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Corrompiendo a Cenicienta

Una muestra de arte cuenta versiones políticamente incorrectas del cuento más famoso. Por ejemplo una obra sugiere que el príncipe no se lanzó a la búsqueda de la chica que conoció en el baile diciendo “Nadie se mueva. Ni se les ocurra ir a buscar a esa Ceni no sé cuanto. A mí lo que me calienta es el zapatito, no ella”.

Por Soledad Vallejos

Hoy es la última oportunidad para saber qué pasó con Cenicienta. A menos que no haya intención de desenmascarar esa patraña oficial que clausura las noticias sobre su vida con el tañir de las campanas de la iglesia del reino, habrá que atender a ciertos pasos. El primero: los textos que Mirta Krevneris propuso como finales alternativos al cuento para disparar la propuesta de la muestra Cenicienta no es feliz –Galería Arcimboldo, Reconquista 761, PB 14–. Allí vamos:
* A Caperucita le fue mejor: curtió con el lobo que es un animal, quedó como la víctima, sigue soltera y la madre le cocina.
* ¿Es que no hay otro futuro para una protagonista que el casamiento con un desconocido?
* No atiendo más el teléfono. El hada madrina no para de llamar. Dice que le debo un favor.
* Nadie se mueva. Ni se les ocurra ir a buscar a esa Ceni no sé cuánto. A mí lo que me calienta es el zapatito, no ella.
* Si este boludo elige una esposa después de bailar dos horas, ¿qué le espera al país cuando gobierne?
* Cenicienta rompe el carnet del PC y se casa con él. La lucha de clases se interrumpe momentáneamente.
* Triunfó en Hollywood durante un tiempo. Cuando no quiso ser la amante de Walt Disney, éste le boicoteó la carrera. Ella aún añora los días de la cocina mientras bebe directamente de la botella.
* Las feministas le advierten: al principio sos una reina, después volvés a la cocina.
* Cenicienta espera un príncipe azul. El que llega está rozagante. Ella le aprieta el cuello hasta que se pone cianótico. Entonces lo deja caer y dice: así, así me gusta.
* Cenicienta se casa. El príncipe también. Cada uno por su lado. Años después más gordos y canosos se encuentran a tomar un café. Traen fotos de los chicos. Se encaman para festejar el encuentro”.
Con la curaduría de Pelusa Borthwick y Julio Sánchez, esos finales alternativos se convirtieron, más que en temas a ilustrar, en una obra más que acompaña a los objetos y cuadros –dieciocho en total– que subvierten sin ningún tipo de candor ni rubor la historia de una de las princesitas más suertudas de los cuentos infantiles, aun en aquellos casos en que en una primera mirada se pretendan naïves. Quizá uno de los ejemplos más claros del tono general de esta revisión sea la obra de Ana Gallardo, Método contraceptivo utilizado por Cenicienta, después de casarse con el príncipe, compuesta por objetos –un pequeño platito con semillas, semillas dispersas sobre un cubo, un tarrito con brea– cuyo sentido termina de componerse con una nota ubicada a un lado: “Una de las recetas consiste en que la mujer se inserte intrauterinamente –antes y después del coito– flores y semillas de repollo. Esto era considerado especialmente eficaz si se mezclaba con brea o si se sumergía en una cocción de jugo de poleo”.
Cenicienta se divierte (después de vengarse)
Más que invitar directamente a alguna reflexión, la experiencia parece centrarse en lo sensorial, en el registro de texturas y relaciones entre elementos, en juegos narrativos que no excluyen, claro está, la vivencia personal de cada artista, en aspectos tan diversos como su vida amorosa y su pertenencia al género. Todo eso desde el humor más emparentado con el sarcasmo. El Asiento sonoro, de Patricia Garrido, por ejemplo, parece comprender de manera irónica lo único capaz de alivianar una crisis de autoestima femenina: basta sentarse sobre él para que comience a sonar “Pretty woman” –la canción de la película con Julia Roberts–. En cuanto la fémina alicaída lo abandona, reina el silencio. Un aspecto llamativo de la exposición es la necesidad de ruptura (quizá alentada por la misma propuesta) que causó entre algunas artistas, más de una optó por presentar un trabajo que no cuadra con su lógica habitual de elaboración. Así, la pintora de tendencias expresionistas Nora García creó un objeto en base a un cuadro-repisa, tacitas, tetera y platitos de porcelana blanca destrozados, y una transparencia, brutalmente sostenida de la madera con unas tijeras, en la que transcribió fragmentos de una carta que una ex pareja le dirigió alguna vez (“A mi gran amor, y como me dijistes –sic– en otras oportunidades, vernos en las diferencias y aceptarlas como eje de una relación madura...”).
Delia Cancela colaboró con Como todos los príncipes que ella besó..., una de sus barbies remodeladas –las de la exposición de la galería Gara-: vestido de celofán transparente que envuelve flores secas, cabellos enmarañados, ojos cerrados, tumbada dentro de una cajita de cristal.


Una de las dos únicas obras masculinas: "La obsesión de Cenicienta", el acrílico de Alejandro Ongay, que para el rostro de la ilustre fregona se inspiró en Florencia de la Vega.

Dibujo sin título de Delia Cancela.

 


Látigos, Walt Disney
y después

Desde el fondo, el tono dorado de la obra de Kuki Benski hechiza la visita: entre filas de zapatos rosas, una mujer con ligas, látigo, ojos azules y cabello alla Betty Page interpela duramente. El clima se torna hard, denso, perverso hasta los límites. Así y todo, los trazos se disfrazan de la más pura inocencia. A su lado, un pequeño aviso personal: “Cenicienta (32) Ama VIP. Busca príncipe azul que sea su esclavo sumiso, para que bese mis pies y goce de toda la colección de zapatitos: Big Boy, Strong-Vibro, Long John, potro, Pentic, extasy, destroyer, caricia, potent sexy y sensi-vibro. Casilla (20680) [email protected]”. Pero si la protagonista de Benski, a pesar de los zapatitos rosados, jamás se disfrazó de la pobrecita fregona, la pareja de Marina Sábato, Mutuaron mutuamente, se atreve a minar no sólo el cuento, sino las también ingenuidades del dibujo infantil: una habitación de paredes blanquísimas y pisos rojos, el hada espía por la ventana –son más de las doce de la noche–, y Cenicienta y el príncipe descansan de la pasión. El lee Le Monde, lleva anteojos. Ella es pelirroja –atención: el color de cabello prohibido de las muchachas de cuentos de hadas–.
Pero la fantasía del amor y la felicidad no está ausente, a pesar del pesimismo amargo de Maggie Atienza –un zapallo rodeado de cuatro saludables ratas–, el zapato de cristal de La cenicienta-1 día, una noche, de Mercedes Esteves, las fotos en blanco y negro de Teresa Volco, el objeto de Stella Sidi, o Cinderella-Marilyn, de Febe Defelipe -Marilyn, caída en desgracia tras rechazar a Walt Disney como amante, se refugia en el cariño de Dumbo, Mickey, un dálmata, una aristogata y un búho–. Gabriela Aberastury, grabadora, creó un objeto bellísimo, tan misterioso como deslumbrante. En una primera mirada, algo en Mujer, cenicientas veces te la creíste llama a la memoria la exaltación pagana de las estampitas cristianas del Sagrado Corazón de Jesús o la Virgen María, quizás sean los rayitos de metal negro que delimitan el corazón gigante, tal vez el corazón a punto de explotar atravesado por una flecha encerrada en él, o probablemente la luz roja de los muchos corazones que, a manera de guirnalda de árbol de Navidad, lo recorre e ilumina por completo. Lo seguro es que esa idea no es convocada por las pequeñas bolsas de plástico llenas de ceniza que descansan a sus pies. Como sea, sus posibles sentidos están a punto de ser completados de una forma poco convencional para una obra de arte, pero que cierra su alma kitsch: el dueño de un hotel alojamiento acaba de reservarlo para una de sus suites.

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