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La pelirroja Bernadette Peters interpreta en el teatro Marquis de Broadway a la célebre vaquera Annie Oakley y está impagable. Dicen quienes vieron el estreno con Ethel Merman que su versión se aproximaba más al estilo
marimacho, con ropa muy holgada y movimientos bruscos. La pieza es, entre muchas cosas,
un homenaje a las mujeres que hicieron la historia del Oeste.

Por Moira Soto
desde Nueva York

En El hombre que mató a Liberty Balance, de John Ford, se dice .-palabras más, palabras menos– que si la leyenda se volvió realidad para el público, hay que contar la leyenda. Y, por cierto, la comedia musical de Irving Berlin, Annie Get Your Gun, estrenada en 1946 y reestrenada este año en Broadway, opta por el complaciente y poco arriesgado registro de la leyenda, más cerca del cuento de hadas que de cualquier forma de realismo documentado. Sin embargo, el espíritu jovial y perseverante de Annie Oakley sobrevuela la puesta de Graciela Daniel, convenientemente actualizada en su relativa political correctness original (en la versión de los 40 había comentarios burlones sobre los indios y cierto machismo al uso en los dichos de Frank Butler; en la actual, el lavado ha lavado su cara y se ha incorporado a una pareja secundaria interracial de blanquita y aborigen). Por lo demás, esta reposición en el enorme Marquis Theatre tiene el atractivo ingenuo pero enternecedor de un cromo antiguo, donde cada figurita ocupa su lugar en un relato previsible, con vestuario reconocible, coreografías decorativas y una música para salir tarareándola del teatro. Entre las coloreadas figuritas está, claro, el mítico Buffalo Bill, que aparece antes de que se corra el cortinado, tal cual todos se lo imaginaban -.melena y perilla plateadas, sombrero, flecos, botas, etc.– y anuncia ¿qué creían ustedes?: la verdadera historia de Annie Oakley...
Contar la leyenda
Ni tan recia como en la versión de Barbara Stanwyck (1936), ni confitada en el estilo de Betty Hutton reinando en el circo (1950), ni tan desglamourizada y patética como la encarnó Geraldine Chaplin bajo la dirección de Robert Altman en 1976 (Bufalo Bill y los indios), Phoebe Ann Moses no fue exactamente una heroína del Oeste norteamericano sino una mujer que desde muy niña supo que lo suyo era disparar armas de fuego y convirtió esta habilidad en una profesión rentable, ganando concursos, trabajando en un circo y enseñándoles a tirar (en muchos casos sin cobrarles) a miles de mujeres. Por el camino encontró a un marido tirador lo suficientemente enamorado como para reconocer la superioridad de ella. En verdad, la experta sharpshooter Annie Moses .-que adoptaría más tarde el apellido artístico Oakley– tampoco fue una pionera en esto de manejar las armas de fuego mejor que los ingredientes para hacer una clásica torta de manzanas: durante el siglo XIX, el lejano y salvaje Oeste norteamericano fue atravesado por numerosas pioneras que en mucho casos aprendieron .-al decir de una de ellas, Agnes Morley– que “un revólver de seis tiros iguala a hombres y mujeres”. Más allá de las legendarias Calamity Jane y Belle Star, la conquista del Oeste incluye nombres prácticamente desconocidos, tanto de chicas de su casa que eligieron dejarla seguridad y el confort del Este en compañía de sus maridos y a menudo con hijos chiquitos, como de aventureras de rompe y rasga que vistieron ropas masculinas y, en ocasiones (Catlle Kat y una tal .-sic– Elizabeth Taylor), terminaron en la horca acusadas de cuatreras.
Los nombres de estas bravas mujeres que “no se vieron sujetas a la victorianización de las blancas en el Este sino a condiciones sociales de otra especie” (Dorothy Gray, Mujeres del Oeste, Ediciones Tres Tiempos), se acumulan entonces a lo largo del XIX, incluidos los de negras que habían conocido la esclavitud .-por caso, Biddy Mason– y estuvieron dispuestas física y emocionalmente a luchar por su libertad y la de sus hermanas de etnia (sujetas al igual que las indias, las chinas, las mexicanas, a un plus de discriminación machista en un territorio todavía sin leyes).
Narcissa Whitman quiso desde muy joven ser misionera presbiteriana entre los indios, y marchó hacia el Oeste con su marido. Tuvo un viaje tan penoso como el de Mery Bulgar Murphy (que parió al pie de la montaña sin asistencia médica) o Tamser Doner, quien en 1846 optó por quedarse (y morir) en la nieve junto a su esposo agonizante. También a mediados de siglo, Juliet Brier, casada con un ministro protestante y madre de tres chicos, emprendió animosamente el camino a California; después de impresionantes dificultades en el Valle de la Muerte, se estableció con su familia en el cañón Soledad y, ya que estaba, tuvo otros tres críos. Uno de los participantes de la aventura, William Lewis Manly, escribió respecto de Juliet: “Todos estábamos de acuerdo en que ella era el mejor hombre del grupo. Supo sobrevivir y ayudar a los demás con gran valentía”.
Algunas de las mujeres del Oeste, además de hacer la historia, la contaron: Louise Amelia Knapp Smith Clappe, más conocida por su nom de plume, Dame Shirley, dejó en cartas a su hermana Molly sabrosas crónicas de la vida en las minas que, después de publicadas, dieron base a populares narraciones como las de Brett Harte. Lectora apasionada, ella hizo con naturalidad un abrupto pasaje del estereotipo de rubita frágil y coqueta de ciudad a la mujer segura, vital y emprendedora que, al tener que partir de la Sierra, escribió: “Me gusta la vida bárbara y salvaje, se me rompe el corazón al abandonarla...”.
Entre los nombres de Juanita la Mexicana, Donaldine Cameron, Margaret Culbertson y tantas otras damas, resalta por méritos muy singulares el de Esther Hobart Morris, la “madre del sufragio femenino”, robusta señora de metro ochenta, viuda y vuelta a casar, con varios hijos, que abrazó la causa del voto femenino y la de los derechos de la mujer en general. Gracias a sus gestiones .-firmes, concretas, prácticas y efectivas– frente a los políticos, el 6 de setiembre de 1870, las mujeres de Wyoming mayores de 21 fueron a votar. Ocurrió en el Lejano Oeste, por primera vez en el territorio de los Estados Unidos y en el mundo entero.
Directo a la cabeza
Nacida el 13 de agosto de 1860, en Ohio, cuarta hija de Jacob Moses y Susan Wise (después de ella llegaron tres más), Phoebe Ann fue llamada Annie por sus hermanas cuando todavía se balanceaba en la cuna con llamativo vigor para sus exiguas proporiones (siempre fue tamaño “de bolsillo”). Pocos años después, a la edad en que las niñitas, incitadas por el medio ambiente, prefieren vestir y desvestir muñecas y jugar a la casita, Annie se apartaba de sus hermanas mayores para participar de las charlas entre su único hermano varón y daddy Jacob y, sobre todo, de la limpieza del rifle que estaba sobre la chimenea. “Creo que el amor por las armas nació conmigo”, declaró alguna vez Annie, cuando ya había adoptado el apellido Oakley y se había convertido en imbatible campeona de tiro al blanco. A Annie le encantaba acompañar al padre cuando salía a cazar conejos que luego guisaban su madre y sus hacendosas hermanas. Annie se desvivía por cargar el rifle y no veía el momento de disparar de una buena vez. Desgraciadamente, no pudo hacerlo junto a su padre, que murió una día nevado cuando la chica tenía tan sólo seis años. Al dolor por la pérdida se sumaron los graves problemas económicos que debió enfrentar la familia. Es famosa .-y al parecer, cierta– la anécdota de Annie, empeñada en colaborar con piezas de caza, a los ocho, disparando por primera vez el rifle a la cabeza de una ardilla, y acertando sin caerse sentada. Varios años más tarde, ya adolescente, y luego de sufrir estrecheces y humillaciones en un orfanato -.donde la depositó su madre, desesperada de ver morir a otra de sus hijas por privaciones de toda clase–, Annie perfeccionó esa destreza para poner la bala donde antes había puesto el ojo. Esto es, en la cabeza de los animales, mayormente conejos, que cazó para la mesa familiar y también para vender a hoteles y cantinas. Sus piezas eran particularmente apreciadas por no traer ni rastros de pólvora en el cuerpo.

diferentes imagenes de Annie Oakley, vaquera de armas llevar,
que dejo su leyenda al lejano oeste norteamericano.


Hacia 1881, Annie estaba viviendo nuevamente con su madre, vuelta a casar con un tal Joseph Shaw que compartía entusiastamente el gusto por las armas de fuego. En esas fechas, la joven cazadora se entera de la llegada del experto tirador Frank Butler con su show, dispuesto a desafiar a los lugareños que se le animasen. Obvio es decir que nuestra Annie concursa disparando a la cabeza de palomas de cerámica y le gana al mismísimo dueño del boliche: ella acierta 23 tiros con su Parker Brothers calibre 16, y él apenas 21. El rudo golpe al orgullo masculino no impidió que el vencido se enamorase para siempre de la vencedora. Aunque tuvo que partir casi enseguida de gira, Frank no dejó de enviarle a Annie dulcísimas esquelas y hasta un encomiástico poema. Al año, se casan y permanecerán felizmente juntos, según múltiples testimonios, hasta la muerte de ella, el 3 de noviembre de 1926, de anemia perniciosa. Frank, desolado, logró sobrevivirla escasos dieciocho días.
Una vez matrimoniados, Frank Butler, reconociendo la superioridad de Annie Oakley, le enseñó todos sus trucos y la incorporó a su show. Muy popular y querida por el público, Annie llegó a conquistar el curtido corazón del célebre jefe sioux Sitting Bull, que la llamaba afectuosamente Wantanya Ciscila (Pequeño Disparo Seguro) e intentó adoptarla como hija. No lo logró, pero Annie y Frank ingresaron al circo de Buffalo Bill Cody, donde el jefe indio tenía intereses comerciales. Al empezar sus nuevas presentaciones, la tiradora cumplía un rol menor, pero su sobresaliente eficacia la convirtió pronto en protagonista. Con el Wild West Show, la pareja realiza exitosas giras por todo el país y por Europa. De regreso en los Estados Unidos, Annie Oakley interpreta una pieza teatral escrita especialmente para ella, y posteriormente se dedica a enseñar a disparar.
En Annie Get your Gun la aparición de la adorable Bernadette Peters, petisita como la propia Annie O., con su matorral de pelo colorado y rizado, pantalones anchos de cuero y las pistolas en su lugar, hace que el teatro se venga abajo. Dicen quienes vieron el estreno con Ethel Merman que su versión se aproximaba más al estilo marimacho, con ropa muy holgada y movimientos bruscos. La admirable intérprete de Pennies from Heaven .vista sólo por el cable–, Annie (la otra, la huerfanita), Silent Movie y otros films, la protagonista de espectáculos como Song and Dance y Sunday in the Park with George, a los 51 se manda una Annie Oakley rebosante de gracia y picardía, con un dominio absoluto de la escena, un virtuoso desempeño como actriz y cantante y un diálogo permanente con el público, atento a las más leves inflexiones de su voz, a las luces de su mirada siempre cargada de intenciones. Como dijo la propia Bernadette Peters antes del estreno, Annie Get Your Gun es un show humorístico, romántico y refrescante. Un oasis algo naife para cerrar el milenio.

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