esas chicas están expuestas al mundo adulto y al mundo masculino, pero hay una interferencia: no son lolitas porque lo deciden, se van haciendo en este mundo donde el cuerpo de los niños se convierte en objeto de consumo”. Por más que mil y un testimonios de padres y madres de modelos precoces afirmen que se trata de una decisión consentida, y, en algunos casos consensuada, existe una (innegable) presión social emparentada a un círculo vicioso: el mismo tipo de belleza que (se) vende es el que forma y el que se busca en las mannequins jóvenes. Los cuerpos delgados, con más de un rastro infantil pero con algunas curvas es lo más cercano a un ideal andrógino. Y es allí donde se regodea el deleite vouyerístico, jugando en los límites de la niña a punto de transformarse en jovencita, deslizando una mirada adulta netamente sexual, lo cual no implicaría interferencias de no ser porque recae en cuerpos aún infantiles. No se trata de negar la sexualidad de niñas y adolescentes, sino de reconocer que ésta queda en manos de los adultos, en lugar de desarrollarse con sus pares. “Es una intrusión de los adultos, es una cuestión comercial donde se conjuga el voyeurismo adulto con un uso comercial de esa sexualidad”, dice Chejter. La paidofilia está a sólo un paso, al igual que la explotación sexual.
En junio de este año, tras la sesión convocada en Ginebra, el Grupo de Trabajo Contra las Formas Contemporáneas de Esclavitud –integrado por la Coalición Contra el Tráfico de Mujeres Internacional, el Movimiento por la Abolición de la Pornografía y la Prostitución, Igualdad Ahora y La Red del Norte– incluyó entre otros ítems de su resolución el reconocimiento de que “el desarrollo de la industria sexual en el mundo se sostiene gracias a un creciente y cada vez más lucrativo mercado del sexo, el cual se basa en la cosificación de la mujer y de los niños y además socializa a las nuevas generaciones de hombres y muchachos de manera que consideren y traten a las niñas como objetos sexuales”. Basta pararse cinco minutos ante un puesto de diarios para verificar que los cuerpos prestos al deseo son de chicas, y que en más de una ocasión recuerdan las tapas de revistas previas a los años en que se quemaban corpiños en público. Sin embargo, hay diferencias con su mero establecimiento como objetos sexuales: se trata de adolescentes que entran de lleno al mundo adulto para jugar a ser mujeres. “El ingreso al ámbito de la moda es uno de los canales de reclutamiento para la industria sexual, eso es lo peligroso, no la moral. Como la explotación del cuerpo de los otros está penada por ley, el camuflaje es la moda. El problema, también, es que esos papás que las alientan y a los que les parece bárbaro son los mismos que consumen como clientes de la prostitución. Y esta situación también puede asociarse al abuso sexual intrafamiliar. De esta manera, se va creando un modelo erótico que está basado en criaturas cada vez más jóvenes. Recordemos que en esto está el problema de la demanda: es un negocio ligado a una demanda, hay quienes las demandan y no sólo porque son lindas y las amen sino porque comercialmente rentables”, remarca la sexóloga Sara Torres.
El discurso social no sabe de puntos medios. Siguiendo sus lineamientos, podría dividirse a la juventud en dos grandes grupos: los varones que delinquen y las chicas que exhiben su cuerpo. En el caso específico de las adolescentes, no es necesario bucear demasiado para encontrar enunciados capaces de superar esa cosificación imperante en la publicidad. Sin ir más lejos, la propaganda gráfica del programa de Mariano Grondona en el que se debatió el tema lo planteaba de una manera un tanto pintoresca: “¿Cuál es el libro preferido de las nenas? Cualquiera que, apoyado sobre sus cabezas, les sirva para aprender a desfilar”, para, unas líneas más abajo, preguntarse si era necesario “defender la integridad moral de la juventud”. Por otra parte, en esta ecuación se deja de lado un polo, el de los padres que facilitan o permiten la resolución.
En medio de la tormenta, la diputada provincial Susana Amaro presentó un proyecto de ley para “contrarrestar la proliferación de concursos de belleza y desfiles de carácter eminentemente comercial, en los que participan adolescentes con ropa interior y aún en topless”, una iniciativa que contó con un respaldo de sectores tan diversos como grupos de feministas y personajes abiertamente conservadores. La piedra del escándalo probablemente haya sido la tapa referida, pero poco antes de eso una nena de 13 años resultó ganadora de un certamen de belleza nacional, en el que fue votada por un jurado de modelos, el representante de una agencia y actrices. En el programa que Verónica Varano tiene en el hogareño canal de cable Utilísima satelital, suele realizarse una competencia de habilidades entre los hijos e hijas de las y los espectadores. Pues bien, en uno de esos certámenes una niña de 8 años bailó cual odalisca, y la sentencia de una de las chicas del jurado no fue otra que “¡fue super sexy!”, a lo cual ninguno de los asistentes presentó ninguna objeción. Seis años atrás, una Nicole Neuman de doce años dio sus primeros pasos como imagen sexy en estudios fotográficos y pasarelas.
Historia y paidofilia
La presencia de estas lolitas reinstala una situación en la que todo el deseo está en manos de los adultos que cultivan la sexualidad de su imagen, mientras que ellas son deseadas simplemente por su belleza –entre infantil y adolescente– y su inocencia. En ellas, a pesar de las miradas insinuantes y los cabellos estratégicamente revueltos, no hay el menor indicio de maldad. De hecho, son toda ingenuidad, o eso cabe sospechar de ellas. “Entre los límites de los 9 y los 14 años, surgen doncellas que revelan a ciertos viajeros embrujados, dos o más veces mayores que ellas, su verdadera naturaleza, no humana, sino nínfica (o sea demoníaca)”, teorizaba Nabokov en Lolita. Esas pequeñas dominatrices ignorantes de su poder, que conjugan ingenuidad y perversidad al saber manejar no el sexo, sino la “magia” que pueden irradiar sus miradas, no son un producto de este siglo, ni siquiera de este milenio. Salomé, hija de Herodías, deseada por su padrastro Herodes aparece representada como mujer, pero no son pocos los indicios para creer que la princesa era una niña. En Las tentaciones de San Antonio, Flaubert hace aparecer a un “hermoso y oscuro niño entre las dunas, revelándose como el espíritu de la fornicación”. Es sabido que Lewis Carroll dedicó Alicia en el país de las maravillas a una de las niñas que retrataba en escenas más que insinuantes. Dante quedó fulminado al conocer a Beatriz, de sólo nueve años. ¿Un ejemplo más prosaico? Elvis muerto de amor por los catorce esplendorosos años de Priscilla. Además de las cotizadas fotos de David Hamilton.