Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Stira
 

La nena de la
B O D A

Analía tiene doce años. Tenía uno menos cuando fue madre de Rodrigo, su bebé. El padre de su hijo, de 19 años, está detenido por estupro. En Campo Santo, el pueblo salteño en el que sucedió todo esto, los padres de ambos arreglaron el casamiento para limpiar el rastro del delito. La nena-madre le pone el cuerpo a esta historia.

Por Marta Dillon
desde salta

Yo no sé cómo me ha convencido, pero después ya lo hicimos más veces. Ahí él venía y me decía que yo tenía que decirle que sí, que sino se iba a ir. Igual se fue después, para cuando vinieron las elecciones él ya salía y venía acá ralo, ralo, hasta que no vino más. Y yo lo veía salir, lo veía pasar y trataba de esperarlo, me quedaba en la ventana y esperaba, esperaba hasta que me quedaba dormida. Porque él ya no volvía”. El bebé se agita en sus brazos y ella le hace ico caballito sin mirarlo ni una vez, fijando los ojos más allá de quien la interroga, allá donde su perrito arrastra la cabeza de una vaca que otros cuzcos le pelean para lamer una vez más los restos de sangre seca. Analía se levanta y dispersa a la jauría. Estos perros no ladran a los autos. Ni siquiera a los pocos desconocidos que se acercan. Estos perros escuálidos ladran por comida; se abren las fauces como pozos ciegos cuando el fuego empieza a crepitar en el brasero que enciende la mamá de Analía para cocer el guiso, como si el humo les acercara alguna promesa que casi nunca se cumple. “Yo no quería hacerlo, no sé cómo me ha convencido. Pero yo me doy cuenta que todavía me ha quedado un sentimiento, adentro tengo un sentimiento. Y me han preguntado si lo quería y yo les he dicho que me he dado cuenta que tengo el sentimiento. Pero no me quiero ir a vivir con él, me quiero quedar con mi mamá”.
Sobre la mesa, bajo la cortina negra de un millar de moscas que nunca se espantan, Analía habla bajito y hace los deberes. Su hijo lanza un gemido apagado, un llanto que no llega a concretarse, como si le faltara aire. O motivos. Rodrigo siempre está en brazos, tiene cuatro meses y una mamá que acaba de cumplir los 12, sin fiestas ni regalos. Pronto va a casarse porque así se arregló su destino. Cuando se le pregunta por qué va a hacerlo, esboza un gesto con la mano como para sacudirse un polvo que nunca se asienta y dice: “Es que si no, le daban un montón de años”. Uno de los cuatro cerdos del corral de palos mal cortados será faenado para la boda. El novio no está para los preparativos: Nelson, de 19, está preso, acusado de estupro. Cuando se case con Analía, quedará liberado de cargos. La Cámara del Crimen N¼ 3 de Salta dejó sin efecto el juicio oral cuando Nelson Liendro hizo su propuesta de matrimonio frente al tribunal. Según la ley ya reformada de delitos contra el honor, dar el sí lava las culpas del violador y limpia las manchas en el buen nombre de la víctima. Aunque nada vaya a quitar de su cuerpo de púber las huellas de una maternidad demasiado precoz.
“La primera vez fue la peor. Y sí, porque yo no sabía nada. No entendía qué quería hacer y ahí fue que me dolió. La primera vez sí que duele. Y me entró a salir sangre, sangre. El me dijo que era lo normal y ahí yo entré a menstruar. De eso, de que estaba enferma, le dije a la mamá porque no tenemos mucho algodón. Y ahí ella me explicó lo de la falta y de que ya podía quedar embarazada. Pero yo no pensé”. No pensó y tampoco habló. Se cosió la boca con el mismo esfuerzo que puso en ocultar las transformaciones de su cuerpo. La primera falta no la notó. A la segunda ya empezó a sentirse mal, “como mareada y con mucho sueño”. Le crecieron los pechos y eso la puso contenta. Pero era evidente que algo pasaba y se lo dijo a él, que ya empezaba a espaciar esos ratos que compartían a solas, cuando la mamá de Analía se iba junto con su marido René, en el camión ripiero, para ver a sus padres que viven al otro lado del río Seco. “El chango me decía que ya me iba a traer unas pastillas que me lo iban a hacer pasar. Pero se olvidaba. Siempre se olvidaba, hasta de venir. Y ya no quería ir con el papá a buscar árido, se puso a azadear tabaco”. La cara redonda, un flequillo lacio que le toca las cejas, las uñas mordidas y pintadas de rosado, Analía hace medias sonrisas que le estiran los labios gruesos para enmascarar un resto de vergüenza. La mamá, Rosa Anancay, la mira desde la punta de la mesa y hace círculos con la alpargata en el piso de tierra. Cerca, dos de las cinco hermanas menores de Analía escarban en un pozo en el que han tirado agua. Están haciendo bollos de tierra y los acercan a las visitas en las bandejas de sus manos, adornadas hasta el codo por negros surcos de agua sucia. “Tenía miedo de decirle a la mamá, por cómo iba a reaccionar. Y entonces no le he dicho nada a nadie”. Su embarazo creció en secreto hasta los seis meses.
Infierno grande
“Se casarán por iglesia y por civil”, dice con orgullo el abogado del reo Néstor Liendro. Un hombre que se sienta en su despacho de la capital de Salta rodeado de réplicas de esculturas clásicas y fotos de su señora que a la vez oficia de secretaria posando como una modelo. Tomó el caso por una “cuestión humanitaria”, porque él no es “amigo de las desgracias”. Y además, “lo hecho hecho está y ella no tenía inconvenientes en casarse. Esta chica no fue violada, no se le tapó la boca, no le rompieron la bombacha, el chico está preso sólo por los 11 años de ella. La madre hizo la denuncia porque se sintió burlada por el amigo de la familia”. Arancibia está seguro de que se llegó a una solución feliz para todos. Sí, por supuesto que lo pone incómodo que la nena sea tan chiquita y nunca permitiría que una hija suya hiciera lo mismo. Pero claro, hay que tener en cuenta “la promiscuidad y la falta de contenido social de los pueblos chicos, hay mucha diferencia entre nuestra capital, la humilde provincia y el triste departamento, como me gusta decir a mí”.
En el triste departamento de Güemes, en el infierno de un pueblo chico que se construyó a fines del 1700 sobre un cementerio de la población indígena Sianka y alrededor de un ingenio azucarero; entre el polvo y la piedra que dejó el lecho de un río casi muerto, se levanta un grupo de ranchos entre los que andan las gallinas, los perros y algún gato lastimado que acecha a los pollos. Por allí camina Analía, sobre sus zapatillas de plataforma, recuerdo del paso de la televisión por el pueblo cubriendo la noticia de la abuela más joven del país, su mamá, que a los 28 cuenta con seis hijas y un nieto. “Chica picante”, es la marca de las zapatillas, un regalo que recibió en la escuela, parte de la solidaridad de sus compañeritos que se comprometieron a hacer el ajuar para el bebé cuando se enteraron por el diario El Tribuno que esa nena reservada que hacía ya dos meses faltaba a clases había sido mamá.
Campo Santo, el pueblo, vio pasar, en agosto de este año, los grandes camiones de la televisión nacional como una comparsa de Carnaval que trae y se lleva un mundo de fantasías. Pero las cámaras atraen, como la luz a los insectos. Y la súbita popularidad de Analía y su madre tentó a los dos caudillos políticos de la zona a salir en esa foto. Hay dos lealtades en este pueblo que parece haberse resquebrajado desde que el ingenio San Isidro, propiedad de la familia Cornejo, cerró sus puertas en 1994 después de dos siglos de producción. Y las dos pertenecen al Partido Justicialista. La primera es la que se le debe a la familia Rallé, aliada de los Cornejo, y representada por el diputado Germán Rallé, heredero de una casta de políticos conocidos desde hace un siglo en Güemes. La segunda es la que se ganó Mario Cuevas, intendente de Campo Santo por cuarta vez consecutiva aunque en las tres primeras haya sido compañero de fórmula del hoy diputado Rallé. Son estos dos hombres los que se disputan la paternidad de un arreglo que ellos ven como feliz para Analía y Néstor. El intendente, con los carrillos inflados por la bola de coca y bicarbonato, es el padrino del bebé y llegó al bautismo con donaciones y promesas de una casa nueva para la futura pareja. El diputado es quien, con 26 años y un modo empalagoso de tan amable, juntó a las partes para que llegaran al acuerdo que terminará en boda. Y por supuesto será el padrino de los novios. Tanto uno como otro se disputan el liderazgo en Campo Santo. Los dos dicen ser amados por su pueblo y saludan a cada habitante como padres pródigos. Los dos tienen locales y fundaciones –completamente vacíos por dentro– dedicados a la asistencia social. Los dos tienen listas las palabras necesarias para enmascarar la historia de Analía detrás de una historia de amor. “Quiere que le diga la verdad, señorita, es feo que la nena sea tan chiquita, pero ella quiere casarse y si hay amor sincero todo es posible”. ¿Y cómo sabe el diputado que existe ese amor sincero? “Porque entre la gente humilde existe el cariño y el respeto”, contesta y no se sonroja. El intendente es un poco más agresivo: “Es que acá no hubo violación, se oculta que ya vivían juntos porque la madre de esta chica tiene un triple o un doble discurso. En los ranchos todos viven así. Además son chicos. Pero, ¿se fijó lo madura que es la nena? No parece la edad que tiene”, dice mientras carga al bebé de Analía y posa para las fotos.


Der. Mario Cuevas, el intendente del pueblo.Centro, una siesta en Campo Santo,
a 50 km de la capital salteña. Izq. Analía, su bebé, su madre, Rosa, y su hermana menor.


El arreglo
“Ya no pensaba en nada, solamente quería morirme porque no sabía quién me iba a ayudar”. Con esas poquitas palabras, Analía retrata seis meses de silencio, levantándose antes que cualquiera de sus hermanas, antes que su mamá incluso, para poder vestirse sin que nadie la viera. Prendía el brasero del patio, hacía el mate cocido y seguía yendo a la escuela. “Primero dejé de jugar al volley, que era lo que más me gustaba. Después ya ni hablaba con nadie porque tenía miedo que se dieran cuenta. No me salía bien estudiar porque pensaba en otra cosa. Y el sueño, siempre estaba quedándome dormida y por ahí me daba por llorar. Porque si me pasaba algo quería que me muriera del todo para no saber”. Fue su maestra la primera en darse cuenta. Pero Olga Tejerina no quería saber. Dejó pasar el tiempo hasta que otras maestras también notaron que la nena engordaba. “Le veíamos los pechitos muy crecidos, pero ella no decía nada. Por eso llamamos a la mamá y le pedimos que le hiciera un chequeo médico”. Nadie usó la palabra embarazo. Esa palabra quemaba, mejor que la use el médico. Y cuando la usó en la salita de emergencias de Campo Santo fue para hablar con Rosa Anancay de la gravedad del asunto. “El médico se enojó conmigo, es como que te atienden y ya están enojados con las personas. Me preguntó de quién era y yo no sabía. Me dijo entonces es del padre y de mi marido no era, yo eso sí lo sabía. Le fui a preguntar a la Analía porque la pobrecita lloraba todo el tiempo, andaba así triste y le iba mal en la escuela a ella que era tan buena alumna. Y cuando me dijo que era del chango lo fui a buscar porque él ya no venía por acá. Y el chango se pensó que todo iba a ser fácil para él, se negó, dijo que era la gente la que hablaba. Vení como un hombre, sos el padre, le he dicho. Y él, nada. Y el médico y la directora de la escuela me decían que haga la denuncia porque sino me iban a denunciar a mi marido y ahí. ¡Ta! La hice porque él no quería hacerse cargo. Y el padre del chango ya lo había abandonado hacía mucho. Yo tenía mucha bronca porque era el amigo de la familia, yo era como una madre de vida porque los abuelos que lo criaban ya estaban muy viejitos. Y él se viene a abusar de mi hijita. Por eso también hice la denuncia, porque estaba muy enojada”.
Analía vio pasar a Néstor por la puerta de su casa por última vez en un patrullero. Lo llevaban esposado mientras ella daba la teta sentada en untronco por el que atraviesa una procesión de hormigas. Néstor no había querido ver nunca a su hijo y esa vez tampoco lo miró. Era un viernes a mediados de agosto, cuando las achiras empiezan a dar sus flores rojas en Campo Santo y el sol es tan fuerte que impone una siesta que acunan las chicharras. Ella ya había vuelto a la escuela a sentarse en el banco que le guardaron sus compañeros, salía los mediodías para amamantar y volvía a la tarde a terminar los deberes.
“Al otro día que se lo llevaron detenido vino la familia de este muchacho a contarme lo que había pasado. Al padre lo conozco mucho igual que a las tías, son de Cobo, otro de los pueblos del departamento. Y bueno, hice llamar a la mamá de la chica para que me explique lo que había pasado”. Rallé dice estar acostumbrado a tener que lidiar entre las familias de campo que pelean por cuestiones menores. “Hay que conocer a la gente para entenderla”, dice.
“A mí me presionaron mucho. Toda la familia del chango se me vino encima a gritarme. A mí me entró la pena por él, porque me dijeron que iba a estar 15 años en la cárcel. Pero yo no quería arreglar nada porque él nos había engañado. Si el padre del chango me había dicho ‘les hago una pieza en Cobo y que vivan juntos’. Pero yo no quería entregar a mi hija, es muy chiquita para que se vaya de la casa. Además ya me acostumbré al gurisito, porque tengo todas nenas”. Rosa se fue enojada de esa reunión. Lo único que quería era que la familia del padre de su nieto la ayude con los gastos. Y de eso no se habló. Tampoco habló Analía. Ella ya no tenía más que decir. Y hasta entonces nadie le había preguntado nada.
“Como no llegaron a un acuerdo, contraté al abogado Arancibia para que ayude al muchacho. Es un chico bueno, trabajador, y se habrá enamorado. Por eso en el juicio –dos meses después– se propuso el matrimonio. Porque los chicos se querían”. Fueron los padres de Analía y Néstor los que acordaron la boda, junto con el abogado. Rosa y Analía lo supieron cuando del tribunal las llamó para declarar. “Fue el chico el que quiso casarse, yo no lo propuse. El se plantó en medio del juicio oral y habló. Entonces la denuncia quedaría sin efecto. Y me consta que los jueces hablaron con la nena y corroboraron que ella no tiene miedo, que quiere casarse y que toda la relación fue consentida”. Arancibia no quiere llevarse ningún laurel, él sólo actuó como simple “intermediario”.
El silencio de Analía
El intendente no quiere quedar afuera de las noticias. Si el arreglo de la boda se hizo a sus espaldas, él llevará el mejor regalo: una casa. “¿Para qué?”, se pregunta Rosa, “yo no quiero que vivan juntos. A mí me queda la bronca. Si lo permití es porque va a estar la seguridad vigilando para que él se haga cargo, pero la nena se queda acá. Ella me ayuda, lava conmigo los sábados, cocina. Yo lo único que quiero es que ayuden con plata porque acá la necesidad es mucha”. Es una mujer fuerte que tiene a sus hijos porque “quedaba nomás”. Ahora ya no quiere seguir pariendo, “pero no tengo el tiempo para ir a que den algo. Si no quiero tener, no sé, me cuido como puedo”. Ella esperaba otra cosa para su hija, que estudiara, que se fuera del pueblo. Analía la mira antes de contestar cualquier pregunta, ella que quiere hacer un curso de computación y algún día “recibirme de algo”, le debe obediencia y lo dice: “Yo quiero hacerle caso a mi mamá. Porque ella no se enojó conmigo. Todos me quisieron ayudar, pero ella más. Ahí cuando me entraron los dolores de parto, que no sabía qué hacer porque duele mucho. Si te sentás o te parás igual te duele. Y yo lloraba porque no sabía qué hacer, lloraba pero mi mamá me acompañó. Los médicos me decían que no tenía que llorar y ella les dijo que me dejaran tranquila. Igual ya no la dejaron entrar cuando me pusieron en la camilla genealógica. Y ahí ya no grité porque me decían que perdía la fuerza para que salga el changuito”.
Un camión ripiero pasa y levanta el polvo que todo lo uniforma. En uno de los ranchos se ha hecho mazamorra y una de sus hermanas le alcanza aAnalía un pote en el que ella mete el dedo, golosa. Cuando su mamá se levanta para atender a la menor de las hermanas, de un año, ella se anima a decir algo más. “Yo quiero lo mejor para mi hijo, quiero una familia. Pero ahora sí tengo miedo, porque ya no quiero hacerlo. Y yo no sé si él se va a ir otra vez. Me han dicho que le ha tomado cariño al bebé. Pero ya no quiero dormir con él de nuevo porque no quiero quedar otra vez. Pero si le dan tantos años, ¿qué le voy a decir a mi hijo? Y bueno, si sale, mejor porque por ahí ahora me quiere más. Pero lo mejor es que nos quedemos con mi mamá”. En la remera de flores dos aureolas delatan la leche que pierde cuando Rodrigo no mama. En su carpeta escolar la unidad “aparato reproductor humano” parece un mal chiste. Nada cambió en la escuela. Hubo discusiones, sí, sobre cómo tratar el tema con el resto de los chicos. “Porque hay dos posturas, la de los médicos y la del padre”, dice Olga Tejerina, titular del 7¼ grado. ¿El padre de quién? “El cura”. Y fue la posición del cura la que prevaleció. Todo el asunto se cerró con una charla del sacerdote aunque cientos de preguntas hayan quedado flotando en el aire –”¿Seño, cómo se pone el preservativo?, ¿dónde se compra?”, dice Olga que son las más comunes–. Analía sigue yendo a clase y recuperó sus buenas notas, aunque también tiene miedo de que “de casada ya no me dejen ir”. En Campo Santo, dice la directora de la escuela que pide que no se la nombre, “en 28 años nunca tuvimos una mamá en la escuela primaria. Pero ahora con esas novelas que dan en la televisión, y los padres que están desocupados o haciendo changas, los chicos no tienen un ejemplo”. Analía no tiene tele. Nunca fue a un baile. Sólo estuvo en la capital de Salta para parir y por unas horas, porque Rosa no la quería dejar sola y tenían que volver a cuidar al resto de la familia. Quiere hacer un curso de computación, pero sus manos nunca se apoyaron en un teclado. ¿Por qué se va a casar Analía? “Así lo han dispuesto y no quiero que él esté tantos años preso por mi culpa”, dice quedito, para no despertar al bebé. Mientras, en Salta, el abogado y el diputado hacen los últimos preparativos para la libertad de Nelson, sumando al expediente los documentos que alcanza el papá de Analía. Los jueces de la Cámara del Crimen no dan razones para su decisión, a este medio le dijeron que ni siquiera estaba resuelto el caso. Pero lo cierto es que en Campo Santo se engorda un chancho para faenar el día de la boda. Que el intendente festeja invitando a la prensa como si se tratara de la inauguración de una gran obra. Y Analía, en silencio, teme y espera. En esta decisión salomónica que han tomado los adultos, es su cuerpo y es su vida la que se partirá en dos.

arriba