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La graciosa

Ahora está rubísima (el color de su pelo es muy cambiante) y sus rientes ojos son tan azules como las piedras que cuelgan de sus lóbulos (y que desmienten el aspecto “de cepillo de dientes” que ella dice tener debido a su altura y sus cabellos muy cortos). Doris Dörrie, invitada de lujo del Primer Festival de Cine Alemán, es una cineasta y escritora con el suficiente humor como para hacer una novela desde el punto de vista de un hombre llamado Fred que es una especie de cerdo machista.

Por Moira Soto

Es la estrella indiscutible del Primer Festival de Cine Alemán que comenzó ayer, y no sólo porque vino a acompañar la presentación de su film ¿Soy linda?: desde el exitosísimo estreno de Hombres (1985), Doris Dörrie, con su gracia leve y punzante y su temática de total vigencia, se convirtió en la gran esperanza del cine alemán al lograr atraer –con la historia de un marido adúltero que es engañado y trama ingeniosa venganza– a casi seis millones de espectadores en su país. A su pesar quizás, Dörrie dejó una estela de imitadores que no le llegaban a la suela de las zapatillas (su calzado favorito), realizadores que en su mayoría brindaron mediocres productos de elemental comicidad. Entre los recientes hacedores de comedias, sin embargo, vale rescatar la obra de Hermine Huntgeburth, la autora de En el círculo de los seres queridos (1991), cuyo humor negro ha sido apreciado por la crítica europea.
La ahora rubísima (el color de su pelo es muy cambiante), de rientes ojos tan azules como las piedras que cuelgan de sus lóbulos (y que desmienten el aspecto “de cepillo de dientes” que ella dice tener debido su altura y sus cabellos muy cortos), nació allá en Hannover en 1955 y todavía adolescente marchó a Estados Unidos, donde picoteó estudios de teatro, filosofía, semántica, psicología y, sobre todo aprendió a ejercitar cotidianamente el sentido del humor. A los veinte, de vuelta en Alemania, se diplomó en la Escuela Superior de Televisión con el film El primer vals, que no es su ópera primera: previamente, Doris Dörrie había codirigido un documental sobre el cierre de una sala cinematográfica en quiebra. Después de escribir críticas de películas durante cuatro años y hacer algunos documentales para la TV, realiza su primer largo de ficción, En la mitad del corazón (1983), una poética comedia agridulce de acentos románticos que sienta las bases de lo que sería el futuro estilo de la realizadora, en el que las risas siempre están muy próximas a las lágrimas. De las siguientes películas de Dörrie –siete de ficción, amén de varios documentales– sólo Hombres y Nadie me quiere (1994, conocida hace unos meses y que acaba de editarse en video, por el sello AVH) se han estrenado comercialmente entre nosotros, mientras que Me and Him (1988) basada en la novela de Moravia acerca de un tipo que se la pasa negociando con su pene, sólo se vio alguna vez por cable.
¿Soy linda? (Bich ich Schon: algo así como ¿Me veo bien?), de 1998, es la penúltima obra de D. D. –acaba de rodar la historia de dos hermanos alemanes que buscan la iluminación en un monasterio zen del Japón– y se exhibe en el Festival de Cine Alemán mañana sábado y el lunes 8, siempre a las 20 en el cine Lorca. Dentro de esta muestra figura asimismo Angelito, de Helke Misselwitz, realizadora que proviene de Alemania Oriental. Según Gabriela Massuh, directora cultural del Instituto Goethe que auspicia estos preestrenos, “sus paisajes perdidos son aquellos arrasados por la especulación inmobiliaria y sólo generan personajes a la deriva, como al borde de sí mismos. No hay otra película alemana con los climas tan densos y tensiones tan ambiguas como las de Angelito”. En el curso de la muestra se proyectarán, entre otras producciones, Aimée y Jaguar, de Max Faberbock, sobre la real y apasionante historia de amor entre un ama de casa alemana, casada y con cuatro hijos, y una judía durante el nazismo (viernes 5 y domingo 7, a las 20), y El coraje de mi madre, de Michael Verhoeven, sobre un relato autobiográfico de Georges Tabori acerca de la audaz huida de su progenitora luego de haber sido detenida por los nazis. Otra recomendación: El carrusel de Kurt Gerron, documental de Iliona Ziok sobre el legendario actor que intentó sobrevivir en un campo de concentración. Ojo: con la presencia y las canciones de Ute Lemper (martes 9 y miércoles 10, a las 20).

La calesita de la vida
Unos chicos que viajan en auto leen un cuento y confunden banana con Panamá; una joven autoestopista arroja su bolso por los aires en la carretera, y el tipo que la levanta sólo quiere que le den latigazos; una vendedora convence a otra mujer con el argumento de que “el cachemir es como una droga”; la futura compradora acepta hacer el amor con su marido para que éste no se resienta, pero se apura para alcanzar el suéter de cachemir antes de que cierre el negocio; una extraña se le sube al coche a una novia relativamente enamorada y se prueba el traje que ella lleva en una caja mientras afuera es de noche y cae un diluvio; un viejo lleva la urna con las cenizas de la que fue su amada esposa durante muchos años, y dice que ella nunca era la misma (se desdoblaba en amante, madre, niña, fea, hipopótamo); un maduro burgués casado y padre de familia sólo quiere una aventura con una chica, pero ella se corta las venas en su níveo y lujoso departamento, ensangrentando edredones y alfombras y obligando a su amante a sumergirse en nubes de espuma de jabón para limpiar antes de que llegue la legítima esposa... La calesita de la vida gira sin cesar en esta película alegre y triste, ingrávida y profunda de una humorista con mirada de socióloga, indulgente y honesta, solidaria y gentil que reconoce como mentores espirituales a dos directores europeos afincados en Hollywood: Ernst Lubitsch y Billy Wilder. Y que responde así a las preguntas de Las/12.
–¿Cómo hace una chica alemana para tener ese sentido del humor tan irónico y sutil que destilan sus films y su literatura?
–Creo que lo aprendí bastante en Estados Unidos, porque es verdad que el sentido del humor es una cosa bastante difícil para nosotros los alemanes. En Norteamérica, en cambio, es algo obligatorio: si no tenés humor, no sos divertida.
¿Había una predisposición en usted? Porque el sentido del humor tampoco se puede inventar de la nada.
–Es cierto. Mis padres tienen un gran sentido humorístico. Por otra parte, mi aprendizaje en Estados Unidos también tuvo mucho que ver con el ritmo, el movimiento relacionado con el cine. En ese país, además, cuando yo fui a estudiar, ya estaban un pasó más allá de nosotros en muchos sentidos. Actualmente, estoy dando clases en Europa y siempre les digo a mis alumnos que lo que tenemos que hacer es robar, ser ladrones inteligentes de lo que nos parece interesante en Estados Unidos. Hay cosas que ellos han descubierto y que son realmente fantásticas en lo que se refiere a la escritura, el cine, el manejo del humor. Entonces, hay que vencerlos con sus propias armas, tomar de ellos los que nos parece bueno y útil. Es algo que siempre sostengo en mis talleres de guión.

Una visión de
360 grados

Aunque todavía novatas en la práctica del humor, las mujeres se están envalentonando bastante, ¿le parece que puede aportar alguna novedad a la comedia, la sátira, la parodia?
–Es muy interesante el tema del punto de vista, pienso que hay mucho por descubrir todavía en ese sentido. Acabo de escribir una novela desde la perspectiva de un hombre. Escribiendo me convertí realmente en Fred, un cerdo machista, pero en el fondo simpático.
–Bueno, usted nunca se ensaña con los personajes masculinos, aunque a veces los critique. Como si tratara de entender sus motivaciones...
–Sería demasiado simplista de mi parte, demasiado maniqueo rechazar al personaje sólo por sus aspectos negativos, condenarlo sin atenuantes. Cuando escribí la novela de Fred, al ponerme en su lugar me di cuenta de que la percepción masculina es mucho más limitada. Advertí claramente que nosotras las mujeres, a través de los siglos, hemos sido entrenadas para tener una percepción de 360 grados: yo puedo estar mirando lo que hace mi hija, escuchando a la traductora, pensando lo que voy a decir, y si hace falta, cocinando algo al mismo tiempo. Hemos sido preparadas para tener esta percepción mucho más abarcadora, mientras que el hombre –me di cuenta muy bien– apenas puede hacer una sola cosa por vez. Es una capacidad femenina de la que podemos estar orgullosas. Somos en cierta forma como esos artistas de circo que hacen malabarismos con gran precisión. Así nosotras manejamos una serie de cosas simultáneamente, algo que se ha convertido en una característica específica femenina.
¿Algo semejante al caso de la intuición, esa forma de conocimiento directo que tiene que ver con el afinamiento de las dotes de observación al haber estado largo tiempo silenciadas?
–Claro, la intuición también es un rasgo que se ha vuelto típicamente femenino. Hay un test muy conocido que lo demuestra: se le presenta a un hombre imágenes de un rostro con diversas expresiones. En general, a ellos les cuesta muchísimo descifrar cada expresión, describir cada estado de ánimo, interpretar qué le pasa a la persona de las fotos. Mientras que las mujeres se dan cuenta enseguida de los sentimientos que trasmite cada imagen. La intuición es otra habilidad femenina que tenemos que valorar. Más aún, creo que estas habilidades, convertidas en algo propio, tenemos que seguir desarrollándolas.
¿En el cine, por ejemplo?
–En mi cine, trato de hacerlo y creo que me da buenos resultados: no tendría ningún sentido que yo intentara hacer una especie de Armagedón, una película llena de violencia con un superhéroe en el que no creo. Por supuesto, si a alguna mujer le interesa ese género, está en todo su derecho de cultivarlo. Pero no es mi caso.
Esas habilidades, innatas o adquiridas, ¿en qué medida se pueden aplicar al humor?
–No estoy tan segura de que exista un humor exclusivamente femenino. Creo que el humor tiene que ver con dar un paso hacia atrás y poder observar a la distancia la situación, incluso observarse a una misma. Al no mirar las cosas desde adentro, se puede desplegar la autoironía, abandonar la solemnidad.
¿Y cuando la persona que se distancia es una mujer, con su historia, sus experiencias, su sensibilidad?
–Entonces el humor tendrá su sello personal. Estoy de acuerdo con Woody Allen en que el humor es tragedia más distancia.

Sueños dirigidos
Quedó conforme con su experiencia en Hollywood, donde realizó Me and Him?
–En Estados Unidos tuve problemas porque la consideraron obscena, cosa que no sucedió en Europa. En verdad, no quedé conforme con los resultados. Fue una experiencia muy difícil, porque la película no pudo llegar a ser todo lo provocativa que yo deseaba debido a las imposiciones de Hollywood. Los productores empezaron a tener miedo de que la producción fuera demasiado audaz, había que suavizar permanentemente las cosas y eso le quitaba fuerza al relato.
–¿Hollywood volvió a quererla en sus filas después de este trabajo?
–En realidad, yo tenía un contrato con la Columbia para realizar seis películas. Pero la verdad es que en Europa puedo hacer lo que quiero como cineasta, y además seguir con mi carrera de escritora... De manera que lo más inteligente era rescindir ese contrato. Esa libertad total que yo necesito jamás la lograría en Estados Unidos, creo que ni siquiera dentro del cine independiente americano, siempre habría límites.
Los personajes de las películas suyas que se han estrenado en la Argentina dan la sensación de formar parte de una gran familia, incluso los de ¿Soy linda?, que se proyectó ayer por primera vez. Como si pudieran salirse de un film y entrar en otro naturalmente.
–Creo que todas mis películas son diferentes, aunque desde luego llevan mi firma personal. Lo que me interesa siempre es presentar personajes que sueñan con ser diferentes de lo que son. Creo que se trata de un fenómeno de nuestro siglo que termina: se nos presentan muchas posibilidades entre las que podemos elegir, cosa que en épocas anteriores no ocurría. Por ejemplo, las mujeres: gracias a la píldora y otros métodos anticonceptivos, podemos decidir si queremos o no tener hijos; el descenso de la mortalidad infantil, además, significa que si los tenemos, tienen altas probabilidades de sobrevivir... Cambios decisivos respecto de un pasado bastante reciente. La independencia económica de la mujer, el derecho a divorciarse... El espectro que se nos abre es muy grande y el poder elegir es algo nuevo. Pero también se vive una gran confusión: qué elegir, cómo vivir en esta encrucijada de la que salen tantos caminos. Es un gran tema que inspira mis cuentos y mi novela.
¿La confusión de sentimientos que usted describe en sus películas está relacionada con esa multiplicidad de ofertas?
–Me interesa mucho todo ese caos que surge en el terreno de los sentimientos. Porque las relaciones entre las personas ya no dependen de la situación social, no están determinadas en forma inamovible. Yo no me tengo que casar para sobrevivir como les sucedió a tantas mujeres a lo largo de la historia. Entonces, cuando toda esa organización de la vida desaparece, lo que queda es el gran amor. Y ése es el momento de ponerme a pensar: cómo hacer para que surja, cómo nutrirlo para que dure... A mí me encanta leer las revistas femeninas que nos dicen cuáles deben ser nuestros sueños.
–Sueños dirigidos, ¿no es un contrasentido?
–Por ejemplo, yo que soy una mujer que cumplió los cuarenta, tengo que soñar con tener la cola de una adolescente, porque así me lo indican las fotos y las notas que aparecen en las revistas. Que además me señalan que quiero ser eternamente joven, tener un cuerpo bárbaro, vestirme a la moda, tener marido e hijos, hacer carrera... Todos estos objetivos se plantean como algo que tiene que ser, como el ideal y al mismo tiempo ejerciendo una presión terrible sobre las lectoras. Las modelos ahora tienen la edad de Carla, mi hija. Es una locura. Pero a quien le tienen que vender ropa, cosméticos, es a mí. Entonces, yo tengo que soñar que quiero ser como esas niñas, tener ese aspecto.

La esencia
de la belleza

¿De modo que se acabaron ciertos mandatos largo tiempo establecidos y empezaron a regir otros?
–Sí, claro. Y pronto el mundo se va a dividir entre los que se hicieron cirugía estética y los que no. ¿Por qué aquí en la Argentina tiene tanta importancia ese tipo de cirugía, mucho más que en Europa?
Por un lado, están las modelos, conductoras de TV, vedettes y actrices que se estiran, rellenan y lipoaspiran y lo publican. Por el otro, ha habido campañas muy fuertes infiltrando en las mujeres el concepto de que si no se operan, algo está mal, es que no se quieren lo suficiente.
–En Europa se hace en menor escala, y todavía secretamente, como si fuera algo vergonzante. Por el momento, no se considera que haya que alardear si alguien se hace una cirugía estética.
Acá las figuras conocidas que se operan promueven a los cirujanos.
–Sí, conozco ese sistema porque allá está empezando a funcionar: he recibido ya ofertas de clínicas que dicen que hacen cirugías gratis si después una les da publicidad. Es triste, terriblemente triste lo que subyace detrás de todo esto. Si todos nos operamos para negar el paso del tiempo, vamos a olvidar cómo relacionarnos con la muerte, con lo efímero. Si esto llega a suceder, estamos perdidos. En lo fugaz, lo que se transforma. Está la esencia de la belleza. Digamos que se pierde algo para ganar otra cosa: yo voy a tener cada vez más años y voy a envejecer para que mi hija Carla pueda crecer también; me voy a arrugar y Carla va a estar en flor. Pero, si voy a estar compitiendo con una cola operada, con mi hija de diez años, ¿adónde vamos a llegar con semejante desesperación? Esto que hablamos tiene mucho que ver con mi película ¿Soy linda?: el negarse a la pena, al dolor, no reconocer que cada uno forma parte de un todo, que incluye la muerte. Una persona que cree que puede ser siempre linda, joven, feliz, se empobrece cada vez más.
¿El arte puede aportar alguna forma de salvación?
–Es muy importante la función del arte, que es la de elevarnos, hacernos superar estas limitaciones a través de la creación cinematográfica, musical, literaria. Por ejemplo, tengo muchas ganas de ver bailar tango en Buenos Aires, pero por gente común, que puede ser vieja o gorda, pero con pasión. No me interesan los bailarines de shows turísticos demasiado estilizados. Lo que yo quiero percibir a través de esas personas que no son modelos de belleza es cómo la música aporta su cuota de salvación. Esa creo yo que es la función del arte, salvarnos un poquito, elevarnos por encima de nosotros mismos. Es decir, lo contrario de intentar conjurar nuestros miedos a través de un mundo de plástico. Mira, yo puedo sentirme horrible, de lo peor, y de pronto en la oscuridad del cine escucho esta canción que figura en ¿Soy linda?, por Fernanda de Utrera, Verde, que te quiero verde, y se produce algo extraordinario. En ese instante algo se convierte en más, se abre otra perspectiva, se nos ensancha el corazón.
En la ronda de personajes femeninos y masculinos de ¿Soy linda? aparecen todas las edades, menos la infancia. Uno de los grandes hallazgos del film es esa vieja abandonada en la silla de ruedas, hemipléjica, con un cartel firmado por la hija que confiesa que quiere vivir su vida. Sintetiza con un humor trágico la situación de millones de mujeres maduras atrapadas por la vejez cada vez más larga de sus padres.
–Mi mamá tiene 96, y ella cuidó a mi abuela durante treinta años. Se vive cada vez más tiempo y el cuidado de los viejos es un problema dramático en muchos casos. La expectativa de vida, sobre todo la de la mujer, se alarga cada vez más. Creo que no se ha comprendido y estudiado suficientemente el alcance de estos cambios tan recientes: la expectativa de vida en Europa a comienzos de siglo era de 45 y ahora es de 80 para las mujeres. Como si hubiéramos recibido una segunda vida. Y no sabemos muy bien qué hacer con ella.

Hombres y rodajes
Los personajes masculinos del film que se está proyectando en el Festival de Cine Alemán quiebran los estereotipos del cine tradicional al aparecer con rasgos y actitudes femeninos: el que se queda colgado del teléfono llorando de amor, el gordito que permanece coquetamente recostado, desnudito, después de hacer el amor mientras su mujer se va... ¿Usted se plantea conscientemente una subversión de los roles?
–A mí lo que me interesa de los hombres es precisamente aquello que aparece cuando se les cae la fachada que suelen mantener con tanto empeño, y entonces surge el lado humano, y se vuelve visible que pueden ser tan sensibles, románticos, blandos como una mujer. Todo eso que no pueden mostrar normalmente porque alguna vez les fue prohibido. Es lo que me gusta sacar a la luz, pero no es un invento mío. Si se dejan llevar, ellos pueden ser así. Creo que hombres y mujeres somos interesantes en cuanto nos combinamos. Unos y otras somos ambivalentes. De ninguna manera me interesa inferiorizar o descalificar ni a las mujeres ni a los hombres. Por suerte, yo fui educada en la convicción de que todos valemos igual y tenemos los mismos derechos.
¿Cómo es un rodaje conducido por Doris Dörrie?
–Mi objetivo al filmar es organizar una especie de gran plaza de juegos donde todo el equipo pueda participar levantando un gran castillo de arena. En términos generales, suelo lograrlo. Como mujer, me resulta más fácil disolver esas relaciones de poder que suelen aparecer en los rodajes. Es algo de lo que me di cuenta bastante pronto.

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