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La que agradó

Antonia San Juan compuso al travesti Agrado en Todo sobre mi madre y desde entonces se ha hecho conocida en el mundo entero. Ya era una celebridad festejada en voz baja por eminencias españolas como Marisa Paredes, que la iba a ver en sus monólogos en los bares. San Juan hace humor seco y minimalista, sin maquillaje ni vestuario: en la tarima, queda ella, su voz y sus ocurrencias.

Por Moira Soto

Podía ser una actriz de 60 que acababa de recibir un premio por un personaje secundario, envenenada con la vida y con el arte, o una chica joven y egocéntrica sin otro tema de conversación que ella misma, o una obsesiva todo el tiempo pendiente de que el novio la llamara y que se autoconvencía de que él estaba muy ocupado para reconocer más adelante su locura total por él y su deseo de tenerlo encerrado para ella sola en una cajita...”, enumera velozmente Antonia San Juan cuando se le pregunta por los personajes que hizo durante diez años en bares, escritos por Félix Sabroso, Enrique Gallego y ella misma. La treintañera que de la noche madrileña a la mañana almodovariana se volvió internacionalmente famosa por su memorable actuación en el film Todo sobre mi madre, había llegado a la capital desde Las Palmas –Islas Canarias– a los l9, y después de cuatro años de estudiar interpretación se dedicó de lleno al cabaret. Pese al suceso creciente, se resistió sistemáticamente a hacer castings o a mandar su foto a las productoras. Sobre el final de los 80 se detuvo tres años, enamorada hasta las uñas, para consagrarse a las delicias hogareñas. Pero la escena le tiraba y volvió a lo suyo, sin interrumpir el romance.
En esas fechas, Antonia San Juan ya era una monologuista de culto (Marisa Paredes era una de sus fans), a quien muchos le decían: “Ay, cuando te vea Almodóvar...”. Y Almodóvar la vio, previa recomendación de su secretario. Le gustó, pero la encontraba “demasiado monja, Antonia”. Y probó con travestis de la calle “que le daban el tipo pero no la actuación”. Hasta que un día feliz, el director le dejó un mensaje en el contestador a la actriz diciéndole que el travesti Agrado era suyo. El resto es sabido: Antonia San Juan logró un impacto fulminante con su creación, y éste es el momento en que se la disputan directores y productores, el cine y la TV.
–Se ha hecho y se sigue haciendo en el espectáculo mucho humor que ridiculiza a la mujer, con chistes cargados de misoginia, ¿te propusiste quebrar esa tradición, que en tus monólogos no se inferiorizara a los personajes femeninos?
–Pues claro. Nunca quise hacer una burla burda, siempre se trató de textos que tenía que tamizar a través de mí, asumirlos. Y no podría haber aceptado nada que considerase misógino. De hecho, las mujeres que venían a verme advertían mi complicidad, muchas me decían “es lo que nos pasa a nosotras, tal cual”. Claro, siempre desde un distanciamiento, de reír de lo que a una y a muchas nos pasaba. Todo con mucho respeto hacía mí misma, que es respetar a las demás mujeres.
Cuando empezaste con los monólogos en los bares ¿había ya otras actrices que hacían lo mismo dentro de ese registro satírico?
–Parecerá una fantasmada lo que voy a decir, pero yo creo que en España he sido una pionera de lo que los americanos llaman el stand-up. Lo que empecé a hacer en la noche madrileña fue una ruptura, es decir, una cosa muy peligrosa que si funcionaba, muy bien. Y si no, me iba de bruces. No me copié de nadie. Elegí esta forma porque no quería llegar con una maleta de trajes, ni tener que maquillarme. Era por pura vagancia de salir con un vaquero y una camiseta. Yo no sabía ponerme pestañas ni hacerme nada. Así fui quitando, quitando adornos ¿y que me quedó?
–¿Una minimalista?
–Exacto, una minimalista por precariedad de recursos. Quedó el texto y yo misma. La palabra y subir al escenario. Así, podía hacer en una noche tres actuaciones en distintos lugares. Es decir: me lo guisaba y me lo comía yo misma.

Una actriz
orgánica

–¿En la época en que empezaste, entonces, todavía eran los cómicos los sujetos y las mujeres apenas el pie para sus gracias?
–Hombre, de hecho fíjate lo que me pasó a mí con Charly, el chico que trabajaba conmigo. A mí sólo me tocaba salir y hacer algo gracioso. El problema surgió cuando el público empezó a pedirme a mí. “Queremos que vengas tú sola”, reclamaban. Eso nos llevó a separarnos porque la gente estaba yendo a ver a una que aparecía con el famoso.
Aparte de tus estudios previos de teatro ¿alguien te dirigió como actriz o te hizo la puesta en escena de tus actuaciones de cabaret?
–No, no: me aprendía muy bien el texto, lo memorizaba perfectamente y me abandonaba a la creación del personaje. La inspiración aparecía junto con el silencio del público, la emoción afloraba con el único requisito de que el texto estuviese como el Padrenuestro. Cuando el texto estaba aprendidísimo, se producía algo orgánico. Pero también se impregnaban los personajes de mi estado de ánimo del día.
En la larga etapa de los monólogos ¿cuáles eran tus planes? ¿salirte de esa forma de trabajar? ¿Soñabas quizás con Almodóvar como hado padrino?
–No, no, no. Yo vine a Madrid para ser actriz y lo había logrado, vivía de eso. No tenía que vender seguros por la mañana para sobrevivir. Con una pequeña economía, si quieres, pero mi oficio era subir diariamente a un escenario. Eso justificaba haberme venido de una tierra que me acogía, de una temperatura maravillosa, con un mar que me abrazaba, con una madre estupenda, con una familia que me adoraba, para llegar a un Madrid inhóspito, demasiado caluroso o demasiado frío, sola, a veces acompañada, con esa desolación que te produce un sitio donde no conoces a nadie. Estaba claro para mí en la época de los monólogos: tenía trabajo, repertorio, lo mío funcionaba con el público. Me daba igual que no me llamaran para hacer cine.

Del cabaret al plató
¿Cómo hiciste el pasaje de trabajar de una forma tan individualista, de dueña total del circo, a hacer una peli con muchos personajes y bajo la conducción de un director que sabe lo que quiere? Esto, claro, además de pasar de una actividad artística marginal a un cine de primera línea e internacional.
–Mira, las cosas van teniendo su ritmo que hay que seguir, intentando, y en mi caso aderezarlas de cotidianidad para no asustarme. Tampoco se pasa de la tarima al plató de un día para otro. Se va llegando de a poquito: desde que Almodóvar me elige hasta que se presenta la películapasa un tiempo, sucede un proceso. Hay un año de transición donde te vas bebiendo un sorbito, otro sorbito, hasta que te tomas la taza entera y estás colocada. Pero nunca del todo, porque cuando llegas a Cannes y te está esperando la limusina, es de no creer. En cuanto a la adaptación, como buena geminiana, soy muy permeable y dúctil. Además de cocinármelo y comérmelo yo sola, puedo ser totalmente humilde para dejarme llevar, porque tengo muy claro que la película es obra del director. Lo bueno es que Almodóvar es muy abierto y receptivo a las sugerencias, aunque tiene siempre la última palabra. Es verdad que para mí era una situación muy nueva en muchos sentidos. Hombre, que en la tarima yo era dueña de todos mis movimientos y en el cine todas son marcas: no tienes que hacer ciertos ruidos, no puedes salirte de campo, tienes que hablarle a la cámara como si fuera la otra actriz que a lo mejor te está dando la replica ahí al costado, en cuclillas... Ahora, en cuanto a la actuación misma, no hubo problemas porque yo estaba muy afinada.
Sin desmerecer tu extraordinario rendimiento en Todo sobre mi madre, hay que reconocer que las mujeres –Carmen Maura, Vanessa Redgrave lo han probado en forma brillante– pueden hacer travestis o transexuales convincentes, pero se les hace cuesta arriba interpretar a un varón de pelo en pecho. ¿Te animarías a hacer un personaje masculino creíble, sin caricaturizarlo?
–Me creo capaz de hacer un hombre, de armar un personaje que camine, se siente, hable como un hombre. Claro, a lo mejor no me ayudan el tamaño de mis manos, mi cintura, la forma de mis caderas. Pero creo que con el vestuario apropiado lo lograría. Y mira lo que te digo, podría ser más creíble que la actuación de algunos hombres que han hecho de mujeres muy amaneradas. El trabajo de Dustin Hoffman en Tootsie, por ejemplo, no me convence. En cambio, me pareció genial Antonio Gasalla en Esperando la carroza. Hombre, sería maravilloso para mí hacer un personaje de hombre, ¿dónde hay que firmar? Me encantaría ese reto.

Traemos algo nuevo
Desde tu propia experiencia ¿te parece que las mujeres humoristas se diferencian en algún punto de los hombres que vienen haciéndolo con mucha ventaja de tiempo?
–Yo creo que las mujeres tenemos que apostarlo todo al humor. Todo lo nuestro, quiero decir. Llevamos en los genes lo que hemos hablado solas durante siglos. Entonces, todo ese mundo interior, todos esos sentimientos, todo lo que hemos observado, toda esa vida y esa historia jamás la van a tener los hombres. Eso es muy nuestro, nos pertenece a todas. Y las que hacemos humor como actrices, como escritoras o dibujantes, lo podemos desarrollar. Hombre, claro que podemos ofrecer algo diferente las mujeres. Las que yo conozco y yo misma, nos reímos todo el tiempo de nosotras mismas: cuando se nos quema la comida por conversar por teléfono, cuando nos quedamos horas viendo qué nos vamos a poner para salir con un nuevo novio... Esta mañana, con Mariola (Fuentes, actriz española que viajó a Buenos Aires con la delegación de su país) nos meamos de risa en la gimnasia mirándonos los defectos: “Mira qué cuerpo se nos está poniendo con la edad...”. El hombre en general se lo toma todo muy en serio. Yo me río desde la mañana, me miro desnuda en el espejo con las greñas y me digo: pero si parezco de las cavernas... Desde lo mío, yo creo que hay cosas que las mujeres tenemos que combatir: esa idea de que lo femenino está sólo asociado a la regla, a tener hijos. A la edad en que pierdes la regla, se supone que dejas de ser mujer, mientras que un hombre gordo de 70, le ponen una niña de l8 y ya es todo un señor potente que se la liga... Es una mentira que las mujeres no deberíamos contribuir a potenciar. El humor puede poner en evidencia estas desigualdades: la realidad es que un señor de 70 es un abuelo y es patético con una niña del8. Por otra parte, yo pienso que una mujer de 40, 45 -.que es el momento en que la mayoría de las actrices dejan de conseguir papeles importantes– está en su momento de mayor plenitud, ha aprendido muchas cosas, se ha relajado, tiene su independencia económica, y en la cama ya lo sabe todo...
Aparte de los trabajos que te esperan en el cine, ¿vas a seguir explorando en el campo del humor?
–Claro que voy a seguir, como actriz y escribiendo, porque soy muy inquieta y porque creo que las mujeres tenemos que hacer una ruptura con toda la tradición masculina del humor, y mostrar que traemos algo nuevo y lo podemos hacer por nuestra cuenta. Porque tenemos todas las capacidades, sobre todo la de recuperarnos, rehacernos para seguir caminando para adelante. Esto se ve en la película de Almodóvar: a todas se les va quitando una piel y aparece otra. Con más dolor, con menos dolor. Pero no se quedan en el dolor. Hay un compromiso muy fuerte con la vida de las mujeres, aún en las peores situaciones.

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